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Domingo III de Tiempo Ordinario C
Neh 8,2-4. 5-6. 8-10; Sal 18; I Cor 12,12-30; Lc 1,1-4: 4,14-21

Neh 8,2-4. 5-6. 8-10 – Un pueblo en fiesta – Por primera vez, luego del retorno, del exilio, Israel, reunido de nuevo como un pueblo, en fiesta, celebra la liturgia de la palabra y toma parte en la comida común. Se encuentra aquí la estructura tradicional de la asamblea litúrgica. El pueblo es convocado como en otros tiempos en Siquem o en Jerusalén; pero entonces era para celebrar la alianza pasada: hoy, el pueblo se proyecta hacia el futuro, a una alegría que presente todavía no ofrece, con un país que ha de ser reconstruido y con las llagas del destierro aún abiertas. La lectura del libro de la alianza y la comida común apuntan hacia una nueva realidad que tendrá su pleno cumplimiento en la “cena del Señor”.

Sal 18 – El orden de la naturaleza y el orden de la ley se sintetizan en este himno de alabanza a Dios. Leemos los versitos 8-10.15. La enumeración de seis sinónimos para designar la ley del Señor expresa la totalidad y no busca diferenciación. (Ley, precepto, mandato, norma, voluntad, mandamiento). Está presentado como auténtico valor en sí, por su estabilidad, por sus efectos en el alma: descanso, instrucción, alegría, limpieza, luz, estabilidad, verdad, más preciosos que el oro y más dulces que la miel. Por ser dicha ley revelación de la voluntad divina, no oprime al hombre, y el salmista puede experimentarla así, como descanso, luz y alegría.

I Cor 12,12-30 – El cuerpo místico – Tal vez habrá que buscar una síntesis porque la lectura es larga. Las alusiones litúrgicas precedentes a este fragmento subrayan que los cristianos se nutren del cuerpo del Señor, en el memorial de su muerte. Más adelante, Pablo reafirma su fe en Cristo, resucitado «según la carne». De aquí la imagen del cuerpo. En la iglesia, cada uno ejercita una función insustituible, como cada célula en el organismo humano. Nadie es indigno, nadie es inútil; cada uno es indispensable para la vida y el funcionamiento del cuerpo. Por consecuencia, no hay dignidades ni precedencias entre los cristianos, sino solamente funciones diversas.

Lc 1,1-4: 4,14-21 – El profeta de Nazaret – Lucas, luego de haber expuesto los criterios con los cuales ha escrito su evangelio, presentándose como un escritor serio y digno de confianza, narra cómo se ha presentado Jesús por primera vez ante sus paisanos de Nazaret. Cristo entra en la sinagoga para hacer la lectura tradicional del día y esa lectura le permite presentarse como el eterno Mesías de los desheredados. También hoy hay pobres, explotados y prisioneros; Jesús es mesías también hoy, el esperado de los oprimidos; y todo cristiano es ministro de su amor y de su liberación universal, todo cristiano es testigo de la misericordia que en él se nos ha revelado. La cita del profeta Isaías es el «programa literario» de todo el evangelio de Lucas.

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“Señor, ¿a quién iremos?, tú tienes palabras de vida eterna”, es la respuesta en el salmo responsorial y, de alguna manera, la síntesis del tema de este domingo.
La 1ª lectura es lo que llamamos ‘liturgia de la palabra’. Y el salmo encomia esa ‘palabra’ de Dios destacando lo que ella es para nosotros. La nuestra es la religión de la palabra. Cristo es la Palabra hecha carne.

De tal manera que un primer punto de reflexión sería meditar sobre «la Palabra de Dios», Palabra poderosa, eficaz, que realiza siempre su cometido. Indiscutiblemente, a raíz del Vat. II, la reflexión sobre la Palabra se hizo más explícita, más vigorosa y abundante. Esta nueva floración de la “primacía de la Palabra”, afectó no solamente toda la disposición litúrgica y teológica de la iglesia, sino la misma arquitectura de los espacios sagrados, una nueva distribución del presbiterio donde están, individuado su significado, las “dos mesas”, la del pan de la Palabra y la del pan de la Eucaristía. Sobre este particular podría leerse el cap. VI de la DV. Contamos, además, con la ignorada Exhortación Verbum Domini y Evangelii Gaudium.

La I Lectura nos transmite un momento esplendoroso del Pueblo de Dios, “hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón”, reunidos en asamblea para escuchar, luego de mucho tiempo, en su tierra y ante el templo recién reconstruido, La Palabra de Dios. No estamos en grado de comprender lo que esto significaba para el pueblo que recién llegado del destierro escuchaba de nuevo la lectura de la Palabra y reanudaba el culto. Se trata de un momento de exaltación. Podemos pensar en muchas regiones del mundo, en donde los cristianos no tienen la posibilidad para reunirse y escuchar la Palabra de Dios, o porque no existe libertad para ello o porque no es posible por otras razones, pero, nosotros sí tenemos esa posibilidad con toda facilidad. Las únicas dificultades para ello son las que nosotros mismos ponemos. Este dato es, de por sí, un tema para la homilía. ¿Qué lugar ocupa la Palabra en nuestra reflexión personal diaria? ¿Qué lugar le damos en los momentos litúrgicos? ¿Cómo la compartimos con el Pueblo? No es la nuestra, es la Palabra de Dios la que es eficaz y poderosa, la que penetra como una espada de dos filos lo íntimo del alma, dejando al descubierto los pensamientos de los hombres. Es ella luz para nuestro camino. Debemos tener una confianza mayor en la Palabra.

Nehemías, Esdras, los levitas, preparan la liturgia de la Palabra para el pueblo; levantan un templete para que el pueblo pueda verlos y escucharlos mejor. El pueblo entero permanece de pie. Esdras bendijo al Señor, el gran Dios, y todo el pueblo respondió: “¡Amén!”, e inclinando la cabeza se postraron rostro en tierra. Los levitas «leían la ley de Dios con claridad y la explicaban al pueblo»; el ministerio de lectores es muy importante, el sonido de nuestras iglesias, la claridad con que el mensaje llega a la gente, todo eso revela la importancia que le damos a la Palabra de Dios. De ello se ocupa explícitamente la VD.

Después de una Liturgia de la Palabra que dura un día, claro, un día muy especial, es la reinauguración, es el nuevo comienzo del pueblo, por primera vez en muchos años oyen la lectura de la Palabra de Dios. El pueblo ha regresado del destierro y ha reconstruido el Templo; por primera vez, en muchos años, oyen la lectura de la Ley. Es día de fiesta. “Vayan a comer espléndidamente, tomen bebidas dulces y no se olviden de los que no tienen cómo celebrar, compartan con ellos, pues hoy es un día consagrado al Señor nuestro Dios”. Y el final de la lectura constituye un programa para nuestra vida: «No estén tristes, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza». La tristeza, la falta de esperanza, la desilusión y el fatalismo, hace del pueblo, un ente triste, un valle lleno de huesos secos, calcinados, incapaces de la alabanza. La alabanza brota de la fe y de la confianza. Momentos especiales vivimos en nuestra ciudad, en nuestro mundo, no podemos olvidar que la Palabra de Dios es nuestra alegría; en esta línea podemos leer el Salmo responsorial.

El fragmento evangélico Lc 4,14-21, es también “una liturgia de la Palabra”. Jesús que “impulsado por el Espíritu” regresa a Galilea iba enseñando por las sinagogas y su fama se extendía. En este camino de trabajo evangelizador llegó al pueblo donde se había criado; lo conocían los habitantes del pueblo, sus paisanos, porque su fama ya se había extendido por todas partes. Fue, como todo buen israelita, “como era su costumbre”, dice el texto, a la sinagoga el día sábado, y se puso de pie para hacer la lectura; le entregaron el rollo, lo extendió y encontró el pasaje del profeta Isaías que habla de la «unción con Espíritu Santo» que capacita al profeta para anunciar la buena nueva de la liberación al pueblo, a los oprimidos, a los desheredados.

Jesús enrolla de nuevo el texto, lo devuelve al sacristán y anuncia lacónica y lapidariamente: «hoy, en presencia de ustedes, se ha cumplido esta Escritura». Estamos frente al programa literario de Lc. Lucas pone en acción a su protagonista bajo este texto programático. A la lectura de la Escritura, sigue la instrucción (cf. Hech 13,14ss). La instrucción de Jesús está compendiada en esa frase de gran fuerza, enfática: «hoy, en presencia de ustedes, se ha cumplido esta escritura». En cabeza de la frase está el «hoy», al que habían mirado los profetas, en el que se cifraban los grandes anhelos: ahora está presente en este profeta, en este anunciador de buenas nuevas itinerante. Mientras pronuncia Jesús estas palabras, se inicia el suspirado año de gracia. El tiempo de salvación es proclamado y traído por Jesús. Es lo increíblemente nuevo de esta hora. Todo lo que era promesa y esperanza ahora es cumplimiento y realidad. Es el “hoy” de la manifestación suprema de la misericordia de Dios.

La expresión «Año de gracia del Señor» es una clara referencia al “año del jubileo” (Lv 25,10) prescrito por la ley, marcado por el signo de la liberación. Para Lucas, bajo esta imagen, usada también por Isaías, expresa todo el significado del tiempo de salvación que inicia con Jesús. A partir de este momento, en el que Jesús se manifiesta como el hombre ungido por el Espíritu, se inauguran los tiempos nuevos y definitivos; se inaugura también el tiempo de la iglesia, y todo este tiempo debe ser entendido “como el tiempo de la salvación” que dura hasta la parusía.

Es una solemnísima inauguración de los tiempos mesiánicos. Jesús es concebido “por obra del Espíritu Santo”; en el bautismo es ungido con el Espíritu de la alegría para manifestarse como Hijo amado del Padre; el Espíritu impulsa al desierto donde es tentado por el Diablo, y con la fuerza del Espíritu volvió Jesús a Galilea. El Espíritu lo dirige a Galilea; allí había comenzado su vida (1,26). La acción en virtud del Espíritu causa admiración y fama que se extiende por toda la región. El Espíritu extiende ampliamente su acción; su virtud quiere transformar el mundo, santificarlo, ponerlo bajo la soberanía de Dios. La acción que comienza en galilea se extenderá hasta los confines de la tierra bajo la acción del Espíritu Santo. Cuando Jesús haya alcanzado en Jerusalén la meta de su actividad que comienza en Galilea, partirán los discípulos con la fuerza del Espíritu, y la noticia de Jesús llenará el mundo entero. Todo bajo la acción del Espíritu; he aquí uno de los filones principales de la teología de Lucas. El Espíritu, el principal evangelizador. Hay, pues, mucha materia para confeccionar una buena homilía tomando alguno(s) de estos puntos como hilo conductor.

(La II Lectura es muy amplia y que requeriría un comentario propio y un poquito extenso; incluso su lectura debe ser prudentemente cortada. Esto porque reviste una especial dificultad por lo denso e intrincado del pensamiento paulino sobre la unidad de los cristianos, de la iglesia, a semejanza del cuerpo. No obstante, hemos estado orando por la unidad de los cristianos. Esta lectura y otras como la del domingo pasado pueden ayudarnos en este cometido durante la semana en curso).
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Una reflexión.
En el evangelio de este domingo leemos: Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír. Estamos acostumbrados a escuchar promesas que no sabemos si se realizarán algún día y, en ocasiones, envolvemos la realidad con palabras. En 1971, dos artistas, Mina y Alberto Lupo, interpretaron un tema titulado “Parole, parole, parole”, que se refería a las palabras huecas, que pueden sonar muy bien pero que no dicen nada. Lo propio del lenguaje es que exprese la realidad de las cosas, pero no siempre es así. El lenguaje es utilizado a veces para engañar, para encubrir y disimular. Puede suceder que las palabras acaben desfigurando totalmente la realidad, y sabemos por la historia que los discursos de la propaganda en ocasiones han manipulado a sociedades enteras y han sido la causa de muchos males individuales y sociales.

El Evangelio no son sólo palabras. Jesús, tras leer en la sinagoga de Nazareth un pasaje de Isaías, señala que todo lo anunciado se realiza en su persona: él es la Palabra. Por eso la lectura de las Escrituras nos conduce siempre a su persona. Leemos o escuchamos la Biblia para encontrarnos con Cristo, para conocerlo y amarlo. Al mismo tiempo, la Palabra de Dios tiene un poder transformador.

UN MINUTO CON EL EVANGELIO
Marko I. Rupnik.

Lucas comienza su evangelio hablando del relato de los «acontecimientos sucedidos entre nosotros». Se considera capaz de redactar un informe al ilustre Teófilo, para que se pueda dar cuenta de la solidez de las enseñanzas que ha recibido. Esta enseñanza es Jesucristo. Lucas no empieza sólo a hablar de Jesucristo, sino que lo pone directamente en relación con el Espíritu Santo, en cuya sola fuerza nosotros podemos decir: «! Señor y Dios nuestro!» Jesucristo es la Palabra, la Palabra concreta que ha llegado al antiguo Israel por medio de los profetas y que se escuchaba de generación en generación. Esta misma Palabra, que la gente escuchaba con sus propios oídos, ahora la puede ver con sus propios ojos. El oído y el ojo, oír y ver, la palabra y la imagen: escuchando la Palabra y llevándola con amor en el corazón, uno se hace semejante a ella. Y ésta es nuestra vida custodiada en Cristo.