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Re-inserción.

1.- ‘Re’ es una preposición inseparable, unida siempre a otro vocablo; muy usada en nuestra lengua, indica repetición o reforzamiento; también reiteración, oposición, resistencia, retroceso, etc. reaccionar, realzar, rebatir, responder, readaptar. De tal manera pues, que reinsertar quiere decir que, de nueva cuenta, algo o alguien va ser incluido, adherido, colocado, en el sitio donde había estado antes.   Rico, pues, y hermoso el lenguaje nuestro.

Y resulta que “México fracasa en re-insertar a sus jóvenes”, ha escrito Z. Gallegos (El País. 03.04.16),  “Un estudio revela la ausencia de una política que permita a los adolescentes reincorporarse de manera sana y productiva a la sociedad”, luego de una estadía en la cárcel, claro.

Pero reinsertar o readaptar, es una quimera; en primer lugar porque, antes, no estaban integrados, a veces ni como personas, ni a un vínculo relacional primario, como es la familia ni a ningún otro factor dador de sentido, religioso, por ejemplo. La sociedad misma de donde emergen no es una sociedad integradora, incluyente, sana. Entonces, el ‘re’ no cabe; y en segundo lugar, lo sabemos, los centros de ‘re-adaptación’ no lo son en absoluto. La persona herida, lastimada, humillada, rechazada que llega a ese lugar, no va a encontrar, fácilmente, los medios para superar su situación que tiene raíces muy hondas, tan hondas como la vida vivida. Quedan, entonces, el recrudecimiento del rencor y del odio y del resentimiento y un profundo sentimiento de venganza.

La investigadora ilustra la tesis con casos, por demás, típicos. “Francisco pasó una parte de su infancia cuidando una casa donde se cultivaba marihuana. Hace dos años fue detenido por la P. F. y llevado a un centro de internamiento. A sus 17 años fue acusado de homicidio, robo con violencia –asaltó un banco–, delitos contra la salud, secuestro y portación de arma prohibida. Cuenta que era adicto a la cocaína y todos los días bebía alcohol. Fue reclutado por un grupo armado para, según sus palabras: “matar a las ratas, vender droga y cuidar los puntos por donde pasaba la ley”. ¿Dónde re-integrar a Francisco? ¿Cómo re-adaptarlo? ¿Tienen el sistema judicial y el sistema penitenciario capacidad para lograr la re-inserción? El problema o descomposición de la persona, se hecha de ver en la pregunta que hace la investigadora a uno de ellos: “¿Cuál sería tu sueño más grande? –Estar muy arriba, ser uno de los más buscados por la ley”.

El fondo real del problema es que se trata de re-generar, en sentido etimológico, a un ser humano, lo cual resulta muy difícil, cuando no imposible; las instituciones encargadas de ello no tienen los medios; creo que, ni siquiera, está a su alcance.

2.- Otro camino sería llevar al delincuente al reconocimiento de lo equivocado de su comportamiento. El hombre, ante Dios, tiene que reconocer su propia «injusticia» e invocar la misericordia; entonces Dios le da su propia justicia, lo «hace justo», perdonándolo, lo re-genera, que es lo mismo que salvarlo. Este es el gran juicio de Dios, juicio que comienza acusando, obligando al hombre a una especie de muerte o sacrificio espiritual, para salvarlo de ese abismo.  Dios ha querido que su Hijo se hiciera solidario del hombre, hasta la última consecuencia del pecado, que es la muerte. Pero el Padre salva a su Hijo de la muerte demostrando la «justicia» de su Hijo y convirtiéndolo en nuestra justicia. Este juicio de Cristo, que es muerte y resurrección, se repite en el juicio de la penitencia cristiana. Tal es la hermosa, profunda, y universal belleza del salmo 51; rebasa lo estrictamente judío o cristiano y se instaura en todo hombre como tal que necesita reconocer su deficiencia, su incapacidad, su impotencia y, por lo tanto, la necesidad de ser salvado.

La primera estrofa del salmo 51 dice así: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado”. Es una súplica que brota del reconocimiento de la culpa, se implora misericordia: borra, lava, limpia, designa una tarea de reconstrucción, de limpieza profunda; se puede traducir culpa, delito y pecado, por términos existencialmente más cercanos, y además, fieles a la lengua original: «borra mi rebelión, lávame de toda mi desarmonía, sácame de mi extravío». Y la palabra misericordia, significa también gracia, hazme gracia, lléname de tu gracia. Luego, se pide piedad. El orante sabe que él, por sí mismo, es incapaz de autoregenerarse y lo pide a Dios.

3.- El Magistrado Adolfo Beria, presidente del tribunal para menores de Milán,  en un interesante ensayo, dice:  parto del concepto base: el pecado para la moral religiosa; el de comportamiento desviado de menores para el trabajo de nosotros los jueces, parecen dos cosas distantes, reguladas por leyes distintas, pero leo que para expresar el concepto base se usan tres palabras distintas: borra mi rebelión, lávame de toda mi desarmonía, líbrame de todo mí extravío; y entonces me encuentro con emoción ante los rostros de tantos jóvenes que llegan al tribunal. En efecto, no encuentro en ellos sentimiento de culpa, menos de pecado, pero, claro que encuentro rebelión o desarmonía o extravío, o las tres cosas juntas. Y siempre me impresiona esa dimensión tan humana, de humana fragilidad y a menudo de franca inconciencia que está detrás del comportamiento extraviado.

Por consiguiente es natural que nosotros, jueces de menores, tengamos conciencia de la “personalización de la culpa”, esto es, comprendamos que detrás del comportamiento desviado siempre hay una persona, la rebelión o el extravío de una persona; y que nuestra tarea fundamental consiste en animar a la persona que tenemos delante, sacándola de la rebelión, del extravío, de la desarmonía interior en la que se encuentra prisionera por muchos oscuros motivos.

En efecto, en él hay conciencia de que la reinserción está unida al ser distintos y transformados respecto del momento del pecado o de la culpa; y que la transformación en hombre distinto pasa a través de un arrepentimiento profundo, no superficial o, incluso, fingido. Para la justicia humana esta doble conciencia voluntariamente ha quedado abandonada, y no sólo para los “arrepentidos” de las mafias, que colaboran, sino para todos los jóvenes que pasan por nuestros tribunales; no queremos estigmatizarlos; no hacemos, pues, hincapié en el valor de su arrepentimiento; no hacemos entrar ninguna “pena” (dolor, arrepentimiento, penitencia, sanción) en la acción judicial; les concedemos el perdón (judicial) casi tratando de no dejar huella de nuestra intervención, a menos que sea amonestación educativa y social. Parece que regalamos el perdón de un pecado sin culpas voluntarias (y, por tanto, sin exigencias de cambio y transformación interior) en vez de administrar justicia; casi somos más misericordiosos que el Padre Eterno.

En otras palabras, dice Beria, no creo, aunque pueda aparecer un poco contra corriente respecto de muchos colegas míos, que nosotros jueces podamos pasar por encima de dos elementos fundamentales: “la especificidad del comportamiento desviado y de su reconocimiento”; el comienzo de un “cambio sicológico y humano” del joven que mandamos absuelto y perdonado. Y esto no porque se requiera siempre una “confesión específica” por un buen examen de conciencia o por un verdadero camino penitencial, sino porque hay que educar al joven para que enfoque las motivaciones y las características de sus actitudes, sin la peligrosa sensación de poder permanecer en continua ambigüedad no sólo sobre el juicio de valor acerca de los propios comportamientos, sino inclusive sobre la concreta y específica configuración de los mismos.

Que lejos estamos de comprender la verdadera naturaleza de la acción judicial, no solo en lo referente a los menores, sino, incluso, en los reclusorios para adultos. La reflexión de este juez  es en realidad importante. Y gira en torno a una pregunta muy sencilla: ¿qué estamos haciendo los jueces con nuestros jóvenes internos? ¿Tenemos, en realidad, la capacidad de transformar esas almas heridas? ¿Podemos hablar, en serio, de re-educación, de re-adaptación, de re-inserción, de re-generación? ¿Estamos haciendo algo en serio en esta dirección, o simplemente, al cumplirse el plazo los echamos a la calle? Y, ¿qué le devolvemos a la sociedad? Seres deshechos, con un mayor resentimiento a cuestas.

4.- Papa Francisco, nos dejó un bello y profundo mensaje en su encuentro con los internos del Cereso Estatal. “La misericordia nos recuerda que la reinserción no comienza acá en estas paredes; sino que comienza antes, comienza «afuera», en las calles de la ciudad. La reinserción o rehabilitación comienza creando un sistema que podríamos llamarlo de salud social, es decir, una sociedad que busque no enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las escuelas, en las plazas, en las calles, en los hogares, en todo el espectro social. Un sistema de salud social que procure generar una cultura que actúe y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos caminos que terminan lastimando y deteriorando el tejido social.

A veces pareciera que las cárceles se proponen incapacitar a las personas a seguir cometiendo delitos más que promover los procesos de reinserción que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y familiares que llevaron a una persona a determinada actitud. El problema de la seguridad no se agota solamente encarcelando, sino que es un llamado a intervenir afrontando las causas estructurales y culturales de la inseguridad, que afectan a todo el entramado social”.

Las cárceles son un reflejo de la sociedad, dijo. Solo partiendo de esta conciencia, podemos hablar del ‘re’.