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¿Estará feliz María de Guadalupe, viendo correr a raudales la sangre de sus hijos, tan especialmente queridos?, ¿viendo la pobreza, el olvido, la indiferencia, el abuso, la corrupción; cuando los ‘moradores de estas tierras’ viven el fracaso del sistema nacional de seguridad, cuando cualquier mexicano es susceptible de ser baleado, asaltado, secuestrado?

¡Círculos imbatibles donde anida la pobreza y medra el crimen; centros donde crímenes macabros se dan con naturalidad! ¡Cuánta zozobra, cuánto miedo, cuánta incertidumbre con nuestro futuro en manos de pobres seres de polvo! Y los ‘moradores de estas tierras’ se aprestan a un 18 impredecible, dominado por la palabrería vacía: seguridad, modernidad, fin a la corrupción, de la impunidad y el perdón imposible.

La Virgen llegó a México en el Adviento de 1531, en el adviento histórico de un nuevo momento, de un nuevo nacimiento, aparición de una nueva raza; traía la esperanza de un renacimiento a los habitantes de estas tierras estremecidos por el choque brutal. La presencia de María de Guadalupe es un caso único en las religiones: historia, presencia e Imagen en medio de un pueblo. María es Mujer. Por ello es Madre. Y en aquel adviento vino a anunciar, a traer, a dar a luz, como lo hiciera en Belén, al Evangelio de la vida, del amor, de la esperanza. Pero, ¿dónde nos encontramos ahora?

Ahora, en Adviento, en este adviento, hoy y aquí, ¿no nos interpela Guadalupe con las mismas palabras de la Escritura, leídas en adviento?: «Cómo se ha vuelto ramera la Ciudad Fiel. Antes llena de derecho, morada de justicia. Tu plata se ha vuelto escoria y tu vino está aguado. Tus jefes son bandidos, socios de ladrones: todos amigos de sobornos, en busca de regalos. No defienden al débil, no se encargan de la causa del pobre. Solo crímenes y lamentos» (Is.1,21-23). Guadalupe no quiere que los políticos sigan jugando con esta “Gran nación amada”, detesta la corrupción, la impunidad, el cinismo. Guadalupe quiere que los pastores de la Iglesia iluminen con el evangelio la realidad y no fomenten una religiosidad evasiva, conformista ni ofrezcan fáciles consuelos. Ella no aconsejó la resignación estoica ante la adversidad. Ella quiere que nuestra vida sea un verdadero adviento donde la esperanza no muera porque es activa. Ella vino en adviento.

Guadalupe tampoco es un acontecimiento del pasado; Ella sigue buscándonos para construir una “casita” donde todos sus hijos vivan como hermanos y ya no se maten unos a otros; una casita donde los niños no sean violados ni asesinados; una ‘casita’ donde las mujeres estén a salvo, seguras, protegidas, porque una «ciudad que asesina sus mujeres, no tiene futuro». (B.XVI a Cd. Juárez). La violencia irracional y fratricida, el crimen organizado y el desorganizado, los cientos de miles de vidas segadas, la mentira y la ambición como sistema, hieren su corazón de madre. Si somos guadalupanos debemos ser necesariamente cristianos. A eso vino Ella.

“La verdadera devoción significa imitar su opción fundamental de inquebrantable fe y generosa entrega, y vivir, individual y socialmente las virtudes que las circunstancias actuales reclaman de nosotros como cristianos……María, ante todo, no vive aislada en sus dones  ni lleva una piedad individualista; es una mujer de su pueblo, vive con la comunidad y participa de sus alegrías y problemas; se entrega, igualmente, a la obra de su Hijo, y favorece el crecimiento de la iglesia en la fe y en el espíritu. Ella conoce las injusticias que padece el pobre, Ella misma es pobre, conoce la persecución y el destierro; sin embargo, su reacción no es la pasividad ni el fatalismo, ni el odio ni la violencia; proclama la fidelidad de Dios que derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes. Ella es el modelo del discípulo: artífice de la ciudad terrena, pero peregrino dirigente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero, sobre todo, testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones”. (Exhortación Pastoral. 1978. n.57). El hecho guadalupano es esencialmente evangelizador.

Mejor que sea papa Francisco quien nos los diga:

El privilegio inefable de la Maternidad Divina no la aparta de la vida de suyos. “Al contrario, reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María es y será reconocida siempre como la mujer del «sí», un sí de entrega a Dios y, en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos. Es el sí que la puso en movimiento para dar lo mejor de ella yendo en camino al encuentro con los demás.

Escuchar el relato de la Visitación en esta casa, tiene un sabor especial. María, la mujer del sí, también quiso visitar a los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio San Juan Diego. Y así como se movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran Nación. Y así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten «que no valían nada». Esta elección particular, digamos preferencial, no fue en contra de nadie sino a favor de todos. El pequeño indio Juan, que se llamaba a sí mismo «cola, ala, es decir sometido a cargo ajeno», se volvía «el embajador, muy digno de confianza».

En aquel adviento, diciembre de 1531, se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de un Pueblo. En ese amanecer Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos.

En ese amanecer, Juancito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, insiste: no, tú serás mi embajador.

Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o por no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas. El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse. El Santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos.

Al venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas y decirle: Madre, «¿Qué puedo aportar yo si no soy un letrado?». Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación.

Ella nos dice que tiene el «honor» de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores.

¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; como a Juanito, hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios.

¿Acaso no estoy yo aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, que son tus hermanos”. (13.02.16.). Lo demás puede ser peligrosa alienación.