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¡Terrible época precedió a aquel 5 de mayo! Larga historia de derrotas, de pérdidas irreparables, de mutilaciones territoriales, de búsqueda a tientas, de luchas intestinas desgarradoras, de fanatismos, confusión y debilitamiento extremo. El haber superado esa época traumática y el que todavía México exista como Nación y con futuro, es un extraño prodigio. La historia no puede contarse con la frialdad de un proceso biológico; en ello hay siempre pasión, dice don J.V. ¡Y cuánta pasión! Tanta que nos impide ver con serenidad y valorar los acontecimientos.

A raíz de la Independencia, México comenzó, por las razones más diversas, un camino extremadamente difícil marcado por los pronunciamientos y asonadas, cuyo creador y maestro fue Santa Anna. El período que va del Plan de Casa Mata, (1823), que culminó con el destronamiento de Iturbide, a la revolución de Ayutla en enero de 1854, que desterró a Santa Anna, contiene una experiencia histórica sin paralelo. Santa Anna está en ambos, como autor primero y luego como víctima. Dos experiencias son especialmente traumáticas: la invasión, guerra, independencia y anexión de Texas y luego la guerra con Estados Unidos. En ambas, el Gral. Santa Anna fue decisivo y nocivo. 

La amenaza rodeaba al País por mar y tierra; no se veía salida. Los puertos principales, ciudades y la capital estaban ocupados. El ejército mexicano se hallaba reducido a lo mínimo, 8,109 hombres repartidos por el país. El gobierno era débil y estaba amenazado por pronunciamientos radicales y monarquistas. La hacienda pública estaba exhausta y la escasez se acusaba en todos los órdenes. La guerra de castas en Yucatán, separado de la República, despertaba los temores de a un posible contagio en todo el territorio.

Después de un fracaso de tal magnitud, fracaso que nosotros hemos olvidado, que las nuevas generaciones desconocen absolutamente, resulta muy difícil de comprender por qué los mexicanos de ese tiempo – de los roaring fourthies – no fueron capaces de unirse en un proyecto común de patria y sí se dividieron en la forma más radical posible provocando heridas que, increíble, ni siquiera la hoy ha logrado sanar del todo. Menos cuando hay quien se dedica a revivir conflictos ya superados, a soplarle a las cenizas. Y es que con la historia también se hace política. (JV.)

Un país que ha perdido más de la mitad de su territorio, cuyos gobiernos sucesivos, han firmado tratados que comprometen la integridad del territorio nacional restante, y que en medio de una problemática de esta naturaleza sostiene ininterrumpidamente una feroz lucha fratricida cuya solución buscan ambos bandos en el extranjero, antes que en el entendimiento y el propósito común de una patria, resulta difícil entender. El 13 de diciembre de 1853 el fatídico Santa Anna vendió la región sur de Arizona a la Unión Americana (Tratado de La Mesilla) y tuvo el descaro de aceptar y de embolsarse una indemnización. Con todo, la operación fue proclamada “un triunfo diplomático para México”. 

Al mismo tiempo, E.U sufre su peor crisis. Este dato no es ajeno a la intervención francesa en México.  La debilidad de la Unión por la Guerra de Secesión fue vista como una oportunidad por Napoleón III. Así la describe J. H. L. Schlarman: “Napoleón estaba ansioso de reconocer al Sur, en la guerra civil de los Estados Unidos, y recibió en París al representante de los Confederados, que era Slidell, a quien sugirió que negociase con Inglaterra y con Rusia el que se uniesen a Francia, para tratar de mediar entre las partes beligerantes, de modo que, si el Norte rechazaba la mediación, ellos darían su reconocimiento a los del Sur. Leopoldo I de Bélgica estuvo de acuerdo en lo de este plan, pero Palmerston, si bien simpatizaba con Napoleón y con los del Sur, dijo que los ingleses temían al genio inventivo de los norteamericanos. Leopoldo escribía a Maximiliano: “En Inglaterra se aferran a la idea de que nada puede hacerse en México”. ¡Hágame el favor!

Lo que antecede inmediatamente a la intervención francesa, es la llamada Guerra de los Tres Años. Se ha llamado así al período de lucha civil sangrienta, cruel y radicalizada, que comienza con el Plan de Ayutla y termina con la intervención francesa y el Imperio. Lo que comenzó siendo un pronunciamiento en contra de la dictadura de Santa Anna, terminó en una lucha religiosa de consecuencias incalculables.  En una hacienda de Guerrero, (¡!) se reunieron algunos generales para tratar sus propios embrollos y también la situación de México. Santa Anna comenzaba a estorbarles y Álvarez y Villarreal decidieron levantase en armas, incluido Comonfort al que Santa Anna había destituido de la Aduana de Acapulco. Estaban también Eligio Romero, Melchor Ocampo y Arriaga que maquinaban desde E.U. Comonfort fue el autor del plan que Álvarez proclamó en Ayutla. Santa Anna recibió la noticia mientras presidía un rumboso y animado baile en la Capital. Ante el peligro, una vez más, abandonó la ciudad rumbo a Veracruz, de ahí zarpó hacia La Habana, de ahí a Turbaco en Colombia, donde tenía un hermoso refugio, damas y un buen palenque, no sin antes lanzar una proclama a la nación, “en la que le devolvía los poderes que le había confiado”; eso de las proclamas se le daba muy bien, tan bien como organizar asonadas, garitos, palenques y bailes. 

En este período se dan las leyes que desposeyeron a la iglesia de todos sus bienes. Los hombres más audaces, más irreconciliables y fanáticos: Comonfort, Álvarez, Juárez, Ocampo, Lerdo de Tejada, Prieto, y otros muchos, conformaban el nuevo grupo. Bravo Ugarte en su obra afirma que estos hombres eran apóstoles del llamado progreso y que llevaban en sí algo del fanatismo “del mahometanismo mesiánico que proclamaba una guerra santa para difundir el programa de Ocampo y Arriaga”. En apoyo a su aserción aduce las siguientes líneas tomadas del “Rayo Federal” (9 de abril 1855): “La Revolución (de Ayutla) debe caminar actualmente con todo su poder, con toda su grandeza, con todos sus horrores. No hay que pararse en los medios, no hay convenios que aceptar, cuando se trata de regenerar un pueblo o de reformar sus leyes, la sangre es necesaria. Nada importa que los campos se talen, que las poblaciones se diezmen, que haya muertos a millares, si los fines son nobles, y se pretende llevar a cabo una idea, un principio cuyas consecuencias son el progreso y la prosperidad de la Nación”. (¿¡!?). (Schlarman. p. 348. cf. V. Riva Palacio. ad loc.). Increíble. Se proclamó la ley confiscatoria y de la desamortización de los bienes del clero, y se encendió una lucha que dividió profundamente al pueblo, todo con el enemigo dentro  

En medio del despilfarro y guerras intestinas, el gobierno de Juárez no tuvo más remedio que resolver la suspensión del pago de la deuda exterior por dos años mediante la Ley del 27 de julio de 1861. Las riquezas recién confiscadas no bastaron para financiar el desorden y la anarquía, primero, porque no eran tantas, segundo, porque de las manos muertas pasaron a manos muy vivas. Esto determinó la intervención de España, Inglaterra y Francia.  Las dos primeras se retiraron, y Francia decidió quedarse con las intenciones ya descritas.  El 5 de mayo de 1862 fueron rechazadas las tropas francesas al mando del General Lorencez.  Este General fue destituido y en su lugar, fue nombrado el Gral. Forey que puso un sitio feroz a la ciudad de Puebla. A los 62 días de sitio, González Ortega se rindió, mientras Basaine, segundo de Forey, derrotó completamente a Comonfort el 19 de mayo de 1863. También la derrota de Ortega fue desastrosa pues perdió 12 mil hombres, 500 oficiales y 25 generales. Lograron huir los mejores generales del presidente Juárez: González Ortega, Escobedo y Porfirio Días. Sólo que no tenían soldados. Por lo que Juárez, no pudiendo sostener la ciudad de México, huyó a San Luis Potosí. El 7 de junio de 1863 el general Basaine entró a la ciudad de México. La República descansaba ahora en los hombros del Benemérito; comienza la República peregrina.  El 12 de octubre 1864, llegó Don Benito a Chihuahua.  “….. Y, “México se refugió en el desierto”.  

Ante la exigencia de unidad prevaleció el afán de confrontación. Durante el sitio de Puebla, González Ortega mandó desalojar todos los conventos de monjas para usarlos como hospitales y con fines militares; la medida era entendible como respuesta a una contingencia. Pero lo que no es entendible es que “por absurdo espíritu de imitación la «junta patriótica» de México pidiera al Gobierno que esa medida se extendiera a todo el país, y Juárez y su ministro de la Fuente, expidieron el decreto del 26 de febrero de 1863 que suprimió las comunidades religiosas en México” (cf. E. A. Chávez. Juárez. 1956). 

Y a este México traicionado, ¿Quién la le pedirá perdón?

*En mal momento se le vuelve a caer el tren a Ebrard. El 30.08.2012 fue inaugurada la Línea Dorada con la asistencia de Ebrard, su tesorero Mario Delgado y Calderón, presidente. Su costo fue de 27 mil millones. Ahora …