- TODOS SOMOS PEREGRINOS
La oración del Jubileo expresa: “la gracia de esta celebración reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza, el anhelo de los bienes celestiales…”. De manera muy directa nos situa en la vida como “peregrinos” en camino, peregrinos que aspiran a los “bienes celestiales” que no podemos alcanzar en esta vida sino en la eternidad donde se realizara plenamente lo que estamos llamados a ser (cf. 1Jn. 3,2)
La oración colecta de Exequias reza así: “Dios nuestro, siempre dispuesto a la misericordia y al perdón, escucha nuestras suplicas por tu siervo… que acabas de llamar a tu presencia, ya que creyó y esperó en ti, condúcelo ahora a tu reino, su verdadera patria, para que goce contigo de la alegría eterna”. Nuestro destino último no está en esta tierra, somos caminantes y peregrinos hacia nuestra “verdadera patria”, la casa del padre. Y esta es nuestra confianza: ante la muerte, donde parece que todo acaba, se celebra la certeza de que, gracias a Cristo, “la vida no termina, sino que se transforma para siempre… haciendo de la muerte un “pasaje” hacia la eternidad”. (Spes non Confundit SnC 20)
En la realidad de hoy, donde nuestro mundo se distingue por grandes movimientos de pueblos en migración, se nos recuerda un distintivo decisivo de la vida cristiana. Todos somos peregrinos en camino o como algunos gustan decir hoy “todos somos migrantes”.
Algunos textos bíblicos nos lo recuerdan: “Porque forasteros y huéspedes somos delante de ti, como todos nuestros antepasados; nuestra vida es como una sombra sobre la tierra…” (1Cro. 29,15); “Escucha mi suplica, Señor, presta atención a mis gritos…Pues yo soy forastero junto a ti, un huésped como todos mis padres” (Sal. 39,13). San Pedro escribe: “Queridos, os exhorto a que, como extranjeros y forasteros, os abstengáis de las apetencias mundanas que combaten contra el alma” (1Pe 2,11). El autor insistirá en esta característica del cristiano: somos “extranjeros en la dispersión”, nuestra vida es “un destierro” (1Pe 1,1.17; Fil. 3,20).
De diferentes formas, la Escritura nos recuerda que nuestro destino último esta “mas alla” de esta vida. Como lo dice el Papa “tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirige hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria” (SnC 19).
Sin embargo no basta solo afirmar que somos “peregrinos”. El Papa Francisco agrega a esta identidad el calificativo de “Peregrinos de Esperanza” y esto es lo que caracteriza su mensaje sobre el Jubileo. El término “Esperanza” facilmente es citado 80 veces en el documento, da forma y sentido al mensaje. El Papa Francisco nos llama a ser “Peregrinos de Esperanza”, una esperanza que “no defrauda”, que es como un “ancla”, que nos hace capaces de vivir en Cristo superando el pecado, el miedo y la muerte.
- LA ESPERANZA CRISTIANA
Ante esto nos preguntamos ¿Qué es la Esperanza? ¿Cómo definirla para nuestra vida? Ayudados por San Pablo, comenzamos diciendo que lo que vemos y palpamos no es objeto de esperanza. Por ejemplo, no es esperanza el simple optimismo o visión positiva de la vida. Lo que San Pablo considera esperanza es algo que crece en la caducidad, allí donde no hay ninguna sentido, donde esta el desierto, donde hay una mundo que se sabe condenado a morir. La esperanza no es cerrar los ojos ante un final ineludible, conformándome con lo poco que tengo; no es querer mirar una historia que se va degradando, pensando que, en el fondo tampoco estoy tan mal.
La esperanza, – siempre según las palabras de Pablo- es aguardar la revelación de los hijos de Dios , es decir, la gloria futura. Es, ante todo, dirigir la mirada hacia esa vida que nos viene de Cristo, que esta mas allá y por encima de todo aquello que nos defrauda y se nos escapa de las manos. Por esto habla de “esperanza contra toda esperanza”.
En este sentido, la esperanza es un don gratuito de Dios, es aceptación de este don, es mirar hacia el futuro incluso cuando estamos inmersos en la oscuridad; no depende, pues de condiciones externas mas o menos favorables. Depende de saber levantar la mirada hacia lo alto, contemplando la gloria que inunda a Cristo y a nosotros en el. La esperanza es fijar nuestros ojos en Cristo resucitado, que está mas allá de toda corrupción y mortalidad. A partir de aqui, la esperanza es tambien abrir los ojos para ver hasta que punto esta fuerza – que esta por encima de la historia -actúa en ella y la atrae hacia si. Cuando tenemos esperanza, somos capaces de mirar a nuestro alrededor y ver los signos de Cristo, resucitado en medio de nosotros. No obstante la realidad lo contradiga.
A diferencia, el Diccionario define la Esperanza de manera mas superficial: “un estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. En este sentido son sinónimos del término: la confianza, optimismo, promesa, expectativa, perspectiva, la fe”.
Considerando pues la esperanza como un don de Dios, una gracia que permite mirar hacia un futuro promisorio, incluso cuando estamos inmersos en la oscuridad, en una realidad que contradiga lo que esperamos, podemos comprender y captar la riqueza del mensaje de los profetas que en medio de situacións aciagas, de desgracia (guerras, infidelidad del pueblo, la experiencia dificil, como fue el destierro en Babilonia), animados por la esperanza mesiánica, se atreven a plantear un panorama dificil de esperar, abrirse a lo “imposible” cuando afirman: “Pues de Sión saldrá la ley…juzgará entre las gentes. forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas” (Is. 2,1); “Hará el Señor Yahvé a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, con buenos vinos…Aniquilará la muerte definitivamente. Enjugará las lagrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de pueblo” (Is. 25,6s). Es una esperanza que nos introduce y contagia con el sueño de Dios: “Al fin será derramado desde arriba sobre nosotros su espíritu. Se hara la estepa un vergel y el vergel sera considerado selva. Reposará en la estepa la equidad,y la justicia morará en el vergel; el producto de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguirdad perpetua” (Is. 32. 15ss). Un tiempo donde “el amor y la verdad se han dado cita, la justicia y la paz se besan. Dónde Yahvé mismo dará prosperidad y abundancia” (Sal. 85,11s).
Aun cuando los profetas no alcanzaron a ver realizado el mensaje que anunciaron, aun cuando nosotros no consigamos el objeto de las promesas, somos invitados a permanecer y que Dios nos conceda verlas y saludarlas desde lejor confesandonos peregrinos y forasteros en esta tierra como esa nube de testigos (santos y santas) que nos ha precedido (Heb. 11,13)
- JESUCRISTO NUESTRA ESPERANZA (1Tim. 1,1)
En el NT, los términos sobre la esperanza (elpis, elpizo) no indican nunca una espera indeterminada o incluso angustiosa, sino que siempre se piensa en algo bueno. A veces el termino esperanza (elpis) significa no la actitud personal, sino el bien salvífico objetivo al que tiende la esperanza (el bien que se aguarda, lo que se espera… Gal 5,5; Col. 1,5; Tit 2,13).
Algo importante en la Biblia, es que con la venida del Mesías prometido se ha cambiado fundamentalmente la situación de espera en el AT, según los testigos de todo el NT. El día de la salvación del mundo ha irrumpido con el redentor como el gran “hoy” de Dios. Lo que hasta ahora era futuro, es en él ahora presente para la fe (la justificación, filiación divina personal, inhabitación del Espíritu santo, el nuevo pueblo de Dios compuesto de los creyentes de Israel y las naciones). Con la mayor fuerza se acentúa la presencia de la salvación en el evangelio de Juan. Por esto la esperanza en el NT se formula de nuevo en contenido y bases, dada la nueva situación. Pero supuesto que el “hoy” de la salvación solo es reconocible para la fe, adquiere su situación un doble aspecto: al “ahora” se junta el “todavía no” (1Jn 3,2). Al “tener” y “estar en Cristo” le acompaña el esperarlo y aguardarlo.
La esperanza es algo tan fundamental para la condición cristiana que se la puede llamar renacimiento a una “esperanza viva” (1 Pe 1,3). Algo original en la vida cristiana es que a la esperanza no se le concibe sino en relación, forma una triada junto con la fe y amor. Una terna de los elementos fundamentales del ser cristiano (cf. 1Tes. 1,3; 1Cor 13,1), en realidad ninguna puede existir sin la otra. No puede haber esperanza sin fe en Cristo, puesto que se enraíza solo en él. Fe sin esperanza sería vacía y baldía en sí (1Cor 15,14.17).
- Característica Esenciales de la Esperanza Cristiana
a) SU CONTENIDO: En ninguna parte la esperanza está orientada de manera egocéntricamente, sino siempre cristológica (en Cristo) y teocéntricamente (hacia Dios). Su núcleo no es la felicidad del individuo, sino el reinado universal de Dios en el que él será “todo en todos“ (1Cor. 15,28). La Resurrección no es volver a tomar una vida “en la carne” sino la realización de la vida recibida en el renacimiento de la vida “en el espíritu”, “según el espíritu” (1Cor. 15). Con San Pablo podemos decir que el objeto de la Esperanza se expresa de diferente manera (en contenidos): la salvación (1Tes 5,8), la justicia (Gal 5,5), la resurrección en el cuerpo incorruptible (1Cor 15; Hech. 23,6; 24,15), la vida eterna (Tit 1,2; 3,7), la visión de Dios y el hacerse semejantes a Él (1Jn. 3,2s), la gloria de Dios (Rom 5,2) o la gloria (“doxa” a secas Col. 1,27: cf. 2Cor 3,12).
b) SU RAZÓN O MOTIVO. La esperanza no se apoya en obras buenas (ley), sino en la gratuita actuación de Dios en Jesucristo. Por eso a él se le llama “nuestra esperanza” (1Tim 1,1; Col. 1,27: Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria). Este Cristo no es un extraño para la comunidad que está a la espera, sino el que ella reconoce en el evangelio como el Señor crucificado y resucitado y al que sabe presente en el espíritu. Espera, pues, en el “futuro del que ha venido”. Entregando por todos al propio Hijo, Dios Padre da la seguridad de que nos lo otorgará todo haciéndonos participantes de la comunión con él (Rom 8,32). Puesto que Cristo ha resucitado como “la primicia”, todos nosotros resucitaremos (1Cor. 15,20s).
c) EL DON DE LA ESPERANZA: En el NT la esperanza es un regalo del Padre (2Tes. 2,16), lo mismo que la fe, despertada por ello mediante el mensaje de salvación (Col. 1,23), en el que recibimos nuestra llamada. En ella se divisa en toda su riqueza la meta de la esperanza (Ef. 1,18), y la llamada aúna a los convocados (Ef. 4,4). Se sobreabunda en esperanza por la fuerza del Espíritu Santo (Rom 15,13), pues él es la “primicia” (Rom 8,23). Su inhabitación en los creyentes es prenda de la resurrección de estos.
- Cuáles son los rasgos de un cristiano que vive en la Esperanza.
La esperanza es siempre una espera confiada y cierta de la actuación salvífica de Dios. Sin cerrar los ojos ante las situaciones angustiosas y los juicios que preceden a la parusía (los últimos tiempos), fija su mirada en la futura ciudad de Dios.
Fe y esperanza están íntimamente unidas. La fe da “substancia” (Heb.1,1) a nuestra esperanza o es un “aferrarse a lo que se anhela”. Fe y esperanza tienen en común que su objeto todavía es invisible y no se puede probar (cf. Rom. 8,24). Pero lo mismo que la fe, también la esperanza lleva en sí una certeza incondicional (cf. Heb. 3,6). Lo mismo que la fe y la esperanza, así tambien están esencialmente unidas en el NT, el amor y la esperanza. 1Cor 13,7 afirma que el amor “todo lo espera”.
La esperanza cristiana es una espera y un anhelo paciente, disciplinado, confiado en el Señor como nuestro salvador. Esperar es ser atraído por la meta y lanzarse a ella, es un mantenerse en este dinamismo. La esperanza muestra su vitalidad perseverando en la espera, en el soportar pacientemente las tensiones y pruebas entre el ahora, cuando (sólo) caminamos guiados por la fe (2Cor. 5,7), y nuestra vida futura (cf. Rom. 8,25; 1Tes. 1,3). Aunque el aguardar va unido también a padecimientos, a éstos se les considera positivamente como “dolores” que anuncian el “renacimiento” (Mt. 24,8). Por eso los que esperan están consolados y confiados (2Cor. 5,6.8; 2Tes. 2,16; 1Tes. 4,18).
Esperar es un aguardar disciplinado. A la exhortación de 1 Pe. 1,13: “poner vuestra esperanza sin reservas en el don” le precede ésta otra: “ceñíos los lomos, sed sobrios”, es decir, estas preparados para partir. Esto implica la renuncia radical a todos los cálculos sobre el futuro, el respeto humilde de los límites puestos a nuestro conocimiento y además el sometimiento de nuestros deseos a las exigencias de la lucha que nos toca. La esperanza exige mantenerse sin titubeos en la profesión de fe en él (Heb. 10,23) y estar pronto a responder a cualquier a quien os pregunta por las razones de nuestra esperanza (1Pe. 3,15). Pero la esperanza neotestamentaria es en último termino un aguardar alegre (Rom. 12,12 paciencia = “hypomeno”). Da ánimo y fuerza. Protege al hombre interior como un casco la cabeza (1Tes. 5,8). Como un ancla asegura el barco, así asegura nuestra vida la esperanza que nos une a Cristo, el sumo sacerdotes que ha entrado en el santuario (Heb. 6,18).
El año jubilar nos invita a profundizar nuestra conciencia: Somos forasteros y huéspedes en esta tierra, invitados a dar razon de nuestra esperanza (1Pe. 3,15), mirando siempre hacia el futuro incluso cuando estamos inmersos en la oscuridad y el desconcierto, Fijos los ojos en Jesús nuestro hermano y maestro de vida, “que soporto la cruz sin miedo a la ignominia y soporto tal contradicción para que no desfallezcamos faltos de animo” (Heb. 12,2ss). Peregrinos y testigos de esperanza, llamados a salir al encuentro de nuestros hermanos mas desfavorecidos, pobres y necesitados con gestos y palabras que los animen e impulsen.
REFLEXIÓN
- ¿Que consecuencias tiene para mi sentirme y saberme peregrino, caminante, de paso en esta vida?
- En medio del ambiente que vivimos, la violencia y el pesimismo de muchos ¿Dónde puedo alimentar y renovar mi esperanza hoy?
- ¿Dónde puedo encontrarme con Jesucristo luz y fuerza que aliente nuestro camino y alimente nuestra esperanza?
- Con quiénes me siento mas invitado e ir a su encuentro para compartirles mi esperanza en Jesucristo