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A raíz de la Independencia, México comenzó, por las razones más diversas, un camino imposible marcado por los “pronunciamientos y asonadas”, cuyo creador y maestro fue Don Antonio Severino de Padua López de Santa Anna. El período que va del Plan de Casa Mata, (1823), que culminó con el destronamiento de Iturbide, a la revolución de Ayutla en enero de 1854, que desterró a Santa Anna, contiene una experiencia histórica que no tiene paralelo, al menos en los tiempos modernos. Santa Anna está en ambos, en uno como autor, en otro, como víctima.

Dos experiencias son especialmente traumáticas en este período, la invasión, guerra, independencia y anexión de Texas y luego la guerra con Estados Unidos. En ambas Santa Anna fue decisivo. El desastre fue fatal y la experiencia de dolor, de abatimiento y de pesimismo, ha quedado recogida en “Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos” (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. 1991).

Lo que había sido un espectro durante toda una década, había cobrado vida. La amenaza rodeaba al país por mar y tierra y parecía no haber salida. Los puertos principales, muchas ciudades y su capital estaban ocupados. El ejército mexicano se hallaba reducido a su mínima expresión. El gobierno era débil y estaba amenazado por posibles “pronunciamientos” radicales y monarquistas. La hacienda pública estaba exhausta y la escasez se acusaba en todos los órdenes. Difícil de comprender por qué los mexicanos entonces no fueron capaces de unirse en un proyecto común de patria y sí se dividieron en la forma más radical posible provocando heridas que, por increíble que resulte, ni siquiera la modernidad ha logrado sanar del todo. Y el 5 de mayo se acercaba.

Un país que había perdido más de la mitad de su territorio y firmado tratados que comprometían seriamente su integridad territorial restante y seguía amenazado, y no obstante la seriedad del problema, sostiene  una enconada y feroz lucha fratricida cuya solución buscan ambos bandos en el extranjero, antes que en el entendimiento y el propósito común de patria, resulta difícil entender. Fuentes Mares afirmaba, no obstante, que ya quisiéramos hoy “amar a México como lo amaron los hombres de esa época”. No dudo de ese amor, pero el desastre nacional que provocaron por tanto amor a la Nación amada es de características monumentales. Además, no todo fue amor.  Cuando el 13 de diciembre de 1853 el fatídico Santa Anna vendió la región sur de Arizona a la Unión Americana (La Mesilla) y tuvo el descaro de aceptar y embolsarse una indemnización, no fue precisamente un acto de amor a la Patria. Con todo, la operación fue proclamada “un triunfo diplomático para México”. ¿De veras, la historia, no tendrá nada que enseñarnos?

En la misma época, Estados Unidos sufre la peor crisis de su historia, la Guerra de Secesión; sangrientas luchas entre “Norte y Sur”. Fue un momento de extrema debilidad en que estuvo a punto de naufragar el proyecto imperial que habían soñado los Padres de la Patria. El religioso Gral. Lee afirmaba que “la Guerra de Secesión era un castigo de Dios a la Unión, por las injusticias que habían hecho contra México”.  Pero las crisis que no destruyen fortalecen y Estados Unidos salió bastante fortalecido de esta crisis. Triunfó el propósito de unidad; de haber seguido por el camino de la división, del odio sectario, de la revancha y las confiscaciones, Estados Unidos no existiría como lo que es hoy.

La intervención francesa en México tiene lugar en este contexto.  La debilidad de la Unión por la Guerra de Secesión fue vista como una oportunidad por Napoleón III. Así la describe J. H. L. Schlarman: “Napoleón estaba ansioso de reconocer al Sur, en la guerra civil de los Estados Unidos, y recibió en París al representante de los Confederados, que era Slidell, a quien sugirió que negociase con Inglaterra y con Rusia el que se uniesen a Francia, para tratar de mediar entre las partes beligerantes, de modo que, si el Norte rechazaba la mediación, ellos darían su reconocimiento a los del Sur. Leopoldo I de Bélgica estuvo de acuerdo en lo de este plan, pero Palmerston, si bien simpatizaba con Napoleón y con los del Sur, dijo que los ingleses temían al genio inventivo de los norteamericanos. Leopoldo escribía a Maximiliano: “En Inglaterra se aferran a la idea de que nada puede hacerse en México”. ¡Hágame el gran favor!

Lo que antecede inmediatamente a la intervención francesa, es la llamada Guerra de los Tres Años. Se ha llamado así al período de lucha civil sangrienta, cruel y radicalizada, que comienza con el Plan de Ayutla y termina con la intervención francesa y el Imperio. Lo que comenzó siendo un pronunciamiento en contra de la dictadura de Santa Anna, terminó en una lucha religiosa de consecuencias incalculables.  En una hacienda de Guerrero, se reunieron algunos generales para tratar sus propios embrollos y también la situación de México. Santa Anna comenzaba a estorbarles y Álvarez y Villarreal decidieron levantase en armas, incluido Comonfort al que Santa Anna había destituido de la Aduana de Acapulco. Estaban también Eligio Romero, Melchor Ocampo y Arriaga que maquinaban desde el territorio americano. Comonfort fue el autor del plan que Álvarez proclamó en Ayutla. Santa Anna recibió la noticia mientras presidía un rumboso y animado baile en la Capital. Ante el peligro, era su estilo, abandonó la ciudad rumbo a Veracruz, de ahí zarpó hacia La Habana y de ahí, a Turbaco en Colombia donde tenía un hermoso refugio y un buen palenque, no sin antes lanzar una proclama a la nación, “en la que le devolvía los poderes que le había confiado”; eso de las proclamas se le daba muy bien, tan bien como organizar asonadas, garitos y palenques y bailes.

En este período tiene lugar las leyes que desposeyeron a la iglesia de todos sus bienes. Se abre la caja de pandora. Comienza una lucha cruel e innecesaria. “El Rayo federal” publicaba el 09.04.1855 lo siguiente:  “La Revolución (Ayutla) debe caminar actualmente con todo su poder, con toda su grandeza, con todos sus horrores. No hay que pararse en los medios, no hay convenios que aceptar, cuando se trata de regenerar un pueblo o de reformar sus leyes, la sangre es necesaria. Nada importa que los campos se talen, que las poblaciones se diezmen, que haya muertos a millares, si los fines son nobles, y se pretende llevar a cabo una idea, un principio cuyas consecuencias son el progreso y la prosperidad de la Nación”.

En este contexto de despilfarro y guerras intestinas, el gobierno de Juárez no tuvo más remedio que resolver la suspensión del pago de la deuda exterior por dos años mediante la Ley del 27 de julio de 1861. Las riquezas recién confiscadas a la Iglesia no bastaron para financiar el desorden y la anarquía, en primer lugar, porque no eran tantas y porque de manos muertas pasaron a otras “muy vivas”. Esto determinó la intervención de España, Inglaterra y Francia.  Las dos primeras naciones se retiraron, y Francia decidió quedarse.  El 5 de mayo de 1862 fueron rechazadas las tropas francesas al mando del General Lorencez.  Este General fue destituido y en su lugar, fue nombrado el Gral. Forey que puso un sitio feroz a la ciudad de Puebla. A los 62 días de sitio, González Ortega se rindió, mientras Basaine, derrotó completamente a Comonfort el 19 de mayo de 1863. También la derrota de Ortega fue desastrosa pues perdió 12 mil hombres, 500 oficiales y 25 generales. Lograron huir los mejores generales del presidente Juárez: González Ortega, Escobedo y Porfirio Días. Sólo que no tenían soldados. Por lo que Juárez, no pudiendo sostener la ciudad de México, huyó a San Luis Potosí. El 7 de junio de 1863, un mes después, el general Basaine entró a la ciudad de México. La República peregrina descansaba ahora en los hombros del Benemérito.

Se cumplía la sentencia bíblica, según la cual, todo reino dividido va la ruina casa por casa. Ante la exigencia de unidad prevaleció el afán de confrontación. Durante el sitio de Puebla, González Ortega mandó desalojar todos los conventos de monjas para usarlos como hospitales y con fines militares; la medida era entendible como respuesta a una contingencia. Pero lo que no es entendible es que “por absurdo espíritu de imitación la «junta patriótica» de México pidiera al Gobierno que esa medida se extendiera a todo el país, y Juárez y su ministro De la Fuente, expidieron el decreto del 26 de febrero de 1863 que suprimió las comunidades religiosas en México” (cf. E. A. Chávez. Juárez. 1956). Roma en llamas y Nerón tocando el arpa. ¡Cuántas lecciones nos da la historia!

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+ El ensayo completo sobre el tema puede leerlo en El Diario con fecha del 08.05.2005: “Antes del 5 de Mayo”, donde se exponen las fuentes de lo dicho. Ésta es una edición corregida y disminuida.