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El primer domingo de Cuaresma leemos en la litúrgica el episodio de las tentaciones, según el cual, Jesús fue “tentado”, es decir, puesto a la prueba por el Diablo. Luego de ser ungido y declarado Hijo de Dios por el Padre, en el Bautismo, tiene que enfrentar a Satanás en el desierto y demostrar que «es el Hijo de Dios», sí, pero no conforme a la propuesta de Satán. 

Quien lee el evangelio se da cuenta luego que la vida de Jesús es una vida sometida siempre a las tentaciones. La exigencia de milagros para poder creer, la interpretación y confrontación con la ley de Moisés, su actitud ante los poderes políticos, económicos y religiosos, se convertirán para él en verdaderas trampas. “La última tentación” tiene lugar en la cruz: “Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz para que creamos en ti”. La exigencia de signos para creer, el intento de impedir el camino del sufrimiento no son tentaciones que vengan del satanás, sino de los hombres que hacen las veces de Satán. Jesús dice a Pedro que busca apartarlo de camino de la cruz: “retírate, satanás, porque tú no piensas según Dios, sino según los hombres”. Esta respuesta es la clave para interpretar toda tentación.  Toda tentación es el intento de apartarnos del camino y de la voluntad de Dios. Jesús deberá permanecer fiel, inamovible, aún en la angustia y el terror, como sucederá en el Huerto. Lo que está en juego, y esto lo ignoramos, es la salvación, la libertad y felicidad del hombre. Si Jesús cede desobedeciendo al Padre, apartándose de su voluntad, tomando otros caminos, según le propone el diablo, todo el proyecto del amor redentor del Padre se derrumba. Las tentaciones no son, pues, un juego estilístico ni siquiera un ‘buen ejemplo’. Es el proyecto de Dios es lo que está en juego. Es la salvación eterna del hombre lo que se juega. Jesús se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz por nosotros. Toda tentación no es más el intento diabólico de apartarnos del camino que marca la voluntad de Dios. Esto sucede a nivel personal igual que a nivel histórico universal. Cósmico. 

En Los Hermanos Karamazov, Dostoievski desarrolla el poema La Leyenda del Gran Inquisidor donde muestra genialmente la dimensión real de la tentación.  En el s. XVI, un día, Jesús vino, no en el esplendor de su gloria, sino humilde como cuando caminaba por los caminos polvorientos de la Galilea, para visitar a sus hijos movido por su misericordia; la escena tiene lugar en Sevilla, en los tiempos más temibles de la Inquisición. «La multitud lo reconoce inmediatamente, y, llorando, lo sigue y lo aclama; él cura a los enfermos que le presentan y resucita a una niña que era llevada en ese momento a la catedral para las honras fúnebres y la devuelve a la madre. La multitud, como antaño, delira de emoción. El Gran Inquisidor, un anciano nonagenario, ve de lejos la escena y manda a la guardia de la catedral que le detenga y le encierre en los sótanos de la inquisición». Esa misma noche el viejo Inquisidor baja a la celda para hablar con el Prisionero. El monólogo que ahí se desarrolla es la obra maestra de su autor y cumbre en la literatura universal.  

Refiriéndose a las tentaciones, dice el Inquisidor: “Pero al rechazar las tentaciones, …, o aquellas propuestas, que te fueron dirigidas, tú mismo has puesto las bases para la destrucción de tu reino: por lo tanto, no culpes a nadie. ¿Qué es lo que te ofrecía el Tentador? Hay tres fuerzas, solamente tres fuerzas sobre la tierra en grado de vencer y conquistar para siempre la conciencia de estos débiles rebeldes, dándoles la felicidad. Estas tres fuerzas son: el milagro, el misterio y el poder. Tú rechazaste la primera, la segunda y la tercera, según Tú, dando así ejemplo. Éste fue tu error». Lo que Jesús rechaza, en última instancia, son la manipulación, la mentira y el engaño, actitudes que sustentan la lucha innoble por el poder. Jesús rechaza el poder como la tentación demoníaca por excelencia. La búsqueda del poder a toda costa es el fondo demoníaco de la tentación. (Lo estamos viviendo hoy mismo).

Aquí la intuición de Dostoievski es genial; porque el fondo diabólico de la tentación se da cuando nosotros, los hombres, “pasionales, crueles y egoístas”, queremos corregir al Creador arrebatarle de sus manos la creación y la historia. «Vamos a corregir tu obra porque tu dejaste las cosas en nuestras manos dándonos el poder de atar y desatar”. “Tú te equivocaste tremendamente”. Nosotros tenemos mejores propuestas, mejores caminos para buscar, después de todo, lo mismo, la felicidad de los hombres. «Estos pobres desgraciados no son pecadores, le dice el Inquisidor, sólo tienen hambre. Dales pan, conviérteles esas piedras en pan para que coman y te van a seguir como mansos corderos. Pero, tú, en vez del pan de la tierra, les prometiste el Pan del cielo, y les diste la libertad, el terrible don de la libertad. No te extrañe entonces que un día ellos te declaren la guerra y te destruyan en nombre del pan de la tierra que te pedían y tú les negaste. Tú, en cambio, les ofreciste un pan del cielo.  Eso fue un error.  Y nosotros, vamos a corregir tú obra.  Les vamos a dar pan y ellos gustosos van a poner su libertad a nuestros pies».

El Gran Inquisidor es el propio Iván Karamazov en cuento éste niega el mundo y se atreve a arrebatárselo de las manos a Dios con la pretensión de cambiarlo y ordenarlo mejor que el Creador. Iván representa el ateísmo y trata en su poema de justificar su ateísmo, su rebeldía contra Dios. Aliocha, su hermano menor, creyente, le responde: “Tu poema es una alabanza a Jesús, y no una afrenta como tú querías”. ¿Por qué? Sobre todo, por la defensa incondicionada de la libertad humana. En el fondo, lo que está en juego es la libertad humana; para Dios, ésta, es sagrada; sin ella no existe el hombre y cualquier poder que intente suprimirla por cualquier causa y con cualquier método, es acto diabólico. 

Lo que el Gran Inquisidor reprocha a Jesús es no haber requisado la libertad al hombre. El error de Jesús fue no haber hecho caso al Tentador; el camino correcto es el que él le proponía: la manipulación, la mentira, el engaño, el exhibicionismo, las alianzas con los poderes de este mundo; requisar la libertad a los hombres, de manera dictatorial, o sea, exactamente lo opuesto a la voluntad de Dios. “En vez de atender a lo que te decía el Espíritu terrible, preferiste obedecer a tu Padre”; tal fue el error fatal. “No te faltaron avisos – dice el Inquisidor -, no te faltaron advertencias ni consejos”; las propuestas del Espíritu potente fueron esos consejos, avisos y advertencias. “Pero tu preferiste «respetar la libertad» del hombre. Error imperdonable”.

 “En estas tres propuestas del Tentador, de hecho, está como condensada y profetizada la entera historia del género humano, en ellas confluirán después todas las inconciliables contradicciones históricas de la naturaleza humana en el mundo entero”, hace decir Dostoievski al viejo Inquisidor. La rebeldía del hombre actual contra su Creador no tiene antecedentes. Dostoievski vio muy bien el s. XX.

Hoy, la tentación más fuerte puede venir de la cultura que parece convencernos de que podemos arreglárnosla sin Dios, que podemos vivir de forma plenamente humana sin él. Incluso, que podemos corregir su obra mediante la política, la economía, la tecnología, las ideologías, la religión. Nietzsche inició la revuelta fatal: Dios es un estorbo para nuestra libertad y por lo tanto un obstáculo para nuestra realización. Debe morir. ¿No es esta nuestra situación, en última instancia? Una cultura que convence a sus ciudadanos de que pueden vivir sin Dios, que lleva a sus ciudadanos a olvidarse de Dios, es diabólica, ha dicho B. XVI. Una frase suya me parece la profecía de nuestro tiempo: “El hombre de hoy ha aprendido a vivir como si Dios no existiera”. Tal es el gran triunfo de Tentador. El ateísmo es un invento de hoy; desconocido en la antigüedad.

B.XVI decía un bello mensaje: “Las curaciones milagrosas de Jesus son signos: guían hacia el mensaje de Cristo, nos guían hacia Dios y nos dan a entender que la verdadera y más profunda enfermedad del hombre es la ausencia de Dios, nuestra lejanía de la fuente de la verdad y del amor. Y sólo la reconciliación con Dios puede darnos la verdadera curación, la verdadera vida, porque una vida sin amor y sin verdad no sería verdadera vida. El Reino de Dios es precisamente la presencia de verdad y de amor, y así es curación en lo profundo de nuestro ser”. Donde Dios está no está la muerte.

Jesús nos enseñó a rezar: «No nos dejes caer en la tentación y líbranos del Maligno».

+ Ya vamos llegando a … ¡Venezuela! Y no solo por los apagones.