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Nadie se salva cuando Dios lo entontece. J.F. Mares.

Al sentarse frente a la página en blanco, se experimenta desazón y algo que se parece a la acedia (del griego akedia, = desánimo, cansancio, parálisis espiritual y mental), y se antoja dejarlo todo por la paz. Hablar a la redacción y avisar que este domingo no salgo. Como decíamos hace ocho días ¿para qué trillar en lo sembrado? Sin embargo, por no dejar, revisando mi caótico archivo, encontré este pergeño de hace más de 20 años: Las Maromas. Y me pareció, como el “Válame Dios”, un buon divertimento, al estilo musical de Chopin. Helo aquí corregido y disminuido.

Con el título de esta colaboración no me refiero a las peripecias del enredo político mexicano, ni a los sobresaltos de nuestros políticos, cogidos en prisas electorales, ni al temporal que ha tenido que capotear el sufrido pueblo mexicano en lo económico y en lo social, agravado en forma exponencial, por la crisis de hoy en día; no amable lector, es algo más sencillo; un pedazo de la historia que lanza amplia luz sobre nuestra esencia política, ilustración del nihil novi sub sole que, si no fuera por su forma y consecuencias trágicas, sería risible.  

LAS MAROMAS era el nombre de un rancho, “el más consentido” del General Emiliano Zapata, rancho en el que “tenía gran cantidad de cabezas de ganado” y, aunque usted no lo crea, también tenía presta nombre.  Tal rancho y tales cabezas estaban a nombre de Pablo Maldonado.

Además de Las Maromas, contaba con otros predios tales como los ranchos Paso de Ayala, él de Quelamula y de Santiopa, en Tlaltizapán, en Rancho Nuevo y en Huaxtla.  Aquí también aparecía como prestanombre nombre un tal Zúñiga.  A veces creo que no hay que remontarnos demasiado lejos, digamos a la historiografía clásica, para encontrar los paradigmas de la naturaleza humana. Ahí tiene Ud. las propiedades de un alto funcionario del régimen actual a nombre de otros. Aunque sean los hijos.

Unos años antes del final, el Alto Mando zapatista comenzó a sufrir divisiones internas. Zapata decidió, entonces, hacer una purga entre sus Generales, entre otros al Prof. Otilio E. Montaño a quien acusó de traidor y le formó consejo de guerra. Lo mismo sucedió a los Generales Francisco Pacheco y Lorenzo Vázquez. Montaño, que había sido de los que comenzaron el movimiento zapatista escribió en su testamento político que tales acciones del Gral. Zapata “eran para satisfacer venganzas mezquinas y ambiciones miserables”. Vaya usted a saber.

Zapata tuvo problemas desde el principio, primero con don F. I. Madero y después con don Venustiano Carranza.  El comienzo del fin de Zapata fue “el 1o. de mayo de 1917 cuando don Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, hizo entrega del poder a don Venustiano Carranza, Presidente Constitucional de la República”. (Forma verdaderamente ágil de traspasar el poder; verdadera simplificación administrativa sin necesidad de gastos excesivos ni largas y agotadoras campañas electorales ni de tantas mentiras y promesas imposibles. No tuvo que batallar como otros presidentes electos para recibir constancia de mayoría y tomar posesión. Nada menos que el mesmésimo Obregón fue el encargado de anunciar, y lo hizo ampulosamente,  el triunfo absoluto de don Venustiano sin necesidad de tumbar el sistema computacional, primero porque no había computadores y segundo porque eran hombres bragados y no hipócritas oportunistas.  Al que tumbó después don Álvaro, fue al propio don Venustiano. Y en fea forma).

Con don Venustiano presidente comienza el final de Zapata. Y se le ocurre a Zapata escribir, (bueno, él no) un manifiesto contra Carranza diciendo que con Carranza “había llegado una avalancha de desequilibrados y rapaces”. Y se acuñó el neologismo “carrancear”. Y don Venus no olvidaba las ofensas ni las “deslealtades”. A Villa le tomó especial tirria porque no le quiso rendir el ejército y la tomó contra los generales de la División del Norte. Cayeron Eugenio Aguirre Benavides, José Isabel Robles y Felipe Ángeles. Se le olvidó que él nunca quiso rendir su ejército ante el presidente Madero. ¿Qué le vamos a hacer? Cuando se llega al poder se olvidan ciertas cosas.

Dividido por las pugnas internas, era muy difícil que el zapatismo resistiese el embate del Ejército Carrancista.  Palafox acusó a Zapata “de restar buenos elementos a la causa, ordenando el asesinato de los Generales Félix Neri, Amador Salazar, Otilio E. Montaño y Vicente Rojas”.  Así las cosas, se llegó al fatídico 10 de abril de 1919 cuando montado en su “As de Oros”, que le había regalado el mismo traidor, Guajardo, llegó a San Juan de Chinameca donde fue vil y cobardemente asesinado.  Peor que al Tunco Maclovio. Quien quiera ver la forma cruel, sanguinaria y repulsiva de este crimen puede leer el relato de Don Alfonso Taracena. Vasconcelos reprobó totalmente dicho asesinato y con humor negro afirma: “lo que debió haberse hecho con Zapata es haberlo tomado preso, haberlo metido a la cárcel y enseñado a leer para que se diera cuenta de todas las barbaridades que hizo”. Carranza fue implacable con sus enemigos. El mismo V. tuvo que poner tierra de por medio.

Carranza pagó de la misma manera su felonía cuando él mismo fue asesinado por la escolta que debía protegerlo.  Don Venustiano en su precipitada huida hacia Veracruz, camino común de los presidentes en desgracia, hubo de pernoctar en Tlaxcalantongo y ahí fue su fin. D. Luis Cabera se salvó de milagro; esa noche iba a dormir en la misma cabaña de Carranza. A última hora cambió de parecer y se mudó de dormitorio alegando que don Venus tenía un sueño muy inquieto y mala digestión. Don Venustiano fue rociado de plomo y cayó bajo la antigua ley: “al que hierro mata, a hierro muere”. Y don Venus debía muchas. Las autoridades correspondientes dijeron que se actuaría conforme a la ley y se investigaría a fondo, caiga quien caiga, y que se aplicaría todo el peso de la ley a los culpables.  No sé si usted ha escuchado estas frases alguna vez. (Bueno, algunas veces hay que dejar pasar, dejar hacer: primero se aplana la curva del virus ese que la curva de la violencia; ésta se supera a sí misma cada día. Pero la policía “no ha caído en provocaciones”, dijo la jefa de CDM. Hay que cuidar el futuro electoral).

El Caudillo Suriano sigue siendo un símbolo de lo imposible, un símbolo que, incluso en el extranjero era celebrado, por su figura de macho mexicano.  Ahora ya no tanto. Y lo escrito nos invita a considerar la historia en serio.  Una cosa es hacer de los personajes símbolos y otra cosa es la realidad histórica en la que ellos se movieron y se envolvieron.  Zapata no fue un dechado de virtudes; rodeado como estuvo, de personas que sabían leer y escribir, aprovecharon su “carisma”, para desarrollar una teoría agraria bajo el símbolo de Zapata.  Así comenzó a ser leyenda.  La política agraria del zapatismo pretendía dotar de tierra al que no la tuviera y para ello había que expropiar.  Carranza pretendió quitarle la bandera con la famosa “Ley del 6 de Enero”, ideada por D. Luis Cabrera, que prohibía las enajenaciones de tierra, aguas y montes, retroactiva hasta el primero de Septiembre de 1876. Nada más. Hoy Zapata podría abanderar a los campesinos mexicanos que se oponen a que se les quite el agua que el cielo les da para pagar no sé qué deudas contraídas no sé por quién. Abundan causas qué abanderar en un país tan desnivelado y tan mal planeado, si es que tiene un plan propio y a largo plazo.

Los hombres que van haciendo la historia tienen que vivir momentos de confusión en los que les es imposible contemplar el panorama en su totalidad.  Carranza y Zapata son dos símbolos totalmente opuestos, el Plan de Guadalupe o la Ley del 6 de Enero y el Plan de Ayala eran irreconciliables como sus creadores. Además, Carranza veía complots por todos lados lo que lo convirtió en un ‘caballo de pica’ (F. Mares).

El discurso oficial contemporáneo hace tabula rasa de la realidad histórica para explotar el símbolo, por eso no es de extrañar que los campesinos, en los que pensó el zapatismo, hayan sido golpeados por los granaderos cuando intentaban hacer oír su voz y sigan abandonados a su infortunio.  El estrepitoso fracaso agrario en México es la tumba del zapatismo y sus ideales, como lo es del cardenismo. Sí, también con la historia se hace política y de la más peligrosa, decía Vasconcelos.  Y nosotros podemos decir, peor aún, que se hace demagogia con la historia.  Pocas veces el historiador puede sustraerse a los intereses de partido o de regímenes. Querer hacer política con la historia, desconociéndola o tergiversándola, o siendo un aficionado, es un intento vano de apoderarse del futuro, es construir en el aire y exponerse, entonces, a cometer los mismos errores. (Lo entrecomillado pertenece a la obra de Alfonso Taracena, “La mejor historia posible de la Revolución Mexicana”).