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Dios creó al hombre a su
imagen. Varón y hembra
los creó

Gen.1,27.

Las circunstancias obligan. Hoy es el día mundial de la mujer. La psicoterapeuta alemana Hanna Wolff, (1910-2001), se ocupó de la figura de Jesús desde la psicoterapia: son famosas Jesus der Mann y Jesus der Therapist.  Y, en efecto, Jesús el mejor ‘terapista’. Ella se inspira en la antropología de Jung y emplea por lo tanto sus esquemas. Y es que detrás de la actitud antifemenina hay siempre un problema psicológico, dice; en el lenguaje de Jung, hay sedimentos arquetípicos.

+El tema merece cada vez mayor atención. En 1995 J.P.II escribía una bella carta a las mujeres y decía: “ciertamente, es la hora de mirar con la valentía de la memoria y reconociendo sinceramente las responsabilidades la larga historia de la humanidad a la que las mujeres han contribuido no menos que los hombres, y la mayor parte de las veces en condiciones bastante más adversas. Pienso en particular en las mujeres que han amado la cultura y el arte, y han dedicado a ello con desventaja, excluidas a menudo de una educación igual, expuestas a la infravaloración, al desconocimiento e incluso al despojo de su aportación intelectual. Por desgracia, de la múltiple actividad de las mujeres en la historia ha quedado muy poco que se pueda recuperar con los instrumentos de la historiografía científica. Por suerte, aunque el tiempo haya enterrado sus huellas documentales, sin embargo, se percibe su influjo benéfico en la linfa vital que conforma el ser humano de las generaciones que se han sucedido hasta nosotros. Respecto a esta gran e inmensa tradición femenina, la humanidad tiene una deuda incalculable. Cuántas mujeres han sido y son todavía más tenidas en cuenta por su aspecto físico que por su competencia, profesionalidad, capacidad intelectual, riqueza de su sensibilidad y en definitiva por la dignidad mismo de su ser”. El papa contempla el mundo cuando habla y toca los condicionamientos culturales más distintos. Pensemos en la mujer que vive dentro de la cultura musulmana. 

+Jesús y la mujer. Son innumerables los episodios del N. T. en los que Jesús trata con las mujeres. Llama la atención un breve resumen de Lucas en su evangelio: “Jesús iba caminando, anunciando el reino de pueblo en pueblo y de aldea en aldea y lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de muchos males y enfermedades: María Magdalena, Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes, Susana, y otras muchas mujeres que habían vendido sus bienes para ayudarlo (8,1-3)”. Nosotros nos quedamos con la idea que eran solo hombres los que andaban con Jesús. Estas mujeres que lo siguen desde Galilea llegan hasta el pie de la cruz cuando todos los varones habían huido dominados por el miedo. A la cabeza de ellas, la madre de Jesús.

El papel que la mujer juega en la Iglesia primitiva queda bellamente reflejado al final de la carta a los romanos. El documento estructural más importante del N. T. es confiado por Pablo a una mujer, a Febe, diaconisa de la iglesia de Cencreas. En la iglesia primitiva había diaconisas. Pablo dice a la comunidad de Roma: “recíbanla como cristianos, como corresponde a gente consagrada, póngase a su disposición en cualquier asunto que necesite de ustedes, pues, lo que es ella, se ha hecho abogada de muchos, empezando por mí” (16,1-2).

Hay un episodio imponente que nos transmite Juan en el capítulo 8, el episodio de la mujer sorprendida en adulterio. Este episodio fue tan escandaloso que muchos manuscritos lo suprimieron. Los hipócritas de entonces y de siempre la llevan a Jesús no tanto por el adulterio cuanto por confrontar la doctrina de Jesús sobre el perdón y la misericordia con la ley de Moisés. Para empezar, no está la parte ofendida que es la que debe acusar, son los fariseos los que la llevan. Jesús ve la anomalía de semejante proceso y dicta su sentencia: “el que esté libre de pecado que le lance la primera piedra”. Y al final el relato no puede ser más ilustrador: “Jesús se quedó solo con la mujer que seguía ahí delante. Se incorporó y le preguntó: ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado? contestó ella: ninguno. Jesus le dijo: pues tampoco yo te condeno. Vete y no peques más”. Jesús no avala el hecho, pero por encima de la ley propone el camino de la reconciliación, del perdón.

En el episodio en el que Jesus habla de la ley del levirato, o repudio de la esposa por cualquier motivo, expone la santidad inviolable del matrimonio querido y bendecido por Dios. Pero desenmascara la actitud masculinista y abusiva de la ley y de su interpretación, contra la mujer.

Cuando se leen los evangelios como dirigidos contra religiosidad del judaísmo, se puede descubrir en la predicación de Jesús contra la infravaloración tradicional de la mujer, indicios notables e inequívocos de un verdadero iconoclasta. Jesús tenía mujeres entre quienes lo seguían. Se las presenta como acompañantes de Jesús y de los Doce en los viajes apostólicos. Fueron ellas las que se mantuvieron fieles a Jesus cuando los discípulos, en especial Pedro, se escondieron. Esta es probablemente la razón de por qué aparecen también ellas como las primeras testigos de la resurrección. Este dato es inmenso, ellas son las que van a la tumba a embalsamar el cuerpo de Jesús, las que madrugan para ir a la tumba, con la exquisita sensibilidad femenina; para ellas no ha terminado todo. Los discípulos están a puerta cerrada. Ellas, de madrugada, se encuentran con el Viviente, con el Resucitado que les confía nada más y nada menos llevar a los discípulos acobardados la noticia más impresionante de la historia. Vayan y díganle a Simón y a los demás que los veré en Galilea. Y lo definitivo: “Al llegar la plenitud del tiempo Dios nos envió a su Hijo nacido de mujer”, (Gal.4,4). Sin esa mujer no tenemos a Jesús. Siempre, la salvación ha estado en el vientre de una mujer.

En estos pasajes sencillos pero trascendentes descubrimos el papel que la mujer juega en el nacimiento y desarrollo de la iglesia primitiva; imposible referirlos todos en este espacio, pero lo que debe quedar claro es la presencia de la mujer en el nacimiento y desarrollo del cristianismo. Hay un pasaje muy llamativo en la ICor. en el que, dentro de una polémica, Pablo dice: “¿Acaso no tenemos derecho a llevar con nosotros una esposa creyente, así como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas?” (ICor. 9,5). Poco después la iglesia modifica el texto sustituyendo lo de esposa creyente por el de hermana creyente; comienza a moverse el acento y se asume una actitud de desconfianza hacia la mujer.

+Por eso H. Wolff tiene razón cuando dice que Jesús de Nazaret se comportó con las mujeres de forma totalmente distinta de la habitual del judaísmo de su tiempo, a saber, con toda libertad, sin prejuicios y de un modo absolutamente positivo en todos los aspectos. Acerca de la posición del judaísmo respecto de la mujer. Dice la Wolff: “por lo que hace al ambiente de entonces, el ambiente de Jesús se trata de un patriarcado judío en el que no sólo se postergaba todo lo femenino, sino en el que dominaba además una marcada animosidad contra todo lo femenino. Se trata, incluso, de un patriarcado llevado al extremo en el que la animosidad contra el elemento femenino se va convirtiendo en la norma de la sociedad. Eran los varones los que en la oración daban gracias a Dios diariamente porque no los había creado no-israelitas, ignorantes y, sobre todo, «como mujer».

La citada autora, basada en la antropología de Jung, tiene un paso muy interesante: “cuando en su psicología interna el varón no ha hecho de su ánima, es decir, la parte femenina de su psique varonil una aliada, en realidad está haciendo la guerra a la mujer como su enemiga, privándola de sus derechos o dominándola de una manera brutal o sublime. El varón que no ha integrado su parte anímica del sexo contrario, sin saberlo, se deja regir por ella y justamente por ello se comporta de hecho, pese a todas las fachadas marcadamente masculinas, como una mujer primitiva, es decir, de un modo caprichoso, susceptible, nervioso, irritado, descontrolado, echando a menudo espumarajos de rabia, cólera y todos los sentimientos imaginables”. Tal vez esta sea, la psicología, la actitud que priva en el espeluznante fenómeno del feminicidio.  

El feminicidio es la negación de humanidad. No es antifeminismo, es la locura. Para ello hay que matar todos los sentimientos, todo lo que nos hace humanos y llegar a estos puntos espantosos de nuestra cultura.

Tiene razón la mujer en su protesta.