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La Vida Pascual

 

Vivimos, de ahora en adelante,
en la esperanza
que nos da la resurrección.
San Agustín

 

 

1.- La salud pascual anunciada por la Escritura

 

«Flamas ejus lúcifer matutinus inveniat. Ille, inquam, lúcifer, qui nescit occasum. Ille, qui regressus ab inferis, humano generi serenus illuxit».

 

(Hállelo todavía encendido el lucero de la mañana, aquél lucero (Cristo) que no conoce el ocaso, aquél que al volver de los infiernos iluminó sereno al género humano). (Exúltet).*

 

La Octava de Pascua, a la manera de una octava musical, forma una unidad con diferentes notas: es un solo y único día, es un Domingo que se compone de ocho notas, de ocho días, símbolo del gran Domingo sin ocaso, cuando la humanidad, por fin, entrará en el “descanso”; es la inauguración de los tiempos nuevos, es el verdadero año nuevo, es el inicio del tiempo escatológico, último y definitivo, en cuanto a la intervención de Dios. Ahora sólo vivimos esperando que se cumpla nuestra feliz esperanza y venga del Cielo nuestro salvador Jesucristo. El Bautismo nos hace entrar en esta dinámica escatológica.

 

Los textos de todos estos días, incluidos los domingos, dominados por Hechos y Juan y relatos afines de los otros evangelios nos ponen en perspectiva. El libro de los Hechos, en concreto, es el libro Pascual por excelencia; Lucas extiende en un libro completo lo que los otros evangelistas despachan en unos cuantos versículos. Es un tiempo especial para una catequesis catecumenal, para un acompañamiento a los recién nacidos (renatos=bautizados). Ayudados por la Liturgia de las Horas, meditando y contemplando el misterio santo de la Pascua, podremos ayudar a nuestras comunidades en la misión de “ser testigos de la Resurrección”. No olvidemos la gran teología patrística que brota de las catequesis post pascuales.

 

2.- La tarde del día de pascua, dos discípulos salen de Jerusalén. Van absorbidos por los acontecimientos que acaban de tener lugar en la ciudad. Un extraño se les une y se pone en camino con ellos. Les pregunta la razón de su tristeza. Entonces Cleofás habla de los «hechos referentes a Jesús de Nazaret… de cómo los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados lo han entregado para que fuera condenado a muerte y lo han crucificado». Jesús – que era el extraño – les dice: « ¡Qué torpes sois y que lentos para creer lo que anunciaron los Profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en la gloria?» (Lc. 24,25-26).

 

Este texto del evangelio de san Lucas sienta un gran principio caro al cristianismo primitivo: el sufrimiento y la gloria de Cristo son un solo misterio, misterio anunciado en las Escrituras.

 

San Lucas vuelve sobre lo mismo relatando otra aparición de Jesús resucitado a los suyos: «Eso es lo que yo os decía cuando todavía estaba con vosotros, que era preciso que se cumpliera todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió la inteligencia para comprender las Escrituras» (Lc. 24,44-45). Seguimos necesitando que él nos abra el entendimiento para comprender las Escrituras Santas, donde está Cristo. Es necesario que él mismo nos explique la Escritura, como a los discípulos de Emaús. Pero …..

Con la Biblia, peregrino

Con tu Pan y con tu Vino.

 

El período de cuarenta días que va de la resurrección de Cristo a su ascensión, es capital en la formación de los apóstoles. Cristo les enseña a confrontar el Evangelio con el Antiguo Testamento: así es como entran en los planes divinos, en los secretos de Dios.

 

En efecto, una de las grandes ideas que domina la Biblia es que todos sus signos convergen en Jesucristo. El Verbo hecho carne es el centro luminoso que esclarece todos los libros sagrados.

 

Imagen del Dios invisible, nacido antes que toda criatura, en Él han sido hechas todas las cosas. En Él, por Él y para Él subsisten todas las cosas (Col. 1,15-17). Por consiguiente, todo lo que le concierne tiene resonancias en la obra divina. Estas resonancias preludian su misterio, lo acompañan o lo siguen, pero de todos modos en el Verbo hecho carne logra toda palabra de la Biblia su alcance definitivo. Toda la Escritura se refiere a Cristo, dice san Agustín, el AT como promesa, el NT como realización.

 

3.- Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será eternamente (Hebr. 13,8).

 

Los hechos de la vida humana o histórica de Jesucristo adquieren su relieve y tienen sus antecedentes en el pasado, y proyectan sus inmensas perspectivas hasta el futuro más remoto. No entraremos, pues, en toda la misteriosa riqueza de un dato histórico cualquiera de la vida del Salvador, hasta que lo veamos afectar a toda la creación y atraer todo a sí, como Jesús lo decía en particular acerca del misterio de la cruz. «Cuando yo sea levantado atraeré a todos hacia mí» (cf Jn. 3, 13-15).

 

3.- Para estas dos semanas primeras del tiempo pascual, como oportunidad de serena lectura y reflexión, de meditación y contemplación, amén de la Liturgia de las Horas, comparto con ustedes dos sermones de san Agustín:

 

*El Oficio de Lectura nos brinda las magníficas catequesis de los Padres que nos ayudan en la vivencia del Misterio de Pascua. Algunas son anónimas, como las Catequesis de Jerusalén, que leemos durante la Octava y las Homilías de un autor antigua, segunda semana.

 

EL DIA SIN OCASO.

Con este título agrupamos extractos de dos sermones de san Agustín para el día de pascua. El primero ( Sermón 258) es el comentario de un versículo del salmo 118, salmo pascual por excelencia: «Éste es el día que ha hecho el Señor.» Este versículo se repite constantemente durante toda la octava de pascua. San Agustín, con gran habilidad, se remonta a un versículo precedente, en el que se halla la profecía más señalada de la obra llevada a cabo por Cristo en el misterio pascual: obra de unidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, en comunión con el mismo Salvador, que así ha venido a ser «piedra angular» de la humanidad. Luego vuelve san Agustín al «día» que ha hecho el Señor y, no sin audacia, lo aplica, no precisamente a la hora presente, ni a la conmemoración del día de la resurrección: en este día los cristianos mismos se han convertido, por la gracia del bautismo, en luz del mundo.

El segundo sermón (246) explica en qué sentido podemos cantar sin mentira ya, en esta tierra, el aleluya celestial.

 

Primer sermón.

(Haec est dies quam fecit Dominus).

 

Acabamos de cantar a gloria de Dios: «Éste es el día que ha hecho el Señor.» (haec est dies quam fecit Dominus). He aquí la explicación de estas palabras, que el Señor me hace la gracia de presentaros. Es un oráculo profético de la Escritura que nos da a entender que se trata de un día que no es un día ordinario. No es el día visible a los ojos del cuerpo, el día que vemos nacer y declinar; es un día que pudo nacer, pero que no puede declinar.

Veamos lo que el mismo salmo había dicho precedentemente: «La piedra que habían desechado los arquitectos ha venido a ser la piedra angular. Es la obra del Señor, es la maravilla que hiere nuestros ojos.» Y añade: «Éste es el día que ha hecho el Señor» (Ps 118, 22-24). En la piedra angular es donde debemos buscar el comienzo de este día.

¿Cuál es esta piedra angular que rechazaron los doctores de los judíos? Porque en realidad estos sabios la rechazaron cuando dijeron: «Este hombre no es de Dios, pues no guarda el sábado» (Jn. 9,16). ¿Habéis dicho: «Este hombre no es de Dios, pues no guarda el sábado»? Precisamente: «la piedra que han desechado los arquitectos ha venido a ser la piedra angular».

¿Cómo ha venido a ser la piedra angular? ¿Por qué se llama a Jesucristo la piedra angular? Porque todo ángulo une dos muros que vienen de direcciones contrarias.

Los apóstoles vinieron de la circuncisión, de la nación judía, al que la multitud que precedía y seguía la cabalgadura del Salvador [el domingo de ramos], repitiendo estas palabras del mismo salmo: «Bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 21,9; Ps 118,26). De este mismo pueblo han venido todas las Iglesias… de los judíos, por lo menos de los que se habían adherido a Jesucristo como los apóstoles, que habían venido a Él como ellos, creían en Él y formaban un solo muro.

Quedaba otro muro, la Iglesia que venía de los gentiles. Estas dos Iglesias se han encontrado. La paz y la unidad se han producido en Jesucristo, que de los dos pueblos ha hecho uno solo (Ef. 2,14).

«Éste es el día que ha hecho el Señor.» Entended aquí el día entero, la cabeza y el cuerpo; la cabeza es Jesucristo, el cuerpo es la Iglesia. Éste es el día que ha hecho el Señor.

Recordáis la primera creación del mundo: «Las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas. Y dijo Dios: Hágase la luz, y la luz fue hecha. Y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó a la luz día, y a las tinieblas noche» (Gen 1,2-4). Pensad en qué tinieblas estaban sumergidos esos a quienes veis antes de que hayan recibido la remisión de los pecados. Las tinieblas cubrían, pues, la superficie del abismo antes de que les hubieran sido remitido sus pecados.

Pero el Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas; descendieron al agua [del bautismo], y como el Espíritu de Dios era llevado sobre esas aguas, se disiparon las tinieblas de los pecados. «Éste es el día que ha hecho el Señor.» Acerca de este día dice el Apóstol: «Vosotros erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor» (Ef. 5,8). ¿Les ha dicho: Vosotros habéis sido tinieblas en el Señor? No. «Habéis sido tinieblas en vosotros mismos», pero «vosotros, ahora, sois luz en el Señor».

Ahora bien, Dios dio a la luz el nombre de día, porque este cambio es obra de su gracia. Éstos pudieron ser tinieblas por sí mismos, pero no pudieron convertirse en luz sino por la acción todopoderosa de Dios. Porque ellos son verdaderamente el día que ha hecho el Señor: el día que no se ha hecho por sí mismo, sino que es obra de Dios.

 

 

Segundo sermón.

 

Puesto que Dios nuestro Señor ha querido que me halle presente en medio de vosotros para cantar con vuestra caridad, (la comunidad), el aleluya, que quiere decir: «Alabad al Señor», alabemos, pues, al Señor, hermanos míos, con nuestra vida no menos que con nuestra lengua, de corazón y de boca, con la unión de nuestras voces y de nuestros corazones. Porque Dios no soporta desacuerdo en quien canta el aleluya en su honor. Comencemos, pues, por establecer en nosotros la armonía entre nuestra lengua y nuestra vida, entre nuestra boca y nuestra conciencia. Pongamos de acuerdo, lo repito, nuestras palabras y nuestras costumbres, no sea que nuestras buenas palabras den testimonio contra nuestras malas costumbres.

 

¡Oh, qué dichosos seremos cantando el aleluya en el cielo, donde los ángeles son el tempo de Dios! Allí reinan el acuerdo más perfecto y una alegría sin inquietud en los que cantan las alabanzas de Dios. Allí no hay ya ley de los miembros que combata contra la ley del espíritu, ya no hay guerras intestinas excitadas por la codicia, que pongan en peligro el triunfo de la caridad. Cantemos en la tierra con solicitud el aleluya a fin de poder cantarlo un día con plena seguridad.

 

Y ¿por qué esta solicitud en la tierra? ¿No queréis que tenga solicitud cuando leo: «¿No es la vida humana una tentación continua en la tierra?» (Iob 7,1). ¿No queréis que tenga solicitud cuando oigo esta recomendación: «Velad y orad para que no entréis en la tentación»? (Mc 14,38). ¿No queréis que tenga solicitud en esta vida, en la que las tentaciones se multiplican de tal manera, que Dios nos impone el deber de dirigirle esta oración: «Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores»? (Mt 6,12). Todos los días hacemos esta oración, porque todos los días contraemos nuevas deudas… ¿Queréis que esté sin inquietud acá en la tierra, donde cada día pido el perdón de mis pecados y el socorro en medio de los peligros? Porque después de que mis pecados pasados me han forzado a decir: «Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores», añado luego, por razón de los peligros que me amenazan en el futuro: «No nos dejes caer en la tentación.» Y ¿cómo se hallará el pueblo cristiano en posesión de la felicidad, cuando exclama conmigo: «mas líbranos del mal»?

 

Sin embargo, hermanos míos, en medio de esta vida de penalidades y de pruebas, cantamos el aleluya en honor del Dios bueno que nos libra del mal. ¿Para qué mirar en torno a vosotros mismos a fin de ver de qué mal os libra? No vayáis tan lejos; no es preciso dirigir a todas partes la mirada de vuestro espíritu. Entrad en vosotros mismos, consideraos atentamente. Estáis todavía sujetos al mal. Así pues, cuando Dios os libra de vosotros mismos, os libra del mal. Prestad oídos a las palabras del Apóstol y comprended de qué mal debéis ser librados: «Según el hombre interior – dice -, me complazco en la ley de Dios; pero siento en mis miembros otra ley que combate contra la ley de mi espíritu y me tiene cautivo bajo la ley del pecado… que está en mis miembros… ¡Desgraciado de mí! – clama el Apóstol -, ¿quién me librará?» (Rom 7,22 s.). ¿De qué hay que librarnos? «Del cuerpo de esta muerte.» ¿Del cuerpo de esta muerte? Sí, dice el Apóstol, «del cuerpo de esta muerte».

 

(San Agustín pasa luego a su segunda ampliación para mostrar que los cristianos que no desean, como los platónicos, que sea aniquilado su cuerpo a fin de que su alma sea liberada, sino más bien que «el cuerpo de esta muerte» sea liberado del pecado).

 

«Es preciso que este cuerpo corruptible», y no otro, «se revista de incorruptibilidad», y que «este cuerpo mortal», y no otro, «se revista de inmortalidad». Entonces se cumplirá el dicho de la Escritura: «La muerte será absorbida en la victoria.» ¡Cantad aleluya! Entonces se cumplirá esta palabra de la Escritura, esta palabra que no será ya el grito de los combatientes, sino el canto de los vencedores: «La muerte ha sido absorbida en la victoria.» ¡Cantad aleluya! «¡Oh muerte!, ¿dónde está tu aguijón?» ¡Cantad aleluya! «El aguijón de la muerte es el pecado.» «Buscaréis su puesto y no lo hallaréis» (Sal. 36,10).

 

Pero desde esta misma vida, en medio de los peligros, en medio de las tentaciones, es preciso que nosotros, como los otros, cantemos el aleluya. «Porque Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que os procurará una salida en la tentación, a fin de que podáis perseverar» (1 Cor 10, 13). Habéis entrado en la tentación, pero Dios hará que salgáis de ella para que no halléis en ella la muerte; os modela como la vasija del alfarero, os forma con la predicación, os endurece con el fuego de la tentación. Así pues, cuando entréis en la tentación, pensad en la salida que Dios os prepara, porque es fiel, y «el Señor velará sobre vuestra entrada y vuestra salida» (Sal. 120,8).

 

Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en nosotros, el que resucitó a Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales (Rom 8,11). Ahora es un cuerpo animal; entonces será un cuerpo espiritual. Porque el primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente, el último Adán, espíritu vivificante (1 Cor 15,45). He aquí por qué «devolverá la vida a vuestros cuerpos mortales por causa de su Espíritu que habita en vosotros».

 

¡Oh, qué dichoso aleluya cantaremos entonces! ¡Qué seguridad! Allá no tendremos ya adversario, ni enemigo, no perderemos ningún amigo. Acá abajo cantamos las alabanzas de Dios, y entonces las cantaremos todavía; pero acá abajo las cantamos con solicitud, en el cielo las cantaremos con perfecta seguridad; acá abajo las cantamos como quienes tienen que morir, en el cielo como quienes han de vivir eternamente; acá abajo las cantamos en la esperanza, allá será la realidad; acá abajo somos viajeros, allá nos hallaremos en la patria.

 

Cantémoslas, pues, ahora, hermanos míos, no para mecernos en nuestro reposo, sino para aligerar nuestro trabajo. Cantad como cantan los viajeros, pero sin cesar de caminar; cantad para consolaros en medio de vuestras fatigas, pero guardaos de dejaros llevar de la pereza; cantad y caminad. ¿Qué quiere decir: «caminad»? Avanzad, haced progresos en el bien; porque hay quienes, como dice el Apóstol, avanzan más y más en el mal (2 Tim 3,13).

 

Si avanzáis, camináis; pero avanzad en el bien, haced progresos en la fe, en la pureza de las costumbres; cantad y caminad. No os extraviéis, no os volváis atrás, no os quedéis estancados.

Volvamos hacia el Señor.

 

San Agustín

 

 

¡Felices Pascuas!

P. H. Trevizo B.