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Cultura. Se trata de  una palabra clave para comprender nuestra situación. Pero igualmente difícil por las implicaciones filosóficas que contiene. Cultura, etimológicamente deriva del verbo latino cólere que significa cultivar, cultivar desde la tierra hasta los hábitos humanos. Colere Deum, significa adorar a Dios.  Dos formas principales hay para entender lo que es la cultura: la primera, es la actividad mediante la cual el hombre «se cultiva así mismo» para alcanzar la verdadera y plena humanidad; con ella el hombre desarrolla en sí mismo sus facultades específicamente humanas, con un fuerte componente espiritual, y se realiza como persona, situándose de este modo como un elemento nuevo y original ante los demás. De aquí derivan los significados de cultura calificada, 1) por su matriz filosófica: cultura liberal, marxista, budista, cristiana, materialista,  etc.; 2) por su contenido preponderante: cultura humanista, religiosa, científica, tecnológica, atea, etc.

 

La segunda forma se refiere al  conjunto de datos que todo hombre recibe del ambiente en que se encuentra inevitablemente inserto y por el que está, igualmente, condicionado: esos datos son el lenguaje, el nacimiento, la raza, las estructuras reproductivas y los métodos educativos, organización de la producción y del consumo. Se trata del carácter pasivo de la cultura.

 

Esta segunda forma de entender la cultura es la que tiene una gran incidencia en nuestra vida. Se trata de lo que «se bebe» ambientalmente, de todo aquello que se cultiva y se hace propio porque constituye el contexto vital en el que naturalmente nos vamos desarrollando. Suele decirse que, “la educación se mama”, para significar, de este modo, cómo desde nuestra más tierna infancia, incluso antes de nacer, se va modelando nuestros hábitos.  Algo, pues, muy parecido  a lo que llamamos “ambiente”.  Entonces la cultura  acaba por modelarnos. Aquí aparece la importancia de la primera forma de entender la cultura. Si esta cultura es meramente materialista, va a determinar cierta clase de individuos, si es más bien de índole religiosa en la que existan perspectivas de trascendencia – cristiana, por usar los opuestos -, se producirá otro tipo de persona. Entonces es la cultura la que determina en gran medida todo nuestro sistema de relación, de valores, de interacción. En cierto sentido, puede alterar nuestro ser, la autocomprensión, todo nuestro sistema de navegación por la vida. ¿Qué es lo que, socialmente, humanamente, estamos cultivando? Pues bien, eso cosecharemos. Frente a una influencia ambiental determinada, debemos colocar otro cultivo, (cólere), pensado, encaminado a obtener otros resultados.

 

Pongamos un ejemplo: sería inútil predicar la familia como lugar de fomento del amor, como una primerísima e insustituible escuela de humanidad, como comunidad íntima de vida y amor y como el santuario de la vida y formadora de personas, cuando el ambiente cultural hace imposible, psicológica o materialmente, una convivencia basada en la entrega recíproca de las personas; cuando el ambiente ridiculiza los valores de fidelidad, de sacrificio, de entrega, de perdón, de esfuerzo, que serían los soportes del ente familiar.  Esta es la razón por la que muchos padres se sienten desconcertados cuando sus hijos hacen opciones de vida que claramente terminarán en la muerte. Si nosotros nunca les dimos ese ejemplo, dicen desconsolados; lo que sucede es que el ambiente cultural  influye más en los hijos que la educación familiar; es más influyente en ambiente de la calle, de la pandilla, de la música, etc. La familia tiende a desaparecer y ha perdido el protagonismo educativo. Esto es, pues, lo que significa un dato cultural.

 

Teniendo en cuenta estos datos de análisis social podemos entender, al menos en parte, muchas de las cosas que nos pasan. Cuando vemos la cantidad de jóvenes que se han visto implicados en la delincuencia, en la pandilla, en el crimen organizado, que han hecho una opción por actividades tan terribles y deprimentes como el secuestro, por el oficio de sicario; cuando vemos la edad promedio de todos los que han asesinado y han muerto en esta guerra sin sentido y sin grandeza, cuando vemos mujeres implicadas en negocio de secuestro y la droga, tenemos que hacernos la pregunta sobre el por qué nuestros jóvenes han hecho tales opciones; del porqué la mujer, símbolo de ternura y maternidad, se liga al crimen en una de las peores vertientes. ¿Qué es lo que ha sucedido para que no se perciba que se trata, en realidad, de una opción de muerte?

 

Cultura o subcultura, el caso chapo Guzmán, es un referente social de primer orden. Resulta seductor porque el hecho no se analiza en su totalidad y se diluye en una cobertura que hace resaltar los lujos  los excesos, el poder, el dinero, el abuso, la fama. Un cuarto de siglo hará, que un misionero que regresaba de Colombia, me dijo: Ojala que en México no suceda lo que en Colombia. Ya México había comenzado a caminar ese camino, Lo publicado por R. Loret de Mola, este jueves, (El Diario), es un tratado de sociología. Puede aprovecharse  hasta para una meditación cuaresmal; se refiere a la completa deformación de la estructura moral del ser humano, a la pérdida de todos los referentes.  Ha de leerse detenidamente. Pero se ha de destacar el final, el lugar común donde terminan estas aventuras, el infierno, por lo pronto, aquí. Todo se perdió  para él, también sus gemelitas. ¿Valió la pena?, pregunta angustiada su esposa a Pablo Escobar, al final del camino.

 

El periodista trascribe un supuesto diálogo sostenido durante el vuelo de Mazatlán al D.F. entre Guzmán y sus custodios. Lo que se dice y cómo se dice, se presta a un tratado de psicología y de piscología social: 16 hijos, “maté a dos o tres mil gentes”; da lo  mismo que sean 2 ó tres mil, “más o menos”, después de todo, ¿qué importa? Clara, los efectos colaterales de esa opción no entran en la suma; los que han muerto por la oferta y consumo y por las guerras desatadas, son otra cuenta imposible de fijar. Nosotros sabemos qué es eso. Una mujer le llevaba niñas entre 13 y 16 años para tener sexo y les paga 100 mil pesos por día; todo eso es una nebulosa mental impenetrable. Pero ha generado una cultura, ha hecho atractiva esa forma de morir,   Y los autos de altísima gama, ¿cómo enraban al País sin investigación alguna, sin indagar a sus destinatarios, y cómo eran matriculados en el Estado sin dificultad alguna? Ni el bien ni el mal se hacen sin ayuda.

 

Debo confesar que vi unos pocos episodios de “el patrón del mal”; perturbadores como un presagio maldito. Terrible cuando termina uno casi apoyando emocionalmente al protagonista. La saga del padrino es para niños bien. Era romántica y había códigos. Estamos en la misma longitud de onda. Terminó por producirse una cultura, un sistema de “valores”, música, comida, estilos de vida, arquitectura, es decir, se generó una cultura. La primacía del dinero, los lujos exóticos, las peores imaginaciones hechas realidad, todos publicitado, porque hay que informar, determinó el mimetismo.

 

El mal bien de lejos, viaja como la peste, hay contagio, pandemias. Vargas Llosa, genial como todo lo suyo, publicó en El País, (13.08.13), un estupendo comentario sobre la serie de t.v. el patrón del mal. Vargas Llosa recalca “Cómo, (Pablo Escobar), creó millares de empleos —lícitos e ilícitos—, era pródigo y derrochador y encarnó la idea de que uno podía hacerse rico de la noche a la mañana pegando tiros, fue un ídolo en los barrios marginales de Medellín y por eso, a su muerte, millares de pobres lo lloraron, llamándolo un santo y un segundo Jesucristo. Él, al igual que su familia y su ejército de rufianes, era católico practicante y muy devoto del Santo Niño de Atocha”. La monstruosidad está en el hecho de que se acaba convirtiendo en religión la deformidad. Se termina adorando la misma muerte.

 

Añade el laureado escritor: “Su fortuna fue gigantesca, aunque nadie ha podido calcularla con precisión, y acaso no fue exagerado que en algún momento se dijera de él que era el hombre más rico del mundo. Eso lo convirtió en el personaje más poderoso de Colombia, poco menos que en el amo del país: podía transgredir todas las leyes a su capricho, comprar políticos, militares, funcionarios, jueces, o torturar, secuestrar y asesinar a quienes se atrevían a oponérsele”. Con sus diferencias, los personajes se traslapan. O las situaciones.

 

Pero hay algo que impacta más, todavía. Dice Vargas Llosa: “Lo que produce escalofríos viendo esta serie es la impresión que deja en el espectador de que, si el poder y la fortuna de que disponía no lo hubieran empujado en los años finales de su vida a excesos patológicos y a malquistarse con sus propios socios, a los que extorsionaba y mandaba asesinar, y se hubiera resignado a un papel menos histriónico y exhibicionista, Pablo Escobar podría haber llegado a ser, hoy, presidente de Colombia, o, acaso, el dueño en la sombra de ese país. Lo perdió la soberbia, …”.

 

“La muerte de Escobar, ese pionero de los tiempos heroicos, no acabó con la industria del narcotráfico. Ésta es en nuestros días mucho más moderna, sofisticada e invisible que entonces. Colombia ya no tiene la hegemonía de antaño. Se ha descentralizado y campea también en México, América Central, Venezuela, Brasil, y los que eran sólo países productores de pasta básica, como Perú, Bolivia y Ecuador ahora compiten asimismo en el refinado y la comercialización y, al igual que en Colombia, tienen guerrillas y ejércitos privados a su servicio. La fuente principal de la corrupción, en nuestros días la gran amenaza para el proceso de democratización política y modernización económica que vive América Latina, sigue siendo y lo será cada vez más el narcotráfico”. Le falta añadir a la lista a España y, de ahí, Europa, vía intrincados conductos latinoamericanos y africanos.

 

Pero, para terminar con los incendios, primero debemos acabar con los árboles. Y Vargas Llosa cree firmemente que con la legalización de la droga se pondrá fin al narcotráfico.  Falta saber qué dicen “ellos”.

 

De tal manera, pues, el problema ya no es el narco en sí, sino la cultura, el mimetismo, el aspecto modélico que representa para amplios sectores sociales, el lugar donde reside el problema. La cultura que ha emanado de nuestra pobreza espiritual y de la seducción del mal, es el problema.  En forma muy sencilla estamos ante lo que Fromm llamó «defecto socialmente  modelado».

 

La tarea que nos aguarda es la verdadera educación. La educación es el esfuerzo que realiza la persona para humanizarse plenamente, es decir, para conseguir ser hombre según la amplia  de sus posibilidades. Ello exige ayudar a los hijos para que consigan, bajo la orientación de los padres, pero con su propio esfuerzo, los hábitos, los valores los saberes y los comportamientos acordes con la dignidad de la persona.

 

Esto supuesto, lo primero que se me ocurre sugerir es que la educación, bien entendida compromete, empeña y desarrolla toda la persona. Es decir, debe abarcar todas las áreas que le son propias y específicas, como la inteligencia, la voluntad, la sociabilidad y la moralidad.

 

Si cultivamos los aspectos intelectuales y afectivos de la persona, la enriquecemos y perfeccionamos en cuanto individuo. Y si cuidamos los rasgos de la sociabilidad y de la moralidad, estamos apoyando su integración en la comunidad, sea familiar, local, nacional o internacional.

 

Así considera la tarea educativa, es lógico comprender que su objetivo sea la persona en toda su amplitud, como acabamos de ver. Pero si hemos de concretar un poco más, debemos referirnos al hombre interior, que es el que piensa, siente y ama. Ahí encontramos el campo donde invertiremos toda la energía educativa, pues ésa es la tierra donde prenderán las nuevas estructuras mentales, afectivas, los comportamientos mejorados y las valoraciones más adecuadas que vamos formulando de la vida.