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Is. 63,16-17.19;64, 2-7; Salmo 79; ICor. 1,3-9; Mc. 13,33-37

Is. 63,16-17.19;64,1.6-7.- «Tú eres nuestro Padre». Abraham no sabe de nosotros. Al inicio de este nuevo año litúrgico nos dirigimos a Dios con este título: ¡Padre!, que es el centro de nuestra religión, porque así es como Dios se ha revelado en Aquél cuya fiesta preparamos para celebrarlo como nuestro hermano en la carne. ¿De dónde brota tal audacia? Ciertamente, no de nuestros méritos, sino de la bondad de Dios, de su voluntad, manifestada «en los últimos tiempos», de hacer de cada uno de nosotros un hijo. “Hijos en el Hijo”. En esta alianza que quiere hacer con nosotros, él nos asegura su apoyo; a nosotros no nos resta más que tener confianza en él, (“La confianza es la llave de los tesoros de Dios. La confianza y nada más que la confianza es lo que conduce al amor”, decía teresita del Niño Jesús), amarlo y servirlo como compañero de viaje, hermano y padre. Nuestra relación con Dios es esencialmente filial; no se puede ser más que hijo de Dios. 

Salmo 79. Lamentación pública en una grave desgracia: invasión militar. El estribillo señala el tono, ensanchando cada vez más el nombre divino.

Trasposición cristiana. La imagen de David la asume Cristo, como concentración del pueblo de Dios, Jn. 15,5, y después se la pasa a su iglesia. Como Cristo, también la iglesia es pisoteada y entregada a las contiendas y burlas de los enemigos. Con Cristo la iglesia invoca la ayuda de Dios, y en Cristo contempla la iglesia el rostro de Dios que brilla con poder y clemencia.

1Cor. 1,3-9. Cristo don de Dios – Antes de afrontar el tema de la fatiga, San Pablo recuerda los motivos de la alegría: los cristianos han recibido de Dios el don de Cristo, han acogido su evangelio, y ahora conocen la bondad y la fidelidad de Dios. Estos dones crecen día a día, hasta la plena manifestación del Señor en nosotros. He aquí el significado del adviento también para nosotros hombres del tercer milenio: esperanza de una perfecta comunión con Cristo, fundada sobre la experiencia de su presencia que desde ahora ilumina nuestra vida.  

Mc. 13, 33-37.- Vigilar: es la orden del Señor. Pero la vigilancia que pide a los suyos ya no es aquella que los antiguos profetas exigían al pueblo elegido. Nosotros no debemos soñar un paraíso perdido en un futuro lejano: el reino de Dios está, ya aquí. Vigilar significa, por lo tanto, leer el presente y descubrir en él la eternidad. Se puede estar atento a todo; pero hay siempre algo de inesperado; siempre se está un poco adormecido y alienado. El reino de Dios se encuentra con frecuencia donde nosotros, en nuestra pobre prudencia, no habíamos previsto.

ADVIENTO. Velen, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa.

El hecho de que podamos comenzar un ciclo litúrgico más nos invita a reflexionar sobre nuestra vida y el tiempo como un don de Dios.  Muchos hermanos nuestros ya no celebran con nosotros estas fiestas; han llegado ya a contemplar a Dios.  Con este espíritu de gratitud queremos asumir el nuevo año.

El libro de la Sede trae la siguiente monición de entrada: “Hoy comenzamos el tiempo del Adviento para recordar que siempre es Adviento. Adviento es mirar al futuro; nuestro Dios es el Dios del futuro, el Dios de las promesas. 

Adviento es aguardar al que tiene que venir: el que está viniendo, el que está cerca, el que está en medio de nosotros; el que vino ya.

Adviento es la esperanza, la esperanza de todos los hombres del mundo. Nuestra esperanza de creyentes se cifra en un nombre: Jesucristo”. Esta monición resume la dimensión del Adviento.

De hecho, debemos notar que el tema de los últimos domingos del ciclo anterior, y éste primer domingo de Adviento, coinciden en el tema: estad preparados, vigilantes, pues no conocéis la hora. Y la oración colecta de este domingo hace referencia al evangelio del domingo pasado: primero, pedimos al Señor que despierte en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo. En efecto, decía S. Agustín, la vida del verdadero cristiano es un anhelo constante. ¿Cuál es el anhelo del verdadero cristiano? Isaías dice: “Tú, Señor, eres nuestro Padre y redentor; ese es tu nombre desde siempre”. S. Tomás de Aquino, en un estupendo comentario sobre el artículo del Credo: “Creo en la vida del mundo futuro, reportada en el Oficio de lectura del sábado XXXIII, analiza espléndidamente cual es nuestro anhelo, cual es el anhelo del creyente. Se apoya en S. Agustín. El Adviento nos invita a desprendernos de la burda materialidad de la vida y elevar nuestra mente “a las cosas del cielo”. Todo esto, continúa la oración colecta, para que “puestos a su derecha el día del juicio podamos entrar en el Reino de los Cielos”. Esa es nuestra esperanza, ese es el anhelo que el Adviento, y el Año litúrgico todo intenta despertar en nuestro interior.

Primer Domingo de Adviento. La liturgia del primer domingo de Adviento engancha siempre con la temática de los últimos domingos del año precedente: la perspectiva de final y el juicio, y la necesidad de “estar alerta”.  Se medita en la dimensión escatológica de la historia y el cosmos que avanzan hacia la plenitud de Cristo resucitado. (Rom. 8,22-25), y, en especial, en la iglesia que es la comunidad que vive aguardando la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo, la comunidad de Jesús como signo de esperanza de “los cielos nuevos y la tierra nueva”. Dios es quien nos ha llamado a la comunión con su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel. (2ª Lec)

La liturgia del primer domingo de Adviento arranca con una lectura programática del III Isaías. En las circunstancias del tiempo que nos toca vivir, marcado fuertemente por el pecado y, peor, por la pérdida del sentido del pecado, no tenemos más que leerla cuidadosamente para ver su actualidad y su impacto. (ver 63,15-19). El mal es tan grande que el profeta exclama asombrado: “Tú, Señor, eres nuestro Padre y nuestro redentor; ese es tu nombre para siempre. ¿Por qué, Señor, nos has permitido alejarnos de tus mandamientos y dejar endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte?” Recomiendo la traducción de la Biblia del Peregrino. El padre Alonso comenta así: “La primera pregunta retórica parece hacer a Dios culpable del propio pecado del pueblo. Por lo cual podría parecer que declina la responsabilidad y la cargan a otro. No descuidemos el tono retórico de la pregunta: el pueblo siente a Dios tan próximo y tan activo que le atribuyen la causa, como en el caso del faraón (Ex. 7,3). Es como si no pudieran entender esa dureza interior que mantienen y sufren, que lamentan y no logran expiar, hasta pensar que ha de ser Dios el autor de esa fuerza superior a sus fuerzas.” (Profetas I. ad loc.).

Es, pues, la constatación dolorosa del mal tan grande, lo que nos lleva a hacer nuestra la pregunta del Profeta: ¿cómo es posible que hayamos llegado a tal lejanía de Dios?  De ahí brota la súplica: “Vuélvete, por amor a tus siervos, a las tribus que son tu heredad.  ¡Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia!” Merece la pena detenerse en estas palabras de Isaías que expresan la necesidad de que Dios venga a salvar a su pueblo, que vive esclavizado por el pecado: «Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño de inmundicia; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento”. Pero Isaías hace la petición a un Dios al que invoca diciendo: “Sin embargo, Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros el barro y tú el alfarero. Todos somos hechura de tus manos”. Es Dios quien puede remodelarnos, hacernos de nuevo, hacer que volvamos. Sólo él.

Es la conciencia del propio pecado, de la esclavitud e impotencia, de la debilidad, lo que hace que surja la plegaria; la conciencia de la necesidad de ser salvados. El hombre no necesita buenos consejos, necesita ser salvado. De ahí que el Adviento esté dominado por el llamado a la conversión.  El Adviento se define como tiempo de espera.  En este sentido nuestra vida toda es adviento, toda ella es la espera del encuentro con el Señor.

Aquí engancha el inicio del año nuevo con el final del año anterior. Así se ve en el fragmento evangélico del Mc. que proclamamos este domingo: “Velen y estén preparados….lo que les digo a ustedes, lo digo para todos, permanezcan alerta”. En una cultura marcada por una “distracción existencial”, urge escuchar la advertencia de Jesús.

El “permanecer alerta” tiene todavía un significado:

1.- Estar alerta ante la llamada de Dios aquí y ahora. Cada hora nos pone delante de una decisión (crisis); el juicio del Hijo del hombre-Juez se refiere al comportamiento presente en relación al prójimo, como lo meditábamos el domingo pasado. Las decisiones equivocadas o justas de hoy pueden significar la condena o la salvación de mañana.

2.- Estar alerta para un futuro que está más allá de cualquier programación humana y de todo lo que se puede comprender dentro de una programación.  Hay una instancia que no puede ser calculada con anterioridad en la búsqueda del futuro. La venida del Hijo del hombre no cae dentro de la futurología. El que agudiza la propia sensibilidad ante lo que no está disponible, el que está pronto para el riesgo y toma en serio la incertidumbre de todas las cosas terrenas, se abre al Dios que viene.  La esperanza cristiana es la actitud fundamental adecuada en la que vale la pena ejercitarse.

3.- Estar alerta para el Dios del futuro, el Dios que viene, y que cerrará soberanamente la historia humana y que, en Jesucristo, el Hijo del hombre que retorna, recompensará a cada quien según sus obras, (Ap.22,12); después hará nuevas todas las cosas. (Ap. 21,5)

4.- Estar alerta para el encuentro personal con Dios, trámite nuestra propia muerte. La imagen del Hijo del Hombre-Juez-Pastor que viene, leído en los discursos apocalípticos en los sinópticos, quiere mostrarnos la instancia a la cual somos remitidos en el encuentro con Dios: la instancia es Jesús, del cual hoy, en nuestra vida presente, debemos hacer nuestra confesión: el que me reconoce delante de los hombres, también yo lo reconoceré delante de los ángeles de Dios. (cf. Lc. 12,8-9). Ante la presencia de Dios, nuestra cercanía o alejamiento (fe o no fe) de Cristo se convertirá en premio o castigo.

Excursus.

Querido hermano: comenzamos un ciclo más en la Liturgia, y lo aceptamos como un don de Dios para su pueblo. De nuevo, Dios queriendo, compartiré contigo algunos puntos sobre la liturgia de la Palabra de cada domingo. Comienzo por ofrecerte los puntos siguientes:

Espiritualidad del Adviento.

Con la liturgia del adviento, la comunidad cristiana está llamada a vivir determinadas actitudes esenciales a la expresión evangélica de la vida: la vigilante y gozosa espera, la esperanza, la conversión.

La actitud de espera caracteriza a la iglesia y al cristiano, ya que el Dios de la revelación es el Dios de la promesa, que en Cristo ha mostrado su absoluta fidelidad al hombre (cf. 2Cor. 1,20). Durante el adviento la iglesia no se pone al lado de los hebreos que esperaban al Mesías prometido, sino que vive la espera de Israel en niveles de realidad y de definitiva manifestación de esta realidad, que es Cristo. Ahora vemos “como en un espejo”, pero llegará el día en que “veremos cara a cara” (1Cor. 13,12). La iglesia vive esta espera en actitud vigilante y gozosa. Por eso clama: “Maranatha: Ven, Señor Jesús”. (Ap. 22,17.20)

El adviento celebra, pues, al “Dios de la esperanza” (Rom. 15,13) y vive la gozosa esperanza (cf. Rom. 8, 24-25). El cántico que desde el primer domingo caracteriza al adviento es el del salmo 24; “A ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en ti confío: no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos; pues los que esperan en ti no quedan defraudados”.

Entrando en la historia, Dios interpela al hombre La venida de Dios en Cristo exige conversión continua; la novedad del evangelio  es una luz que reclama un pronto y decidido despertar del sueño (cf. Rom. 13,11-14). El tiempo de adviento, sobre todo a través de la predicación del Bautista, es una llamada a la conversión en orden  a preparar los caminos del Señor y acoger al Señor que viene. El adviento, enseña a vivir esa actitud de los pobres de Yavé, de los mansos, los humildes, los disponibles, a quienes Jesús proclamó bienaventurados. (cf. Mt. 5, 3-12)

Pastoral del adviento.

Sabiendo que, en nuestra sociedad industrial y consumista, este período coincide con el lanzamiento comercial de la campaña navideña, la pastoral del adviento debe por ello comprometerse a transmitir los valores y actitudes que mejor expresan la visión escatológica y trascendente de la vida. El adviento, con su mensaje de espera y esperanza en la venida del Señor, debe mover a las comunidades cristianas y a los fieles a afirmarse como signo alternativo de una sociedad en la que las áreas de la desesperación parecen más extensas que las del hambre y del subdesarrollo. La auténtica toma de conciencia de la dimensión escatológico-trascendente de la vida cristiana no debe mermar, sino incrementar, el compromiso de redimir la historia y de preparar, mediante el servicio a los hombres sobre la tierra, algo así como la materia para el reino de los cielos.

En efecto, Cristo con el poder de su Espíritu actúa en el corazón de los hombres no sólo para despertar el anhelo del mundo futuro, sino también para inspirar, purificar y robustecer el compromiso, a fin de hacer más humana la vida terrena. (cf. GS 38)  Si la pastoral se deja guiar e iluminar por estas profundas y estimulantes perspectivas teológicas, encontrará en la liturgia del tiempo de adviento un medio y una oportunidad para crear cristianos y comunidades que sepan ser alma del mundo.