[ A+ ] /[ A- ]


 (Mal. 3,1-14; Sal 23; Heb. 2,14-18; Lc. 2,22-40)

Himno.

Blanca como un cirio,

pura como un lirio,

la Virgen divina

al templo camina,

llevando en sus brazos

cual rayo de luz

al niño Jesús.

Cuando Simeón

ve a Cristo en Sion

le toma y le mira,

y canta y suspira.

María: ¡qué espada

de pena y dolor

herirá tu amor!

La Virgen María,

después de aquel día,

miraba a Jesús,

entre dos ladrones,

clavado en la cruz. Amén.

Celebración de la fiesta de la Presentación del Señor.

Los griegos llaman a esta fiesta de la Presentación del Señor «Hypapante». Cuarenta días después de la Navidad, Jesús fue llevado al Templo por María y José y lo que pudo aparecer como cumplimiento de la ley de Moisés se convirtió en realidad, en su encuentro con el pueblo creyente y gozoso. Se manifestó, así, como luz para alumbra a las naciones y gloria de su pueblo, Israel.

Evangelio.

La perícopa evangélica de esta fiesta, perteneciente a los relatos de la infancia según San Lucas, está formada por varias unidades. En ellas se da cumplimiento a lo establecido por la Ley y, al mismo tiempo, se supera lo antiguo. Varios personajes dan testimonio de que ese Niño es, en realidad, el salvador del mundo. Por ello su valor es primordialmente cristocéntrico. Pero se trata de un Cristo que no es separado de «sus padres». María, en especial, está al centro sin ser el centro. Este Niño ha sido puesto por Dios como luz para todos los pueblos, es decir, es el salvador de la humanidad.  Los motivos teológicos son múltiples y densos: el sacerdocio, el templo, la purificación, el cumplimiento de la promesa, etc. Y, especialmente, la ciudad de Jerusalén como escenario principal con alto valor simbólico.     

La fiesta de la presentación del Señor es una fiesta cristológica de gran contenido mariano. De hecho, a lo largo de los siglos, se ha interpretado como una fiesta del Señor y como una fiesta de la Virgen María. Tras el Concilio Vaticano II se ha insistido en su carácter de fiesta del Señor, aunque sin prescindir, obviamente, del papel que la Virgen María juega en este misterio de la vida de Cristo.

Prefacio.

La fiesta posee un prefacio propio, cuyo cuerpo central es bastante breve, de nueva composición, aunque tome algunos elementos que aparecían en las oraciones de esta fiesta en algunos libros litúrgicos antiguos

El texto: Lo característico de este prefacio se encuentra en el segundo párrafo y una breve alusión en el tercero, que concluye y enlaza con el Santo.

El contenido es: Porque hoy tu Hijo es presentado en el templo y es proclamado por el Espíritu: Gloria de Israel y Luz de las naciones.

En el tercer párrafo precisa: …nosotros, llenos de alegría, salimos al encuentro del Salvador…

Un detalle falta en el texto castellano, comparado con el latino: el atributo de eterno aplicado al Hijo. De esta manera se subraya también la divinidad del Hijo, que ante nosotros aparece como un niño pequeño, sometido a las leyes de Israel y presentado en el templo del Señor.

Sentido de la fiesta: El «hoy» nos recuerda la actualidad del acontecimiento salvífico, por virtud de la acción litúrgica en la que tomamos parte. Sigue a continuación el motivo de la celebración y la acción que se realiza: «Tu Hijo es presentado en el templo».

Cristo nace bajo la ley, pero es él mismo quien realiza la salvación, como el mismo nombre de Jesús indica. Él cumple la ley a la perfección y, como hijo primogénito, a los cuarenta días del nacimiento, es presentado al Señor y ha de ser  rescatado mediante la ofrenda prescrita, (Lev 12,8), (si bien, Lucas no dice que tal rescate llegara a consumarse, indicando así, que Jesús pertenece a Dios plenamente). Dios le sale al encuentro y lo reconoce como Hijo, como el Predilecto que lleva la salvación al pueblo de Israel y forma el verdadero pueblo de Dios. En la fiesta que celebramos, el pueblo de Dios se encuentra representado en los padres del Señor, en Simeón y Ana, y en aquellas personas que se encontraban en el templo, piadosos que esperaban «el consuelo de Israel» (cf. Lc 2, 25).

En ellos se alarga el Antiguo Testamento para alcanzar al Nuevo, para contemplar al Señor que llega y colma la esperanza que ha alimentado sus vidas. Ver la salvación es tener en los brazos a Jesús, disfrutar porque la salvación se identifica con el Salvador, contemplar el cumplimiento de las profecías y alcanzar la paz y la alegría perfectas que permiten pasar de este mundo al Padre.

Todo esto sucede en el templo, que era el lugar de la presencia de Dios, donde se manifestaba su gloria, en medio del pueblo elegido. Sin embargo, en Cristo, que hoy entra en el templo por primera vez, se da una transformación radical, pues él es el verdadero lugar de la presencia de Dios, manifestación plena de su gloria y revelación completa del misterio divino. Desde este momento, el templo de Dios está formado por las personas que, unidas a Cristo, constituyen la morada de Dios en medio de su pueblo, la Iglesia. La obra salvífica se realiza por la acción del Espíritu Santo, que guía y alienta los pasos de la Iglesia.

Así, como el mismo Simeón reconoce, Jesús se presenta como «luz de las naciones». La salvación divina rompe todas las fronteras y transforma el mundo entero con el resplandor de la gracia. La luz, tan presente en esta festividad, anuncia la Pascua, cuando Cristo se manifiesta plenamente como luz, fuego del amor que viene del Padre y se realiza en el Espíritu Santo: ésta es la glorificación plena que ilumina el mundo y transforma nuestra existencia.

Unidos a la Virgen María: Aunque expresamente no se dice en el prefacio y pese a que en la actualidad se presenta esta celebración como «fiesta del Señor», no podemos olvidar el papel principal que Santa María desempeña es la fiesta de hoy. Ella está unida al destino de su Hijo, que es «Gloria de Israel y luz de las naciones». Pero debe afrontar el escándalo de la cruz: la espada de dolor que atraviesa el corazón de la Madre la hace partícipe de la redención de Cristo de una forma singular.

También la Virgen acepta el cumplimiento de la ley, y se presenta para la purificación aun siendo Inmaculada. Por su obediencia, por su humildad, por su fidelidad, obtenemos nosotros, la purificación de los pecados que realiza el sacrificio de Cristo.

Conclusión: «Salimos al encuentro del Salvador» en la fiesta que nos ha congregado, en la celebración de la Santa Misa y por la acción de la gracia en nuestros corazones.

De esta manera, participamos del misterio de la salvación y, unidos a Cristo, podremos ser luz del mundo y sal de la tierra.

Todas estas fiestas navideñas están envueltas en una hermosa piedad popular que no debemos despreciar. La fiesta de la Presentación del Señor es más conocida por la fiesta de las candelas, la fiesta de la Candelaria, es decir, de las luces, tal vez aludiendo al Niño que es presentado como Luz de las naciones. Es un tema que ya hemos meditado durante Adviento y Navidad. Hoy bendecimos las candelas y está mandada una procesión con las velas encendidas y recién bendecidas. Bendecimos también a los niños. Todos estos motivos son dignos de aprecio. Y finalmente, los tamales y el atole.

+++++++

El Papa, BXVI, en su libro, La Infancia de Jesús, hace un bello y sencillo análisis de la Presentación de Jesús en el templo. Comentando las palabras de Simeón a María: Simeón, con el niño en brazos tras haber alabado a Dios, se dirige con una palabra profética a María, a la que, después de las muestras de alegría por el niño, anuncia una especie de profecía de la cruz. Jesús está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción. Y al final le dirige a la Madre una predicción muy personal: «Y a ti, una espada te traspasará el alma». La teología de la gloria está indisolublemente unida a la teología de la cruz. Al siervo de Dios le corresponde la gran misión de ser el portador de la luz de Dios para el mundo. Pero esta misión se cumple precisamente en la oscuridad de la cruz…..

Aquí no se habla del pasado. Todos nosotros sabemos hasta qué punto Cristo es hoy signo de una contradicción que, en último análisis, apunta a Dios mismo. Dios es considerado una y otra vez como el límite de nuestra libertad, un límite que se ha de abatir para que el hombre pueda ser totalmente él mismo. Dios, con su verdad, se opone a la multiforme mentira del hombre, a su egoísmo y a su soberbia.

Dios es amor. Pero también se puede odiar el amor cuando éste exige salir de uno mismo para ir más allá. El amor no es una romántica sensación de bienestar. Redención no es wellness, un baño en la autocomplacencia, sino una liberación del estar oprimidos en el propio yo. Esta liberación tiene el precio del sufrimiento de la cruz. La profecía de la luz y la palabra acerca de la cruz van juntas.