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Y el Estado.

El Estado necesita, como condición “sine qua non”, la familia. De hecho, debe ser el principal protector de la familia por propio interés. El hombre es, naturalmente polvo social. La nación es la unidad de estas comunidades naturales, (familia): las engloba todas, sin ser nunca la simple prolongación de una de ellas. En realidad, y este es un punto en el que, no solo no se ha pensado, sino que se ignora peligrosamente, los lazos entre la familia y la Nación se establecen por medio del patriotismo. La familia es, también la escuela del amor a la Patria. Es imposible comprender la Patria, (tierra de los padres), si en primer lugar no se relaciona con la familia. La pérdida del sentido de la familia, la ausencia de una metafísica de la familia, tiene que debilitar, obviamente,  a la familia, pero, de esta forma, debilita también a la Patria.

En efecto, es la realidad social la que mantiene un contacto con la cálida interioridad familiar: tal contacto se haya injertado en la familia. Representa el mediador necesario de la familia con la sociedad, con la Nación y con el Estado. Pasando  de la filosofía a la religión, hemos de decir “que el Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana”; la familia es por ello la célula primaria y vital de la sociedad.

La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. Sin la familia, – y qué poco pensamos en ello -, ni siquiera hay vida. La unión estable, sostenida por el amor, del hombre y la mujer, garantiza la vida. Pero no sólo se trata de una función biológica, sino de un amor que se realiza. Según una bella expresión de JP.II, “los hijos son la síntesis indivisible del amor de los padres”. Pero la transmisión de los valores humanos y cristianos es lo que justifica la transmisión de la vida. De no ser así, surge el fenómeno terrible de los niños huérfanos en todos los aspectos, los niños de la calle, los niños abusados, expuestos, solos, explotados, carne de cañón, pequeños seres resentidos que luego serán los verdugos de la sociedad misma.  Más tarde ellos pasarán la cuenta a la sociedad. Todo ello debilita la Patria. Por ello, debemos de pensar que en la familia nacen los ciudadanos, y ellos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma. De la Patria. Así la familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo una función social. ¿Pensarán las Legislaturas y los partidos, en ello?

Esta misión de la comunidad familiar ha sido valorada particularmente por Hegel. «El matrimonio y, esencialmente la monogamia, es uno de los principios absolutos en los que se basa la moralidad de una colectividad. Esta es la razón por la que la institución del matrimonio aparece como uno de los episodios de la fundación de los Estados por los héroes o los dioses». (Principios de la Filosofía del Derecho).  Y este era uno de los temas esenciales de sus “lecciones de filosofía de la historia”: «El Estado debe tener el mayor respeto por la piedad filial; gracias a ella cuenta entre los suyos con unos individuos morales en sí mismos y que aportan al Estado una base sólida, sabiendo sentirse unos en un conjunto». Y, me pregunto igualmente, si los jefes de los partidos y legisladores entenderán eso de “piedad filial”, o eso de “individuos morales en sí mismos”.  Aún cierta concepción de los derechos humanos parece ignorarlo. Creo que el Estado no puede olvidar lo dicho por Hegel sin comprometer seriamente su future.

Y la naturaleza “natural” del hombre.

La superficialidad es la norma. El error de la mayoría de los que opinan al respecto, incluso de algunos versados en el tema, radica en no remontarse a la ontología que fundamenta el ente familiar. Ante de preguntarse para qué sirve ha de preguntarse qué es. El ser es primero. Para que el género humano se continúe según el orden que «la naturaleza» nos revela, es decir, para que el género humano no solamente subsista, sino que también se desarrolle; para que los hombres progresen, les es preciso un medio por el que se transmitan las adquisiciones de las generaciones anteriores y las tradiciones morales que han acumulado. Ciertas concepciones al respecto, contrarias a este principio fundante, hacen tábula rasa de ello cuando prescinden de la historia del pensamiento y de la experiencia de la humanidad. Ocurre que el matrimonio y la familia no son propiamente “preguntas”, sino una «respuesta». Dicho de otro modo, a la cuestión de cuál debe ser la fórmula optima de comunicación sexual para la especie humana, ésta misma humanidad ha “respondido” intelectualmente y vitalmente de muy diversas maneras, sin embargo, “la respuesta matrimonial y familiar” ha sido la aceptación más amplia y constante a lo largo de la historia.

Asistimos a una gran intensidad en los más variados campos de la especulación y de la praxis en relación a la temática de la sexualidad humana y a la proposición y practica de alternativas matrimoniales y familiares: ¿en qué otra época ha habido la actual sobreabundancia de bibliografía de las diversas ciencias sobre alternativas familiares, propuestas de las grandes ideologías filosófico-políticas, literatura de ensayo y divulgación, políticas demográficas de los Estados y de los Organismos Internacionales, movimientos asociativos y reivindicativos en materia sexual, matrimonial y familiar, cambios legislativos del Derecho de familia del más diverso signo, sin descender al importante terreno de la realidad concreta donde coexisten las más heterogéneas conductas matrimoniales y fórmulas sexuales? En esta situación, el cine es desicivo.

Sin embargo, toda esa imponente e incomparable dedicación de energías en busca de una mejor fórmula familiar coincide en nuestra época con una degradación – no menos imponente e incomparable – de aquellos índices de calidad humana de la convivencia social más directamente relacionados con el acierto o fracaso de las estructuras familiares: por ejemplo, el descenso de la tasa de matrimonios contraídos y de la natalidad en ciertos países, de la explosión demográfica en otros, los incrementos de la contracepción,  del aborto clandestino y legalizado, de las rupturas matrimoniales de hecho y de derecho, de uniones simplemente consensuadas, de la cantidad de niños monoparentales, del número de niños abandonados y maltratados, del estrés y suicidio infantil y juvenil, de la tasa de psicopatías de los niños y los adolescentes de etiología familiar, de la delincuencia, drogadicción y alcoholismo  juveniles, del índice de delitos sexuales, de la tasa de envejecimiento de la población, de las soluciones extrafamiliares para la atención de la infancia o de la tercera edad, (desde cuneros hasta asilos geriátricos), del auge de la eutanasia, etc. En el matrimonio y en la familia se juega hoy la dimensión o el rescata de la naturaleza “natural”  de la persona humana y, desde allí, la humanización o deshumanización de la sociedad entera. Este es el reto. Es el riesgo, pero también la ocasión.

Pues bien, la raíz natural de la familia es el matrimonio y la raíz del matrimonio es la naturaleza personal del hombre (varón y mujer). La pérdida de la identidad del ser personal del hombre, (su masculinidad y feminidad), es la causa radical de la pérdida de identidad del matrimonio y ésta, a su vez, es la razón principal de la pérdida de identidad de la familia, como célula natural y básica de toda sociedad auténticamente humana.

Lo que está en juego, en el trasfondo de la crisis de la familia en el horizonte del s. XXI,  es la suplantación o el rescate de la naturaleza “natural” del hombre, la enajenación o la salvaguarda de su condición y dignidad de persona humana, única e irrepetible, libre y responsable de sus actos. Cual sea la naturaleza de la persona humana – varón y mujer -, tal la del matrimonio y tal de la familia. Cual sea la familia, tal la sociedad, tal el hombre. La claudicación o el reencuentro de la auténtica naturaleza de la persona humana son el ojo del huracán, la raíz de la crisis del matrimonio y la familia en el mundo contemporáneo, la causa nuclear del riesgo de una sociedad deshumanizada. Reconstruir el matrimonio y la familia – en consecuencia la entera sociedad -, a la luz de las exigencias de la dignidad personal del hombre: esta es la cuestión. La familia está orientada hacia el porvenir; prepara en cada generación la humanidad de mañana

Y la persona.

Tal vez hemos llegado al punto extremo de lo que Nietzsche llamaba proféticamente: “el hombre enfermo de sí mismo”. Esa saturación enfermiza se echa de ver también en el exceso de circulante sexual, y todo exceso de circulante provoca devaluación. Si hemos de hablar de la crisis del matrimonio debemos hablar de que, lo que está en crisis, más bien, es el hombre, enfermo de sí mismo. La raíz de la crisis familiar de nuestro tiempo es la pérdida por el hombre del sentido de su naturaleza de ser personal.

Desorientado acerca de las exigencias dimanantes de su condición de persona y, muchas veces, decepcionado ante el fracaso práctico de tantos modelos invocados por las ideologías, al hombre de hoy se le oscurece su comprensión de la realidad natural del matrimonio y de la familia. En las más heterogéneas parcelas de la sociedad y en las más diversas actitudes de la pareja humana surgen consecuencias de todo tipo que no son más que reflejos de la radical desorientación sobre el ser mismo de la persona. La interacción persona-familia-sociedad-familia-persona es tan profunda que la claudicación de la dignidad personal del hombre conduce hacia una sociedad no solo deshumanizada, sino también deshumanizante.

Del mismo modo, el reencuentro del hombre con las exigencias  naturales de su dignidad de persona es el camino certero hacia una sociedad personalizada y personalizante.  En el matrimonio y en la familia se juega hoy la dimisión o rescate de la naturaleza “natural” de la persona humana y, desde ahí, la deshumanización o la despersonalización de la entera sociedad. Éste es el reto. Es el riesgo, pero también la ocasión.

Desde esta óptica, lea usted el reporte de El País: “En pleno día de San Valentín Ellen Page dio la noticia y confirmó su homosexualidad. Lo hizo a la americana, con un speech estructurado digno de un político y una gran audiencia expectante, la de la Conferencia de los Derechos Humanos”. Y añade: “Más allá de Jodie Foster, Ellen DeGeneres y su mujer Portia de Rossi, pocas son las actrices que en esta industria han salido del armario públicamente. Una industria que tal y como dijo la propia Page “impone devastadores estereotipos de belleza, estilo de vida y éxito”. En la mayoría de los casos estos estereotipos, de los que no escapa la homosexualidad, son tan irreales como conservadores”. La nota deja ver el hermoso rostro juvenil y triste  de Page; las lágrimas apenas se contienen y yo no veo en ello felicidad alguna. ¿Será lo natural? ¿Cuánto tiene que ver el énfasis mediático en todo esto? Creer en el mito de la novedad es síntoma de falta de información o prueba de que alguien acaba de aplicar su entendimiento, por primera vez en su vida, a la cuestión sexual y ha cometido el error de principiante de tomar por «novedad universal» su simple «novedad particular».

Y la Iglesia.

Este 20 de febrero ha comenzado, en Roma, el Sínodo General Extraordinario de los Obispos, con el tema sobre la familia. Papa Francisco le ha dado toda la importancia al tema, desde que convocó este Sínodo como preparación para el Sínodo General Ordinario del 2015. Si hay un tema que el pensamiento católico haya privilegiado y en el que haya profundizado, aún más, durante las últimas décadas, es la familia. Papa Francisco inició el Sínodo con estas palabras: «En estos días reflexionaremos de modo particular sobre la familia, que es la célula básica de la sociedad humana. El Creador ha bendecido desde el principio al hombre y a la mujer para que fueran fecundos y se multiplicaran sobre la tierra; así, la familia representa en el mundo como un reflejo de Dios, uno y trino.

Nuestra reflexión tendrá siempre presente la belleza de la familia y del matrimonio, la grandeza de esta realidad humana, tan sencilla y a la vez tan rica, llena de alegrías y esperanzas, de fatigas y sufrimientos, como toda la vida. Trataremos de profundizar en la teología de la familia, y en la pastoral que debemos emprender en las condiciones actuales. Hagámoslo con profundidad y sin caer en la casuística, porque esto haría reducir inevitablemente el nivel de nuestro trabajo.

Hoy, la familia es despreciada, es maltratada, y lo que se nos pide es reconocer lo bello, auténtico y bueno que es formar una familia, ser familia hoy; lo indispensable que es esto para la vida del mundo, para el futuro de la humanidad. Se nos pide que realcemos el plan luminoso de Dios sobre la familia, y ayudemos a los cónyuges a vivirlo con alegría en su vida, acompañándoles en sus muchas dificultades. Y también una pastoral inteligente, valiente y llena de amor.

Y el aburrimiento.

Si la familia quiere ser verdaderamente un hogar, es decir, una llama que perpetuamente ilumine y caliente, es preciso que los esposos siempre vivan pendientes de mantenerlo; la llama del hogar solo puede vivir de lo que ellos aporten desde afuera. El enemigo mortal de la familia es el aburrimiento, esa enfermedad de los que nada tienen que dar a los otros, nada que darse; el aburrimiento ha podido definirse como la valía agotada. El mayor amor no podrá subsistir sin un elemento de lo desconocido siempre renovado….

NB. Bajo esta óptica, lea el trágico accidente del joven, 20 años, ebrio, que mató a una pareja que se casaría, truncó vidas y esperanzas. ¿Imprudencial?  Quien se atreve a conducir ebrio sabe que la posibilidad de que suceda eso es muy alta. Véalo desde “familia”. Y si quiere ver nuestro sistema de justicia, piense qué hubiera sucedió si el accidente hubiese tenido lugar en El Paso. En manos de un ebrio, el automóvil se convierte en arma mortal.