[ A+ ] /[ A- ]

El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros de petróleo el diablo

Traía en mientes un tema sobre Gaudí, pero las circunstancias se imponen de tal manera que me incliné por el tema del accidente de Tlahuelilpan. (Y de rondón se atraviesa el tema Venezuela). ¿Fue un accidente lo de Tlahuelilpan? Por definición el accidente es un suceso eventual, inesperado y por lo general desagradable. Lo único aplicable al caso Tlahuelilpan es lo de ‘por lo general desagradable’. Desagradable sí, pero que estaba esperando suceder. ¿No será este suceso algo así como el fracaso en la lucha contra el huachicoleo, o de la estrategia seguida? ¿Un fracaso como el fracaso en la lucha contra el crimen? La escena de la tragedia muestra una excavación a lo largo de un tramo del ducto y nuevas perforaciones recientes. Y el arribo festivo, como si de una feria se tratara, – hombre mujeres y niños, algunos pasaditos de peso y bien guarnecidos contra el frío -, revela el fracaso del discurso público sobre la bondad y la sabiduría del pueblo, revela la pobreza en todos los órdenes, el descuido de las autoridades, etc., etc. 

Pero las palabras, dichas con énfasis, con convicción, en tono de tiple, del presidente son asombrosas: “eso se va a acabar. De ahora en adelante en cada pueblo por donde pase un ducto vamos a apoyarlos para que tengan trabajo y bienestar y no tengan que hacer esas cosas. Y lo vamos a hacer. Además todos están perdonados porque actuaron por necesidad”. ¿Es un cambio de estrategia? ¿En realidad, eso es viable? ¿Y si el huachicol se da en donde no hay población alguna? ¿Y qué decir del dato según el cual, Hidalgo tiene un muy honroso y primerísimo primer lugar en el delito de perforar ductos de Pemex? ¿Será, entonces, un círculo mucho, pero mucho muy vicioso? El monto del robo de combustible, según el presidente, asciende a cantidades estratosféricas. ¿Esto es nuevo? La historia es larga; recuerdo haber leído que en tiempos de LE y JLP, buquetanques cubanos cargaban, fiados, hidrocarburos en Veracruz. Creo que hubo después la necesidad de prestarle dinero a Fidel para que nos pagara. Y se fue sin pagar. Igual no era cierto. Después se encargó del asunto el comandante Chávez Frías.

Tiene razón Zepeda Paterson cuando escribe que la velocidad con la que avanza López Obrador mantiene un poco descolocados a los periodistas y a la comentocracia del país, y agotada a la gerontocracia que lo acompaña cuando le impone 18 horas de trabajo. Los columnistas y editorialistas, acostumbrados a definir la agenda luego de un análisis cafetero de tres días desmontando matices y consecuencias de las acciones del soberano, ahora descubren que cuando ellos van el presidente ya viene de regreso. Cuando apenas comienzan a discutir lo de las pipas adquiridas sin licitación, a las siete de la mañana el mandatario ya ha sacudido el día al informar de que los expedientes del CISEN serán destapados. Resulta pues difícil seguirle el trote sobre todo a quienes escribimos una vez a la semana, de tal manera que se ha de elegir el tema de las causas últimas. El caso Venezuela, otra tragedia que estaba esperando suceder y que pone a prueba la diplomacia mexicana como pocas veces, da un respiro mediático a la tragedia Tlahuelilpan.

Gladys Serrano, ha escrito a manera de editorial en El País: “La tragedia que se abatió el viernes por la noche al incendiarse un ducto de combustible en Tlahuelilpan, en el Estado mexicano de Hidalgo, ofrece por desgracia un compendio de los males que afligen al conjunto del país. La explosión que mató al menos a 91 personas y dejó decenas de heridos, muchos de ellos graves, rompe y sume en el dolor a familias enteras de procedencia extremadamente humilde, que acudieron al lugar del accidente con intención de conseguir unos litros de combustible. En general, pone también de relieve la impotencia del Estado, patente desde hace años, para acabar con el robo en la red de Pemex; y en lo particular, la incapacidad de las fuerzas de seguridad, especialmente del Ejército, de proteger adecuadamente a la población en un momento de emergencia”.

Este texto de Gladys es una mezcla endemoniada (perdón por el adjetivo) de verdades, mentiras y medias mentiras, inexactitudes, confusión, etc. Cierto es que el suceso “ofrece por desgracia un compendio de los males que afligen al conjunto del país”, y que “En general, pone también de relieve la impotencia del Estado, patente desde hace años, para acabar con el robo en la red de Pemex”; lo demás es muy discutible. Por ejemplo, ¿qué hacían ahí los niños? ¿Que el ejército no actuó? “No voy a combatir el fuego con fuego”, dijo el Comandante Supremo. Por ello he querido remontarme a un hecho lejano que está a la base, “causa primera”, de lo que hemos vivido sobre el particular a lo largo de muchos años. Se remonta al tiempo de la III Trasformación, cuando la expropiación.

J. Vasconcelos reporta un hecho de singular importancia histórica del que él mismo fue testigo. Se encontraba don Pepe, a la sazón, en el último de sus destierros, todos voluntarios, en Los Ángeles a donde asistió a una cita que le concertaron con y a petición de Don P. E.  Calles; luego de la entrevista, fallida en su propósito, se desplazó Don Pepe a N. York.  Un día fue a visitar a un su amigo, el Ing. Garfias de la City’s Service, en donde se encontró con Rafael Zurbarán que viajaba por cuenta del gobierno de Cárdenas con motivo de un nuevo plan oficial para el petróleo.  “De manera que Zurbarán llevaba en el portafolio los secretos que yo buscaba”, afirma el autor.  Al entrar Vasconcelos con Garfias, éste no le dijo nada de lo que había tratado con Zurbarán; en realidad, Garfias acababa de leer el borrador del decreto de Expropiación Petrolera que “había sido llevado a USA para someter su texto a diversas autoridades en la materia”.  En entrevistas posteriores por fin, el Ing. Garfias habló del tema: “¡Ah…que Zurbarán! Figúrese Ud., Don Pepe, que ahora está ayudando al Gobierno, trae todo un plan para la expropiación de las compañías.  Será un disparate, el Gobierno nunca llegará a administrarlas bien.  Lo que debe hacerse es aplicar por allá los métodos norteamericanos que precisamente se nos aplican aquí a nosotros: fuerte control y gravámenes casi confiscatorios.  Aquí los petroleros más ricos nos hemos visto convertidos en una especie de altos funcionarios del Gobierno.  Somos en realidad empleados de categoría, nos permiten asignarnos magníficos sueldos, pero luego, con el impuesto de la renta, todo se lo lleva el Gobierno.  Eso es lo que debe hacer el Gobierno de México”, dijo Garfias.

“No ve usted que el Gobierno yanqui, lo que está buscando es que Cárdenas le eche fuera a los ingleses, de la zona de Poza Rica, potencialmente una de las mejores del mundo.  Por su parte, las compañías norteamericanas, fatigadas con huelgas y dificultades de todo género, con gusto verán que el Gobierno se convierta en Administrador.  Saben que fracasará, pero por lo pronto, las cantidades que tendrá que pagar por indemnizaciones, les resuelven el problema inmediato”.

“Después, todo el renglón de las exportaciones tendrá que seguir en manos de las compañías, que son las únicas que cuentan con barcos para el transporte. (hoy 571 pipas made in USA). El precio de cada barril exportado, lo impondrán los mismos consorcios, en la boca del puerto, sin necesidad de asumir las responsabilidades de la producción y la administración obrera”.

“Una nacionalización apresurada, podrá satisfacer por lo pronto la patriotería demagógica, pero a la larga será ruinosa para nuestra industria petrolera. Por supuesto que me sospecho que en todo esto, más que intereses económicos, se ventilan cuestiones políticas.  El Presidente Roosevelt está preparando la guerra.  Los ingleses de Poza Rica le estorban, no va a pelear para defenderles sus yacimientos….Ya sabe usted… y de buen humor, se rio el Ing. Garfias: “América para los americanos”.  Cito el texto como mera curiosidad histórica.  No sé si tales temores se habrán cumplido. ¿Usted qué opina?

Termina Vasconcelos el relato muy a su estilo. “Aquella mañana me llevó Garfias a una antigua fonda de tradición inglesa, decorada con estampas del Siglo XVII, donde sirven un caldo de pescado al vino Jerez, que tiene fama entre los “gourmets” del Down Town”

(J. Vasconcelos. La Flama. l959. p. 469ss).