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 El sentimiento de la angustia, parece ser el más arcaico de los  sentimientos negativos que acompañan al hombre. Representa el antagonista número uno del placer y la seguridad que provienen de la satisfacción de una relación interpersonal.  La angustia es una nota que define al hombre, el hombre toma conciencia de sí mediante la angustia. Entenderla  sería tanto como entender al hombre.

 Según la psicología, la angustia es uno de los síntomas más típicos del sufrimiento psicológico; en su forma más arcaica, llamada angustia primera, conserva, también en el adulto, las características de sufrimiento indiferenciado y generalizado, muy profundo y paralizador, que están presentes, ya, en las manifestaciones infantiles y juveniles. Los niños también la padecen  y se manifiesta en el llanto y en una sensación de ahogo.

 Todos sentimos la angustia y, si no es controlada y superada por una actitud mental adecuada, puede sobrepasar los estándares normales y transformarse en enfermedad mental grave.  Es la causa de la alteración de la percepción afectiva y emotiva.  Puede llegar a degenerar en neurosis o en psicosis. Es importante establecer que los factores ambientales externos no son el motivo fundamental de esa enfermedad aunque la favorecen; la causa principal de este padecimiento reside en el hombre  mismo, pues hay en él una sensación negativa de las cosas que lo rodean con estrecha relación de percepción y emoción.  A una percepción distorcionada de la realidad corresponde una reacción emotiva igualmente distorsionada. Sería un error creer que el crimen organizado, y él desorganizado, son nuestro gran problema; de hacerlo, determinaría reacciones equivocadas.  La emoción exagerada del neurótico crea actitudes de ansiedad, de angustia y depresión  que acaba trastornando la percepción.

 Sentimientos afines. La ansiedad. Resulta difícil establecer la frontera entre las diversas manifestaciones de la angustia. La ansiedad, ese permanente estado de espectación angustiosa, es uno de los síntomas más comunes. Muchos investigadores responsables están trabajando para encontrar la relación entre el ambiente y el comportamiento y descubrir qué recomendaciones dar al individuo para facilitar el desarrollo de su potencial en todos los órdenes. Pero a la par de descubrimientos esperanzadores, existen lados oscuros: el número de personas que sufren “depresión” va en aumento, lo mismo que la violencia y la “desesperación social”.  El mundo de la noticia nos mantiene en un “permanente estado de falsa máxima  alerta”, distorsionando  la percepción de la realidad. Si no sabemos manejar esta situación, terminaremos deprimidos, víctimas de un vago temor impalpable y siempre presente. Ateniéndonos al mundo de la noticia, el bien, lo bueno, no existe.

Continuamente elegimos alternativas, formas de pensar y actuar; programamos nuestra mente para captar ciertas cosas y otras no, asumiendo el control o renunciando a cambiar aspectos importantes y cotidianos de nuestra vida.  El ser humano se distingue por ser creador de su circunstancia, o por tener la capacidad de enfrentarla si es adversa, o de aprovecharla si es buena, es decir, tiene la capacidad de generar la fortaleza para enfrentar las dificultades, dándose valor o claudicando. Esto no se puede hacer con  “piloto automático”, es decir, renunciando a nuestra libertad y a nuestra conciencia.  “Dios no le pregunta a ningún hombre si acepta o no la vida. Ésta no es una elección. La única elección es cómo hacerla”. (H. Ward Beecher). Los orígenes psicológicos de la ansiedad, pues, parecen deberse a la percepción inconciente de la inadecuación propia frente a los diversos estímulos, internos y externos, percibidos como amenazadores o destructores.

El pesimismo constituye una interpretación de la experiencia que falsea la realidad y genera en nosotros diferentes versiones de miseria emocional: ansiedad, frustración, desaliento, desamparo, apatía, inseguridad, depresión y diferentes manifestaciones patológicas del comportamiento: el abandono de tareas y metas, la inactividad, la inercia, la parálisis de la voluntad, (abulia), la indecisión, la limitación de nuestra gama de conductas.  La agresividad es una de las expresiones inmediatas de tal estado de ánimo.   Lo dicho es señal que no hablamos de un enemigo simple o superficial, sino de algo que representa una amenaza real y peligrosa que puede desviarnos de nuestros más caros anhelos. Seligman descubrió que el estilo pesimista de explicar la adversidad rumiando las ideas negativas, es un factor de riesgo de depresión, así como el colesterol elevado lo es del infarto.

La mente procesa la información a una velocidad vertiginosa y, a menos que observemos con cierto detenimiento, solemos no percatarnos de que es precisamente ella, la gran fábrica generadora del descontrol o la pérdida de energía emocional y muchos de los comportamientos no saludables. Dada esta situación tan dinámica e inadvertida, culpamos al amabiente o a los demás de ser la causa principal de nuestro malestar y adoptamos el papel de víctimas renunciando a la posibilidad de elegir ante los hechos. Todos conocemos a personas peleadas con el mundo. En lo social, los culpables son el crimen organizado y las autoridades inútiles y corruptas, concluimos.

El desgaste emocional provocado por una mente pesimista puede llegar a debilitar enormemente al cuerpo, y quien tiene un cuerpo débil se convence de que tiene razón de ser pesimista. Si “la vida no tiene sentido” y, además el cuerpo sufre físicamente, ganará terreno la idea de que “no tiene caso seguir adelante”, lo cual fomenta la constante postergación de la capacidad de elegir.  De ahí que sea crucial alimentarnos bien, cultivar el ejercicio, cultivar el espíritu, rodearnos de gente que nos quiera y queramos, proveernos de todo aspecto que mejore nuestra calidad de vida. Y, sobre todo, querernos a nosotros mismos. Debemos, pues, luchar con todas nuestras fuerzas contra la tentación de una explicación pesimista, y por lo tanto, distorcionada de nuestra realidad.  No debemos olvidar que el hombre sufre, no por las cosas que suceden, sino por la manera cómo las interpreta. En fin, a todo esto, hoy, se le llama estrés. La diferencia entre la salud y la enfermedad mental, no son los problemas, sino la forma de afrontarlos.

La angustia es la realidad fundamental. Vago e indefinido sentimiento que lo envenena todo, que siempre está ahí cubriendolo todo con imperceptible realismo sin permitirnos seguridad completa ni felicidad despreocupada y plena. Disfrazada de un vago temor intenso a nada en concreto y a todo, pues su objeto es la nada, incuba en una atmósfera de amenaza permanente y nunca realizada. Sensación indefinible; si lográramos definirla podríamos reducirla, pero se nos escapa siempre y sólo podemos rastrearla. De todas formas se ha luchado contra ella, desde antes del  estoicismo hasta el psicoanálisis,  con nulos resultados. La angustia, estado de ánimo ambiguo e indefinido, no tolera presupuestos. Su único presupuesto es el hecho mismo de existir. Es mucho más que un sentimiento negativo y se instala en la esencia misma de lo humano. Ciertamente es el enemigo principal del placer y de la seguridad que anhelamos febrilmente, pero es que ni el placer ni la seguridad nos pertenecen más que en forma fragmentaria.

¿De dónde procede, pues, la angustia? Ciertamente, nuestro mundo, nuestra cultura o la fase actual de la civilización, es fuente inagotable de angustia. Con mayor razón podemos hablar hoy del “malestar de la cultura”, (Freud).  Ha quedado claro que una sociedad enferma genera individuos igualmente enfermos. No se puede estar sano en una sociedad enferma. La sociedad enferma determina sistemas de relación viciados dentro de los cuales resulta muy difícil el arte del discernimiento y hacer las opciones adecuadas. Estalla, entonces, un clima general de desconfianza y de miedo, de inseguridad y ruptura. Los contaminados de odio, de egoísmo, de violencia, de intereses egoístas, los libertinos, los dispuestos a mentir y engañar, los infectados, pues, no podemos cambiar nada.

A estas alturas ya resulta muy difícil  la indiferencia ante los hechos tan inhumanos como los que se llevan a cabo a lo largo y ancho de nuestra Patria; ellos revelan que la enfermedad está muy avanzada, y la angustia en forma de nerviosismo, ansiedad, incertidumbre, irritación, desasociego, insatisfacción, desenfreno, violencia y escapismo, se hace presente. El mal ha afectado los cuadros básicos de la organización social y el malestar se hace evidente; la incertidumbre, la duda y la sospecha, se palpan en el ambiente. Podemos imaginar la situación sicológica en la sociedad michoacana. En Juárez vivimos una masacre; en Michoacán viven un estado de guerra.

En la Biblia. El siguiente texto, escrito hace unos 2400 años, nos pinta inmejorablemente lo que es la angustia. “Una suerte penosa se ha dado a todos los hombres, un yugo pesado abruma a los hijos de Adán, desde el día que salen del vientre materno hasta el dia que retornan a la madre universal. El tema de sus reflexiones, el temor de su corazón, es la espera ansiosa del dia de su muerte. Desde el que esta puesto en un trono de gloria, hasta el miserable sentado en tierra y ceniza; desde el que lleva la purpura y la corona, hasta el que está vestido de tela aspera, no hay mas que furor, envidia, turbación, inquietud, temor de la muerte, violencia, rivalidad y riña.

Y a la hora en que, acostado, el hombre descansa, el sueño de la noche no hace mas que cambiar las preocupaciónes: apenas ha encontrado el reposo, enseguida, durmiendo, como en pleno dia, es agitado por las pesadillas, aterrorizado por las visiones de su fantasía, como un fugitivo huyendo de quien lo persigue. Y cuando se ve libre, se despierta descubriendo que su temor no tenía objeto”. (Eclesiastés). El insomnio  hace desfilar ante la mente aterrada la danza de fantasmas y demonios. De tal manera, pues, que los datos derivados de la cultura sirven sólo de catalizadores de la angustia.

La Filosofía. Para  Kierkegaard, la angustia tiene como objeto la nada, es la posibilidad del espíritu, la posibilidad de la libertad, del poder, lo que la genera; el hombre, espíritu finito, se sitúa “con temor y temblor” ante la infinitud y el hecho de su libertad. Para ser él, debe usar su libertad, pero sabe que fatalmente hará mal uso de ella. Ese estado de ánimo crepuscular, ambiguo  e indefinido, que antecede al pecado, determina la angustia. Es la suerte del alcoholico en receso, sabe, en medio de su lucha y desesperación, que fatalmente volverá al alcohol. Por ello, la angustia es necesaria al hombre; mediante ella se da cuenta de que es finito, criatura, realidad siempre amenazada y frágil.

Sören vio que sólo Dios puede dar sentido a la existencia, pero “Dios está detrás del absurdo”. En efecto, Dios está detrás de la “Cruz” que se levanto el primer Viernes Santo, y solo cuando el hombre es capaz de creer en esa “estupidez” (1Cor.1, 22), de rendirse incondicionalmente ante ella, se libera, almenos en parte, de la angustia. Para entender esto, tal vez sea necesario sacar al crisitianismo de las catacumbas modernas y, como Pablo o Agustín, enfenrarlo a las potentes y traicioneras corrientes de las culturas para medir  su capacidad de respuesta.

Es obvio que el estado de angustia obedece, muchas veces, a situaciones objetivas. Las terribles guerras modernas, el hambre y la pobreza, el mundo de los desplazados, el crimen y la trata de personas, el armamentismo y las amenazas mutuas; la manejada inestabilidad económica y las decisiones políticas erráticas, generan un malestar profundo.  El cuadro que pintaba Isaías en el s. VIII a. de C., es tristemente actual, demasiado actual: «Pasará por allí, / agobiado y hambriento, / y rabioso de hambre / maldecirá a su rey y a su Dios. / Volverá la cabeza a lo alto / y mirará a la tierra: / todo es aprieto / y oscuridad sin salida, / angustia y tinieblas / densas, sin aurora; / no habrá salida para la angustia» (Is. 8,212-23). Cuando yo me topé con este texto, no lo podía creer. Es la situación del pobre, atrapado en la injusticia de los sistemas y revoluciones actuales: la primavera árabe, la guerra de Irak o de Afganistán, el crimen y el narcotráfico, el secuestro, etc, Y sobre todo, la esencial mentira de la política. El cuadro que pinta Isaías es el resultado final: el hombre angustiado, abrumado en medio de “tinieblas espesas y sin aurora”. ¡Cuántos seres humanos se debaten en ese mundo oscuro!

La salida. La única salida posible, y nada fácil, es el encuentro con el Amor; el Amor que funda la «esperanza que no defrauda». Pablo resume en un texto, admirable la angustia existencial  y la salida que nos queda. El texto se encuentra en una carta que dirige a una civilización agónica, como la nuestra. “Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará contra nosotros?”. Tal es la certeza. Describe, luego, angustia en sus intrincadas raíces. En primer lugar, no hay fiscal para los hijos de Dios, nadie los condena; enseguida, ¿quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada? En toda circunstancia, vencemos, gracias al que nos amó. Así que, ni la muerte, ni la vida, ni las potestades angélicas o demoníacas, ni presente ni futuro ni poderes ni altura ni hondura ni creatura alguna podrá separarnos del amor de Dios que se ha hecho cargo de nosotros en Jesús. (cf. Rom. 8, 32-39). Si no podemos hacer la experiencia de esa Amor liberador, la angustia, en todas sus formas y consecuencias, es nuestro destino ineluctable. Sin este sentimiento radical de frustración no se explicaría es desastre moral y humano de nuestros días.