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(Gén.2,7-9;3,1-7; Sal.50; Rom. 5,12-19; Mt. 4,1-11)

El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal. (BXVI. Mensaje Cuaresma 2011)

El Primer Domingo, llamado Domingo de la tentación, porque presenta las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a renovar nuestra decisión definitiva por Dios y a afrontar con valor la lucha que nos espera para permanecerle fieles. Siempre está de nuevo esta necesidad de la decisión, de resistir al mal, de seguir a Jesús. En este domingo la Iglesia, tras haber oído el testimonio de los padrinos y catequistas, celebra la elección de aquellos que son admitidos a los Sacramentos Pascuales. (BXVI. Audiencia 9.03.11)

Homilía.

El primer domingo de cuaresma, nos presenta el episodio de las tentaciones. Jesús es llevado por el Espíritu al desierto con el claro objetivo, según Mt., de ser tentado por el diablo es decir, para probar su fidelidad, o lo que es lo mismo, su confianza en su Padre.

Las tentaciones a las que Jesús es sometido, al igual que las tentaciones del cristiano, son el intento diabólico de sembrar la duda y la desconfianza en Dios y en su proyecto, en su Providencia y en su amor. La tentación es poner a Dios en el banquillo de los acusados, decirle que se ha equivocado, que su proyecto no es confiable, no es viable y que nosotros podemos corregirle su obra.

La tentación puede surgir, también,  cuando las circunstancias adversas, las persecuciones por ejemplo, o la enfermedad grave o pérdida de un ser muy querido,  hacen que se borre de nuestra conciencia el amor providente y amoroso de Dios. Por eso el Señor nos enseñó a orar: no nos dejes caer en la tentación.  De hecho,  el texto original de ésta petición del Padre Nuestro es: No nos pongas, – et ne nos inducas in tentationem, (no nos induzcas a la tentación), es decir, no nos dejes en una situación en la que podamos renegar de tu amor providente.

 La liturgia de este domingo, toda ella,  nos expone esta realidad escalofriante: caer en la tentación, negar a Dios en nuestra vida, ser presas de la duda y la sospecha, de la desconfianza, en pocas palabras, del pecado.

Así se desprende desde el libro del Génesis en el que usando sedimentos mitológicos se expresa la realidad más profunda que determina la historia dramática del hombre. En el mundo recién estrenado, aparece un enemigo, un adversario de Dios que está dispuesto a estropear el proyecto divino. También en el desierto, donde Jesús queda sólo frente a su Padre, aparece el adversario dispuesto a sembrar la duda, la confusión y la muerte; a estropear la obra de Jesús.

A lo largo del camino por el desierto, durante cuarenta años, el pueblo de Israel fue sometido a la tentación: dudó y puso a prueba, (tentó), a Dios junto a la fuente de Meribá. . La historia de Israel, a lo largo de su desarrollo, muestra que existieron siempre poderosas fuerzas, que constantemente se oponían al establecimiento del reinado de Dios; fuerzas que se exteriorizaban en una brutal violencia o en un refinamiento enmascarado, subliminal, y se servían de los recursos externos, del poder de grandes Estados o de la debilidad de ciertas personas.

Las formas son muy variadas, pero el objetivo siempre es el mismo: Dios no puede ser señor, su voluntad no puede tener validez, su plan no puede realizarse. Por ejemplo, se equivocó cuando instituyó el matrimonio solo entre varón y mujer. En los últimos siglos a.C., en Israel se tiene una vista más perspicaz, y se reconoce un poder personal tras todas esas formas diferentes de seducción, llamado diablo o satanás.

El fondo demoniaco de toda tentación, y del pecado, es la desconfianza en el proyecto de Dios, en su providencia, en su sabiduría, en su amor. Los artistas suelen captar con especial agudeza los detalles que escapan a los especialistas bíblicos; así en la película de Mel Gibson, La Pasión, uno de los episodios más seductores e impresionantes, con el que abre la película, es precisamente la tentación. La escena es simple y sencillamente terrible, porque es sutil, seductora y ataca en el punto exacto donde puede doblarse la voluntad. Y se resume en esto: si tu Padre fuera eso, un padre, no permitiría que te pasará esto, dice el tentador, mientras acaricia tiernamente a un hombrecillo deforme como diciendo: Yo acaricio y mimo a éste engendro, ¿por qué tu Padre te entrega a un destino tan atroz? Y cuando Jesús va cargando la cruz, entre la multitud aparece el tentador, un ser andrógino, llevando amorosamente en sus brazos al pequeño hombre deforme. Es la sutileza con la que el diablo nos presenta la duda, la desconfianza, la sospecha.

También en el Edén el demonio usa magistralmente los recursos de la psicología; la curiosidad de la mujer; representar a Dios como un ser prepotente y envidioso que no quiere nuestra libertad sino que, por el contrario, tiene celos y miedo de que el hombre llegue a ser como él, conocedor del bien y del mal, capaz de dictar las normas morales por sí mismo. La propuesta diabólica, con todo poder de seducción se resume en la frase del tentador: Seréis como dioses. En la tentación de Eva, escribe Ch. Duquioc, “se ve cómo la situación de la primera mujer le ofrece a Satanás la posibilidad de quebrantar todo su equilibrio interior y su confianza en Dios. Satanás empieza haciendo que Eva tome conciencia de la anormalidad de la situación, ¿y por qué no comer de ese fruto?, ¿por qué una prohibición de esa naturaleza?, después de todo, ¿quién es Dios para prohibir? A la postre, lo sabemos, lo que está en juego es un concepto perverso de libertad. La libertad es para elegir el bien, si, abusando de nuestra libertad, escogemos el mal, perdemos la libertad. Es la tentación primordial y permanente: el hombre que quiere ser dios, conocedor del bien y del mal, dictar sus propias normas, excluir a Dios, decretar su autonomía completa respecto a Dios. Este es el fondo demoníaco de la tentación. No puede haber tema más actual.

Wolfgang Trilling comenta la siguiente manera este pasaje: Hay algo así como un antidios, un ser maligno, que quiere servirse de todos los recursos para combatir contra Dios. En el N.T. y especialmente aquí, en este pasaje, todo esto se ilumina con el fulgor del relámpago. En el primer instante en que debe hacerse la obra de Dios, ahí está también el antagonista. En cuanto se levanta el telón de un escenario aparecen en él, frente a frente, Dios y Satán, sin fingimiento y con dureza. Se nota cuánto pesa la palabra tentación.  No es una de nuestras cotidianas tentaciones, sino que es una tentación grande y única: desde Dios a Satán. Es la tentación a la caída, a la muerte, a la nada.

 ¿Cómo podemos superar la tentación? Como la ha superado Cristo, cortando de raíz la ocasión mediante una confianza irrestricta en la providencia amorosa de Dios. La confianza incondicional es el único camino de salvación, escribe Duquoc; pero es un camino que bordea el precipicio de la rebeldía contra Dios. Semejantes situaciones son la tentación suprema para el espíritu. Atacan a la fe en su misma raíz, y se comprende que Cristo les pide a los cristianos que huyan en caso de persecución: la no intervención de Dios se palpa ahí de una manera tan cruel que podría destruir la fe. Se nos habla mucho de los mártires, como Perpetua y Felícitas que celebramos esta semana, que permanecieron fieles en el tormento; pero otros muchos claudicaron y apostataron de su fe.

No es extraño tampoco que la iglesia y los cristianos recen todos los días para que Dios salga de su silencio, para que abrevie los tiempos en los que no se despliega su poder amoroso; la situación que vivimos en Juárez puede ser el ambiente para ésta tentación. ¿Dónde está Dios? ¿Qué está haciendo Dios ante tanto sufrimiento, tanta injusticia, tanta miseria?  También en nuestro ambiente se escucha ya este clamor. Es el ámbito de la tentación. El cristiano reza para que no se encuentre nunca en una situación en donde las únicas salidas posibles sean la confianza ciega o la evidencia incrédula que parece estar seguras que «Dios no nos ama», a Dios no le interesamos mucho.

La tentación de Cristo es ejemplar, pero no es una comedia ni un ejercicio estilístico; por el contrario, resulta tan cruel y peligrosa que el mismo Cristo quiere que recemos para que semejantes situaciones se le ahorren a la iglesia y a los cristianos.

Mención especial  merece el fragmento de Rom. que podemos resumirla en la primera frase: Por el hombre entró el pecado al mundo y por el pecado la muerte. El fruto del pecado es la muerte. Cuando Jesús ha lavado nuestros pecados con su sangre, nos ha devuelto la vida. De tal manera que si, por un hombre entró la muerte en el mundo, por otro hombre, Jesús, nos ha sido devuelta la vida.

Por eso el Salmo responsorial, salmo penitencial por excelencia, nos invita a la conversión, al arrepentimiento a fin de tener parte en la vida que Cristo ha hecho posible para nosotros. Así se abre el Tiempo de Cuaresma.

Muy oportuno es leer el mensaje cuaresmal de nuestro Santo Padre en el que destaca la dimensión bautismal de la cuaresma y que en este ciclo litúrgico se echa de ver en los domingos que conforman la cuaresma. De aquí puede brotar una temática muy apropiada para las charlas cuaresmales. Serían muy oportunos  unos ejercicios espirituales con la temática bautismal.