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IV DOMINGO DE CUARESMA B.

2Cro. 36,14-16.19-23; Sal 136; Ef. 2,4-10; Jn. 3,14-21

 

Oración opcional.

Oh Dios bueno y fiel, que jamás te cansas de llamar a los que yerran, a los que se equivocan, a una verdadera conversión y en tu Hijo levantado en la cruz nos curas de la mordeduras del maligno, danos la riqueza de tu gracia, para que, renovados en el Espíritu, podamos corresponder a tu eterno e infinito amor. Por NSJ…

 

Síntesis

2Cro. 36,14-16.19-23. Una interpretación de la historia – la ruina de Jerusalén la encontramos con frecuencia en boca de los profetas como el signo del rechazo de Dios a convalidar las líneas político-estratégicas con las que Israel se conforma según la mentalidad de los pueblos vecinos, en la búsqueda de una gloria que no es la de Dios (idolatría). El pueblo de Dios no debe ser poderoso; ha sido elegido cuando era pobre, indefenso y esclavo en Egipto; cuando Israel quiere imitar a los grandes, es abandonado a sí mismo, y se convierte en presa de una súper potencia.

 

Sal 136. Canto de los desterrados en Babilonia – Obra maestra de lírica; pero ¿cómo puede un cristiano rezar este salmo? Ante todo, podemos extraer dos elementos válidos: la nostalgia del peregrino, «desterrado hijo de Eva», y la fidelidad a la Jerusalén, ciudad santa, madre en la tierra, esperanza celeste. Además, es necesaria una transposición simbólica: Babilonia representaba en aquel siglo un poder histórico hostil a la salvación histórica operada por Dios; en este sentido, era una especie de encarnación del poder maligno hostil a Dios. Babilonia ha dejado de existir como potencia histórica, y ha pasado al Apocalipsis como símbolo de la ciudad humana rebelde y hostil a Dios. Es la presencia y la acción del Maligno en el mundo, continuando las «hostilidades» que se abrieron en el paraíso: esta «ciudad del mal», capital del crimen, no es una realidad geográfica circunscrita, sino que puede estar en medio de nosotros, y aun dentro de nosotros. Tiene sus aliados y es la madre de hijos. Contra esta Babel simbólica puede el cristiano rezar el salmo, profesando, al mismo tiempo, su fidelidad a la ciudad santa, añorando la ciudad celeste, invocando el triunfo de la verdadera salvación en todo el mundo. Añorando la Jerusalén celeste, “que es nuestra madre”.

 

Ef. 2,4-10. Un don completamente gratuito – El amor verdadero rechaza la lógica del intercambio. Cuando se ama verdaderamente, no se dice tengo derechos, he cumplido con mi deber… El amor verdadero ama gratuitamente y lo único que espera en respuesta es amor. Y todo amor es gratuito. Jesucristo es el signo que Dios nos ama no obstante nuestra indignidad. Y la verdadera conversión cuaresmal consiste en acoger, en Cristo, el amor gratuito del Padre, y responder con una fe donde no exista la idea de intercambios. “Amar sin pedir nada a cambio” decía san Francisco de Sales.

 

Jn. 3,14-21. El que cree tiene la vida eterna – Nicodemo, como todos los hebreos, esperaba, en el Mesías, el hombre fuerte que habría de hacer justicia y juzgar al mundo con poder. Pero Jesús se presenta como un Mesías (es más, como Dios mismo) que acepta ser juzgado antes que juzgar; que viene del Cielo a salvar, no a condenar. El juicio verdadero, válido, no viene de afuera, ni siquiera de la Iglesia, sino de la relación que cada uno tiene con la verdad de Dios, y es una relación personal, silenciosa, desconocida para los otros y para las instituciones. «El juicio consiste en esto: en que la luz ha venido al mundo y los hombres han amado más la tinieblas que la luz. Y es que sus acciones eran malas»

 

TEOLOGIA DE LA HISTORIA. En nuestro camino de Cuaresma la Palabra de Dios sigue marcándonos el camino. La primera lectura tomada del libro de las Crónicas es una reflexión histórica. Los teólogos de Israel tuvieron siempre la capacidad de descubrir en la historia, en sus vicisitudes y entramados, la voluntad de Dios. Nosotros sabemos que los acontecimientos todos son otras tantas palabras de Dios. Los acontecimientos son otras tantas voces de Dios y nosotros hemos de tener la capacidad de discernir, de leer lo que Dios nos dice por medio de ellos.

 

Nosotros no podemos hacer una lectura únicamente desde el punto de vista de las ciencias humanas, sino, más bien, desde la óptica de Dios, desde la fe. Así lo hicieron los profetas de Israel. Nosotros estamos llamados a hacer una “teología de la historia”. La actualización de esta lectura nos llevaría a preguntarnos algo tan sencillo y elemental como lo siguiente: ¿Qué nos dice Dios a los juarenses por medio de los acontecimientos negativos que nos aquejan, que nos asustan, que nos paralizan? ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Qué nos pide Dios?

 

En el fragmento del Libro de las Crónicas está ampliado lo que es un esquema penitencial. Además, es un claro ejemplo de una lectura de los acontecimientos hecha desde Dios. Lo que el autor de las Crónicas tiene ante sus ojos es el destierro, esa situación en la que el pueblo ha llegado a punto muerto; a un punto de no retorno, de no esperanza, de no salvación, si no se da una verdadera conversión del corazón que parte del reconocimiento del propio pecado y una voluntad explícita de volver al Señor. Entonces, y solo entonces, el Señor tendrá piedad de su pueblo.

 

El Pecado. En aquellos días, todos los sumos sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades….El Señor Dios los exhortó continuamente porque sentía compasión por su pueblo. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus advertencias y se mofaron de los profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo llegó a tal grado que ya no hubo remedio”. El pecado, es forma negativa de vida que se generaliza y se hace forma habitual de convivencia; se rechaza a la invitación de Dios, fruto de su misericordia y su fidelidad; se llega a un punto de no retorno. Este es el primer dato.

 

El castigo. El siguiente fragmento de la lectura narra la deportación del pueblo, la devastación del país y la destrucción del templo. Todo esto a consecuencia del pecado. No se trata sólo de errores políticos, de una falla en los cálculos, sino de un pecado, es decir, de una oposición a Dios, de la negativa para vivir según sus mandamientos. Esto tiene que ser reconocido como condición previa del resurgimiento. El hecho de enumerar las fallas es una forma de reconocerlas.

 

El perdón. Por medio de Ciro, Rey de los Persas, Dios se apiada de su pueblo. El pueblo ha pagado sus sábados perdidos, según Jeremías, es decir, ha sufrido las consecuencias de su alejamiento de Dios. Ahora lo sabe. Cuando el pueblo se arrepiente, entonces Dios comienza la obra de la redención. En el Libro de Daniel que refleja una época también de destrucción, de desolación y muerte, son frecuentes estas liturgias penitenciales. Podemos ver la lectura del lunes de la 2ª semana de cuaresma. Ahí está perfectamente claro el esquema de una liturgia penitencial: Dios es bueno y justo en todo lo que hace; nosotros hemos pecado contra el Señor; por eso, Dios los ha castigado, hemos perdido la paz, hemos perdido la tierra. Ahora lo reconocemos y ofrecemos el único sacrificio que nos queda, un corazón arrepentido y un espíritu humillado. “Ahora te seguiremos de todo corazón; te respetamos y queremos encontrarte. No nos dejes defraudados. Trátanos según tu clemencia y abundante misericordia. Sálvanos por el honor de tu nombre y da gloria a tu nombre”. (Daniel 3,25ss)

 

Estos hombres, pues, reconocen en el pecado la fuente de sus desgracias y por lo tanto, saben que en el arrepentimiento van a encontrar la salvación de Dios. Del biblista italiano A. Penna, en su comentario a Isaías, son estas palabras: “Desgraciadamente nosotros hemos perdido el sentido de la historia, y esto vale también para la vida litúrgica. Por el contrario, para nosotros resulta muy difícil dar una interpretación teológica a la historia. ¿Qué historiador de la iglesia hoy tiene el valor de decir que un determinado acontecimiento sea signo preciso de la voluntad de Dios? El profeta da una interpretación propia de la historia en cuanto hombre carismático. Hoy, un creyente podrá tal vez aceptar que la última guerra haya realizado un cierto proyecto de la providencia, pero difícilmente se atreverá a decir cual. Cualquiera que fuera la interpretación específica dada por un profeta, la cuestión sería diversa”.

 

La lectura de Pablo tomada de Efesios y el texto de Juan, contienen la misma verdad con un distinto registro lingüístico. Tal vez, Pablo nos resulte más comprensible porque su lenguaje es directo y real, mientras que Juan, está cargado de simbolismo. La verdad central es, la siguiente: «La misericordia y el amor de Dios son muy grandes, porque cuando nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, él nos dio la vida con Cristo y por Cristo, por pura generosidad y misericordia». Esa es la verdad fundamental que tanto Pablo como Juan nos presentan en estos fragmentos. Para nuestra homilía podemos meditar primero, y luego explicar el texto de Pablo. Y la temática de la primera lectura y el salmo, pueden avalar perfectamente nuestra interpretación.

 

La cuestión de la salvación humana. Para comprender correctamente Jn. es necesario tener siempre presente los temas teológicos de fondo que forman los pilares de ese libro; estos son: 1) La revelación del amor de Dios al mundo por medio del Verbo encarnado y en su persona; 2) La respuesta positiva o negativa del hombre a esta manifestación de amor; 3) La finalidad y el efecto de la revelación divina y de la fe humana: vida y salvación. Estos tres son los pilares sobre los que está estructurado todo el evangelio de Juan.

 

Dios se ha revelado en su Hijo querido; en él nos ha manifestado su amor, invencible e irreversible. Pero es necesario creer, dar nuestra total adhesión a esa voluntad de amor para ser salvados. Para Juan el dilema no es ser o no ser, sino creer o no creer. El que cree no entrará a juicio, el que no cree, ya está condenado. «El Padre ama al Hijo y lo ha puesto todo en su mano; quien cree en el Hijo posee la vida eterna, en cambio, quien se niega a creer en el Hijo no sabrá lo que es vida, lleva encima la sentencia de Dios». (Jn. 3,35-36) Incluso, al final, Juan nos dice por qué y para qué ha escrito su evangelio: «Jesús realizó en presencia de sus discípulos otras muchas señales que no están en este libro. Hemos escrito éstas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y con esa fe tengáis vida en su nombre». (20,30-31).

 

Para Juan, el pecado fundamental es la el no creer, la no-fe; ella es la causa de la condenación. La causa de la condenación es esta: en que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz porque su obras eran malas (3,19; cf. 1,4-5.11. passim). Ante el gesto supremo de la revelación del amor del Padre que brilla en la “entrega de Hijo” para que tengamos vida, está la negativa de hombre. Esto es el pecado; es la negativa del hombre a entrar en esa relación de amor con el Padre por medio del Hijo. Es obvio que esa denuncia de Juan es tristemente válida siempre. Unos ejercicios cuaresmales deberían apoyarse en esta verdad al estilo del “Principio y Fundamento”. Nos hace falta meditar seriamente en esas “verdades eternas”. Sabemos que Jn. 3,14-16, como una fórmula matemática, es la ley de oro de N. T.

 

Josef Blank en su comentario a Juan dice de nuestro texto: Su marcha (de Jesús), su “elevación”, es decir su cruz, no solo pertenece al final de la vida de Jesús, si no que lo convierte como única salvación de cara a lo que es realmente la esperanza del hombre. Tal vinculación de fe, revelación y salvación al hombre histórico Jesús de Nazaret es lo que constituye lo específico del cristianismo, y ello desde luego tanto frente al Judaísmo tradicional como frente a todas las religiones y mitos todos del gentilismo. Ahí está el auténtico misterio del origen del cristianismo.

 

Esto también tenemos que proclamarlo ahora con toda claridad y firmeza: Jesucristo es la salvación de Dios en nuestra historia, para nosotros, hoy, en nuestras circunstancias. Ni la tecnología, ni la economía, ni la política, ni las psicologías, ni las ciencias humanas pueden salvar al hombre, resultan insuficientes, fragementarias, aunque representen una cierta utilidad. Esta verdad nos previene también contra el sincretismo imperante en nuestro medio, esas extrañas mezclas de psicologías manoseadas y superficiales, raras terapias, riso-terapias y cosas de esas con las que se quiere enfrentar el misterio del hombre, su vida, su sufrimiento y su muerte. Nosotros no estamos exentos de la tentación de hacer cocteles de evangelio y esas terapias. Tenemos que afirmar claramente lo que dice la Escritura: no se nos ha dado otro nombre con el que podamos ser salvos. El texto de Juan leído hoy aborda el problema de la salvación del hombre; no olvidemos que estamos en el contexto del diálogo con Nicodemo; y el problema de la respuesta de la fe cristiana. No será el culto como tal ni las religiones en cuanto religiones lo que salve al hombre; la única salvación es Jesucristo, el Señor. En esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, Padre, y a tu enviado, Jesucristo. Siempre será necesario «nacer de nuevo». Mordidos por la serpiente, necesitamos mirar al Crucificado.

 

 

UN MINUTO CON EL EVANGELIO.

Marko I. Rupnik, sj.

Todo el que haya sido mordido por una serpiente se cura mirando a la serpiente levantada por Moisés. El semejante cura lo semejante. Todo el que contempla al Hijo de Dios colgado en el árbol de la cruz y se adhiere a él se salvará, porque descubre la verdadera imagen de Dios. La vida eterna consiste en conocer a Dios y a quien el Padre ha enviado. El principio del mal era el pecado de Adán, la convicción de que Dios es celoso de sus cosas, e incluso de sí mismo. Ahora, sin embargo, contemplamos el amor de Dios que se entrega en nuestras manos y se deja maltratar e incluso matar. Conmovidos por su cuerpo abandonado en nuestras manos, contemplamos su amor y entonces regresamos a él. A él se adhiere nuestro corazón y nosotros vivimos porque nos entregamos a quien nos amó primero, a quien se nos entregó cuando todavía éramos enemigos de Dios.