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Is 35,4-7; Sal 145; Sant 2,1-5; Mc 7,31-37

 

¡Qué bien lo hace todo!

 

Is 35,4-7 – Dios que viene a nuestro encuentro Isaías con algunos ejemplos simbólicos extraordinariamente vivaces ilustra los efectos de la presencia de Dios entre los hombres: la primavera reflorece, la curación se anuncia, se recobra el aliento; un pueblo encuentra de nuevo su libertad; los exiliados regresan a la patria; el hombre encuentra a los hermanos lejanos; los ojos de los ciegos se abren, y el sordo puede oír y al mudo se le suelta la traba de su lengua para poder gritar de alegría. Todo esto Jesús lo ha hecho revelándonos así al Padre; y sus fieles reunidos en la iglesia tienen la misma misión.

 

Sal 145 – El salmo se presenta como himno: junto al efecto basico de la alabanza, se abre paso la confianza del salmista, como experiencia propia y como invitación a otros. La confianza se funda en los predicados hímnicos del Señor: ¡aleluya! Alaba alma mía al Señor. (v.1). Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob (v. 5). El señor reina eternamente (v.10).

 

La misericordia de Dios se fue revelando en el AT, preparando la gran revelación de la misericordia divina en Cristo. Esa misericordia que el salmo canta alcanza su plenitud en la acción y en la revelación de Jesús. En la sinagoga de Nazaret leyó un día Cristo un pasaje de Isaías que expone el mismo tema de nuestro salmo y comentó: «Hoy se ha cumplido esta escritura que acaban de oír» (Lc. 4,21).

 

Sant 2,1-5 – La iglesia de los pobres – Santiago denuncia en esta lectura el escándalo de una comunidad cristiana que tiene muy en cuenta las posiciones sociales en completa oposición al ejemplo y enseñanza de Cristo. La iglesia de los ricos se ocupa de los pobres, cierto, pero con el fin de exhibir su superioridad; y aunque se les ayudase, si permanece iglesia de los ricos, no puede amarlos de  verdad. No se trata de dar, y menos de lo que nos sobra. La exigencia es darse totalmente uno mismo. Dar hasta que duela, decía Madre Teresa de Calcuta. Para amar a los pobres la iglesia debe convertirse en la iglesia de ellos, imitando también en esto a su Fundador que de Señor se ha hecho esclavo y de dueño del universo ha elegido la pobreza total. «Siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» ( )

 

Mc 7,31-37 – El sordo y los sordos – Jesús se retiró a la región pagana de Tiro porque los fariseos, sordos al evangelio, le impedían hablar. En este contexto se desarrolla el milagro del sordo que tiene, por lo tanto, un valor de símbolo contra los “sordos voluntarios”, los fariseos: No hay peor sordo que el que no quiere oír. Sus discípulos también se muestran sordos, incapaces de oír la palabra de Jesús y comprenderla. La multitud reconoce en este gesto de Jesús las palabras de Isaías (29, 18-23), que predicaba la curación de la sordera como una apertura a la palabra de Dios. He aquí el misterio de tal palabra: como signo de contradicción cierra los oídos; como mensaje de liberación, suelta y mueve la lengua para el testimonio y la alabanza.

 

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Los milagros de Jesús pueden ser considerados en dos tiempos: el primero es el hecho en sí, “lo que sucedió realmente”, y el segundo, es la interpretación o lectura que la comunidad primitiva hacía del acontecimiento.

 

Es un hecho que los milagros de Jesús tienen el carácter de «signo», es decir, de una señal. Son la prueba, de que Dios ha cumplido su palabra. En el salmo leemos “el Señor siempre es fiel a su Palabra” y por ello hace justicia al oprimido, da pan a los hambrientos, libera a los cautivos, abre los ojos a los ciegos, alivia al abatido, socorre al forastero, sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna los planes del malvado”. Tales escenarios son frecuentes en los oráculos de salvación, no dejan de ser indicaciones metafóricas del reino futuro; ese futuro, cuando Dios salvará a su pueblo, es presentado mediante imágenes de suprema bonanza y de poética belleza. Jesús con sus hechos, (milagros y gestos) y dichos, revela el cumplimiento del amor fiel de Dios que socorre  a los abatidos e indefensos.

 

Cuando los enviados del Bautista preguntan a Jesús si era él el que había de venir o había que esperar a otro, Jesús responde: “vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo: ciegos que recobran la vista, cojos que caminan, leprosos que quedan limpios, sordos que oyen, muertos que resucitan, pobres que reciben la buena noticia” (cf. Mt 11,2-5). Las Bienaventuranzas son el compendio de ese espíritu. Puede verse, también, el pasaje programático de Lc. 4,14-21.

 

La I Lectura y el Salmo, reflejan, pues, la esperanza que los abatidos ponen en Dios y confirman la fidelidad de Dios que se hace cargo de su suerte. Y Santiago nos dice que Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos herederos del Reino por lo que no debe haber acepción de personas. Ahí tenemos la pista de lectura del fragmento evangélico de nuestro domingo; los milagros de Jesús prueban que él es “el que tenía de venir”; en él se hacen realidad las promesas, los oráculos de salvación que leemos en los profetas y en los salmos. De tal manera, pues, que los milagros de Jesús, que tuvieron una realidad histórica concreta, son leídos no como mera crónica, a la manera de un reportaje, sino que son interpretados como signos que revelan “el sí de Dios”, “el cumplimiento de las Escrituras”. San Pablo dice que Cristo es el sí de Dios, que en él se han cumplido todas las promesas (cf. 2 Cor 1,19-20). Sus milagros, sobre todo su resurrección, son la prueba del cumplimiento, de la plenitud del tiempo que ya ha llegado.

 

Nuestra predicación, pues, debe tener presente el significado simbólico del relato, más allá del evento que pone al descubierto la misericordia del Hijo de Dios ante el sufrimiento humano. Ha de quedar claro que Jesús no es el “seguro popular”. El gesto de Jesús que cura al sordomudo revela, sí, su misericordia y su acercamiento al dolor humano, pero el hecho va más allá. Teniendo como trasfondo la dificultad de los discípulos tan patente en Mc. para comprender la doctrina de Jesús, el sentido de la recuperación del oído y del habla   de aquel hombre en tierra pagana aparece a plena luz ante los discípulos que experimentan una dificultad especial para comprender el mensaje, en contraste, Dios hace posible que los paganos oigan y hablen, es decir, que crean en el mensaje y alaben a Dios. Y esto vale, igual, para los enemigos de Jesús que se oponían frontalmente a su mensaje. Se es un sordomudo cuando no se cree en Jesús y, por lo tanto, ni se proclama la misericordia de Dios ni se alaba su bondad que cambia nuestra suerte como la lluvia cambia la suerte del desierto.

 

El relato forma parte de la predicación de la Iglesia misionera del siglo I, (y de siempre): Jesús no solo abre los sentidos en general para acoger y transmitir a otros el evangelio, sino que a través del milagro, pone de manifiesto también dónde todo esto tendrá lugar de manera privilegiada: los paganos son los oyentes privilegiados de la Palabra, ellos hacen una confesión de fe elocuente. Los discípulos después de la pascua, deberán acordarse de su incomprensión. Pero también a ellos, después de la resurrección del Señor, les han sido abiertos los oídos y la boca, es decir, ellos han comprendido el mensaje y lo han proclamado. El redactor del relato que hoy leemos, ha querido poner a disposición material catequístico para la misión entre los paganos.

 

Nosotros estamos en misión; tal vez tengamos que enfrentarnos también a un mundo que está sordo y mudo, que ni oye el mensaje ni lo proclama ni alaba a Dios. Nosotros, todos, como iglesia, debemos ver en este pasaje un llamado a la esperanza y pedir a Dios que él mueva los corazones, abra los oídos, suelte la traba de la lengua para que todos acojamos, entendamos y proclamemos el mensaje. Después de todo, los primeros que han de oír el mensaje y glorificar a Dios, son los discípulos. El triunfo de la causa del Evangelio es posible sólo si Dios hace el milagro de curar a un mundo de sordomudos, del cual formamos parte, también nosotros. Debemos tenerlo presente. El valor catequístico del relato de este domingo, es también para nuestra Iglesia, hoy y aquí.

 

«efftá»

No en balde la iglesia ha conservado esta acción de Jesús en el rito bautismal. En el bautismo, los sentidos del hombre son abiertos y, respectivamente, liberados para el evangelio. La liberación de la fuerza demoníaca del pecado se muestra en la escucha de la Palabra y en la profesión de fe. Así el evangelio, como ofrecimiento y exigencia, toma un significado antropológico único, es decir, nuestros sentidos, todos, nuestra interioridad, son liberados de los poderes malignos que los atan y se hacen capaces de acoger el evangelio. En el encuentro con la Palabra de Dios, el hombre llega a ser plenamente libre. Aquí se inscribe “la renuncia” al pecado en el rito bautismal. Todo esto está detrás del relato que leemos hoy. Un hecho “histórico” de Jesús, que no es solamente una crónica, una noticia, un reportaje, sino una enseñanza y una inspiración para la acción misionera de la iglesia de todos los tiempos.

 

El relato, aludiendo a los oráculos de salvación de los profetas, pone de manifiesto la exigencia mesiánica de Jesús. En Mt Jesús dice a sus detractores: “si yo expulso los demonios con el espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (Mt 12,28); de tal manera, pues, que el relato tiene necesariamente un carácter cristológico. La salvación ahora ha llegado en la modalidad de los signos; el cumplimiento del fin de los tiempos, la escatología de la historia, se hacen tangibles. Es importante entender el milagro de Jesús como símbolo real para este «ya, pero todavía no» de la escatología cristiana.

 

Como Dios, al terminar la creación, Jesús ha hecho bien todas las cosas!

 

UN MINUTO CON EL EVANGELIO

Marko I. Rupnik.

 

En un territorio poblado por paganos, llevan a un sordomudo ante Jesús pidiéndole que lo cure. La sordera en el A.T. es una imagen de la resistencia del pueblo elegido a la palabra de Dios. El primer mandamiento es: Escucha, Israel! Y mi pueblo no quiso escuchar, dice el salmo. El hecho que este hombre tartamudeara, o mejor, no hablara, indica también un aislamiento de la comunicación. En efecto, Cristo combatió duramente contra la mentalidad cerrada, contra una religión formalista y un mesianismo nacionalista.

 

Después de la curación de una extrajera sirio-fenicia, Cristo realiza  este milagro en pleno territorio pagano, revelando que su venida exige una apertura universal, ilimitada, porque se trata de una salvación total y absoluta. Effeta, es decir, ábrete, es la palabra que cura, nos libera el oído para que acojamos la palabra  que Dios nos dice y nos suelta la lengua para comunicar  a Dios nuestra respuesta a la salvación, dando, así, testimonio ante los demás del milagro de que salvar la propia vida significa precisamente abrirla al amor.