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SALMO 62, 2-9 (63) – EL ALMA SEDIENTA DE DIOS

¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Este salmo, tan querido para la mística cristiana, lo rezaremos durante toda la Octava de Pascua. Sabemos que la Octava de Pascua es un domingo que se prolonga hasta el II domingo de pascua; de domingo a domingo, como una octava musical. Es, por lo tanto, un salmo que debemos conocer. He aquí unos puntos de meditación.

Se trata de una súplica confiada, dominada por un anhelo ardiente de Dios; tal situación tiene lugar en un momento de persecución, de aridez espiritual, cuando se experimenta un vacío, un desgano, un cansancio, cuando no se sienten ganas de nada, de ese sentimiento que los padres del desierto llamaban akedia, una parálisis espiritual. Leámoslo detenidamente y encontrares el él muchos momentos de nuestra vida de relación con Dios. Saboreemos cada una de las expresiones, de las imágenes, – sed, ansias, tierra reseca, sediente, agostada, sin agua, ¡cuántas veces nos hemos sentido así!

Pero hay también la seguridad, con su gracia que vale  más que la vida, lo alabaremos, lo bendeciremos, alzaremos las manos invocándolo, de que nos saciaremos de gozo en su presencia. O sea, que el mal, como quiera que sea, dejará lugar a la comunión razón por la cual el anhelo no debe venir a menos.

El cristiano repite la experiencia religiosa, encontrando a su Señor presente en el templo y en el culto: en la manifestación de su gloria, en el banquete eucarístico, en los himnos de la asamblea, en la gracia y en la unión íntima. Y esta experiencia le llena de nostalgia como una sed total,  por aquella unión plena y definitiva en el santuario del cielo, en la Jerusalén celestial.

Porque lo que campea en este salmo y lo hecho tan apreciado en la espiritualidad cristiana es el tema del “deseo”. “Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,/ mi alma está sedienta de ti;/ mi carne tiene ansia de ti,/ como tierra reseca, agostada, sin agua”.

Oigamos a S. Agustín: S. Agustín. «Toda la vida del buen cristiano es un santo deseo. [… ] Tal es nuestra vida: ejercitarnos en el deseo. Ahora bien, este santo deseo está en proporción directa de nuestro desasimiento de las cosas del mundo.  (Una idea como ésta, puede cambiar la vida. Ampliar la idea; es muy común encontrarla en diferentes variaciones y tonos). En esta misma línea se expresa el S. cuando comenta el salmo 148: “Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza del Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura; nadie puede hacerse idóneo de la vida futura, si no se ejercita ahora en esta alabanza. Ahora, alabamos a Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos; y, porque es veraz al que lo ha prometido, nos alegramos por la esperanza; pero, porque todavía no poseemos, gemimos por el deseo.  Es cosa buena perseverar en este deseo, hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza».

Pro ello decía S. Agustín: “mientras no dejes de desear, no dejas de orar”; y es que la oración es realmente un deseo de amor místico, de unión íntima con el amado. Por ello lo han titulado “canto de amor místico”. En una carta famosa sobre la oración que S. Agustín escribe a una mujer consagrada, llamada Proba, usa 17 veces el tema del “deseo”. Preguntémonos con honestidad, ¿Qué deseo realmente? ¿qué motiva mis acciones? ¿Qué me preocupa, que me entristece, que me alegra? Si Dios y su Reino, su gloria, no aparecen en estas respuestas, hay motivos para preocuparnos y repensar nuestra relación con Dios.

Por ello el salmo puede concluir en esa serena certeza, aun en medio de la estrechez, esa certeza del amor y la comunión íntima con Dios

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Inigualable y bendita oración. Oremos siempre con este salmo y que nuestra vida sea un deseo permanente de Dios.

Oremos con este salmo, siempre.