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El domingo pasado, en la Misa televisiva, con asistencia de gran número de niños, al recitar el artículo del Credo: ‘Creo en la resurrección de los muertos”, les pregunté: ¿creen, ustedes en la resurrección de los muertos? ¡No!, respondieron unánimes y asustados. ¿Y en los walking dead? ¡Sí!, dijeron sonriendo. Es la permanente lucha del cristianismo en el anuncio de su verdad esencial: ¡Cristo ha resucitado!

Que nos debatimos en medio de una cultura de muerte, nadie en su sano juicio puede negarlo. Resulta de mal gusto ser prolijos al respecto; basta ver Milenio tv. todo el día, o cualquier medio local, nacional o mundial. Solo el hecho reportado, según el cual, fue encontrada una camioneta con 15 o más cuerpos humanos destazados, peor que si de animales dañeros se tratara, nos remite a las páginas más negras del crimen universal. Se viven situaciones de verdadera desesperación. Hambre, bajos salarios. El problema de la medicina social es doloroso. Otro fenómeno muy grave es la deserción escolar. De sobra sabemos que de la pobreza se nutre el crimen. Todo esto configura una cultura de muerte. Robar o asesinar ya es delito menor.

La violencia se propone el escarmiento social, se exhibe para amedrentar. La violencia mortal se refiere, igual, a la pobreza, a la zozobra e incertidumbre que viven amplios sectores de la sociedad; los desequilibrios existentes son enormes. Los mexicanos nos hemos negado a escuchar; Dios no nos ha abandonado. En mayo de 1990, JP.II nos advirtió: “En el caso concreto de México, hay que reconocer que, a pesar de los ingentes recursos con que el Creador ha dotado a este país, se está todavía muy lejos del ideal de justicia. Al lado de grandes riquezas y de estilos de vida semejantes —y a veces superiores— a los de los países más prósperos, se encuentran grandes mayorías desprovistas de los recursos más elementales. Los últimos años han visto el creciente deterioro del poder adquisitivo del dinero; y fenómenos típicos de la organización de la economía, como la inflación, han producido dolorosos efectos a todos los niveles. Es preciso repetirlo una vez más: son siempre los más débiles quienes sufren las peores consecuencias, viéndose encerrados en un círculo de pobreza creciente; y ¿cómo no decir, con la Biblia, que la miseria de los más débiles clama al Altísimo?” (Mensaje a los empresarios. Durango). ¡En 1990! Todo ello determina situación de muerte.

  1. Meyer, en entrevista exclusiva a El País, pinta bien nuestra situación: “EP: Más de 11 años de violencia son muchos para no dejar huella. ¿Está cambiando la sociedad mexicana?

Meyer: Ese es el otro fenómeno. El de la banalización de la violencia y el de la violencia con un sadismo gratuito. Sabemos que hay jóvenes, muchas veces niños, que quieren ser sicarios y la prueba a la que les someten es que tienen que torturar o matar con arma blanca a alguien y que antes de hacerlo o de entrar en acción se drogan y eso explica que todo sea desmedido: tatuar a las víctimas, desmembrarlas o enterrar el cadáver junto a un animal, una simbología demoníaca”. En Juárez sabemos mucho de esto.  (ver el Diario de este jueves).

A pregunta expresa sobre la campaña: “¿Qué debería estar, en su opinión, en primer plano de la campaña? ¿Por dónde debería empezar a cambiar México?

Meyer: En orden de importancia, el primer tema es la lucha contra la pobreza. La lucha contra la corrupción y la violencia es a largo plazo. Son esenciales, son primordiales, pero lentas. Se necesitaría un cambio en la cultura política mexicana para que lo que haga el próximo presidente en seis años, no sea destruido por el siguiente. El segundo punto es, y ningún candidato lo ha tocado, la sanidad. La crisis de los hospitales, el abandono… Mi tercera prioridad es la crisis ambiental. México sigue destruyendo sus bosques, la expansión de la mancha urbana de CdeM es una locura, es un crimen, cualquier megalópolis mexicana tiene una contaminación intolerable y solo nos preocupa a tres locos, nadie nos pela”. Y lo grave es que no es por falta de dinero. Meyer habla de un cambio en la cultura política mexicana. Esto requiere un plazo mayor, otros 500 años, tal vez: “Si queremos un México nuevo, necesitamos hombres nuevos”, (ibid. JP.II), y esto está ‘más pior’, porque solo hay reciclados. Nuevos, nuevos, no. Como en el dominó, jugamos las mismas fichas.

Pero esto no tendría la menor importancia si no estuviera de tras la pobreza hiriente, el horizonte cerrado ante tantos jóvenes, amplias zonas del país en manos del crimen, políticas erráticas, corrupción escandalosa. Un día saqué del baúl de los recuerdos la palabra hartazgo y ahora se usa para describir el estado anímico del pueblo: harto de mentira y, engaños.

EP: “Hay zonas del país que parecen fuera de control, donde la población es rehén de la violencia de bandas, ya no víctimas del fuego cruzado entre policías y delincuentes… Hay un hartazgo de que, aparentemente, no se ha logrado nada en este sexenio.

Meyer: Exacto. Es un fenómeno de fragmentación, de multiplicación. Como la ameba que se corta en dos, se corta en dos y se corta en dos… Muchas veces los gobernantes se hacen los tontos, pero la gente no. No hay ningún lugar del país que esté a salvo en este momento. A veces se logra una pacificación momentánea, como en Tijuana, (¿?), pero ya me dicen que otra vez está remontando… Es el cuento de nunca acabar. No digo que no haya solución, pero será a largo plazo”. ‘A largo plazo me lo fiais’.

Pero la política ha demostrado su fracaso. Por lo mismo, ella, arte secundario puesto que solo es instrumental, se haya condenada al fracaso más innoble si se asienta en una doctrina generosa, verdadera y sinceramente llevada adelante. No solo es cuestión tiempo, se necesita algo más.

Hoy es Domingo de Resurrección; celebramos el triunfo de la vida. La verdadera muerte es la lejanía de Dios. Creo que aquí estamos.  Si hemos engendrado una cultura de muerte es por habernos olvidado de quien es la fuente de la vida. Ireneo de Lyon, obispo que vivió y murió en el s. II, nos heredó una enseñanza de actual e impresionante belleza: “La gloria de Dios es el hombre vivo; la vida del hombre es contemplar a Dios”. Lo que hace particularmente atrayente el pensamiento de Ireneo es esa noción de «vida». Cada ser humano tiene el deseo de una vida plena y verdadera. Si hablamos tan a menudo hoy en día de «alienación» o de «absurdo» es precisamente debido a esa toma de conciencia de que algo importante le falta a nuestra vida, algo qué buscar más allá o en vez de satisfacciones instantáneas de las sociedades de consumo. Percibimos esa “desnudez espiritual”. Estamos invitados a entrar en una vida que es simplemente el amor que Dios desea compartir con nosotros “para que mi vida esté plenamente viva”. (S. Agustín).

Para Dios, como para nosotros, el amor es un don en sí mismo. A partir de ahí, para Ireneo, Navidad no es sólo la bella historia del nacimiento de un niño, sino sobre todo la llave que abre el sentido de la vida: «Por esta razón el Verbo se hizo hombre y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, mezclándose con el Verbo y recibiendo así la filiación adoptiva, llegara a ser hijo de Dios». Esto parece imposible. Toda definición de la palabra «Dios» subrayará el hecho de que Dios es completamente diferente a todo lo que podemos imaginar. De la misma manera, toda definición del ser humano tiene muchas probabilidades de acentuar nuestros límites, nuestra fragilidad y nuestra mortalidad que obstaculiza toda tentativa de encontrar un sentido a la vida.

Después S. Agustín, podrá decir: “La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es origen de nuestra esperanza en la gloria y nos enseña a sufrir. En efecto, ¿qué hay que no puedan esperar de la bondad divina los corazones de los fieles, si por ellos el Hijo único de Dios, eterno como el Padre, tuvo en poco el hacerse hombre, naciendo del linaje humano, y quiso además morir de manos de los hombres, que él había creado?

Mucho es lo que Dios nos promete; pero es mucho más lo que recordamos que ha hecho ya por nosotros. ¿Dónde estábamos o qué éramos, cuando Cristo murió por nosotros, pecadores? ¿Quién dudará que el Señor ha de dar la vida a sus santos, siendo así que les dio su misma muerte? ¿Por qué vacila la fragilidad humana en creer que los hombres vivirán con Dios en el futuro?”.

La verdadera muere es la lejanía de Dios. Lejos de Dios, no somos más que walking dead.