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Nos reunimos esta noche, última del año viejo: somos un año más viejos y nos acercamos más y más al desenlace de la trama de nuestra vida. Estamos, sin embargo, en nuestro en nuestro pequeño y acogedor templecito que, tal vez, hacía mucho no visitábamos, y hemos venido a dar gracias a Dios. También es un momento de esperanza porque estamos a punto de iniciar un Año Nuevo más.

En esta noche y en este lugar importa más lo que cada uno piense y sienta en su corazón que lo yo pueda decir; tal vez no sepamos formular nuestros pensamientos, pero nuestro sentimiento religioso nos mueve a descubrir las huellas de la presencia de Dios en los acontecimientos, pequeños y grandes, que han ido tejiendo eso que llamamos vida nuestra. Y la pregunta, sencilla e inquietante, emerge en silencio de esta noche, ¿qué es el hombre? “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes,/ el hijo de Adán para que de él te ocupes?” (Sal. 8). La pregunta viene de lejos.

Puede que el mundo con su ruido y su prisa nos arrolle, que con su estridencia y agresividad no nos deje tiempo para nosotros mismos y para los nuestros. Vivimos tan aprisa, la vida moderna es tan exigente; ¿cómo zafarnos de una corriente tan poderosa que nos obliga a vivir en la periferia de nosotros mismos?

“!Y la muerte que aguarda/ con sus fúnebres ramos!” (R. Darío).  Sí; por otra parte, la vida nos carcome; esta habitación terrenal en la que habitamos se va desmoronando.  Hemos vivido tiempos terribles; ahora mismo, muchos amigos, familiares, conocidos nuestros están bajo el signo de la enfermedad, del dolor, de la incertidumbre. O han muerto ya. ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es el hombre? 

“Creía devorar el tiempo, pero el tiempo me devoraba a mí”, confiesa conmovido S. Agustín. Para muchos hermanos y amigos nuestros la figura de este mundo ha pasado y nosotros llegamos al final de un año y comenzamos otro con la sensación del sobreviviente de un naufragio. Somos seres amenazados, amenazados siempre por el tiempo y enfermos de nosotros mismos. De manera especial hoy vivimos bajo el signo de la incertidumbre, del miedo, de la alarma; ¿Será esa permanente falsa máxima alerta de la que habla Nietzsche? La reflexión sobre el hombre se impone, pues, como tarea al teólogo, al filósofo. Si no somos más este puñado efímero de nervios y ansiedad, ¿Qué sentido tiene todo eso que llamamos vida? Comamos y bebamos que mañana moriremos, frase atribuida a Epicuro. En realidad, Isaías la usa 750 años aC.; Pablo la retoma para decir que, si Cristo no resucitó, tampoco nosotros volveremos a la Vida; entonces, comamos y bebamos que mañana moriremos. Entonces …  

Martín Buber, en su obra “¿Qué es el hombre?”, ((Das Problem des Menschen, 1943)), tras recorrer la historia del pensamiento filosófico occidental concluye lo siguiente: “Hemos visto como en la historia del espíritu humano, el hombre vuelve de continuo verse en soledad, es decir, que se encuentra solo frente a un mundo que se ha hecho extraño e inquietante, y no puede salirle al paso, no puede enfrentarse realmente con las figuras mundanas del ser presente. Este hombre, tal como se nos presenta en Agustín, Pascal y Kierkegaard, busca una figura del ser no incardinada en el mundo, una figura divina del ser, con la que él, en su soledad, pueda entrar en relación; extiende sus brazos a través del mundo, en pos de esa figura. Pero también hemos visto que, de una época de soledad a otra, hay una trayectoria, es decir, que cada vez la soledad es más gélida, más rigurosa, y salvarse de ella, más difícil cada vez. Por fin, el hombre llega a una situación donde ya no le es posible extender, en su soledad, los brazos en busca de una figura divina”. Esta experiencia se haya en el fondo de la frase de Nietzsche: “Dios ha muerto”. A lo que parece no le queda al solitario más remedio que buscar el trato íntimo consigo mismo. 

Esta soledad la he visto hace unos días en el adolescente que llega a mí en busca de ayuda; “he abierto puertas que no puedo cerrar, me dice; practico el satanismo. Abandoné el curso de confirmaciones porque no soportaba estar en la Misa; algo muy horrible me ahogaba y enfurecía. Tengo miedo. He escrito sobre mi pecho con una navaja la palabra “odio”. Y, horrorizado, sin yo saber cómo, de pronto me encuentro en un rincón de mi cuarto con la navaja en la muñeca o en el pecho, al lado del corazón. Me siento muy solo”. Esa es la soledad del ser en el mundo. Hoy venimos de la gran tribulación y experimentamos más crudamente la soledad y el miedo.

En una conferencia pronunciada en 1975, titulada “La importancia del psicoanálisis para el futuro”, Fromm daba por superada la teoría freudiana, e inicia su propuesta de la psicología social, según la cual, el hombre es completamente manipulado por sobreestructuras que él desconoce o no quiere conocer, de las que no quiere darse cuenta y esto constituye la verdadera represión actual. “En la actual sociedad de consumo, la misma satisfacción sexual se convierte en organización manipulada de asueto, del mismo modo que hoy se manipula la entera organización del tiempo libre. Actualmente, el hombre cree que emplea su asueto como él quiere y que hace lo que él quiere, pero en realidad no ve que está determinado por numerosos influjos, que le dicen: Esto es bonito, vas a hacer esto, con esto te vas a sentir bien, compra esto, etc. Y la sexualidad está incluida. Con la general conducta consumista, también la sexualidad ha sido entregada al consumo. Actualmente, hay un consumo sexual, justo como hay un consumo de cigarrillos, de bebidas alcohólicas y de estupefacientes”. 

El hombre actual, además, experimenta con mayor agudeza su ruptura interior. Tiene conciencia de la libertad, pero en realidad no es manipulado. Tiene conciencia de la buena moral, pero en realidad se siente culpable en cien sentidos, solo que no lo sabe. Tiene conciencia de ser sincero, pero en realidad participa en el engaño general, en la mentira en todos los terrenos: en el terreno de las ideas, en el arte, en la literatura, en la vida cotidiana, en las relaciones humanas y religiosas y políticas…, pero conscientemente cree que es sincero. Una monumental incongruencia que se extiende y abarca todos los ámbitos de nuestra vida.

La verdad sobre el hombre se hace borrosa y la pregunta sobre la verdad se anula. El filósofo S. Pániker habla de “La era del hibridismo”; los híbridos son seres no definidos. Y hablar de hibridismo es hablar de identidades múltiples, pluralismo a la carta, mestizaje cultural”. 

La pregunta es sobre el hombre, subsiste, sin embargo; ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Y el filósofo deambula por este desierto poblado de aullidos, siempre en círculos que se cierran sobre si mismos.

Era yo un niño cuando a la sombra de un álamo ya entonces centenario, cobijados por un inmenso cielo azul, nos reunía la catequista para enseñarnos la doctrina cristiana. La segunda pregunta era: ¿Quién te creó? Y respondíamos a coro: “Dios me creó”. ¿Para qué te creó Dios?, era la siguiente pregunta; y respondíamos a coro: “Dios me creó para conocerlo, amarlo y servirlo en este mundo y gozarlo después en el cielo”. Los niños de mi pueblo teníamos ya en ciernes solucionado el problema del ser, del “ser para” y del “ser en”; sabíamos ya de donde veníamos, y hacia donde íbamos, y sobre todo, para que estábamos en este mundo. Sabíamos de un Tú infinito del que salimos y al que regresaremos. Sabíamos que ese Dios que nos creó es nuestro Padre. Y nosotros teníamos la experiencia familiar de la paternidad. Sabíamos, en experiencia, que el ser se define en el dialogo de un yo y un tú. El “Ich und Du” de Buber, ¿No es este el problema que atormenta al filósofo contemporáneo? “Podremos aproximarnos a la respuesta de la pregunta «¿qué es el hombre?» si aceptamos comprenderlo como el ser en cuyo “estar-dos-en reciproca-presencia” se realiza y se reconoce cada vez el encuentro del “uno” con el “otro””. Así concluye Buber su famosa obrita ¿Que es el hombre? Nosotros, en el catecismo infantil de mi pueblo, ya lo sabíamos. Mi yo está siempre referido al Tú, ese Tú es el buen Dios que amándonos hasta el extremo orienta a nuestra vida. 

Y, luego, la catequista nos leía el salmo 8: cuando el hombre contempla la obra maravillosa de la creación, – y nos señalaba el cielo de límpido azul -, se pregunta: ¿Qué es el hombre para que acuerdes de él,/ el hijo de Adán para que de él te ocupes? Y veía yo la línea azul, un azul diferente, de la cordillera pero que se fundía con el cielo. No conocía el: “Que maravillosas son tus obras, Señor”, del salmo 8. Y las veía mientras el río besaba los pies de la montaña. Y pensaba: Dios está allá, el azul y las nubes lo ocultan.

¿Qué es el hombre? Los niños del catecismo ya lo aprendíamos bajo el álamo añoso, sentados en sus raíces.  Con esa certeza, con la certeza de un “Tú”, con cuyo amor podemos contar siempre, iniciemos el año nuevo. ¡Feliz Año!