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La Historia. Estamos bajo el ambiente de la celebración de un aniversario más del “Inicio de la Independencia Nacional”; resulta curioso  que celebremos sólo el inicio y no la consumación. No sé si desde el punto de vista de la psicología social esto tenga algún significado. Creo, más bien, que la razón es más simple; se trata de una  cuestión de índole política, porque con la historia también se hace política; para nadie es un secreto que la Historia de México camina por dos vías, la oficial y la extraoficial.

La historia es algo más que simples  remembranzas inútiles o el prurito  de discutir y citar fechas.  La historia, como maestra de la vida de los pueblos, nos enseña para que, en la medida de lo posible, no cometamos los mismos errores. El pueblo que la ignora, se condena a ello. En mis artículos pasados hacía yo referencia al dato de la pobreza casi generalizada en nuestra Patria y en nuestro Continente, y parece ser que la pobreza, el olvido, la marginación, y la estulticia de los gobernantes, en concreto, de la Corona Española de aquél entonces, provocaron un descontento general que poco a poco fue cobrando forma hasta convertirse en una lucha, más o menos organizada e, incluso, caótica, contra ese poder y por lo tanto en un intento libertario. Ni entonces, ni ahora, se puede construir algo sólido, ni entonces, ni ahora, pueden existir la paz y la estabilidad en los pueblos, si estos se encuentran sumidos en la desesperación de la pobreza y el olvido. De tal manera que, al estilo de la Liturgia, estas celebraciones debería “actualizar”, volver a hacer presente aquello que se celebra; en este caso reactivar el deseo de la justicia, de la paz, del derecho, del amor a la patria y, desde esta perspectiva enfrentar las nuevas formas de desintegración nacional. Las actitudes heroicas y nobles, las implicaciones de instituciones en el propósito común son una lección que deberíamos rescatar.

Algo, sin embargo, no estuvo bien hecho como lo prueba el desgarramiento de la patria recién nacida y la emergencia de traidores que la vendieron al mejor postor; algo  no resultó bien cuando a la independencia siguió el desmembramiento. El papel que jugó la Iglesia en la guerra de Independencia fue más allá de la sola presencia de muchos sacerdotes en el movimiento armado; por su naturaleza, condición y circunstancia, estaba en el centro del debate. En cierta ocasión coincidí con el Doctor Carlos González en un programa televisivo a propósito del 15 de Septiembre y le decía: Mire, la guerra de independencia fue una guerra religiosa, una lucha del Corona y la Iglesia y el resultado final fue la independencia. Claro que mi afirmación era simplista. Pero algo hay de ello.

Implicaciones religiosas. “La independencia nacional de México debe formar parte integrante de la Historia Eclesiástica que hemos tomado a nuestro cargo, no sólo porque sus principales promotores salieron del clero, sino también y principalmente, porque desde el principio hasta el fin de la independencia, intervino notablemente en ella la idea religiosa. «el carácter marcadamente religioso, dice el sabio padre Miguélez, jamás abandonó la causa de la independencia mexicana. Había nacido al toque de una campana y sus ecos la seguirán por todas partes»” (M. Cuevas. Historia de la Iglesia en México. Vol. V). El Generalísimo Morelos escribía: “Sabed igualmente que estamos tan lejos de la herejía que nuestra lid se reduce a defender y proteger en todos sus derechos nuestra santa religión que es el blanco de nuestras miras, y extender el culto a nuestra Señora la Virgen María como protectora visible de nuestra expedición”. (F. López Cámara. Génesis de la conciencia liberal en México. Citado por Jean Meyer. La Cristiana. Vol. 2).

El Clero. Leyendo el volumen V de la obra insigne del Padre Mariano Cuevas, S. J., se encuentra uno con datos extremadamente relevantes. Así, por ejemplo, afirma este historiador que, “el pueblo mexicano que con muy contadas excepciones era católico, apostólico y del rito romano al comenzar el siglo XIX, tenía una población aproximada de 6 millones de habitantes. Hablando en números redondos, 1 millón de ellos eran criollos, 40 mil peninsulares; 3 millones y medio de indios de raza pura, y 1.5 millón de mestizos; los negros no llegaban en México a 5 por mil”.    (algunas de estas cifras han sido modificadas por otros historiadores pero no es demasiado relevante las diferencias) “Toda esta población esparcida en el actual territorio de la República Mexicana, y esparcidísima sobre todo en las provincias del Norte, se seguía gobernando por las únicas 10 Diócesis que permitió el Real Patronato”. (Luego de la Independencia ese tal Real Patronato dejó sin obispo a casi todas las diócesis de nuevo país, pues él tenía la facultad de ratificar o vetar el nombramiento de obispos. ¡Y todavía hay quien dice que no se han de separar Iglesia y Estado!)

El Real Patronato vendría a ser algo así como “la Dirección de Asuntos Religiosos”, (con todo respeto para este nuevo ordenamiento constitucional de México), pero con  injerencia plena al grado de definir  el número de Diócesis, y teniendo además injerencia directa en los asuntos de la Iglesia y con la capacidad, incluso, de intervenir los dineros y bienes de la iglesia, como lo hizo al final de cuentas, para afrontar el despilfarro y el quiebra de la Corona. (La casa Real Española, digo.). Frenando VII, puesto y depuesto por Napoleón, fue un pobre infeliz, incapaz, tonto, débil, demasiado poco rey para ser rey, y que a la postre quedó mal, como todos los cobardes, con unos y con otros, con el imperio que se le desmoronó en las manos y con los ideales de libertad y justicia que bullían en América; entregó España y nos entregó a nosotros. Quien quiera puede leer en forma sucinta, de Jean Meyer, La Crsitada. Vol 2. 10ss., donde en unas breves páginas pinta el origen de un conflicto que llega hasta nuestros días pero que gracias al ingenio mexicano hemos sorteado durante casi dos siglos.  Y uno se pregunta qué maldita suerte persigue a México, no sólo en la vida independiente, sino antes, en la turbulenta situación española, que perjudicó el nacimiento. La política realmente equívoca y lamentable del Real Patronato y de la Corona, por lo tanto, tuvo consecuencias desastrosas para la nueva Patria que intentaba nacer; afectó el parto.

El número de sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, podría ascender hasta 8 mil, pero según nuestro autor, para efectos reales, no pasaban de unos 6 mil. “Lo peor para el clero, afirma el Padre Cuevas, tanto secular como religioso, era su mala distribución en su territorio. Para comprobar lo cual, ……   verán un máximo de 2,657 eclesiásticos varones en la Arquidiócesis de México, al paso que en todo Texas no había más que 13 franciscanos casi desamparados. Mil y pico sacerdotes había en Puebla cuando en toda la alta California no llegaban a 40 los padres franciscanos evangelizadores de aquella región.  ¡Y luego se preguntará que por qué perdimos esos territorios!”  (ibid). De aquí tomó la  idea  J. V. para decir  que si, en vez de iniciar en ese momento la guerra de independencia, se toma la precaución de colonizar el Norte de México con iniciativas como las que llevaban a cabo en las Californias, gobierno, civiles y misioneros, no hubiera sido tan fácil a Sam Houston y los suyos armarnos el sainete de Texas que nos costó más de la mitad de nuestro territorio.

Resulta curioso darnos cuenta, por el citado autor, que el auténtico cerebro de las luchas de independencia fue el Arzobispo de Valladolid, hoy Morelia, capital de Michoacán, Mons. Dn. Manuel Abad y Queypo. “Quien llevaba la batuta en aquél primer interesantísimo periodo era el prebendado Dn. Manuel Abad y Queypo, español peninsular de talento claro y extraordinario, de aspiraciones muy amplias y desinteresadas”.  El convirtió a Valladolid en el verdadero foco de las luchas libertarias. No olvidemos que Hidalgo pertenecía al clero de Morelia. Con mucha razón escribía el Virrey Venegas al Ministro de guerra; «que la ciudad de Valladolid había sido el origen de la revolución y el constante foco de ella» (27,.01.1811). En innumerables cartas Abad y Queypo hizo notar a la Corona la situación que guardaba el Virreinato de la Nueva España para llamarle la atención con el fin de que pusiera remedio a las situaciones de pobreza, injusticias y explotación.

Los escritos de Abad y Queypo que pueden encontrarse todavía hoy, son verdaderos ejemplos de un análisis que parte de las estadísticas y de una precisa observación de la realidad.  Veamos un ejemplo de ello: “Permítame V. M., dice, eleve a su alta consideración y soberano juicio una verdad nueva, que juzgo de la mayor importancia, y es que las Américas ya no se pueden conservar por las máximas de Felipe II”.  En este fragmento vemos una indicación de gran sabiduría política. Los tiempos cambian y con ellos las circunstancias y la oportunidad de las leyes y costumbres de otros tiempos. Con Carlos V y Felipe II las cosas era unas; ahora, con las nuevas circunstancias, todo ha cambiado y si no se tiene, ni la visón ni la capacidad, para la revisión, todo corre peligro.

Continúa Abad y Queypo: “que cese para siempre el sistema de estanco de monopolio y de inhibición general que ha gobernado hasta aquí, y ha ido degradando a la Nación en proporción a su extensión y progresos, dejándola sin agricultura, sin artes, sin industrias, sin comercio, sin marina, sin arte militar, sin luces, sin gloria, sin honor, fuera de algunos cortos intervalos en que se relajó algún tanto por la sabiduría de algunos soberanos.  Es necesario, pues, un nuevo sistema más justo….; pero también más vigoroso y enérgico. Dígnese V. M. de sentar siquiera las bases de un sistema sabio, generoso, liberal y benéfico…. Dígnese, pues, V. M. obrando en consecuencia, declarar que las Américas y todos sus habitantes libres e ingenuos, deben gozar de todos los derechos generales que conceden nuestras leyes a las provincias de la metrópoli y sus habitantes”. Lo que está pidiendo el Obispo de Valladolid en las últimas palabras de este párrafo es que los habitantes de “las Américas” tengan los mismos derechos que los habitantes de Madrid y de las Provincias Españolas.  Este es un texto en el que, cambiando poco, yo se lo entregaría como programa de gobierno a los poderes de la Unión, con copia para…,  porque se trata de la reivindicación de los derechos de igualdad de todos los habitantes de México, y de una visión de gobierno que ha de ajustarse a nuevas realidades; cuando las circunstancias cambian, no se puede seguir gobernando con los mismos esquemas. Visión, decisión y acción.

Obviamente, en la Corona Española se hizo realidad el refrán siciliano: “El pez se pudre primero por la cabeza”; lo primero que se hecha a perder de un pescado es la cabeza y lo primero que se hecha a perder de una sociedad es su clase dirigente, política y social, volviéndose incapaz de discernir los signos de los tiempos.

El siguiente texto de Abad y Queypo nos da una idea de lo que era La Nueva España” en el contexto de Imperio Español y la injusticia que no alcanzaba a ver La Corona. “Es indudable, escribía en otra ocasión, que la Nueva España, Mèxico, contribuye indirectamente con una sexta parte de la renta real de la Península, por lo derechos que adeudan en aquellos puertos los frutos y efectos nacionales y extranjeros que consume, y la plata y frutos propios que introduce en ellos. Contribuye directamente con más de 20 millones de pesos anuales, suma verdaderamente excesiva si se atiende a que recae casi toda sobre las clases que representamos, y no componemos los dos décimos de la población, respecto a que los 8 décimos restantes son tan miserables que apenas contratan ni consumen. Con esta suma sostiene la Nueva España las atenciones de policía, administración de justicia y su propia defensa en tiempo de paz y de guerra. Ha sostenido y sostiene otras posesiones, como son Manila, Luisiana, Las Floridas, Trinidad, Puerto Rico, Santo Domingo y la Habana, en cuyos astilleros se construyó con los pesos mexicanos la mayor parte de la Real Armada. Y después de cubiertas sus propias atenciones,  y de haber gastado en las ajenas cerca de 4 millones anuales, ha remitido a la Metrópoli otros 6 que han entrado libres al Real Erario… En suma, la Nueva España lleva más de dos siglos que, sin haber dado motivo a que la Metrópoli  gaste un solo peso en su defensa, ha contribuido, por termino medio, o de un año común, con 8 millones de pesos, es decir, más del duplo de todos los productos libres de las otras posesiones ultra marinas. Resultado verdaderamente feliz y tan peregrino, que no tiene ejemplar en la historia de todas las colonias antiguas y modernas”. (¿Cuánto aportan los bancos españoles en América a la economía española?). El gobierno español fue incapaz de ver la situación y lo perdió todo; es curioso que después Abad y Queypo se opusiera con todas sus fuerzas al movimiento armado. Tal vez por ello advirtió tan agudamente a las autoridades imperiales sobre la situación; quería evitar la guerra. De hecho, la guerra de independencia en México duró 10 años y fue, como toda guerra, destructiva y engendradora de odios permanentes.

Además de los eclesiásticos que desde su oficio advertían a la Corona del peligro y de la situación en La Nueva España, muchos otros sellaron con su sangre su ideal libertario. El Padre Mariano Cuevas habla de 125 sacerdotes fusilados por el ejército Realista hasta el 22 de Diciembre de 1815. Pero esta cifra le parece pequeña y afirma: “si suponemos, y es mucho suponer que fueron el 5% de los levantados, y si a esto añadimos, el numero de sacerdotes prisioneros, desterrados o muertos de otra forma por la causa de la Insurrección, en sus primeros períodos, tendremos fácilmente la muy racional consecuencia de que unos 6 mil de los 8 mil sacerdotes que entonces había, estaban efectivamente en la revolución de nuestra independencia,  y que por lo tanto es un crimen olvidar esa sangre para fijarse solo en los que por su origen peninsular o por mal informados estuvieron en el lado contrario”.

NB:

1.La lluvia no ha hecho ningún daño a la ciudad; el daño se  lo  hecho hemos nosotros. Si la ciudad está mal planeada, carente de infraestructura y etc., etc., es obra nuestra. La ciudad no son los muros, son los ciudadanos. (S. Agustín).

2.No sé por qué he recordado esta semana las palabras del papa JPII., a los empresarios en Durango: “A lado de grandes riquezas y estilos de vida semejantes – y a veces superiores – a los países más prósperos, (en México) se encuentran grandes mayorías desprovistas de los recursos más elementales….” Mucho ojo.