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Dice la Escritura: «Dios resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes». Dios elige a los humildes para realizar su proyecto. Juan Diego permanece a la sombra de la Virgen a grado que no se ha reflexionado en el rol que desempeñó.

“A la sazón, en el año 1531, a unos pocos días del mes de diciembre, «sucedió que había un pobre indio», de nombre Juan Diego, según se dice, natural de Cuautitlán”. (n.5).

En el n. 1, del relato, aparece ya el nombre de Juan Diego con la misma alusión: “Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego”. (n.2). Macéhual es el término náhuatl; Primo Feliciano Velázquez lo traduce “pobre indio” y C. L. Siller por «indio pobre».

Sucedió, pues, que había un «indio pobre», que resulta ser la clave para comprender nuestra civilización. La Virgen de Guadalupe, como evento y como mensaje, encarnó en el conjunto de valores culturales fundamentales indios y los propuso como carne y cuerpo de su mensaje en su tarea de evangelización. De tal manera que este pobre indio, o indio pobre, es un factor esencial en el evento Guadalupano. Él presta la matriz para encarnar el valor supremo del evangelio en la nueva cultura. Hace posible la intuición evangelizadora que debería realizarse, no de españoles a indios, sino de indios a indios.

La idea es comprendida genialmente por los misioneros y la concretizan en la fundación del Colegio de la Santa Cruz de Tlaltelolco, el 6 de enero de 1536, donde “los indios principales” aprendieron el latín, primeramente, el castellano después, ciencias, artes, y obviamente, las verdades cristianas. La inauguración de este colegio, para mí, la primera universidad de América, estuvo presidida por el Virrey Antonio de Mendoza y el primer Obispo Fray Juan de Zumárraga. Los alumnos eran seleccionados de entre todas las poblaciones más importantes de la región; tres muchachos por cada una. De ahí salió un importante número de amanuenses, lectores, traductores, latinistas, escritores, retóricos, lógicos, filósofos y médicos.  Es un dato de nuestra historia lamentablemente ignorado.  De ahí partieron, también, los misioneros para el resto del Virreinato. De esta iniciativa asombrosa de los misioneros, la Virgen de Guadalupe marca el camino haciendo partícipe de ella al “pobre indio”. La evangelización no se da de arriba hacia abajo.

Guadalupe es un evento náhuatl y pronto comenzó a entrar por el cauce de la tradición del pueblo. Luis Becerra Tanco, refiere que, todavía en la fiesta del 12 de diciembre de 1666 oyó él a unos indios que durante la danza cantaban en náhuatl cómo la Virgen se le apareció a Juan Diego, cómo curó a su tío y cómo se pintó en la tilma ante el Obispo.

“El cielo nuevo y la tierra nueva”. Este es un tema del profeta Isaías. En el mundo náhuatl también esperaban, cansados de la guerra, de los sacrificios humanos, de la sangre derramada, el cielo nuevo y la tierra nuevo donde tuvieran fin esas atrocidades. Ellos lo llamaban el «Quinto Sol». Al nacimiento de ese Quinto Sol está el pobre indio. “Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y sus mandatos”. (n.7) Se trata de un comienzo; es de madrugada. Siller comenta así el pasaje: “Muy de madrugada tiene sus componentes de la palabra noche (en náhuatl). Esto indica que el evento guadalupano tiene características arquetípicas; es decir, nos habla de un hecho que está al «principio» y que sirve de «origen». La tradición náhuatl nos narra que el principio del Quinto Sol (el mundo actual) comenzó «cuando aún era de noche». Ciertamente el indio mexica que escuchaba la narración de Guadalupe al oír «muy de madrugada» (yohualtzinco) entendía el símbolo, que ahí está por iniciarse un evento importante, fundamental; tan importante como el origen del mundo”. Y ahí, en ese cruce histórico universal, está el “indio pobre”. ¿Por qué Dios se ha valido siempre de los humildes, de los que no son nada, de los aplastados contra el suelo, de los desposeídos para realizar sus proyectos?

Este pobre indio «venía en pos del culto divino y de sus mandatos». Duro viaje cotidiano desde Cuautitlán hasta Tlaltelolco. «Señora y niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor»,  (n.21), así responde Juan Diego a la Virgen que lo ha interpelado: Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?(n.20) Resulta difícil no ver el alto valor simbólico del acontecimiento; en éste pobre indio podemos descubrir una civilización insatisfecha,  como en su momento lo fue la civilización greco-romana, que busca la verdad definitiva. En Juan Diego, las civilizaciones mesoamericanas, a mi juicio, salen al encuentro del evangelio, buscan el cielo nuevo y la tierra nueva y van a su encuentro por el camino más inesperado. María del Tepeyac se ha empeñado en una tarea evangelizadora. Pero es imposible que la realice sin la colaboración de ese «pobre indio»; por eso, en el relato de las apariciones Ella, con palabras llenas de ternura busca y «fuerza» a Juan Diego a que acceda a colaborar.

Veamos de cerca. Juan Diego comunica a la Virgen la desconfianza y sospecha con que fue recibido en el Obispado y lo atribuye principalmente a su insignificancia, por eso se atreve a decirle, lo cual constituye uno de los rasgos psicológicos más hermosos y determinantes del pobre indio y del relato, «por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y Niña Mía, que algunos de los principales, conocido, respetado y estimado, le encargues que lleve tu mensaje para que le crean», (n.39); porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña Mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Niña mía.  (n.40). Este pasaje es de singular belleza.

Pero la respuesta de la Señora nos revela la naturaleza profunda de esa vocación. Ella tiene muchos servidores y mensajeros a quienes puede encargar que lleven el mensaje y que hagan su voluntad. «Pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad». (n.42) A mi juicio éste es el culmen del relato y es, a la vez, algo sobre lo que tenemos que reflexionar mucho. Aquí radica todo el peso teológico del relato.

En efecto, muchos intentan o intentamos, convertirnos en los salvadores del mundo, creemos que somos nosotros, nuestras iniciativas, propuestas y cualidades las que han de traer la paz, la verdad, la justicia y la belleza a un mundo destrozado. Desde diferentes ángulos intentamos sustituir a Dios, la economía, la política, la tecnología, el progreso, las ideologías, el desarrollo científico, la religión, etc., etc., y lo único que hemos logrado es un mundo devastado, deshecho, marcado por la pobreza, por la guerra, las drogas y la muerte.  El acontecimiento guadalupano es un acontecimiento evangelizador e intenta remediar las tremendas injusticias, los desmanes, que nulifican cualquier otra idea positiva en el encuentro de los mundos. Este acontecimiento quiere hacer entender que no debe haber en ese cielo nuevo y en esa tierra nueva ni conquistadores ni conquistados, ni vencidos ni vencedores, sino un nuevo pueblo donde reinen la hermandad, la solidaridad, el amor. Y hasta este momento el sueño guadalupano, la gran propuesta de Guadalupe en Juan Diego, sigue siendo tarea pendiente.

En el n. 22 del relato, encontramos este proyecto guadalupano claramente expresado a Juan Diego. Lo que debe quedarnos claro es que, sin Juan Diego, el relato no se sostiene. Ya hemos dicho que según la Señora, es del todo punto preciso que Juan Diego interceda en este proyecto: «Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad; le dijo: Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del creador cabe quien está todo; Señor de cielo y tierra. n.23. Deseo vivamente que se erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa porque yo soy vuestra piadosa Madre, n.24.  A ti, a todos vosotros juntos, los moradores de estas tierras, y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen. n.25. Oír ahí sus lamentos, y remediar sus miserias, penas y dolores. n.26 y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo en México….» He aquí lo que la Virgen pretende. Y Juan Diego obedece.

Creo que nos hemos ido alejando más y más de esa idea original guadalupana; tal vez la soberbia nos ha dominado y, creyéndonos dioses pretendemos componer, con nuestro propio esfuerzo, un México mejor, moral, más humano, etc… y todo huele a fracaso.

*Consejo de Isaías: «Pueblo mío, entra en tu aposento y cierra la puerta por dentro, por un breve tiempo, mientras pasa la peste». (26,20).