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Segunda Edición

Última actualización: 20 mayo 2023

Fotografía de la Portada:

Fresco de la Virgen María como la Inmaculada Concepción en Sevilla. © Sedmak (Gettyimages)

Prólogo

Fue en el 2002 cuando el P. Hesiquio publicó por primera vez este folleto sobre el Rosario. La ocasión para ello fue la respuesta del pueblo católico a una celebración diocesana del Rosario Viviente, específicamente en la Diócesis de Ciudad Juárez, donde el P. Trevizo entregó su vida ministerial.

«Se ha hecho hermosa tradición en la comunidad católica de nuestra diócesis», dice en la introducción, «celebrar anualmente el Rosario Viviente como una expresión comunitaria de nuestra santa fe católica […]. Esta circunstancia me ha parecido propicia para compartir algunas ideas acerca del Santo Rosario y su contenido doctrinal […]». No es un tratado de alta especialización, sino el intento de que la devoción mariana sea más auténtica, más iluminada, más hecha según el pensamiento del último Concilio.

El Papa, ahora santo, Juan Pablo II promulgó su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae el 16 de octubre de 2002. La lectura de esta Carta es tema obligado si queremos que nuestra devoción mariana sea firme y segura. Cuando el Papa publicaba dicha carta, este folleto estaba en la imprenta y no era ya posible hacer referencia a ella; por lo tanto, se tuvo que agregar un encarte aludiendo a la carta papal y a los Misterios de la Luz, por fin incluidos en esta edición. De aquel folleto se hicieron dos ediciones con un total de 36 mil ejemplares y, como fue financiado, pudimos regalarlo. Ahora, puesto en el sitio web jesusmaestro.tk, está disponible para todo el que quiera leerlo y meditarlo.

En esta segunda edición he incluido el rezo del santo Rosario en la lengua de nuestra madre Iglesia, el latín, una lengua amada y respetada por nuestro querido Padre Trevizo. También he actualizado algunas citas bibliográficas y corregido algunas erratas.

Creo que a todo el pueblo creyente y, muy en especial, a las asociaciones marianas, les puede servir esta obra para sus reuniones, meditaciones y apostolado.

Julio Refugio Getsemaní Fernández Rangel

El Rosario Viviente

Dejo el siguiente dato a los testigos y organizadores sucesivos del Rosario Viviente. Creo recordar que, en cierta ocasión, -y dada una amplia serie de semanas mariológicas que impartimos en la Diócesis, trayendo mariólogos de talla mundial apoyados por los pp. Servitas-, platicando con Don Juan Sandoval, obispo entonces, consideraba la posibilidad de replicar aquí “El Rosario Viviente” tal como se llevaba a cabo en León, Guanajuato, donde gozaba de mucha estima. Así fue tomando forma esta idea hasta convertirse en lo que es ahora, una bella y fructuosa devoción mariana que nos va acercando más y más al modelo perfecto que es Cristo.

Como nota bibliográfica tenemos el amplio magisterio de S. Pablo VI: Christi Matri, Signum Magnum y Marialis Cultus; además las obras ya citadas de S. Juan Pablo II, cuyo amor a la Virgen es de todos conocido.

Otras dos obras son de especial importancia y belleza. Una de Romano Guardini, “El Rosario de María”; esta obra maravillosa tiene un cierto tono de tristeza y de dolor, como las notas del chelo, porque fue escrita durante la II guerra mundial. Dice:

«La gravedad de los acontecimientos en nuestro tiempo, golpea a cada uno. El corazón y el espíritu se preocupan por el destino propio, por el destino de aquellos que amamos, y sobre todo por el destino mismo de la humanidad.» (Guardini, 1995)

¿No podemos, acaso, hacer nuestras, hoy, las palabras de este gran apóstol? Es una obra donde coinciden el rigor teológico y el lirismo poético de este gran teólogo. Resulta casi imposible conseguir este pequeño tesoro.

Hans Urs von Balthasar, en la etapa final de su fecunda vida sacerdotal y de escritor, trazó una obra, igual, no muy extensa, con el sugestivo título: “El Rosario. La salvación del mundo en la oración de María” (original en alemán, 1977). Se trata de meditaciones preciosas sobre el Rosario, pero con cierto rigor doctrinal más que devocional, lo cual no quiere decir que carezca de la unción y amor a María. Se preocupa de presentarla como “figura y anticipo de la Iglesia”. (Hans, 2008)

Ojalá, pues, este folleto sirva para fomentar el amor a María y a la Iglesia, a ser discípulos de Jesús, disponibles y alegres aún en las dificultades.

El Rosario: Contenido Teológico

«El rosario es el credo hecho oración»
(Sn. J. H. Newman)

Introducción

Se ha hecho hermosa tradición en la comunidad católica de nuestra diócesis celebrar anualmente el Rosario Viviente como una expresión comunitaria de nuestra santa fe católica que celebra la presencia de María en el misterio de Cristo y de la iglesia. Esta circunstancia me ha parecido propicia para compartir con toda la comunidad católica algunas ideas acerca del Santo Rosario y su contenido doctrinal.Se trata de una apretada síntesis de la riqueza doctrinal y espiritual que comporta el rezo del santo Rosario; es un sencillo intento de iluminación y de apoyo a la ya tan vigorosa, renovada y extendida devoción mariana. Para gloria de la Virgen Santa y provecho del pueblo cristiano.

La Oración

El Rosario es esencialmente una oración y como tal hay que considerarlo. Como cristianos podemos afirmar que la raíz de la crisis general que padecemos, incluyendo la crisis de las conciencias, es la ausencia de la vida de oración que determina nuestra lejanía de Dios. ¿Quién hace oración, realmente, hoy? Sin la oración la fe misma muere. El hombre necesita la oración para permanecer espiritualmente sano. Sin embargo, la oración sólo puede brotar de una fe viva. Y a su vez, la fe sólo puede estar viva si se ora. La oración no es una acción que pueda ejercitarse o abandonarse sin que la fe se vea afectada por ello. La oración es la expresión más elemental de la fe, del contacto con Dios, al que fundamentalmente está dirigida (cf. Guardini, 1995).

Se habla con suma ligereza de “crisis”, como si ésta existiera por sí sola, sin causas, sin raíces. La crisis más honda es la crisis espiritual, el olvido de que somos seres espirituales, que tenemos un alma, que tenemos hondura, que podemos encontrarnos con nosotros mismos, ser conscientes de la propia existencia, que podemos encontrarnos con el otro y podemos hacer la experiencia de Dios, que necesitamos profundamente a Dios para vivir con sentido, y todo esto es imposible si no hay oración en nuestras vidas.

Tristemente, dice Benedicto XVI, hoy se ha hecho posible vivir como si Dios no existiera; tal es nuestra tragedia. En el islam se dice que “el hombre que no ora es cada vez menos hombre”.Es decir, sin oración, el hombre pierde hasta su conciencia de ser humano, se pierde para sí mismo. Va descendiendo en la escala de la calidad del ser. Es, cada vez, menos humano. ¿No es esta la crisis fundamental de nuestro tiempo? ¿No es esto lo que vemos en la patología del crimen que nos invade?

El Rosario es un método de oración humilde y sencillo como lo fue María, pero eficaz para el crecimiento espiritual. Es oración y, por ello, es espiritualidad.

Oración con María

Lo específico del rosario, como oración, radicaenque se trata de una oración hecha con María. Se trata de contemplar, guiados por Ella, el Misterio de la Redención en su totalidad.

Pero ¿quién es María? Es aquella jovencita que vivía en Nazaret de Galilea, y que un día recibió un mensajero divino, el Arcángel Gabriel, que, de parte de Dios, venía a solicitar su participación en la realización del plan (Misterio) de la Redención humana (Lc. 1,26-38). Luego de un diálogo con el Arcángel, superados el asombro, el miedo y la duda, da su consentimiento, su Fíat, que la convierte en la Madre del Redentor, en la puerta por la que llega a nosotros el Evangelio viviente, el que es la Vida, la Luz y el Camino.

«El Plan divino de la salvación», escribe el Papa Juan Pablo II, «que nos ha sido revelado plenamente con la venida de Cristo, es eterno. Y está también […] eternamente unido a Cristo. Abarca a todos los hombres, pero reserva un lugar particular a la “mujer” que es la madre de Aquél al cual el Padre ha confiado la obra de la salvación.» (Redemptoris Mater, 7)

Es, pues, María la que, desde el “lado humano”, determina el momento de la Encarnación y, de esta forma, la redención de la humanidad con un sí gozoso y participativo ante la anunciación-invitación que Dios le envía.

Conforme los escritores del Nuevo Testamento fueron penetrando más y más en el misterio de la persona de nuestro Señor Jesucristo, volvieron su mirada hacia la Mujer, bendita entre todas las mujeres, que fue la Madre del Maestro que ellos conocieron; prueba de ello son los relatos de la infancia que nos transmiten Lucas y Mateo y, en su estilo, Juan, y también Pablo en su alusión fundamental de la carta a los gálatas, (4,4ss; cf. Redemptoris Mater, 1).

Lo mismo hicieron los que oían el mensaje de Jesús. En cierta ocasión en que nuestro Señor predicaba a la gente, una mujer de entre la multitud gritó:

«¡Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!» (Lc. 11, 27-28)

Por ello, desde los evangelios mismos hasta nuestros días, María está presente en el amor y en el fervor de los cristianos. Ella es figura y madre de la Iglesia que acoge y vive de la Palabra de Dios. Es lo que estamos llamados a ser. El verdadero pueblo cristiano siempre ha tenido un amor especial a María, y muy triste es que algunos cristianos piensen que, para honrar al Hijo, el amor y la devoción a María sean un obstáculo.

Así pues, María es aquella jovencita nazarena de quien el Hijo de Dios y Redentor nuestro asume nuestra propia naturaleza, de quien ha tomado la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos, presentándose como un simple hombre, abajándose, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz (cf. Fil. 2,5ss) para consumar el misterio de la redención humana.

En el cruce de los testamentos, en la plenitud del tiempo, ahí está María.

María es la Mujer de la fe

María participa en el misterio de la redención por su fe. «Primero lo concibió en su corazón y luego en su seno», señala San Agustín. ¿Cómo podría haber recibido al Hijo Eterno en su seno sin la fe-confianza, sin la obediencia y la humildad, -sin la disponibilidad total-, sin el “sí” total?

En efecto, ella es la «feliz porque ha creído» (Lc. 1,45; cf. 1,39-45; Redemptoris Mater, 12). Esta característica de la fe hace de María el «modelo activo y ejemplar» (Redemptoris Mater, 1) para toda la iglesia y para cada cristiano. Las palabras de Isabel: «dichosa tú que has creído», son el complemento perfecto y como una consecuencia del nombre-saludo que le da el Ángel: «Llena de gracia» (Lc. 1,28). Nunca hablaremos suficiente de la fe de María.

«El Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada» (LG, 56)

Y ella, como nadie, responde con la confianza y el abandono total en Dios. Su respuesta tiene dos momentos: “he aquí la esclava del Señor” que hace realidad la esperada actitud existencial del pueblo de Israel, siervo de Yahveh. La segunda parte revela la total disponibilidad de María ante el proyecto que le ha sido presentado de parte de Dios: “Hágase en mí según tu palabra”.

Quiero añadir que tal traducción, comúnmente presentada, refleja débilmente el texto original. Dependiendo del texto griego yo presentaría esta traducción: “sí, quiero (estoy dispuesta a) participar en el proyecto que me presentas”. Aquí no puedo extenderme en una justificación de esta traducción. Pero sí debe quedar claro que María decide, con toda su libertad y su ser mujer, participar en el proyecto que le es presentado de parte de Dios. Ella está dentro de un designio divino de colaboración humana. Dios respeta la libertad del hombre en forma absoluta; así, María no es un vaso desechable, un vientre subrogado, es, por el contrario, y para siempre, la Madre del Hijo de Dios, del Hijo eterno como el Padre, que de ella ha tomado nuestra naturaleza sin dejar de ser Dios.

Un hecho que nos supera

Este es un hecho claro y al mismo tiempo superior a toda humana grandeza; algo que podemos decir pero que en realidad jamás podemos agotar ni comprender plenamente, pues se trata de la Encarnación misma de Dios. En esa plenitud del tiempo, marcada por el don del Hijo, nuestra adopción filial y el Don del Espíritu Santo, (cf. Gal. 4,4ss), María, como ninguna otra criatura, está presente.

¿Quién, pues, puede ser mejor guía para penetrar en esos misterios que aquella que recibió en su seno purísimo al Verbo eterno del Padre, lo dio a luz en Belén en la fría noche de nuestra historia, lo cuidó, lo alimentó, lo educó, siempre presente y solícita, presente hasta el pie de la cruz y con la iglesia que ora y espera “en este valle de lágrimas”? Cedamos la palabra a R. Guardini:

«¿Qué significa la coincidencia de estas dos preguntas del Arcángel?: ¿Quieres servir, (ministrare), a la venida del Redentor? Y, ¿quieres ser madre? ¿Qué significa que ella haya concebido, llevado y dado a luz al Hijo de Dios y Salvador del Mundo? ¿Qué, que ella haya temblado y temido por él, y que por el haya estado en el exilio? ¿Qué, que el haya crecido junto a ella en el silencio de la casa de Nazaret? ¿Qué, que se haya luego alejado de ella debido a su misión, en la cual, sin embargo, como podemos ver en la Escritura, ella lo sigue con su amor hasta encontrarse finalmente al pie de la Cruz? ¿Qué, que ella haya tenido noticias de la Resurrección? ¿Qué, que después de la Ascensión haya esperado con los discípulos la venida del Espíritu Santo, y haya sido también investida con su poder? ¿Qué, que haya después vivido bajo la protección del apóstol “al que Jesús amaba”, al cual Jesús mismo la confió, hasta el día en que fuera llamada por su Hijo y Señor? La Escritura, sin decir mucho, es explícita para el que quiere comprender, tanto más que en el fondo es la misma voz de María la que escuchamos: porque, ¿de quién más podrían haber conocido los evangelistas, el Misterio de la Encarnación, los primeros sucesos de la infancia y la peregrinación al Templo de Jerusalén, sino de ella?» (Guardini, 1995)

El Credo hecho oración

El Rosario es el credo hecho oración, según bella intuición del santo cardenal H. Newman. De aquí pues, que la milenaria oración y contemplación de la Iglesia, se hayan nutrido siempre, como de una fuente especial, del amor, de la devoción y de la contemplación de María Santísima, vista siempre en el Misterio mismo de Cristo y de la Iglesia. Por ello, María es quien puede ayudar nuestra oración para contemplar y acoger la salvación que el Padre nos ha dado en su Hijo. Y el Rosario no es otra cosa que nuestra contemplación de los misterios de redención acompañados de María. Esto es esencialmente el Rosario. No es, por lo tanto, una estéril repetición mecánica de palabras cuanto el acercamiento contemplativo a Cristo que con su vida, pasión y muerte es nuestro único Redentor.

Tendremos entonces que afirmar que María no es una leyenda, no es una fantasía, sino que está verdaderamente presente en el misterio de Cristo, y por lo tanto en el Misterio de la Iglesia. Quienes ignoran esta presencia o llegan incluso a despreciarla o, de plano, la niegan, no son verdaderos cristianos pues sin María no hay Cristo. Esto nos lleva a recordar las palabras del, ahora santo, Papa Pablo VI:

«Si queremos ser cristianos, debemos ser Marianos»[1]

También nosotros, hoy, debemos recibir a Jesús de los brazos de María que nos lo muestra, que nos lo ofrece como los pastores, a los Reyes tal como nos lo muestra la rica tradición contemplativa reflejada en la iconografía santa.  

El Ave María

El Ave María, como bien sabemos está formada por la conjunción de dos citas bíblicas:

«Dios te salve María, llena de gracia el Señor está contigo» (Lc.1,28)

Y la segunda, es la alabanza que Isabel dedica a María cuando ella la visita siendo ya portadora, -arca de la nueva alianza-, de la presencia divina:

«bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre» (Lc.1,42)

El añadido de “Jesús” al “bendito sea el fruto de tu vientre” se atribuye al Papa Urbano IV (1261-1264).

A esta alabanza bíblica la Iglesia responde con una súplica sentida:

«Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén»

Difícil encontrar una oración más sencilla, más hermosa y existencial que esta respuesta nuestra al misterio de la Encarnación cuyo fin es ese, nuestra salvación eterna. Y la dirigimos a María que está en ese momento crucial de la historia.

Dios no es un objeto intramundano y tampoco ultramundano, que se pueda perseguir o conquistar, luego de una suficiente preparación técnica, como una especie de vuelo espacial espiritual… En cuanto Dios nos ha enviado su Palabra y la ha hecho habitar entre nosotros, es esta Palabra la que retorna a Dios cuando oramos; el camino entre Dios y nosotros es de dos sentidos.

«Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn.14,16)

«Yo he venido al mundo como luz para que el que crea en mí no permanezca en tinieblas» (Jn. 12,46)

Y, ¿cómo ha llegado a nosotros ese camino?, ¿cómo ha penetrado en nuestra tiniebla esa luz?, ¿cómo ha llega a nosotros la Palabra? Esto debía suceder para que nosotros pudiésemos encaminarnos a Dios con seguridad. De otra manera, la luz hubiera brillado pero las tinieblas no la hubieran recibido. Alguien debía recibir la Palabra de manera tan incondicional, con tal humildad y obediencia que la Palabra se hiciera un lugar en la criatura humana, para encarnarse como hijo de una madre.

Esta madre que se ha abierto y ofrecido sin reservas a la Palabra, no somos nosotros. Ninguno de nosotros puede decir a Dios un sí de forma incondicional, tan total. La Palabra no hubiera podido encarnarse en un corazón que estuviese abierto a Dios solo a medias, porque el hijo es sustancialmente dependiente de la madre, se nutre de su sustancia psicosomática, ella lo cría y lo hace un verdadero y fecundo ser humano. He aquí el papel insustituible de María. He aquí lo que decimos cuando oramos con el Ave María. (cf. V. Balth., 11).

La primera parte del Ave María es, pues, el saludo que el Arcángel Gabriel dirige a María, aquella jovencita de Nazaret, cuando, de parte de Dios viene a solicitar su consentimiento, libre y personal, para colaborar en el Misterio de la Redención. Estamos entonces en el momento más alto que conoce la historia de la humanidad, el momento en el que por el anuncio del Ángel y la aceptación gozosa y participativa de María se realiza la encarnacion del Hijo de Dios

Luego de una actitud de diálogo, María consiente y pronuncia el primer fíat (el sí más importante de la historia) de la nueva alianza, y en su seno purísimo el Hijo eterno del Padre se hace Buena Nueva para todo hombre, para toda mujer, para toda familia, para toda la humanidad. Con ese saludo del Ángel nos referimos pues, al Misterio de la Encarnación que es la base de toda nuestra fe. «El cristianismo es la única religión de un Dios encarnado» (Atanasio), de un Dios que está cerca del hombre de una manera radicalmente nueva, total y comprometida, tal como lo describe el himno de Filipenses 2,5-11. Y en esa peripecia, la más alta de la historia, está presente la mujer, María.

La segunda parte del Ave María son las palabras de Isabel, cuya gravidez le fue presentada a María por el Ángel, como signo de la autenticidad de su misión y como prueba de que para Dios no hay imposible. El encuentro de Isabel y María con las palabras pronunciadas por cada una de ellas es uno de los núcleos teológicos más densos del Nuevo Testamento.

«En cuanto Isabel escuchó el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre. Llena del Espíritu Santo, dijo Isabel a voz en grito: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¡Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor…! y ¡Dichosa Tú que has creído que se cumplirá lo que te fue dicho por parte del Señor!» (Lc.1,39-45)

María, portadora de la presencia divina en su seno, prorrumpe en el cántico de todos conocido: el Magníficat. Este es el trasfondo doctrinal, bíblico teológico del Ave María tal como lo rezamos nosotros. Estas escenas han sido la fuente perenne de la teología cristiana, de la oración, de la contemplación, de la devoción de los cristianos, y en ellas se ha inspirado el arte a lo largo de dos mil años.

La segunda parte del Ave María es una respuesta que brota de la devoción y el amor filial de los cristianos y constituye una súplica confiada y tierna nacida de la convicción, del sentido de la fe, de que María comparte con la Iglesia, con nosotros, la peregrinación de la fe. Las palabras tienen un antiquísimo sabor que se remonta a los primeros siglos del cristianismo.Las palabras:Santa María, Madre de Dios, sonuna hermosa profesión de fe, que proclaman la santidad de María y su maternidad divina. En efecto:

 «Purísima tenía que ser, la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de Santidad.”(Prefacio de la Fiesta de la Inmaculada)

Se refiere también al misterio que es la fuente de nuestra fe: su maternidad divina, verdad según la cual el Hijo que es concebido en María por obra del Espíritu Santo, es decir, mediante un proceso trascendente que supera la ley natural de la procreación humana, es el mismo que confesamos Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, que por nosotros y por la salvación bajó del cielo. Jesucristo es Dios y Hombre verdadero. Aquí se cumple plenamente el dicho teológico que afirma: Se ora según la fe, es decir, nuestra fe se traduce en oración y nuestra oración en expresión de nuestra fe (lex credendi, lex orandi). La oración es la respiración de nuestra fe.

A esta profesión de fe sigue la súplica confiada:Ruega Señora por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.El sentido de la fe de los cristianos nos lleva a la convicción de que quienes han llegado ya a la patria celestial siguen siendo nuestros hermanos que no han olvidado a quienes todavía hacemos este camino de la fe, y que ellos, ante el Padre, interceden para que también nosotros lleguemos a la patria. El fenómeno de la intercesión es algo que pertenece a nuestra propia experiencia humana y social y no debe extrañarnos que eso también tenga una forma de vigencia en el ámbito sobrenatural.

El fundamento de la intercesión es nuestra oración que como una acción libre y personal nos une también con el ser amoroso de Dios.

«Cuanto más íntimamente estemos unidos con Dios, tanto más atrevida y eficaz será nuestra iniciativa en la oración. Esta sumisión íntima a Dios», fundamento de la oración cristiana, «tiene el efecto de poner nuestra voluntad en armonía con el amoroso ser de Dios», con la voluntad amorosa de Dios. «Como consecuencia, Dios escucha siempre las oraciones de quienes están íntimamente unidos a Él.» (Schillebeeckx, 1969)

¿Cuál oración puede ser más perfecta que la oración de María y quién puede estar más unido a Dios, que Ella? Por eso, nos encomendamos a ella con confianza plena y la iglesia, en su piedad, no ha dudado en llamarla la omnipotencia suplicante.

Así pues, en el Ave María terminamos pidiéndole que ruegue por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Estos dos momentos definen nuestra vida, el “ahora” cuando navegamos por el río de la vida, cuando vamos haciendo el camino, cuando vamos haciendo la peregrinación de la fe expuestos a todos los peligros, donde la fuerza del pecado nos amenaza siempre y el cansancio y la desilusión están constantemente en nuestro horizonte. Ahora, en esta circunstancia de viandantes, ruega Señora por nosotros ante tu Hijo para que superemos la fuerza del pecado que habita en nosotros y a nuestro rededor. Los antiguos marineros la llamaban “Estrella del mar”, Maris Stella, la estrella que guía al marinero en la inmensa soledad oscura del mar.

Y el otro momento, en la hora de nuestra muerte,en el que se decide el destino humano teniendo como único horizonte la eternidad misma; le pedimos, entonces, a María que ore por nosotros, sí, que ore por nosotros también en ese momento decisivo de la postrera agonía, que será la hora de nuestra muerte. Visto así, el Ave María es un tesoro inagotable de oración cristiana, de contemplación, de paz, de confianza.

Hermosamente ha escrito V. Balthasar que:

«La oración litúrgica de la iglesia es siempre -manifiesta u ocultamente, consciente o inconscientemente- una oración mariana. A pesar de que nunca lograremos su perfección, en su calidad de co-condición para el camino de Cristo, ella es no solo ejemplar sino típica (tipo), por eso debemos implorar siempre su intercesión: “ahora y en la hora de nuestra muerte”, o sea, en todo instante de nuestra vida, durante la cual permanecemos en un estado de insatisfacción, de apagamiento, y en la hora en la cual finalmente debemos salir por fuerza al más allá, al camino que lleva Dios, en aquel tránsito doloroso y feliz en cual debemos aprender, bien o mal, “como a través del fuego”, la conformidad (consenso) perfecta. Vivimos en vistas a aquella hora, nos preparamos para ella como creyentes; y si María no se ha preparado para ello, sino como orante en su consentimiento, nosotros somos radicalmente incapaces de prepararnos para ello, para ese encuentro final y decisivo, y constantemente debemos recurrir a ella que ha podido hacerlo efectivamente.» (von Balth., 11)

 ¡Cuántas oraciones tan bellas, llenas de poesía sublime y devoción ha inventado el amor a María, pero no hay una tan bella como el Ave María!

El Santo Rosario

El Ave María es la materia prima del Santo Rosario y podemos afirmar, entonces, que el rosario hunde sus raíces en la misma Sagrada Escritura y, como tal, es, al igual que toda oración cristiana, oración «en espíritu y en verdad» (Jn.4,24),es decir, por Cristo y con la fuerza del Espíritu Santo.

Al igual que la oración de María, nuestra alabanza es reconocimiento al Padre que ha hecho cosas grandes por nosotros, al Padre cuyo nombre es Santo y cuya misericordia pasa de generación en generación a los que le temen, que ha recordado su santa alianza y el juramento que juró a nuestros padres (cf. Lc.1,46-56). Es decir, al Dios cuya misericordia y fidelidad con nosotros dura por siempre (cf. Sal. 117).

 El rezo del Rosario consiste en ir considerando, mientras recitamos un Padre nuestro, diez Avemarías y un Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,los misterios de nuestra fe. En realidad, son quince misterios divididos en tres series de cinco y se llaman Gozosos, Dolorosos y Gloriosos, más otros cinco agregados por Juan Pablo II, llamados Luminosos.

Misterios Gozosos

En estos contemplamosla encarnación, nacimiento e infancia de Jesús, hechos que son nuestra alegría. Los podemos resumir en el anuncio del Ángel a los pastores la noche de la Navidad:

«No teman; he aquí que les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor.» (Lc.2,10)

Esta “buena noticia” debe llenar de confianza y de amor nuestro corazón, tantas veces ensombrecido por la adversidad; es la verdad fundante de nuestra fe: Dios, en su Hijo nacido de mujer, irrumpe en nuestra historia, se hace compañero de camino, vive nuestra vida, llora nuestras lágrimas y -lo inaudito- muere nuestra muerte. Digámoslo con las palabras inolvidables de Pablo VI: sale a nuestro encuentro en los pasos sencillos, humildes y fraternales del evangelio.

Misterios Dolorosos

En estos contemplamos la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo; nos referimos en ellos a Cristo, como diría San Pablo, «que me amó y se entregó por mí», al Cristo obediente hasta la muerte «y una muerte de Cruz», al Cristo que aceptó voluntariamente su pasión y su muerte por nuestros pecados. Al pie de la cruz está María y ahí nace su maternidad espiritual según la cual ella es Madre de la Iglesia, Madre del Cuerpo cuya cabeza es el Hijo (cf. Redemptoris Mater, 20ss).

Misterios Gloriosos

En ellos contemplamos a Cristo que sale del sepulcro, vencedor del pecado y de la muerte, para nuestra justificación, su glorificación junto al Padre de donde envía el Don del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sus compañeros que junto con María esperan en la oración el cumplimiento de la Promesa.  (cf. Hech. 1,14; Lc.24,49).

Contemplamos a María en su Asunción; Ella es la Madre glorificada junto al Hijo glorificado; íntimamente unida a su Hijo aquí en la tierra, ahora está íntimamente unida a su Hijo en el cielo. La gloria de la Asunción la celebramos el 15 de agosto. Oigamos la fe traducida en oración:

«Gracias al Padre por Cristo… Porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen, Madre de Dios; ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra.» (Prefacio de la Asunción)

Ella, del linaje de Adán, participa ya de la gloria que nosotros esperamos todavía; íntimamente unida a su hijo en la tierra, está íntimamente unida a su Hijo en la gloria.

Misterios Luminosos

El 16 de octubre de 2002, el Papa Juan Pablo II publicó una Carta Apostólica, en el marco del Año del Rosario, declarado por el pontífice desde octubre de 2002 hasta octubre de 2003: Rosarium Virginis Mariae (el Rosario de la Virgen María). El Rosario, dice el Papa, aunque claramente mariano en el carácter, es en el fondo un rezo cristo-céntrico. En la moderación de sus elementos, tiene toda la profundidad del mensaje del Evangelio en su totalidad, del cual se puede decir que es un compendio. A través del Rosario los fieles reciben la gracia abundante, como de las mismas manos de la Madre del Redentor. Con razón decía S. Pablo VI que el rosario es representación y compendio del mensaje del Evangelio.

En esta Carta, Juan Pablo II introduce 5 nuevos misterios a considerar y los llama Misterios de luz. En el número 21 dice:

«Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial “misterios de luz”. En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es “la luz del mundo” (Jn 8,12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos -misterios luminosos- de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1) su bautismo en el Jordán; 2) su auto-revelación en las bodas de Caná; 3) el anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4) su Transfiguración; 5) la institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual» (Rosarium Virginis Mariae, 21)

La lectura de este documento es una lectura obligada por su teología, su unción y piedad filial.

Con cuánta razón el Papa Pío XII hablando del rosario decía:  El rosario es la síntesis de todo el Evangelio, meditación de los misterios del Señor, sacrificio de la tarde, corona de rosas, himno de alabanza, oración de la familia, compendio de la vida cristiana, prenda segura de favores celestiales y fortaleza en la espera de la salvación.

Una objeción: la repetición

Suele objetarse al rezo del rosario que se trata de algo repetitivo y mecánico. Podría ser así si no tenemos cuidado. Pero la repetición en sí no es obstáculo para la oración. Hay distintas formas de oración; una forma de oración es aquella en la que usamos muchas palabras para expresar a Dios una situación particular, una pena, una alegría, no para hacérsela saber, sino para compartir, como se hace con un amigo, con un padre, y “para amonestarnos a nosotros mismos con palabras” (San Agustín); hay otra forma de oración en la que casi no usamos palabras, es la forma de oración que llamamos contemplativa; y hay otra, en fin, en la que repetimos las mismas palabras como Jesús en el Huerto de Getsemaní cuando vuelve a la oración  «repitiendo las mismas palabras»(Mt. 23,44).

A esta forma de oración en la que repetimos las mismas palabras pertenecen, por ejemplo, los Salmos. Los salmos son la oración del pueblo de Dios del Antiguo y Nuevo Testamento, o sea que el pueblo de Dios ha repetido esta oración por milenios. El Padre nuestro, la oración que Jesús mismo nos enseñó y nos mandó decirla siempre, llega un momento en que también es una oración que repetimos constantemente y esto no invalida su calidad de oración perfecta.

Además, la repetición es un elemento de nuestra vida; ¿no se dicen los enamorados las mismas viejas palabras que el amor hace nuevas? ¿Cuántas cosas repetimos todos los días y no por ello deja de tener sentido nuestra vida? Salvo dos o tres momentos, toda nuestra vida termina siendo una lucha contra la rutina. Cantamos a diario las mismas viejas canciones y estas siguen siendo bellas. El ritmo cósmico, ¿no es una repetición cíclica, días, noches, meses, años, estaciones…?

A este género de oración pertenece el Santo Rosario y es por ello una oración fácil, accesible y humilde como todo lo que es verdaderamente grande.

Conclusión

Celebramos el Rosario Viviente el mes de octubre, llamado así porque se dramatizan algunos de los misterios; el evento congrega miles y miles de católicos. Ha sido una hermosa manifestación de nuestra fe católica. Pero debemos ir más allá de esto y hacer la intención de rezar diariamente el rosario en el sentido en que lo hemos expuesto, como meditación de los misterios de nuestra fe acompañados de María.

El teólogo alemán H.U. Von Balthazar ha escrito un libro sobre el Rosario con el sugestivo título de La salvación del mundo en la oración mariana. En efecto. El Rosario ha estado presente como una oración de intercesión en varios momentos muy difíciles de la historia de la cristiandad.

Citaré tres ejemplos. El 7 de octubre de 1571 el Occidente estaba amenazado por las fuerzas turcas. Esta amenaza constituía un problema muy serio para la cristiandad. Se libró una batalla naval decisiva en el Golfo de Lepanto donde resultaron victoriosos los ejércitos cristianos. El Papa había pedido a toda la cristiandad que durante esos días se rezara el Santo Rosario para pedir a Dios, por la intercesión de María, concediera la victoria a los ejércitos cristianos. La victoria se atribuyó al rezo del Rosario y se instituyó la fiesta litúrgica de Nuestra Señora del Rosario el 7 de octubre.

Los otros dos ejemplos pertenecen a la historia religiosa de Austria. En 1683 un gran ejército turco de más de doscientos mil hombres tenía rodeada a Viena y amenazaba invadir Europa. Los católicos de Austria y de toda Europa rezaban el Rosario pidiendo a Dios y a la Santísima Virgen que les librara de aquel peligro. El día 12 de septiembre, con los refuerzos de austriacos, polacos y bávaros bajo las órdenes del General Sobieski, fue liberada Viena y fueron derrotadas las tropas turcas. En acción de gracias por esta victoria se instituyó la fiesta del Nombre de María el 12 de septiembre.

En fechas mucho más cercanas a nosotros hay otro hecho menos comentado, pero no de menor importancia. Austria estuvo ocupada por las tropas rusas después de la segunda Guerra Mundial. De nuevo surgió un movimiento del rezo del Rosario en familia pidiendo por la liberación de Austria y por la paz del mundo. En 1955, con el compromiso de neutralidad, se retiraron las tropas rusas del territorio austriaco. Es el único caso que se conoce de que las tropas rusas se retiren de un país ocupado. Muchos atribuyeron este favor a la campaña del Rosario en familia, que en Austria contaba con innumerables participantes.

En relación con estos hechos en septiembre de 1985 se celebraron solemnemente varios aniversarios: 40 aniversario de la restauración de la República de Austria, 30 aniversario del pacto de Estado (Staatsvertrag), 25 aniversario de la fundación de la Cruzada reparadora del Rosario para la paz del mundo (Rosenkranz-Sühnekreuzzug um den Frieden der Welt). El mismo presidente de la República tomó parte en algunas de estas celebraciones. En un discurso en el Stadthalle de Viena dijo:

«En las horas de los mayores peligros los católicos de Austria siempre han buscado su refugio en la Magna Mater Austriae.» (Eph. Mar. 36, 1986; p.133)

Yo creo que hoy enfrentamos una situación muy difícil, una crisis general que se concretiza en lo que hemos llamado la cultura de la muerte, es decir, una actitud negativa frente al valor supremo de la vida. Este déficit de humanidad se cristaliza en la pobreza generalizada, en el abandono de los niños, en las propuestas abortistas y su defensa, en la guerra, en el terrorismo, en la indiferencia religiosa, en el materialismo que encierra nuestra vida. Sabemos que nuestra República no pasa por su mejor momento, que existen crisis severas que generan pobreza extrema, que hay inquietud y temor e incertidumbre en el pueblo, que la violencia se ha apoderado de nuestro corazón. Especialmente doloroso es, para todos nosotros, el problema del crimen organizado, de la proliferación y consumo de drogas que han hecho de la nuestra una ciudad profundamente lastimada, poniendo en riesgo, incluso, su viabilidad. Pero sabemos, igualmente, que México tiene una reserva enorme de fe en Dios, que ama a Jesucristo, y guarda un amor y una devoción inconmovibles a María, Madre y Señora nuestra. Creo por ello mismo que es el momento de que los cristianos aportemos desde la originalidad de nuestra fe, el testimonio de una vida marcada por la esperanza que no defrauda.

 Mediante el rezo del Santo Rosario, pidamos a Dios para que nos libere del flagelo de esta cultura hecha de desprecio y de ambición. La celebración del Rosario Viviente debe ser, pues, un incentivo para que, guiados por María, acojamos al Redentor, al Evangelio Viviente y lo hagamos presente en las estructuras de este mundo nuestro.

Termino traduciendo unos versos de Paul Claudel:

Porque estás ahí para siempre, simplemente,
porque eres María.

Simplemente, porque existes
Madre de Jesucristo,
te doy gracias.

† P. Hesiquio Trevizo Bencomo
In Memoriam | 5 mayo 2022
Requiem aeternam dona ei Domine.
Et lux perpetua luceat ei.
Requiescat in pace.
Ámen.

Rosarium Virginis
Mariae

Introducción

Estaba ya en imprenta este trabajo cuando apareció la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (Rosario de la Virgen María) del Papa Juan Pablo II (16.10.02), razón por la cual no se hizo alusión a ella, sin embargo, se realizó este apéndice que, en su momento, fue un encarte que se agregó al folleto en el que se ofrece, incluso, un resumen de la carta.

Así pues, en el numeral 1 de Rosarium Virginis Mariae, ha dicho el Papa Juan Pablo II:

«El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también, en este tercer Milenio apenas iniciado, una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a “remar mar adentro” (duc in altum!), para anunciar, más aún, ‘proclamar’ a Cristo al mundo como Señor y Salvador, “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn14, 6), el “fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización” (GS. 45)» (Rosarium Virginis Mariae, 1)

El motivo de esta carta sigue actual y el Papa lo expresa bellamente: 

«Por eso, de acuerdo con las consideraciones hechas en la Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, en la que, después de la experiencia jubilar (año 2000), he invitado al Pueblo de Dios “a caminar desde Cristo” he sentido la necesidad de desarrollar una reflexión sobre el Rosario, en cierto modo como coronación mariana de dicha Carta apostólica, para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo. […] deseo que a lo largo del año se proponga y valore de manera particular esta oración en las diversas comunidades cristianas». (Ibid., 3)

En efecto, María no es alguien a se stante (para sí misma); ella está íntimamente unida al misterio de Cristo y de la Iglesia, tal como lo enseña el Concilio.

«La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gál 4, 4-6)» (Redemptoris Mater, 1)

El que es el «Camino, la Verdad y la Vida» (Jn. 14,6), ha venido a nosotros por la mediación materna de la Madre-Iglesia que es María. Ella lo recibe en nombre de la humanidad. La Iglesia toma su carácter femenino y maternal de María y, como ella, la comunidad cristiana toda debe tender a esa disponibilidad total, sin medias tintas, ante la voluntad de Dios. Dios nada puede hacer con alguien que se entrega a medias. Nosotros, pobres pecadores, jamás llegaremos a esa totalidad, pero con su ayuda, imitando su vida orante, no cejamos en nuestro empeño de imitar su entrega «para alcanzar, un día, las gracias y promesas de Nuestro Señor Jesucristo». Así, María tiene un valor arquetípico para toda la iglesia, para cada hombre y cada mujer, para cada familia, para todos nosotros. Para la Iglesia toda en cuanto tal.

Dada la oportunidad, mensaje y belleza del documento pontificio, transcribo un breve resumen de dicho documento.

Resumen

1. El Rosario es una oración que, si bien tiene un carácter mariano, es cristológica, como toda oración cristiana; aparece y se propaga, por el soplo del Espíritu en el II Milenio y, en su sencillez y profanidad sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que después de dos mil años no ha perdido nada de la novedad de los orígenes y se siente empujado por el Espíritu a anunciar y proclamar a Cristo, “Camino Verdad y Vida” (Jn. 14,6). (nn. 1-2).

2. El Rosario es un “camino de contemplación”; en él vamos “contemplando” paso a paso, la totalidad del misterio cristiano. Se trata de un medio eficaz para favorecer la exigencia de la contemplación en los fieles como se afirma en Tertio MiIenio Ineunte: “es necesario un cristianismo que se distinga ante todo por el arte de la oración”. Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una exigencia de espiritualidad, impulsada también por el influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan «en auténticas escuelas de oración» (n. 5).

Por ello, el Papa ha decretado el Año del Rosario de octubre 2002 a octubre 2003. Nuestro Obispo ha decretado que el Año del Rosario iniciase en nuestra Diócesis con el Rosario Viviente y termine el próximo año con el mismo evento.

3. Oración por la paz y por la familia. Dos necesidades sentidas universalmente, ambas amenazadas, son circunstancias históricas que hacen urgente el rezo del Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. Ya en otras circunstancias similares los papas han recomendado el rezo del Rosario para implorar la paz. Vemos en el mundo escenas de violencia –sobretodo en tierra de Jesús– donde se derrama la sangre y se siembra la devastación y la muerte. Debemos rezar el Rosario contemplando el misterio de Aquel que es nuestra paz (cf. Ef 2,14).

Las dificultades que presenta el panorama mundial inducen a pensar que sólo una intervención de lo Alto, capaz de orientar los corazones de quienes viven situaciones conflictivas y de quienes dirigen los destinos de las Naciones, puede hacer esperar en un futuro menos oscuro. (nn. 6. 40)

Además de oración por la paz, el Rosario es también, desde siempre, oración de la familia y por la familia. Conviene no descuidar esta preciosa herencia para fomentar la comunión en la familia tan amenazada por el televisor. Volver a rezar el Rosario en familia significa introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor y la imagen de su Madre santísima. La familia que reza unida permanece unida. Rezar el Rosario por los hijos, y mejor aún, con los hijos, es una ayuda espiritual en su crecimiento que no ha de despreciarse. (nn. 41-42)

4. Misterios de Luz. La novedad definitoria del documento papal es la introducción en la forma tradicional del Rosario que contempla 15 misterios – gozosos, dolorosos, y gloriosos – cinco nuevos misterios llamados de la luz. En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Es la “Gran Luz” que brilla en tierras de sombras, de la que habla Isaías; él es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, El es la vida y esa vida es la luz de los hombres (cf. Jn 4,8). El afirma de sí mismo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, tendrá la luz de la vida (8,12).

Estos misterios son: 1. El bautismo de Jesús en el Jordán; 2. la auto manifestación de Jesús en las bodas de Caná; 3. Anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. La Transfiguración; 5. Institución de la Eucaristía, sacramento del misterio pascual. Estos misterios pueden rezarse los jueves.

Conclusión. “Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras familias, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con confianza entre las manos el Rosario descubriéndolo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana” (n. 43).

Rezo del Santo Rosario

Orationes ab inítio Rosárii dicéndæ

Signum Crucis

Per signum Sanctae Crucis (+) de inimícis nostris (+) líbera nos, Deus noster (+).

In nómine Patris, et Fílii, et Spíritus Sancti. Amen.

Vel

+ In nómine Pátris, et Fílii, et Spíritus Sáncti. Amen.

Algunos por costumbre comienzan el rezo con:

+Por la señal de la Santa Cruz, + de nuestros enemigos + líbranos Señor, Dios nuestro.

+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Otros comienzan simplemente con: 

+En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Credo


Symbolum Apostolorum

Crédo in Déum Pátrem omnipoténtem, Creatórem cáeli et térræ. Et in Iésum Chrístum, Fílium éius unícum, Dóminum nóstrum: qui concéptus est de Spíritu Sáncto, nátus ex María Vírgine, pássus sub Póntio Piláto, crucifíxus, mórtuus, et sepúltus: descéndit ad ínferos: tértia die resurréxit a mórtuis: ascéndit ad cáelos: sédet ad déxteram Déi Pátris omnipoténtis: índe ventúrus est iudicáre vívos et mórtuos. Crédo in Spíritum Sánctum, sánctam Ecclésiam Cathólicam, Sanctórum Communiónem, remissiónem peccatórum, cárnis resurrectiónem, vítam ætérnam. Amen.

Símbolo de los Apóstoles

Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo su único Hijo, Nuestro Señor; que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; y nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fué crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Esprítu Santo, en la Santa Iglesia Católica; la comunión de los santos; el perdón de los pecados; la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

Confíteor


Confiteor Deo omnipotenti, et vobis fratres,

quia peccavi nimis cogitatione, verbo, opere et omissione:

mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa.

Ideo precor beatam Mariam semper Virginem,

omnes Angelos et Sanctos, et vos, fratres,

orare pro me ad Dominum Deum nostrum. Amen.

Yo confieso ante Dios todopoderoso, y ante vosotros, hermanos:

que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra, y omisión:

por mi culpa, por mi culpa, por mi grande culpa.

Por eso, ruego a Santa María, siempre Virgen,

a los Ángeles, a los Santos, y a vosotros, hermanos,

que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor. Amén.

Después de mencionar cada misterio que se ha de meditar, se reza un padre nuestro y diez aves marías:

Páter Nóster


Páter Nóster, qui es in cáelis, sanctificétur nómen túum. Advéniat régnum túum, fíat volúntus túa, sícut in cáelo et in térra.

Pánem nóstrum quotidiánum da nóbis hódie, et dimítte nóbis débita nóstra, sícut et nos dimíttimus debitóribus nóstris. Et ne nos indúcas in tentatiónem: sed líbera nos a málo. Ámen.

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación, y líbranos del mal. Amén.

Ave María (x10)

Áve María, grátia pléna, Dóminus técum. Benedícta tu in muliéribus, et benedíctus frúctus véntris túi, Iésus.

Sáncta María, Máter Déi, óra pro nóbis peccatóribus, nunc, et in hóra mórtis nóstræ. Ámen.

Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Gloria

Glória Pátri, et Fílio, et Spirítui Sáncto. Sícut érat in princípio, et nunc, et sémper, et in sáecula sæculórum. Amen.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Oratio Fatima

Domine Iesu, dimitte nobis debita nostra, salva nos ab igne inferiori, perduc in caelum omnes anismas, praesertim eas quae misericordiae tuae maximae indigent.

Vel

O (mi) Bóne Iésu, líbera nos a peccatís nóstris; líbera nos ab ígnibus gehénnae; perdúc in paradísum ómnes animás præsértim eas quae plus misericórdia tua indígent!

¡Oh! Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia. Amén.

O bien:

María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora. Amén.

Misterios Gloriosos (Miércoles y Domingos)

Mysteria gloriosa. In feria quarta et Dominica

1. La Resurrección del Señor

Primum Mysterium Gloriosum: Resurrectio

Meditación: El Ángel dijo: “Ustedes no teman, porque yo sé que buscan a Jesús crucificado. No está aquí, pues ha resucitado tal como lo había anunciado. (Mt 28,5-6)

Padre nuestro y diez Avemarías…

2. La Ascensión del Señor

Secundum Mysterium Gloriosum: Ascensio

Meditación: Jesús los condujo hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo. (Lc 24,50-51)

Padre nuestro y diez Avemarías…

3. La Venida del Espíritu Santo

Tertium Mysterium Gloriosum: Descensus Spiritus Sancti

Meditación: Se les aparecieron lenguas de fuego, las que, separándose, se fueron posando sobre cada uno de ellos.  Todos quedaron llenos del Espíritu Santo. (Act 2,3-4)

Padre nuestro y diez Avemarías…

4. La Asunción de nuestra Señora

Quartum Mysterium Gloriosum: Assumptio

Meditación: “Hija mía, que Dios Altísimo te bendiga más que a todas las mujeres de la tierra.  Y bendito sea el Señor Dios, Creador del cielo y de la tierra”. (Jdt 13,18)

Padre nuestro y diez Avemarías…

5. La Coronación de nuestra Señora

Quintum Mysterium Gloriosum: Coronatio

Meditación: Apareció en el cielo una señal grandiosa: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.  (Ap 12,1)

Padre nuestro y diez Avemarías…

Misterios Gozosos (Lunes y Sábados)

Mysteria Gaudiosa. In feria secunda et sabbato

1. La Anunciación y Encarnación del Hijo de Dios

Primum Mysterium Gaudiosum: Annuntiatio

Meditación: El ángel le dijo a María, “vas a concebir y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y con razón lo llamarán: Hijo del Altísimo. (Lc 1,31-32)

     Padre nuestro y diez Avemarías…

2. La Visitación

Secundum Mysterium Gaudiosum: Visitatio

Meditación: “¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¡Dichosa por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor! (Lc 1,42.45)

Padre nuestro y diez Avemarías…

3. El Nacimiento del Hijo de Dios

Tertium Mysterium Gaudiosum: Nativitas

Meditación: Cuando estaban en Belén, le llegó el día en que debía tener a su hijo. Y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada.  (Lc 2,6-7)

Padre nuestro y diez Avemarías…

4. La Purificación de nuestra Señora

Quartum Mysterium Gaudiosum: Presentatio

Meditación: Cuando llegó el día en que, de acuerdo con la Ley de Moisés, debían cumplir el rito de la purificación de la madre, llevaron al niño a Jerusalén. Allí lo consagraron al Señor. (Lc 2,22)

Padre nuestro y diez Avemarías…

5. El Niño perdido y hallado en el Templo

Quintum Mysterium Gaudiosum: Inventio in Templo

Meditación: Lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. (Lc 2,46-47)

Padre nuestro y diez Avemarías…

Misterios Luminosos (Jueves)

Mysteria Luminosa. In feria quinta

1. El Bautismo en el Jordán

Primum Mysterium Luminosum: Baptisma Domini nostri Iesu Christi

Meditación: Jesús desciende a las aguas del Río Jordán y es bautizado por Juan. Se abren los cielos y se oye la voz del Padre llamándolo su Hijo amado. El Espíritu desciende como una paloma y se posa sobre Jesús llenándolo de la misión de Dios, de salvar a la humanidad del pecado. (cf. Mt 3,17)

Padre nuestro y diez Avemarías…

2. La boda en Caná

Secundum Mysterium Luminosum: Nuptiae Canenses

Meditación: Jesús convierte el agua en vino a solicitud de María, quien fue primera entre los creyentes. Los discípulos presenciaron este milagro, y con su corazón abierto a la fe, empezaron a creer en Él.  (cf. Jn 2,1-11)

Padre nuestro y diez Avemarías…

3. La Proclamación del Reino de Dios

Tertium Mysterium Luminosum: Proclamatio Regni Dei contemplamur

Meditación: Jesús proclamaba el Evangelio en Galilea. Él proclama que éste es el tiempo de plenitud ya que el Reino de Dios está cerca. Pide a todos que se arrepientan y perdona los pecados de aquellos que creen en Él.  (cf. Mc 1,15)

Padre nuestro y diez Avemarías…

4. La Transfiguración

Quartum Mysterium Luminosum: Transfiguratio contemplamur

Meditación: En el Monte Tabor, los Apóstoles presencian la gloria de Dios en el rostro resplandeciente de Jesús. La voz del Padre, que sale de una nube, dice: “Este es mi Hijo, mi Elegido, escúchenlo” (cf. Lc 9,35)

Padre nuestro y diez Avemarías…

5. La Institución de le Eucaristía

Quintum Mysterium Luminosum: Institutio Eucharistiae contemplamur

Meditación: En la Ultima Cena, Jesús ofrece Su Cuerpo y Sangre, bajo los signos del pan y vino; y lava los pies de los Apóstoles. Él sabe que Judas lo ha traicionado y que ha llegado Su hora. Jesús da testimonio de Su amor eterno por cada uno de nosotros al compartir el Sacramento de la Eucaristía. (cf. Jn 13,1)

Padre nuestro y diez Avemarías…

Misterios Dolorosos. (Martes y Viernes)

Mysteria dolorosa. In feria tertia et feria sexta

1. La Agonía en el Huerto

Primum Mysterium Dolorosum: Cruciatus in Horto

Meditación: Llegó Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní. Fue un poco más lejos y se postró en el suelo en oración: “Padre, si es posible, aleja de mí este cáliz”. (Mateo 26,36.39)

Padre nuestro y diez Avemarías…

2. La Flagelación

Secundum Mysterium Dolorosum: Flagellatio

Meditación: Todo el pueblo contestó: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.  Entonces Pilato dejó en libertad a Barrabás, en cambio, a Jesús lo hizo azotar. (Mateo 27,25-26)

Padre nuestro y diez Avemarías…

3. La Coronación de Espinas

Tertium Mysterium Dolorosum: Coronatio cum Spinis

Meditación: Le quitaron sus vestidos y le pusieron una capa de soldado de color rojo. Le colocaron en la cabeza una corona que habían trenzado con espinas y se burlaban de Él. (Mateo 27, 28-29)

Padre nuestro y diez Avemarías…

4. Llevando la Cruz

Quartum Mysterium Dolorosum: Bajulatio Crucis

Meditación: Se apoderaron de Jesús; él mismo llevaba la cruz a cuestas y salió a un lugar llamado la Calavera. Allí lo crucificaron. (Juan 19,17-18)

Padre nuestro y diez Avemarías…

5. La Crucifixión

Quintum Mysterium Dolorosum: Crucifixio

Meditación: El Velo del Templo se rasgó por la mitad, y Jesús gritó muy fuerte: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Al decir estas palabras, expiró.  (Lucas 23,45-46)

Padre nuestro y diez Avemarías…

Oratiónes ad fínem Rosárii dicéndæ

Salve Regína

Sálve Regína, Máter misericórdiæ! Víta, dulcédo, et spes nóstra, sálve.

Ad te clamámus, éxsules filii Hévæ. Ad te suspirámus, geméntes et fléntes in hac lacrimárum válle.

Éia érgo, Advocáta nóstra, íllos túos misericórdes óculos ad nos convérte. Et Iésum, benedíctum frúctum véntris túi, nóbis post hoc exsílium osténde.

O clémens, O pía, O dúlcis Vírgo María!

V/. Óra pro nóbis, Sáncta Déi Génetrix.

R/. Ut dígni efficiámur promissiónibus Chrísti. Amen.

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.

Dios te salve. A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva, a Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora Abogada Nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos, y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Las tres purezas

Dios te salve María Santísima Hija de Dios Padre, Virgen purísima y castísima antes del parto, en tus manos encomiendo mi Fe para que la alumbres, llena eres de gracia…

Dios te salve María Santísima, Madre de Dios Hijo, Virgen purísima y castísima en el parto, en tus manos encomiendo mi Esperanza para que la alientes, llena eres de gracia…

Dios te salve María Santísima, Amada de Dios Espíritu Santo Virgen purísima y castísima después del parto, en tus manos encomiendo mi Caridad para que la inflames, llena eres de gracia…

Dios te salve María Santísima, Templo, Trono y Sagrario de la Santísima Trinidad, Virgen concebida sin la culpa original. Amén.

Dios te salve Reina y Madre, Madre de Misericordia; vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh, dulce siempre Virgen María! Ruega por nosotros Santa Madre de Dios. Para que seamos dignos de alcanzar las divinas gracias y promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Letanías a la Santísima Virgen

Litaníæ

Señor, ten piedad. (Señor, ten piedad.) Cristo, ten piedad. (Cristo, ten piedad.) Señor, ten piedad. (Señor, ten piedad.) Cristo, óyenos. (Cristo, óyenos.) Cristo, escúchanos. (Cristo, escúchanos.) Dios Padre Celestial. (Ten piedad de nosotros.) Dios Hijo Redentor del mundo. (Ten piedad de nosotros.) Dios Espíritu Santo. (Ten piedad de nosotros.) Santa Trinidad que eres un solo Dios. (Ten piedad de nosotros.) Santa María. (Ruega por nosotros.) Santa Madre de Dios. (…) Santa Virgen de las Vírgenes. Madre de Cristo Madre de la Iglesia, Madre de la misericordia, Madre de la divina gracia, Madre de la esperanza, Madre purísima, Madre castísima, Madre siempre virgen, Madre inmaculada, Madre amable, Madre admirable, Madre del buen consejo, Madre del Creador, Madre del Salvador, Virgen prudentísima, Virgen digna de veneración, Virgen digna de alabanza, Virgen poderosa, Virgen clemente, Virgen fiel, Espejo de justicia, Trono de la sabiduría, Causa de nuestra alegría, Vaso espiritual, Vaso digno de honor, Vaso de insigne devoción, Rosa mística, Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de la Alianza, Puerta del cielo, Estrella de la mañana, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consuelo de los migrantes, Consoladora de los afligidos, Auxilio de los cristianos, Reina de los Ángeles, Reina de los Patriarcas, Reina de los Profetas, Reina de los Apóstoles, Reina de los Mártires, Reina de los Confesores, Reina de las Vírgenes, Reina de todos los Santos, Reina concebida sin pecado original, Reina asunta a los Cielos, Reina del Santísimo Rosario, Reina de la familia, Reina de la paz. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, perdónanos, Señor. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, escúchanos, Señor. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten misericordia de nosotros. Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡oh! Virgen gloriosa y bendita. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.Kyrie, eléison. (Kyrie, eléison.) Christe, eléison. (Christe, eléison.) Kyrie, eléison. (Kyrie, eléison.) Christe, áudi nos. (Christe, áudi nos.) Christe, exáudi nos. (Christe, exáudi nos.) Pater de cælis, Deus, (miserére nobis.) Fili, Redémptor mundi, Deus, (miserére nobis.) Spíritus Sancte, Deus, (miserére nobis.) Sancta Trínitas, unus Deus, (miserére nobis.)   Sancta María. (Ora pro nobis.) Sancta Dei Génetrix. (…) Sancta Virgo vírginum. Mater Christi. Mater Ecclésiæ. Mater Misericordiae. Mater divínæ grátiæ. Mater Spei. Mater puríssima. Mater castíssima. Mater invioláta. Mater intemeráta. Mater immaculáta. Mater amábilis. Mater admirábilis. Mater boni consílii. Mater Creatóris. Mater Salvatóris. Virgo prudentíssima. Virgo veneranda. Virgo prædicánda. Virgo potens. Virgo clemens. Virgo fidélis. Speculum iustitiæ. Sedes sapiéntiæ. Causa nostræ laetítiæ. Vas spirituále. Vas honorábile. Vas insígne devotiónis. Rosa mystica. Turris davídica. Turris ebúrnea. Domus áurea. Foederis arca. Iánua cæli. Stella matutína. Salus infirmórum. Refúgium peccatórum. Solacium migrantium. Consolátrix afflictórum. Auxílium christianórum. Regína angelórum. Regína patriarchárum. Regína prophetárum Regína apostolórum. Regína mártyrum. Regína confessórum. Regína vírginum. Regína sanctórum ómnium. Regína sine labe originali concépta. Regína in cælum assúmpta. Regína sacratíssimi rosárii. Regína famíliæ. Regína pacis. Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi. Parce nobis, Dómine. Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi. Exáudi nos, Dómine. Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi. Miserére nobis. Sub tuum præsídium confúgimus, Sancta Dei Génetrix: nostras deprecatiónes ne despícias in necessitátibus, sed a perículis cunctis líbera nos semper, Virgo gloriósa et benedícta. V. Ora pro nobis Sancta Dei Génetrix. R. Ut digni efficiámur promissiónibus Christi.

Bibliografía

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Hans, U. (2008). El Rosario. La salvación del mundo en la oración de María. Fundación San Juan.

Juan Pablo II. (1987). Carta Encíclica Redemptoris Mater. Roma: Libreria Editrice Vaticana.

Juan Pablo II. (2002). Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae. Roma: Libreria Editrice Vaticana.

Pablo VI. (1964). Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium. Roma: Libreria Editrice Vaticana.

Schillebeeckx, E. (1969). María, Madre de la Redención. Bases religiosas del misterio de María. (C. Ruiz-Garrido, Trad.) Madrid: Ediciones FAX.


[1] Homilía en el Santuario de Bonaria, Cagliari (24 de abril de 1970)