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Presentación.

Alguien, no sé quién, me obsequió un libro titulado “Caminar con el Resucitado. Homilías de un Pontificado”, (Editrice Vaticana. Ediciones Cristiandad. 2016). Se trata de una antología de homilías sobre los tiempos y fiestas litúrgicas que jalonan el Año Litúrgico. También contiene homilías sobre las fiestas de los santos y la Virgen.  Pablo Cervera, editor de la obra, dice con razón que «en el arte de la homilía, indudablemente, B.XVI ha sido un extraordinario modelo». Comparto contigo el prólogo de esta obra. Pero antes quiero expresar algunas ideas al respecto.

 

I.

Siempre he pensado que el papa Benedicto es, no solo el gran intelectual, el gran teólogo del siglo XX, una de las mentes más poderosas de nuestro tiempo, sino también un gran homileta. Como botón de muestra podemos leer la homilía para la misa exequial de JP. II. Atribuyo esta cualidad a su contacto con los Santos Padres, sobre todo, con Agustín, sobre quien realizó su tesis doctoral. Gran conocedor, igualmente, de la teología medieval debido a que su tesis de habilitación fue sobre San Buenaventura.  Amén de una vida espiritual acendrada, contemplativa, su basta producción literaria le convierte en uno de los grandes conocedores del cristianismo lo que hace posible, y aquí reside su arte, de unir el dogma y la homilía y radicarla en el presente. Aquí reside el secreto de la homilética de los SS. Padres. ¿Qué es una homilía sin el sustento del dogma? Palabrería solo.

Cantidad de “obras menores”, es decir, pequeños libros, nos revelan esa extraña habilidad para unir las grandes verdades del cristianismo a un arte descriptivo y a una estupenda narrativa; su intención es el acercamiento del dogma cristiano a los fieles.   En el fondo, que el hombre moderno descubra de nuevo la fascinación, la hermosura, el poder de sugestión, la respuesta a los problemas humanos más profundos, a la manera como lo descubrió la civilización grecorromana, el humus donde el cristianismo arraigó.

No hablamos de sus catequesis, sino de su homilética. Hay pequeñas obras que coleccionan sus homilías de joven sacerdote, de maestro universitario, de arzobispo igual que sus homilías como pontífice. Muchas de estas homilías estén dedicadas a la Virgen y a los Santos.  En efecto, J. Ratzinger, en las distintas fases de su vida, ha aprovechado las ocasiones más diversas para dar brillo en su predicación a las figuras de los Santos. Esto revela que los conoce, que sabe su significado para la iglesia, y sabe situarlos en su “sitz im Leben”, es decir, en su circunstancia concreta y, así, en su significación permanente.

Al hacerlo, se ha movido por el firme convencimiento de que precisamente los Santos son exegetas incomparables del evangelio, y que por ello nos ayudan a descubrir de forma renovada los tesoros allí escondidos. «Todos ellos, ha dicho, son una viva interpretación de Jesucristo, al que concretan en sí mismos». Si nos introducimos a fondo en la vida de los Santos para entender el alimento de que se han nutrido, y el origen de la fuerza que los ha convertido en hombres y mujeres nuevos y les ha permitido realizar grandes obras por el reino de Dios, recibiremos inspiraciones y estímulos de una ubérrima fuente para nuestra vida.

Son ellos quienes ofrecen testimonio de la viva presencia de Jesucristo y de la acción constantemente renovada del Espíritu Santo en el seno de la iglesia. De aquí que J. Ratzinger haya podido afirmar que son también, acompañados por el arte cristiano, los genuinos apologetas de la iglesia. «Solo cuando redescubramos a los Santos podremos, igualmente, reencontrarnos con la iglesia». En esta serie de homilías, la Reina de los Santos, ocupa un lugar privilegiado. Sus homilías sobre la Virgen son una delicia. Es de notar cómo dedicó buen tiempo de su breve pontificado para hablar de los Santos en sus catequesis de los miércoles. Yo guardo esa colección tomada directamente de Zenit.

De la misma manera, Ratzinger, primero, y B.XVI después, se ocupó de la naturaleza o teología de los tiempos litúrgicos. Una de sus obras famosas es precisamente “El Espíritu de la Liturgia” con la que recuera la obra homónima de Romano Guardini, (¡1918!). En este rubro, sus catequesis de los miércoles y domingos constituyen un dossier de incalculable valor.

A las puertas del Concilio y después de él, cuando la Palabra recuperó todo su valor, cuando se entendió que la nuestra es la religión de la Palabra, del Logos, surgieron muchas obras en torno a la homilética.  Unos años antes, el joven teólogo J. Ratzinger escribió, verdadera intuición teológica, una obra titulada: “Dogma und Verkündigung”, (1973)  traducida al español como “Palabra en la Iglesia”. (1976), curiosamente dedicada a “Hans Urs von Balthazar, con respeto y agradecimiento”. “El camino que lleva del dogma a la predicación, dice Ratzinger, se nos ha hecho muy penoso. Nos hemos quedado sin unos esquemas mentales e intuitivos capaces de transmitir a la vida diaria el contenido del dogma; y por eso el que ha de predicar se ve abrumado cuando tiene que recorrer él solo el camino que va de la formulación del dogma a su núcleo esencial, y luego, reformular éste nuevamente en un lenguaje actual”. Y es que, si en la predicación el dogma no aparece, ciertamente no es una predicación cristiana. Entonces en cualquier secta podemos oír las mismas palabras promocionales, a la manera de terapias de grupos, fáciles consuelos y promesas de esperanzas borrosas.

B.XVI lo ha logrado esa meta porque ha hecho realidad en su vida laa máxima de por nuestro Padre Agustín: «sit orator antequam dictor»; una posible traducción sería: “ser hombres de oración antes que predicadores” o también: “antes de predicar, debemos ser hombres de oración”. Sin oración es imposible predicar. La bibliografía al respecto es muy extensa y no tiene caso reportarla aquí.

 

II

CAMINAR CON EL RESUCITADO.

“Las homilías de Benedicto XVI: un modelo para la Iglesia», sostenía un vaticanista en un ya lejano 2009: una referencia para predicadores en toda la Iglesia[1].  Cada año va de Adviento a Adviento y constituye un gran relato sacramental de toda litúrgico la historia de la salvación: de misa a misa, la liturgia hace cumplir lo que promete. «El protagonista de la narración, Jesús – seguía diciendo -, no es simplemente recordado, sino que está presente y actúa». Las homilías son la clave de comprensión de todo este misterio: quién es Él y qué hace hoy, «según las Escrituras».

Es lo que hizo el papa Ratzinger, un extraordinario homileta.  «La homilía – ha escrito el papa Francisco en Evangelii gaudium – puede ser una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento» (n.135). Las homilías se convirtieron así en un signo distintivo del pontificado de Benedicto XVI: «Son signo distintivo del pontificado de Benedicto XVI: «Son en buena medida –sostenía Magister – de su puño y letra, por partes las improvisa, son lo que más genuino sale de su mente». El papa alemán recomendaba así la vieja práctica de los buenos párrocos, quienes empezaban el lunes a preparar la homilía del siguiente domingo, e iban pensándola y «rumiándola» durante toda la semana.

Un año y un mes después, el citado periodista volvía a la carga con el siguiente titular: «Benedicto XVI, hombre del año. Por sus homilías»[2] . «Son el eje de su magisterio ordinario – añadía -. Narran la aventura de Dios en la historia del mundo. Levantan el velo a ‘las cosas de arriba». Son homilías luminosas que nos hacen entrever el misterio insondable de Dios. En la exhortación apostólica  postsinodal Verbum Domini sobre la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, en el párrafo 59, Benedicto XVI había hablado del cuidado de la homilía, pues esta constituye el principal – si no el único – acto de comunicación de la novedad cristiana escuchado por millones de cristianos cada domingo en el mundo, que a su vez  están «bombardeados» por informaciones que no siempre son cristianas.

«La homilía – decía allí – constituye una actualización del mensaje bíblico, de modo que se lleve a los fieles a descubrir la presencia y la eficacia de la Palabra de Dios en el hoy de la propia vida. Debe apuntar a la comprensión del misterio que se celebra, invitar a la misión, disponiendo la asamblea a la profesión de fe, a la oración universal y a la liturgia eucarística». Por eso quienes tienen concedida esta misión «han de tomarse muy en serio esta tarea». Y ofrece orientaciones más concretas: «Han de evitarse homilías genéricas y abstractas, que oculten la sencillez de la Palabra de Dios, así como inútiles divagaciones que corren el riesgo de atraer la atención más sobre el predicador que sobre el corazón del mensaje evangélico».

Debe quedar claro, por tanto, a los fieles que lo que interesa al predicador es «mostrar a Cristo», que tiene que ser «el centro de toda homilía». «El predicador tiene que «ser primero en dejarse interpelar por la Palabra de Dios que anuncia», porque, como dice san Agustín: «Pierde tiempo predicando exteriormente la Palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior» (Sermo 179,1:PL 38,966). Cuídese con especial atención la homilía dominical y la de las solemnidades; pero no se deje de ofrecer también, cuando sea posible, breves reflexiones apropiadas a la situación durante la semana en las misas cum populo,  para ayudar a los fieles a acoger y hacer fructífera la Palabra escuchada».

Allí es donde encuentran a Dios: «La homilía es –añadía el papa Francisco en esta línea – un retomar ese diálogo que ya ha entablado el Señor con su pueblo». (n.137). De hecho, es parte de la acción litúrgica, más aún, son ellas mismas liturgia, de aquella «liturgia cósmica» que Ratzinger estableció como la «meta última», «cuando el mundo en su conjunto se hará liturgia de Dios, adoración, y entonces estará sano y salvo». La celebración en este mundo nos pone en directa conexión con la liturgia celestial, como ilustraban las glorias pintadas en los techos de las iglesias barrocas. Hay mucho de los predicadores san Ambrosio, san Agustín o san León Magno…en esta visión de Ratzinger de entrever el cielo en la tierra, lo eterno en lo temporal.

El mismo teólogo Ratzinger evocaba en su volumen de memorias sus recuerdos de infancia en los que nació su amor a la liturgia: «El año litúrgico imprimía su ritmo al tiempo y lo percibí ya desde niño – es más, precisamente por ser niño – con gran alegría y agradecimiento. En el tiempo de adviento, por la mañana temprana, se celebraban con gran solemnidad las misas Rorate en la iglesia aún a oscuras, tan solo iluminada a la luz de las velas. La espera gozosa de navidad daba un sello muy especial a aquellos días melancólicos». Y continuaba así: «Los jueves de cuaresma se organizaban unos momentos de adoración llamados «del Huerto de los Olivos”, con una serenidad y una fe que siempre me conmovían profundamente. Particularmente impresionante era la celebración de la resurrección, la tarde del Sábado Santo […] Apenas el párroco cantaba el versículo que anunciaba «¡Cristo ha resucitado!», se abrían de repente las cortinas de las ventanas y una luz radiante irrumpía en toda la iglesia: era la representación más importante de la resurrección de Cristo que jamás he presenciado»[3].

«El año litúrgico es un gran camino de fe», escribió en una de sus breves meditaciones dominicales construidas como pequeñas homilías sobre el Evangelio del día. Ángel María Navarro, profesor en la Facultad de Teología del norte de España, lo llama «el papa teólogo/liturgo», pues «Benedicto XVI explicita este horizonte de comprensión: que la importancia única del hecho litúrgico cristiano, centrado en la Eucaristía, deriva del “primado de Dios” y se comprende únicamente desde “la primacía del tema de Dios”»[4]. Esta primacía de Dios y de la necesidad de la adoración estructura el sentido de las homilías benedictinas.

Por su parte, los italianos Paolo Sartor y Simona Borello realizaban un detenido análisis lingüístico de las homilías del pontificado en 2013, en las que veían unidos logos, pathos y ethos:  razón, corazón y llamad a la acción, unidos inesperadamente[5] . Situaban así la predicación del papa emérito entre una teología elaborada a partir de la Escritura y la lectio divina que se predica desde el púlpito o el ambón: teología y praxis íntimamente unidas también. Así, los estudiosos italianos destacan cómo la luz es un símbolo que aparece en más de doscientas homilías; es lo que busca el predicador: dar luz a la inteligencia para mover los corazones. De hecho, califica la fe como lumen fidei, tal como aparece en la encíclica legada después a su sucesor.

Logos, ethos, pathos: en esta trabazón se encuentra el núcleo generador que mueve las homilías de Benedicto XVI. La Escritura y la liturgia, Padres de la Iglesia y autores actuales, ideas e imágenes alimentan estas prédicas. Como «mistagogo autorizado» explica lo que ocurre en la celebración litúrgica, poniéndola en directa relación con el resto de la fe. Acude así a imágenes contemporáneas, como la Eucaristía vista como «fisión nuclear» que transforma al cristiano, o la oración entendida como «motor del mundo». Así, tras un análisis detenido, los lingüistas italianos concluyen con las siguientes palabras: «Ha trabajado en la viña del Señor, con la sencillez de ser consciente de la necesidad de anunciar todavía hoy el Evangelio, y con la humildad de dejar que el Espíritu Santo guíe sus palabras y acciones»[6].

Seguir el año litúrgico es «como caminar por el camino de Emaús, en compañía del Resucitado que enciende los corazones al explicar las Escrituras», ilustraba de nuevo Magister. De Moisés y los profetas a Jesús, las Escrituras son historia y, en ellas, el caminar divino se hace historia y tiempo. El año litúrgico lo recorre todo el misterio de la vida de Cristo, haciendo de la Pascua su propia cumbre: Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma, Domingo de Resurrección, Ascensión, Pentecostés…hasta la segunda venida de Cristo al final de los tiempos. Lo que hace de la liturgia cristiana es algo único, y el papa emérito no deja de predicarlo, incluso ahora en su retiro en la Domus Ecclesiae, en los Jardines vaticanos.

En cada misa sucede lo que Jesús anunció en la sinagoga de Nazaret después de envolver el rollo del profeta Isaías: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que vosotros habéis escuchado» (Lc. 4,21). Son estas homilías breves pero intensas, como lo es el pensamiento de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI. «Si la homilía se prolongara demasiado – recomienda el papa actual -, afectaría a dos características de la celebración litúrgica: la armonía entre las partes y el ritmo»(n.138): demoraría excesivamente un ritmo que ha de ser ágil y solemne a la vez, y crearía claras desproporciones entre lo importante que es ejecutado con rapidez y las palabras humanas que se amontonan y prolongan interminablemente. «Aunque a veces la homilía resulte aburrida – apostilla el papa Francisco, para alivio de predicadores – si está presente este espíritu materno-eclesial, siempre será fecunda» (n.140).

La Iglesia – nacida del agua y alimentada con el Pan – habla y enseña a sus hijos. Hay una imagen utilizada con frecuencia en las homilías de Benedicto XVI: «Uno de los soldados con la lanza le hirió en el costado, y de inmediato brotó de allí sangre y agua» (Jn. 19,34): la sangre y el agua, la Eucaristía y el Bautismo, la Iglesia que nace del costado abierto del Crucificado. Junto a las inspiradas y escogidas palabras, el recurso a las imágenes es otro de los distintivos de las homilías de Benedicto XVI.  En la catedral de Westminster, el 18 de septiembre de 2010, hizo que todos elevaran la mirada al gran crucifijo que dominaba la nave, al Cristo «aplastado por el sufrimiento, subyugado por el dolor, víctima inocente cuya muerte nos ha reconciliado con el Padre y nos ha donado el participar de la vida misma de Dios».

De su sangre preciosa, de la Eucaristía, la Iglesia obtiene la vida. Y el papa alemán añadía citando a Pascal: «En la vida de la Iglesia, en sus pruebas y tribulaciones, Cristo sigue en agonía hasta el fin del mundo». En la prédica litúrgica de Benedicto XVI las imágenes – bíblicas o artísticas – tienen una constante función mistagógica: guiar al conocimiento del misterio. A lo largo de todo el año litúrgico, añade Navarro Lecanda, buscaba «hablar de Dios y de ese permanente venir al hombre, haciendo suya la invitación dirigida a toda la Iglesia por la primera antífona de las primeras vísperas del primer domingo de Adviento: “Anunciad a los pueblos y decidles: mirad, viene Dios, nuestro Salvador”»[7].

«En la homilía, la verdad va de la mano de la belleza y del bien – recuerda de nuevo el papa Francisco -. No se trata de verdades abstractas o de fríos silogismos, porque se comunica también la belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular la práctica del bien» (n.142). Las ideas teológicas, forjadas a lo largo de los años de docencia universitaria y de pastoreo del pueblo de Dios, se condensan, encarnan y materializan en palabras e imágenes en las predicaciones del papa alemán. «En el arte de la homilía – apostilla el editor Pablo Cervera -, indudablemente, Benedicto XVI ha sido un extraordinario modelo»[8].

En el presente volumen se recogen unos textos escogidos de su pontificado, en los que el papa emérito nos guía y nos explica – con claridad de profesor – el recorrido a lo largo del año litúrgico. Tras los llamados «tiempos fuertes» (Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua), añadimos también unas homilías pronunciadas en fiestas especiales: la Santísima Trinidad, el Corpus Christi y el Sagrado Corazón de Jesús, los santos apóstoles Pedro y Pablo, la Asunción, la Inmaculada Concepción y Todos los Santos, para acabar con la última festividad del tiempo ordinario: Cristo Rey[9]. Valgan pues esta selección y estas páginas como homenaje al papa emérito Benedicto XVI, un teólogo-predicador que pronto cumplirá, Dios mediante, sus fecundos noventa años. Nuestro agradecimiento se dirige también a Juan Kindelán, de Ediciones Cristiandad, y Gian Maria Vian, director del Osservatore Romano, a quienes se debe la iniciativa de este sencillo libro. Aquí tan solo podemos ofrecer una pequeña muestra de todo un tesoro homilético que tal vez hará historia.

 

 

 

 

 

[1] Sandro Magister en L´Espresso, «Las homilías de Benedicto XVi: un modelo  para la iglesia», 27 de noviembre de 2009

[2] S. Magister en L´Espresso, «Las homilías de Benedicto XVI: un modelo para la iglesia»,27 de noviembre de 2009

[3] Mi vida. Recuerdos 1927-1977, Encuentro, Madrid 1997,32

[4] A.M. Navarro Lecanda, Tiempo para Dios. La teología del año litúrgico de Benedicto XVI (2005-2008), ESET, Vitoria-Gazteiz 2009, 7.19.51.

[5] P. Sartor-S.Borello, «Benedetto XVI omileta: logos, pathos, ethos», La Scuola Cattolica 141 (2013) 623-647.

[6] Ibid., 647

[7] Tiempo para Dios. La teología del año litúrgico de Benedicto XVI (2005-2008), 29

[8] «Introducción», en El año litúrgico predicado por Benedicto XVI. Ciclo C, BAC, Madrid 2015.

[9] Para esta selección me ha resultado de gran utilidad el blog realizado pacientemente por Miguel Ángel Correas titulado La fe explicada por Benedicto XI: http://arraigadosyedificados.blogspotcom.es/[consulta>20.5.2016].