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Francisco en Juárez (6).

Cuaresma.

 

Cuando usted lea el presente, Papa Francisco habrá pronunciado ya sus primeras palabras en nuestra Patria. Después de todo, no podemos esperar un mensaje radicalmente nuevo; se trata de “la verdad siempre antigua y siempre nueva”, de la Palabra de Dios que culmina en la revelación de Jesucristo. Cierto, una palabra que nos alcanza en nuestra circunstancia.

En un viaje papal están cuidadosamente pensados los momentos decisivos; uno de ellos es la liturgia porque, esta, es el marco de la vida cristiana. El solo hecho que el papa esté con nosotros la primera semana de Cuaresma, es, ya, en sí, un mensaje. Y el mensaje de la Cuaresma es terminante: «arrepiéntanse y crean en el evangelio». Tratándose de un tiempo litúrgicamente muy fuerte, según sé, se respetará la liturgia del día.

En la videoconferencia, en la que el papa se dirige a nosotros, traza en forma, por demás sencilla, la gran verdad de la Cuaresma: «Es posible que ustedes se pregunten: ¿Y qué pretende el Papa con este viaje? La respuesta es inmediata y sencilla: Deseo ir como misionero de la misericordia y de la paz; encontrarme con ustedes para confesar juntos nuestra fe en Dios y compartir una verdad fundamental en nuestras vidas: que Dios nos quiere mucho, que nos ama con un amor infinito, más allá de nuestros méritos. Quiero estar lo más cerca posible de ustedes, pero de modo especial de todos aquellos que sufren, para abrazarlos y decirles que Jesús los quiere mucho, que Él siempre está a su lado».

Más que una novedad, es un volver a la fuente de la vida. Un lejano antecesor de papa Francisco, Clemente Romano (tercer sucesor de Pedro. 88-97), escribía a los creyentes de su tiempo: «Recorramos todas las generaciones y aprendamos cómo el Señor, siempre, concedía un ‘tiempo de penitencia’ a los que deseaban convertirse». Pasa luego a numerar todas esas ocasiones contenidas en la Biblia. Luego añade: “el mismo Señor de todas las cosas habló con juramento de la conversión diciendo: ‘por mi vida, oráculo del Señor, juro que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva’; y añade: ‘dejad de obrar el mal, pueblo mío. Di a los hijos de mi pueblo: aunque vuestros pecados lleguen hasta el cielo, aunque sean como púrpura y rojos como escarlata, si vuelven a mí de todo corazón y decís: “Padre”, os escucharé como mi pueblo santo”. Y concluye S. Clemente: «obedezcamos, por tanto, a su magnífico proyecto, implorando su misericordia y benignidad; convirtámonos, dejando a un lado las obras vanas, las riñas y la envidia que conduce a la muerte. Seamos, pues, humildes, hermanos, dejando a un lado toda arrogancia, orgullo, ostentación, insensatez y los arrebatos de ira… Sed misericordiosos y alcanzaréis misericordia; perdonad y seréis perdonados… » Incluso, tal es el motivo cuaresmal de papa Francisco.

Así pues, nos encontramos en la misma longitud de onda. A la postre, el papa encarna el dictado de Pablo a los corintios: «Hermanos, somos embajadores de Cristo, y es como si Dios, por nuestro medio, los exhortara. Les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios. Somos colaboradores de Cristo, y en su nombre los exhortamos a no echar en saco roto esta gracia de Dios. Se trata del momento favorable, del día de la salvación». ¿Se pueden decir palabras más sencillas e inquietantes? Y, ¿si esto fuera verdad?, según decía M. Buber a un ateo.

Pero podemos ir más atrás todavía, al fin y al cabo, la misericordia de Dios también se manifiesta cuando denuncia y corrige. Una de las obras espirituales de misericordia es corregir al que erra. La misericordia exige, por lo tanto, una denuncia con la intención de ver de forma realista nuestra situación. Si no se diagnostica bien, el mal sigue. Isaías, el más grande escritor, poeta y profeta del A.T., domina el tiempo de Cuaresma. Y su mensaje es actual y, en momentos, perturbador: «Así dice el Señor: grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados… ¿para qué sirven vuestros ayunos? Ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los grilletes, dejar libres a los oprimidos, romper todos los grilletes, partir tu pan con el hambriento, hospedar al pobre sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propio hermano… Cuando destierres de ti la opresión y el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá medio día». (cf. Is. 58, 1-12).

Lo hacía notar en mis entregas pasadas, el mensaje del papa está dominado por tres líneas convergentes: el Año Jubilar de la Misericordia, luego, el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, y por último, el mensaje para esta cuaresma. En la catequesis de este miércoles, la temática del papa, y la forma como la aborda, es inquietante. Con una inusitada sencillez, aborda un tema desafiante: la flagrante injusticia social de nuestro mundo. Haciendo referencia al «año jubilar» hebreo, afirma: «Con el jubileo hebreo, quien se había convertido en pobre regresaba a tener lo necesario para vivir, y quien se había hecho rico restituía al pobre lo que le había quitado. El fin era una sociedad basada en la igualdad y la solidaridad, donde la libertad, la tierra y el dinero se convirtieran en un bien para todos y no solo para algunos, como ocurre ahora. Si no me equivoco…, pero el ochenta por ciento de las riquezas de la humanidad está en las manos del menos del veinte por ciento de la gente. Es un jubileo (el nuestro) para convertirse, para que nuestro corazón se haga más grande, más generoso, más hijo de Dios, con más amor. Pero digo una cosa: si este deseo, si el jubileo no llega a los bolsillos no es un verdadero jubileo. ¿Habéis entendido? Y esto está en la Biblia ¡eh! No lo inventa este Papa: está en la Biblia. El fin –como he dicho– era una sociedad basada en la igualdad y la solidaridad, donde la libertad, la tierra y el dinero se convertían en un bien para todos y no para algunos.

De hecho, el jubileo tenía la función de ayudar al pueblo a vivir una fraternidad concreta, hecha de ayuda recíproca. Podemos decir que el jubileo bíblico era un “jubileo de misericordia”, porque era vivido en la búsqueda sincera del bien del hermano necesitado». Palabras inquietantes, pero que, dichas en el contexto doctrinal de la misericordia, solo son una variación de las palabras de Jesús: “dad y se os dará; recibiréis una medida bien generosa en el manto”.

Tal es el proyecto divino. Pero siempre aparece un antiproyecto. Cuando Dios traza su plan, intempestivamente aparece “alguien” que está dispuesto a boicotear tal proyecto. En el exordio mismo de los tiempos, en el paraíso, recién creada la pareja humana para la complementariedad, la alegría, el amor y la vida, aparece el enemigo, el seductor, que siembra la duda, la desconfianza y hace surgir en la mente de la pareja recién creada un espejismo de libertad.

Cuando Jesús inicia su vida pública en Nazaret, anunciando la Buena Nueva, aparece, de nuevo, “alguien” que intenta apartarlo de su misión. Aparece ese “alguien” que hace preguntas con la intención de desmoralizar, de sembrar la duda. La tentación demoniaca tiene esa finalidad, sutil, casi imperceptible, de hacernos dudar de Dios y de su proyecto. En Nazaret, como en el paraíso, la pregunta apenas logra ocultar el afán de boicot, es un comentario venenoso que intenta sembrar la duda, la sospecha, entre los oyentes. Ese “alguien” está siempre presente en la historia de la iglesia, en la historia personal; ese “alguien” que con una pregunta tan maliciosa como oportuna, siembra la duda, la sospecha. Esa es la labor del demonio.

Dostoievski dedicó páginas geniales al episodio de las tentaciones: «El Espíritu inteligente y terrible, el Espíritu de la autodestrucción y del no ser que te habló en el desierto, y en los Libros, nos ha sido transmitido como si te hubiese tentado. ¿No es así? Pero, ¿se podría decir jamás alguna cosa más verdadera que aquello que Él te reveló, con sus tres propuestas y que tú rechazaste y que en los Libros son llamadas tentaciones? Sin embargo, si ha habido sobre la tierra un verdadero y extraordinario milagro, fue aquél día, el día de las tres tentaciones”. Las propuestas diabólicas deberían ser entendidas, pues, “como advertencias y consejos que tú debiste escuchar”.

“Pero tú preferiste respetar la libertad del hombre. Error imperdonable”.

“En aquellas tres propuestas que te dirigió el potente Espíritu inteligente, está como condensada y profetizada la entera historia de la humanidad, y en ellas están puestas las tres ideas en las que confluirán, después, todas las irreconciliables contradicciones de la naturaleza humana en el mundo entero”. (Hermanos Karamasov).

Papa Francisco llega a nuestra Patria en momentos no fáciles. A unas horas de su visita estalla un conflicto en un penal con un saldo muy alto de vidas segadas, de heridos. El desequilibrio social, los problemas de la gran economía, la violencia con sus distintos rostros en todo el país, son una realidad que está ahí. Y que puede ser desmoralizante, pude generar pesimismo. El papa conoce todo esto; tales noticias le dan la vuelta al mundo en segundos. Pero antes que desmoralizarnos, animados por el ejemplo del papa, debemos enfrentar estas situaciones desde otra perspectiva. Sabemos de sobra que la solución no es política ni económica ni tecnológica. Hoy podríamos hacer nuestro el dictado de Heidegger: «Ahora, solo un Dios puede salvarnos».

Tal será la propuesta de papa Francisco entre nosotros. Pero, nuestra libertad ahí está, Dios no la ha requisado; según frase de S. Agustín, «el que te creó sin ti no puede salvarte sin ti». Papa Francisco nos da la oportunidad de que los mexicanos, y en especial los juarenses, digamos al mundo quiénes somos, quiénes queremos ser; que existe ese “otro Juárez”, que lucha, que trabaja, que estudia, que se esfuerza.