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2Re 5,14-17; Sal 97; 2Tim. 2,8-13; Lc.17, 11-19.

“¿No han sido diez los curados? ¿Y los otros nueve dónde están?” La pregunta de Jesús al único leproso que volvió sobre sus pasos para dar gracias, abre una de las pausas más largas del evangelio. Jesús espera a los nueve faltantes: Es imposible que no vuelvan también ellos. Él llama silenciosamente a uno por uno, y a cada uno le dirige la misma pregunta: «¿Dónde estás?»

2Re 5,14-17 – Acostumbrarnos al don – Naamán es un general sirio, y las relaciones de su país con Israel siempre fueron tensas; está enfermo de lepra y los médicos y magos sirios no pueden curarlo. Una pobre esclava le sugiere confiar en los poderes curativos de un profeta hebreo. Y él acepta la opinión de la esclava, se pone en manos de un enemigo, está dispuesto a pagar y a humillarse. Pero Eliseo no pretende nada de él; le ordena, sólo, que se bañe siete veces en el Jordán (que venga a mí y verá que hay un profeta en Israel). Es inútil preocuparse de, si somos o no, verdaderos creyentes: basta acostumbrarse a recibir. Dios es el que da, nosotros recibimos y, en el mejor de los casos, compartimos. No es necesario probar la propia fidelidad con actos heroicos y con grandes sacrificios. A Dios no se le paga, se le recibe y agradece.

Sal 97 – Himno al Señor rey. v.1 Comienza según la fórmula clásica invitando a la alabanza y enunciando el motivo. v.2. Las victorias de Dios son acciones salvadoras en la historia: el brazo de Dios se manifiesta con poder irresistible. Y la victoria, ganada para salvar a un pueblo escogido, es revelación para todas las naciones; porque es una victoria justa, es decir, salvadora del oprimido y desvalido. v.3. Esta victoria histórica no es un hecho particular, sino un punto en una línea coherente de amor: el Señor es fiel a sí mismo, se acuerda de su fidelidad. Su amor por Israel es revelación para todo el mundo. v.4. Intermedio orquestal con aclamaciones del pueblo al Señor Rey.

2Tim. 2,8-13 – Resistencia y sumisión – En la vida es necesario luchar, el evangelio puede llevar a la cárcel. ¡Y hay tantas cárceles! ¿Debemos desalentarnos? La libertad de la palabra que ha crucificado a Jesús, ha llevado a Pablo a la cárcel, y así ha revelado su eficacia; de hecho, un mensaje que no suscitase oposición no sería una «Buena Nueva», pronta a convertirse en compromiso. Jesús Cristo es nuestra verdadera razón de vivir, porque ha muerto por nosotros; nuestra razón de continuar se debe a que su lucha ha tenido “éxito”; la razón de nuestra esperanza se debe a que nuestra debilidad ha sido vencida en su incansable fidelidad.

Lc.17, 11-19 – ¿Obediencia o reconocimiento? – Los primeros nueve leprosos curados por Jesús, preocupados de cumplir las prescripciones de la ley para autentificar su propia curación, han preferido obedecer antes que agradecer. El décimo leproso, al contrario, no obedece la ley, no se somete a examen alguno y encuentra, por consecuencia, la libertad para ser agradecido. En realidad, una cierta preocupación de hacer las cosas «bien», un cierto modo de querer santificarse, lleva a tales escrúpulos y a tales minucias, que no hay lugar ahí para la acción de gracias. La fe, por el contrario, nace del reconocimiento del don de Dios y se expresa en un «gracias» incesante. 

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Con este pasaje, comenzamos la lectura de la etapa final del viaje de Jesús a Jerusalén, que ha tomado buenos 10 capítulos, (9,58- 19.28). Jesús va recorriendo pueblos y ciudades anunciando el Reino que llega, expulsando demonios y curando enfermos, acompañado de sus discípulos. A lo largo del viaje, Lucas exhibe material propio y nos va poniendo ante cuadros sucesivos a la manera de una exposición unida temáticamente. (Ver infra). La liturgia nos ha permitido saborear esa sucesión de cuadros en los que Jesús, según Lucas,  nos ha dejado su enseñanza. 

“…..,  sed agradecidos”. (Col. 3,15b.). 

La gratitud es una de las flores más bellas que suelen brotar en el campo de las relaciones humanas; es una de las más claras manifestaciones de la nobleza del corazón humano. ¿Es rara esta flor? Algunos dicen que sí. Más allá de las valoraciones, es cierto que cultivar esta flor y hacerla germinar significa hacer más bellas las relaciones humanas en la diaria convivencia; también aumentan la alegría del estar juntos, de hacer y ser comunidad, de ser familia, de hacer amigos. Cuando se pierde el sentido de la gratuidad, la motivación de nuestra acción se torna utilitarista, interesada, se piensa tener derecho a todo y el corazón no se abre nunca a aquel sentimiento de gratitud que brota ante un don inesperado, incluso inmerecido, las relaciones humanas se banalizan y la convivencia humana se degrada. 

De esto trata la liturgia de hoy, pero no con la intención primaria de darnos una lección de simple urbanidad, sino, más bien, de ponernos en una actitud justa ante Dios. Quien ha descubierto que La Salvación es un Don; que nos viene de Dios en modo gratuito y preveniente, no puede  más que adoptar una actitud de acción de graciasSi considero, conmovido,  el don inaudito que la mano de Dios me ofrece, me brotará del corazón un himno de acción de gracias. Brotará de nuestro corazón espontáneamente un himno de gratitud como el que se refleja en el salmo que leemos hoy. El salmo 102 aconseja, por ello, “no olvidar nunca sus beneficios”; solo así seremos agradecidos. Solo el que no olvida hace oración. Es el gesto que ha realizado el samaritano del evangelio que hemos escuchado hoy; este extranjero fue el único, entre diez que fueron curados, que regresó  para dar gloria a Dios, fue el único en reconocer el don de Dios realizado por medio de Jesús, y sólo el que reconoce el don de Dios puede orar, dar gracias al señor. (En Lc., Jesús suele poner como ejemplo de fe agradecida o de actitud bondadosa a los samaritanos, tan despreciados por los judíos. No pocas veces los “alejados” de Dios, – más bien, alejados de cierta forma pervertida de religión -, están en mejores condiciones de responder a Dios).

Esto nos lo enseña el salmo 102: Bendice, alma mía al Señor/ y todo mi ser a su Santo Nombre/.  Bendice, Alma mía al Señor/ y no olvides sus beneficios. El que olvida lo que ha recibido de Dios no puede hacer oración, el recuerdo activo es determinante en la vida relacional del hombre. Es de nuestro recuerdo de donde sacamos el material para nuestra confianza, para nuestras relaciones, para dar gracias a Dios. El que olvida no da gracias. Es un ingrato. En la Biblia, el olvido es pecado.

¿Dónde están los otros nueve?, es una pregunta triste de Jesús. ¿Dónde están todos aquellos a quiénes Jesús ha hecho tantos favores? El que vuelve al verse curado, para glorificar a Dios, es un extranjero, no es ni siquiera un judío devoto. Tal vez los otros nueve pensaron que merecían el regalo, que eran dignos, por eso no regresaron. Los judíos creían que Dios les salía debiendo.  No sintieron la necesidad de ser agradecidos. Triste condición del corazón humano, y en ello hay mucho de  inconciencia. Y la ingratitud lastima.

El Samaritano ha comprendido, como Naamán el sirio, también extranjero, que su curación fue exclusivamente un Don del amor y de la bondad del Señor. Por ello alcanzaron, no solo la curación de su cuerpo, si no que llegaron a la curación de su alma, llegaron a la fe. Llegar a la fe, llegar al conocimiento de la bondad y del amor de Dios, es el objetivo final del milagro y por lo tanto de la manifestación divina, los otros nueve quedaron curados del cuerpo, éstos han sido curados del alma, han llegado a la fe; han sido curados de la lepra que simboliza el pecado, han quedado libres de la incredulidad: Después dijo al Samaritano: levántate y vete. Tu fe te ha salvado. 

Naamán  también reconoce el don de Dios y pide al hombre de Dios que, ya que no acepta pago alguno, al menos le permita llevar tierra santa para hacer un altar: ya que te niegas, concede al menos que me den unos sacos con tierra, los que puedan llevar un par de mulas. Los usaré para construir un altar al Señor tu Dios, pues a ningún otro dios volveré a ofrecer sacrificios. ¡Qué espléndida confesión de fe!

A la base de esta actitud ha de existir la convicción de Santa Teresita del Niño Jesús: Todo es gracia. El término “gracia” significa simplemente gratuidad, algo que es gratis. Y esto comienza con nuestra existencia. Cierto, no he hecho nada para merecerla, no pudo alegar ningún titulo sencillamente porque todavía no existía. La existencia es el Don primario y original de Dios. Se trata de un Don absoluto y se convierte casi en el tipo de todos los demás dones. Porque mi existencia es el principio de mi realización. El haber renacido de las aguas bautismales como hijo de Dios, es un don todavía mayor en cuanto que cualifica mi existencia. A partir de allí, mi vida es toda una cadena de gracias.      

Pero dijimos que Lucas no nos transmite la conveniencia de un simple gesto de urbanidad. El mensaje es más profundo. Veamos como comenta Roland Maynet este trozo.

Todos son purificados. La lepra, y el pecado que ella significa han unido a diez hombres, han sido expulsados, sin distinción de origen de la comunidad y el culto. Ellos no pueden acercarse a los hombres ni a Dios. Su súplica, sin embargo, llega a Jesús. Su misericordia no hace diferencias entre los hombres. Todos aquellos que imploran su misericordia son purificados, porque todos han obedecido a su invitación. Todos podrán constatar su curación ante los sacerdotes según la prescripción de la Ley. (Lev. 14,2)

La fe del samaritano.  Los diez leprosos creen en la palabra de Jesús, y, antes incluso de ser curados ellos van “a mostrarse a los sacerdotes”. Mientras van de camino quedan purificados. Uno de entre ellos, viendo que está curado, vuelve a toda prisa a Jesús, pareciendo que así desobedece la orden recibida de ir a mostrarse a los sacerdotes. Ahora bien, Jesús, lejos de reprocharle de no haber hecho lo que se le mandó, se admira que los otros nueve no hayan hecho lo mismo. Y el samaritano será el único cuya fe alabará Jesús. Como si los otros nueve no hubieran clamado a Jesús y como si ellos no hubieran sido también salvados. ¿Incoherencia del relato? ¿Incoherencia de Jesús? Es que la fe no consiste solamente en obedecer unas órdenes, sino también en hablar, proclamar la buena nueva de la salvación, reconocer la gracia recibida ante quien la ha otorgado, con una voz tan fuerte como el grito que había pedido la salud.  La alabanza es inseparable de la súplica. Para el samaritano, y para Jesús, la fe va más allá del cumplimiento del rito de purificación. 

Alabar a Dios y dar gracias a Jesús. El samaritano curado une en la misma alabanza y en la misma acción de gracias a Dios y a Jesús. Él reconoce delante de todos, que la salud que acaba de recibir es obra de Dios a través de Jesús. Su fe no hace distinción entre ellos y se postra ante aquél que le ha purificado como se postra delante del Señor. 

Era un samaritano. El único que proclama de esta manera su fe, que va hasta el origen del camino regresando a Jesús y a Dios, es un samaritano; no es un judío, él es un hereje, más despreciable que los extranjeros. Una vez más, es el peor de todos, leproso curado, incluso reconocido como tal, samaritano avergonzado, cuya fe es más grande que la de los judíos. La tónica parece ser recibir el don y olvidar al donante.

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Un minuto con el evangelio

Marko I. Rupnik, SJ

Cristo envía a los leprosos curados a mostrarse a los sacerdotes porque ellos eran sabedores de que, según la tradición de Moisés, la lepra sólo podía curarla Dios. Por los leprosos curados, deberían deducir que era Dios quien los había curado y, por tanto, llegar a que Cristo es Dios. Pero los sacerdotes no hacen este razonamiento, y los leprosos no se preocupan de quién los ha curado. Es fácil coger el regalo y olvidar al donante. Sin embargo, un samaritano – un extranjero, pues – vuelve a Jesús para darle las gracias. El agradecimiento es índice de un corazón creyente. Un dicho de los Padres de la Iglesia enseña que las almas de los que dan las gracias hacen milagros. El agradecimiento abre el corazón, lo dispone a una santa humildad y, por eso, Dios puede obrar grandes cosas.