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¿Habrá lugar, todavía, para una filosofía política? ¿O, a lo sumo, para una teoría política? Si la respuesta es no, entonces veremos a hombres y mujeres audaces, pero una disminución drástica de las ideas. El mismo discurso político se pulveriza en generalidades, promesas descabelladas y, a la postre, en mentiras.

Tengo ante mis ojos, simple curiosidad no pedantería, dos volúmenes que llenan unas 1800 páginas, sobre política dado que la política es también ciencia. “La Escuela de Fráncfort” (R. Wiggreshaus. Mire que bonito suena el título en alemán: Die Frankfurter Schule. Geschichte Theoritische Entwiglung Politische Bedeutung. Espero que no haya usted perdido el sentido del humor); y algo parecido a un enorme diccionario: A Companion Contemporary Political Philosophy. Esta barbaridad de datos solo nos dice que paradójicamente, no se puede identificar la democracia con la consecución, sin más, del bien común dado, incluso, que la presencia de importantes problemas que sufre nuestro tiempo se deben en buena parte a la democracia. “Un ideal democrático, no importa que tan inclusivo sea, no puede reclamar creíblemente el incremento del bienestar cuales quiera que sean sus opciones”. ( Amy Gutmann).

Cuba o Venezuela o Nicaragua o EE. UU., son buenos ejemplo de ello. El cambio en el gobierno español es un estupendo ejemplo de la veleidad democrática; el actual presidente del Gobierno Español que ha llegado al puesto mediante una muy especial forma de la democracia, es una figura que por fortuna no existe en México:  la moción de censura que no es otra cosa que una propuesta del conjunto de los representantes de la oposición presentada contra el equipo de gobierno por motivos graves, la corrupción, por ejemplo. Rajoy no es un corrupto y nadie puede afirmar lo contrario, pero se habla de una trama lejana de financiamiento en la que su partido fue implicado y, por lo visto comprobada y que determinó la salida del presidente y el arribo de un arribista, un arribo «sin pasar por las urnas», pero democráticamente realizado. Un bucanero de la política española, Pablo Iglesias, quiere subirse al barco no obstante estar muy cuestionado por la compra de un chalet millonario. Toda está bien mientras estemos en ‘democracia’. Nos falta, aquí, el fraude democrático, ya tuvimos él patriótico.  Y entonces la corrupción tan hiriente se convierte solo en arma arrojadiza.

Si llegamos a comprobar que los habitantes prehispánicos de estas tierras eran corruptos, entonces la única solución es descubrir el gen y alterarlo.

En tales circunstancias ni siquiera el discurso, político, es posible, no tiene, lo que llaman los analistas del lenguaje, «las condiciones de posibilidad». Analice todos los discursos políticos del último mes, nacionales y extranjeros, y verá que, al menos para el pueblo, el rebaño electoral, no dicen nada. No puede decir algo porque se va topar con la incongruencia, la neblina mental y la simple pregunta, los más avispados y humildes. ¿por qué no lo hiciste en tu turno? Queda solo el recurso gastado, pero efectivo, de la promesa. Lo vimos en el “debate”, el domingo pasado,  muy acalorado porque ni refrigeración hubo, en el que no aparecieron problemas como el amenazante problema del agua, la fiebre del automóvil; no hay vialidades existentes ni futuras suficientes ante la “religión del automóvil” (A. Husley), y si son checos más mejor, que tienen muchas ventajas; calles y banquetas convertidas en aparcaderos, en batería y doble fila, chatarra abandonada en las aceras, etc.,  la cifra que señala 100 mil juarenses en pobreza extrema, es demoledora. El estado deplorable de nuestras escuelas, el problema, ahora agravado, de ser frontera en la primera línea de la guerra de aranceles donde la desproporcionada dependencia alimentaria se siente de forma especial. Todo ello no lo vemos como prioridad social. ¡Ah!, ese Nietzsche: “toda revolución es un éxito cuando los ricos esperan ganar más y los pobres sueñan con dejar de serlo”. El lunes, AMLO y el empresariado “limaron asperezas”.

La democracia ha entrado en una crisis porque el sistema de partidos se volvió un negocio millonario. El monto dedicado a los paridos y coste de las elecciones, alcanzan cantidades fabulosas y en ¡un país pobre!  Ya no es un bien común. Hace poco me encontré con un mitin de López Obrador. Es una figura muy venerada, casi religiosa, como un santo. Lleva 18 años de compaña, parece insólito que ahora pueda ganar y que esté tan arriba en las encuestas. Hay mucha gente confiando en él. Los demás candidatos representan los sistemas partidistas y se han vuelto uno de los grandes problemas del país. (Damián Ortega. El País).

“Una política que se entienda”, titula Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política e investigador en la Universidad del País Vasco, un su artículo. Si hay una crisis de la política es precisamente porque no consigue hacer visibles a los ciudadanos los temas y discursos de la sociedad. No es tanto que la democracia requiera competencia política como que la competencia política requiere democracia. Y añade denunciando al rebaño electoral y a la democracia: “Todo parece apuntar a que vivimos en una democracia de los incompetentes. Hablamos de una ciudadanía que decide y controla, pero lo cierto es que carecemos de las capacidades necesarias para ello por falta de conocimiento político, por estar sobrecargados, incapaces de procesar la información cacofónica o simplemente desinteresados. El origen de nuestros problemas políticos reside en el hecho de que la democracia necesita unos actores que ella misma es incapaz de producir. Una opinión pública que no entienda la política y que no sea capaz de juzgarla puede ser fácilmente instrumentalizada o enviar señales equívocas al sistema político”.

A menudo, la acción política no puede esperar el crecimiento lento del conocimiento. Cuando así ocurre, las decisiones deben tomarse con base en cualesquiera conocimientos incompletos o dudosos que se tenga a mano; y estas decisiones pueden resultar a la postre erradas, en ocasiones con costos enormes en términos de derramamiento de sangre, pérdida de riqueza y sufrimiento humano. Pero la demora de una acción o decisión necesarias puede resultar no menos costosa.
En consecuencia, en todo momento los líderes políticos y los ciudadanos comunes deben comparar los costos del error con los de la demora. Sólo con mejores conocimientos políticos -mejor conocimiento de las consecuencias de nuestras actitudes y acciones – podemos lograr que esta elección sea menos peligrosa, y colocarnos en una posición más favorable para convertirnos en amos, no en víctimas, de nuestro destino.

Así pues, la política es una cuestión de hechos y valores, de interés personal y de lealtad hacia los demás, de preocupación y competencia. Si es verdad que los hombres ven con mayor facilidad lo que desean ver, también lo es que para sobrevivir no pueden prescindir a menudo de la verdad. Es la preocupación fundamental por la verdad, por el conocimiento que pueda ser verificado y por políticas que funcionen, lo que convierte el estudio de la política en una ciencia y a quienes lo practican en politólogos. Sin esta preocupación por las pruebas, la política seguirá siendo un choque de opiniones, presiones, poder, propaganda, o mera fuerza. Cuando hay preocupación por la verdad, la política puede convertirse en una búsqueda de soluciones y de nuevos descubrimientos, de nuevas formas de trabajo y de decisión conjuntos de nuestro propio destino.

 

 

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