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Gn.12,1-4; Sal 32; 2Tim 1,8-10; Mt. 17,1-19.

La segunda etapa del camino cuaresmal nos presenta a Jesús Trasfigurado en la Montaña Santa. Sobre su rostro humano, amenazado por la sombra de la muerte, por breves momentos resplandece la luz brillante de la Pascua, demasiado bella para no desaparecer y, por lo tanto, todavía objeto de esperanza.

Gn.12,1-4.- El ejemplo de Abram.  Abram abandona su ciudad, que era una de las más florecientes de su tiempo; abandona la parentela y la religión de los padres; rompe los lazos más fuertes y se adentra en una aventura al encuentro del riesgo, como todos los migrantes. Dios escoge en él a un hombre “disponible”, vacío de pasado y de sí mismo, para renovar el diálogo interrumpido por el pecado, y dar inicio a la vida de un pueblo santo, que tendrá la misión de preparar el camino al Salvador, a aquél en quien serán benditas “todas las familias de la tierra”.

Sal 32. (vv. 4-5, 18-19, 20.22).- Himno que invita a la alabanza a Dios  por su misericordia. v 4-5: La primera motivación: palabra, acción, justicia, misericordia, motivos que se irán desarrollando en el cuerpo del salmo. v. 18-19: Tras describir una situación bélica, donde queda claro que la victoria la concede el Señor, concluye invitando a la fidelidad, ‘los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre’.  Y concluye el himno añadiendo el tema de la confianza y la súplica final del v. 22: ‘que tu misericordia Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti’

Transposición cristiana.  “El plan de Dios es un plan de salvación que no pueden frustrar los planes humanos adversos; que incorpora en su realización las acciones de los hombres, conocidas por Dios. La confianza, como enlace del hombre con el plan de Dios, se convierte en factor histórico activo, para encarnarse en la historia de la salvación. Como el plan de salvación de Dios no tiene límites de espacio o de tiempo, así este salmo queda abierto hacia el desarrollo futuro y pleno de dicha salvación queda disponible para expresar la confianza de cuantos esperan en la misericordia de Dios.

San Pablo nos habla del maravilloso plan de Dios, que desea salvar a todos los hombres por Cristo: «A mí, el más insignificante de todo el pueblo santo, se me ha dado esta  gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo, e iluminar la realización de misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo….Según el designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro». (Ef. 3,8.9.11)

2Tim 1,8-10.- Nos ha amado primero. La iniciativa es siempre de Dios, sea al crear el mundo, o al llamar al hombre a la vida, o de salvarlo luego que se ha extraviado. También la fe es un don de Dios, una iniciativa suya, y en un segundo momento es la respuesta del hombre. Este es precisamente el sentido del tiempo de cuaresma: la invitación a reavivar nuestra conversión, conscientes de lo que Jesús ha hecho por nosotros.

Mt. 17,1-19.  El Tabor y el Calvario – Jesús anuncia su pasión y su muerte a los apóstoles; pero ellos no han comprendido o no han querido comprender. La Transfiguración tiene el objetivo de confirmar con poder ese anuncio, y de anticipar al mismo tiempo la pasión inminente. «Este es mi Hijo, en él he puesto todo mi amor, escúchenlo, crean en lo que él les ha dicho». En realidad, la muerte de Cristo debió ser la cosa más repulsiva de la fe de los apóstoles y tenían necesidad de una confirmación. Aquí en el Tabor, Jesús no es diverso de aquél que subirá al calvario: Se trata del gran amor de Dios, de la palabra que viene de lo alto, del anuncio de una victoria sobre la muerte que impactará la historia completa del mundo.

1.- El Segundo Domingo es llamado el domingo de Abraham y de la Transfiguración. El Bautismo es el sacramento de la fe y de la filiación divina; como Abraham, padre de los creyentes, también nosotros somos invitados a partir, a salir de nuestra tierra, a dejar las seguridades que nos hemos construido, para volver a poner nuestra confianza en Dios; la meta se entrevé en la transfiguración de Cristo, el Hijo amado, en el que también nosotros nos convertimos en “hijos de Dios”. (Audiencia 2011).

El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor”. (Mensaje 2011. B.XVI).

2.- “Porque Cristo, Señor nuestro, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el Monte Santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la Ley y los Profetas, que la Pasión es el camino de la Resurrección”.  Este fragmento, que constituye la parte central del Prefacio, es la clave de lectura de la liturgia de la Palabra de hoy. La Transfiguración está situada en el contexto más amplio de la entera vida de Cristo. Luego de la confesión de fe de Pedro en Cesarea, Jesús abre ante sus discípulos un nuevo horizonte: «desde entonces Jesús comenzó a hablar abiertamente a sus discípulos que debía subir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y los escribas, ser asesinado y resucitar al tercer día». (Mt. 16,21). La «voz» venida del cielo: “este es mi Hijo, mi predilecto, en el cual tengo mis complacencias

3.- Morir con él para vivir con él. Pablo hablando del padecimiento que sufre “por el evangelio” nos dice que: “si morimos con él, viviremos con él: si aguantamos, reinaremos con él”. (II Tim. 2,11): si estamos unidos a él, en una muerte como la suya, lo estaremos también en una vida como suya. En otras palabras, si permanecemos fieles a él, superando la tentación, reinaremos con él. De tal manera, pues, que los dos primeros domingos trazan la dinámica, no sólo cuaresmal, sino de la vida cristiana: participar en sus sufrimientos, para participar en su vida gloriosa. La mística y la ascética cristianas no tienen sentido en sí mismas, sino que son, más bien, un medio, de la misma manera que la cuaresma es un camino, para llegar a la gloria de la Pascua. En el cristianismo no se predica el sufrimiento por el sufrimiento, sino la privación voluntaria como un medio de “sacrificio”, de purificación, para participar de la vida de Cristo.

No de manera diferente leemos en el prefacio de ambos domingos. Hace ocho días leíamos: “Porque Cristo, al abstenerse durante 40 días de tomar alimento inauguró la práctica cuaresmal y nos enseñó a rechazar las tentaciones del enemigo….de éste modo, celebrando con sinceridad el misterio de la Pascua podemos esperar que sea un día, nuestra la Pascua eterna”.

Y en el prefacio de hoy, el episodio de la Transfiguración, que tiene lugar tras el anuncio de la Pasión, es “para testimoniar de acuerdo con la ley y los profetas (Moisés y Elías), que la Pasión es el camino de la Resurrección”.  De manera más explícita se expresa el prefacio de la fiesta de la Transfiguración, el 6 de agosto: “Porque Cristo nuestro Señor reveló su gloria ante los testigos que él escogió; y revistió con máximo esplendor su cuerpo, en todo semejante al nuestro, para quitar del corazón de sus discípulos el escándalo de la cruz y anunciar que toda la Iglesia – su cuerpo -, habría de participar de la gloria, que tan admirablemente resplandecía en Cristo, su cabeza”.

La Transfiguración aparece, pues, en el contexto amplio del “camino a Jerusalén”; de hecho los evangelios, el episodio de la Transfiguración, sigue inmediatamente al primer anuncio de la pasión.  Camino a Jerusalén, va al encuentro la muerte.  En este contexto, toma su significado particular la escena de la Transfiguración. Y ha quedado reflejada en la forma como la entiende la liturgia en los Prefacios citados.

El camino hacia la muerte no es el final de Jesús, sino el pasaje a la gloria del Hijo del hombre. Si el grano de trigo que cae en tierra no muere queda infecundo. El que quiera salvar su vida la perderá, pero que la pierda por mí, la encontrará. A los discípulos que acompañan a su Señor, y que representan a la comunidad,  se les promete que al fin les será concedida esa misma transfiguración, o glorificación. Quien lo escucha, (“Éste es mi Hijo… escúchenlo”), es decir, quien escucha al Mesías del tiempo final anunciado por los profetas, (Moisés y Elías), participará, él mismo, de la resurrección. La comunidad  ya sabe muy bien lo que es escuchar a Jesús. (cf. Mt. 7, 21.24; 16,18.24.28) 

4.- ¡Qué bien estamos aquí! El tiempo «intermedio» (entre promesa y cumplimiento), no se puede acortar, sino que es entendido como el tiempo en el que debemos actuar, poner en práctica la palabra escuchada y recibir la aprobación de quien vence la tentación.

La comunidad siempre ha querido acortar el tiempo de la prueba sobre todo en los momentos de persecución y dificultades; esto se descubre en las palabras de Pedro que desea permanecer en la montaña y no quiere, ya, bajar al terreno de la práctica. La comunidad debe saber que la vida del cristiano es “como un servicio militar”. El tiempo no puede acortarse a discreción.  Esto no impide que nosotros le pidamos al Señor, (Apocalípsis), que acorte el tiempo de la prueba. Según los discursos escatológicos de Jesús, el tiempo de la tribulación será abreviado en consideración a los justos; de lo contrario no habría quien superara la prueba, (cf. Mc.13,18-20).  En los momentos de sufrimiento, de enfermedad, de dolor, de adversidades, le pedimos siempre al Señor que acorte el tiempo. De hecho, en todas las eucaristías le decimos la súplica milenaria: «Ven Señor Jesús».

Así se entiende el mandato de silencio que impone Jesús a los discípulos. Se trata de impedir una actitud de impaciencia, de indiscreción, ante las visiones que se han tenido. Se trata de evitar el intento de querer abreviar el tiempo. Lo que Jesús dice a sus discípulos vale para toda la comunidad. La no comprensión caracteriza de nuevo, también aquí, a la comunidad de Mateo, y a la comunidad cristiana de todos los tiempos, que intentan abreviar los tiempos y se le propone el ejemplo de Jesús que, no obstante tener la visión del Padre, baja del monte para enfrentar el camino de la muerte. Ahora, es necesaria la paciencia.

Pero en verdad, la visión de futuro, en el que se perfila la gloria venidera, determina el presente; no se asume el camino de la cruz sin la esperanza de la resurrección.  El tiempo presente siempre se ha de vivir con la mirada puesta en el futuro que nos aguarda, conscientes, siempre, sin embargo, que en el tiempo sólo «la escucha del Hijo», y «el poner en práctica sus enseñanzas» (cf. Mt. 7,21-27) son la única garantía que tenemos de poseer “la vida”.

Un minuto con el Evangelio.

Marko I. Rupnik, SJ

La transfiguración sobre el monte Tabor quiere preparar a los discípulos para el acontecimiento pascual que deberá afrontar Cristo. La luz inaccesible de su rostro convencerá a los discípulos de que la crucifixión no es la última etapa: la muerte y la resurrección, éste es el modo en que vive el amor de Dios en la historia. La presencia de Moisés y Elías testifica que toda la ley y los profetas confluyen en un Mesías pascual. La Ley nunca puede ser un fin en sí misma, sino que está en función de la relación del hombre con Dios, basada en el amor de Dios y este amor madura en la libre adhesión. El significado de la Ley es la libertad y se expresa en el diálogo. En efecto, Moisés está hablando con Cristo. La medida de toda profecía, por libre e imprevisible que sea, se encuentra en la Pascua de Cristo porque es el amor realizado. Profetizar quiere decir leer la historia y los acontecimientos en la clave del amor de Dios. Y esto también ocurre al hablar con el Señor, es decir, en la oración y en la contemplación.