[ A+ ] /[ A- ]

DOMINGO XVII T.O.C.
Ge. 18,20-32;Sal. 137; 1Col.2,12-14, Lc. 11,1-13

Enséñanos a orar

Enséñanos a orar

1.- La oración. El tema de este domingo es la oración. Se trata de un tema muy querido para Lucas. Los evangelios, y Lucas en especial, nos muestran a Jesús que hace oración siempre, sobre todo en los momentos decisivos, que busca el silencio de la noche o los lugares solitarios para hacer oración, para platicar con su Padre. Jesús está siempre en oración. Es un tema, pues, de primera importancia en la vida cristiana.

Oración de intercesión. Existen diversas formas de oración: la bendición y la adoración; la oración de petición y la de intercesión, la oración de acción de gracias y la de alabanza. La 1ª lectura de hoy es una hermosa oración de intercesión. En sus catequesis sobre la oración, BXVI dedicó una bella reflexión sobre esta oración de Abraham, como un bello ejemplo de oración.

La oración, signo de intimidad. No podemos olvidar la primera lectura. “El Padre de los creyentes, Abrahán, aparece envuelto siempre en un clima de intimidad dialogante con el Señor, como una consecuencia de su vocación y de la Alianza. El relato de su oración intercesora, en el encinar de Mambré, y ante el desastre inminente de las ciudades malditas, es de un realismo catequético encantador.

La intimidad se echa de ver en el diálogo; luego que los hombres que el había agasajado en su tienda, se levantaron y se dirigieron a Sodoma, el Señor dijo: No puedo ocultarle a Abrahán lo que voy a hacer. La denuncia contra Sodoma y Gomorra es seria y su pecado es gravísimo, dice la Escritura. La sentencia está dictada, esas cinco ciudades dominadas por gravísimos desordenes sexuales van a ser destruidas y el señor no quiere ocultarle a Abrahán su dedición. En este contexto tiene lugar la enternecedora intercesión de Abrahán en la búsqueda de un solo justo. “Cuando termino de hablar con Abrahán, el Señor se marchó y Abrahán volvió a su lugar, termina el relato. Ya no quedaba nada por hacer.

Oremos también nosotros, y mucho e insistentemente, por nuestra ciudad, por nuestra sociedad, por las familias, por nuestros/as jóvenes y niños; el Señor, sin duda, nos escucha. El CIC dice al respecto:

2634 La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. El es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular (cf Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1; 1 Tm 2. 5-8). Es capaz de “salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (Hb 7, 25). El propio Espíritu Santo “intercede por nosotros… y su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rm 8, 26-27).

2635 Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca “no su propio interés sino el de los demás” (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (recuérdese a Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34).

2636 Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de participación (cf Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2 Co 9, 14). El Apóstol Pablo les hace participar así en su ministerio del Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1 Ts 5, 25); él intercede también por ellas (cf 2 Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La intercesión de los cristianos no conoce fronteras: “por todos los hombres, por todos los constituidos en autoridad” (1 Tm 2, 1), por los perseguidores (cf Rm 12, 14), por la salvación de los que rechazan el Evangelio (cf Rm 10, 1).

Transposición cristiana del Salmo. «Canto de acción de gracias, que concluye en súplica confiada. El salmo expresa ese punto que define y articula el movimiento de la gracia: Acción de gracias por la gracia recibida – reposo, conclusión -, súplica confiada de gracia continuada – comienzo, dinamismo -. Así es fácil transponer el salmo a nuestra eucaristía: En la que nos volvemos a Dios para darle gracias dignamente, y recibimos de Dios toda gracia. (L- A. Schoekel). Con frecuencia leemos en la oración sobre las ofrendas o en la oración después de la comunión esa idea del P. Alonso: te ofrecemos de tus propios dones, ….. Tú nos has devuelto, convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los dones que te ofrecimos ….. Para que seamos dignos de seguir recibiéndolos…., etc.

El Padre nuestro.
Alois Stöger inicia su comentario a este pasaje diciendo: “Por lo regular ora Jesús en la soledad, en un monte, (6,12; 9,28.29), separado de sus discípulos (9,18). No se nos dice cuándo y dónde oró Jesús en el caso presente; la mirada no debe distraerse de lo esencial: la doctrina sobre la oración.

Juan Bautista había enseñado a orar a sus discípulos. La oración había de corresponder a la novedad de su predicación, había de ser un distintivo que uniera a sus discípulos entre sí y los separara de los demás. También los discípulos de Jesús quieren poseer una oración que fluya de la proclamación del Reino de Dios y esté marcada por el hecho salvífico, cuyos testigos han venido a ser ellos. La palabra de Jesús abría nuevas perspectivas, creaba nuevas esperanzas, anunciaba una nueva ley. ¿No deberá también transformar la oración? La oración es la expresión de la fe, de la esperanza, de la caridad, de la auténtica vida religiosa”.

El relato tiene cuatro momentos: 1.- Jesús orando. 2.- Los discípulos que desean aprender a orar. 3.- Jesús, en respuesta, les enseña el Padre Nuestro, y 4.- les muestra las características de la oración, la perseverancia y la confianza, enfatizadas con ejemplos tomados de la vida cotidiana y familiar que hace más digerible la enseñanza. Y yo les digo: Pidan y se les dará, busquen y encontraran, llamen y se les abrirá. Debemos orar con la confianza que el Padre nos concederá lo que le pidamos y debemos hacerlo con insistencia, “mi Padre les concederá lo que le pidan en mi nombre (Jn. 16,24); Si ustedes, con lo malo que son, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más su Padre Celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan. S. Teresa de Ávila, que sabía mucho al respecto, dice que “que no es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. En estas parábolas aparecen el amigo en una y el padre de familia en otra, que saben servir al amigo o dar cosas buenas a sus hijos, (el Espíritu Santo)

Heinz Schürmann, en su incomparable comentario al Padre Nuestro, escribe: el anuncio de Jesús ha de esclarecer el Padre Nuestro, y el Padre Nuestro es la clave para comprender el anuncio de Jesús.

-El anuncio de Jesús ha de esclarecer el Padre Nuestro: así suena nuestro principio interpretativo fundamental. En efecto, solo el que permite que su vida sea determinada por la palabra de Jesús podrá comprender la oración de Jesús. ¿Y quién podrá recitar verdaderamente la oración de Jesús? Ciertamente solo aquel que haya hecho íntimamente propias loas exigencias centrales de Jesús, que haya oído antes el anunció de Jesús y que haya sido atrapado por él a tal punto que ahora en adelante ese anuncio determine su pensamiento y sus deseos.

Resulta claro que el Padre Nuestro es una oración para los apóstoles, dada en primer lugar y sobre todo a aquellos que han dejado casa, familia y profesión y se han puesto al seguimiento de Jesús sin ninguna reserva (9,57-62), para escuchar día a día su palabra y dejarse enviar por él a predicar (cf. Mc. 3,14), que por lo tanto «buscan» el Reino de Dios con toda su vida (Lc-12,31) y han hecho de él el valor absoluto de su vida. En nuestros días, por lo tanto, podrán rezarlo solo aquellos que se esfuerzan en llevar un vida como aquella de los primeros apóstoles en el seguimiento de Jesús, a ejemplo de María, la hermana de Marta, que “ha elegido lo mejor y no le será quitado”.

-El Padre nuestro es la clave del anuncio de Jesús. Porque si queremos conocer los más caros deseos, los intereses más centrales de un hombre y cuánto más santamente lleva en su corazón, debemos poder conocer su oración. Así, pues, si queremos conocer los verdaderos deseos y las últimas intenciones de Jesús, lo mejor es fijarnos atentamente en su oración: esta nos revelará más que el anuncio mismo. Mas si queremos aprender de la oración de Jesús, se nos ofrecen nos solo algunas breves indicaciones, sino, sobre todo, la oración central: el Padre Nuestro. (Das Gebet des Herr). El CIC, hablando de la oración, dice:

Este autor comenta así la expresión “Padre”. La enseñanza de Jesús sobre la oración nos indica, en primer lugar, cómo debemos dirigirnos a Dios: podemos llamarlo ¡Padre! La cosa no es tan obvia, por el contrario, es necesaria una particular autorización y ánimo de parte de Jesús para usar este vocativo familiar y confidencial, como lo veremos.
Este vocativo es el “alma” de la oración y de cada una de las peticiones; ante de cada una, ese vocativo viene repensado y retomada. …. Este vocativo es sorprendente y – si lo comparamos con la oración judía o de todas las otras religiones, incluso, y también de nuestras oraciones litúrgicas -, es verdaderamente insólito. Aquí no se cita un nombre o un atributo de Dios; aquí nos dirigimos a alguien , par quien ser padre, es la más íntima expresión; más que una cualidad entre tantas. Es más, en la lengua materna de Jesús, el término usado es Abba, como nos lo demuestra el pasaje de Mc. 14,36: “Abba, Padre, todo es posible para ti”. Igual Pablo que muchas ocasiones, como en ga. 4,6, se refiere a Dios como Abba. El término, lo sabemos, es un diminutivo amoroso de Padre. El judaísmo jamás osó dirigirse a Dios con es término.

¿Qué la oración?
2558. Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, ms autob. C 25r).

La oración como don de Dios.

2559. “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes” (San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9).

2560. “Si conocieras el don de Dios”(Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El (cf San Agustín, quaest. 64, 4).

2561. “Tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva” (Jn 4, 10). Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja del Dios vivo: “A mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas” (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a la sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1).

2761. “La oración dominical es en verdad el resumen de todo el Evangelio” (Tertuliano, or. 1). Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: ‘Pedid y se os dará’ (Lc 11, 9). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental” (Tertuliano, or. 10).

Corazón de las Sagradas Escrituras.
2762. Después de haber expuesto cómo los salmos son el alimento principal de la oración cristiana y confluyen en las peticiones del Padre Nuestro, San Agustín concluye: Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podéis encontrar algo que no está incluido en la oración dominical (ep. 130, 12, 22).

2763. Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos) se cumplen en Cristo (cf Lc 24, 44). El evangelio es esta “Buena Nueva”. Su primer anuncio está resumido por San Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien, la oración del Padre Nuestro está en el centro de este anuncio. En este contexto se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio el Señor:

La oración dominical es la más perfecta de las oraciones… En ella, no solo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no solo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad. (Santo Tomás de A., s. th. 2-2. 83, 9).

2764. El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración dominical es plegaria, pero en uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan nuestra vida. Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla por medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en El.

II. La oración del Señor.
2765. La expresión tradicional “Oración dominical” [es decir, oración del Señor] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es “del Señor”. Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17, 7): Él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.

2766. Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no solo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros “espíritu y vida” (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: “Abb”, Padre!’ (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también “el que escruta los corazones”, el Padre, quien “conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios” (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.