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Ez. 37,12-14; Sal.129; Rom. 8,8-11; Jn. 11,1-45.

“Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

A todos aquellos que tienen miedo de arriesgar la vida o que la custodian egoístamente, Jesús les dice: «yo soy la resurrección y la vida». Esto no significa únicamente que puede quitar la piedra del sepulcro de otros, e incluso la propia. La resurrección es su misma persona, es él quien da la vida aquí y ahora. (hic et nunc).

Ez. 37,12-14; Aquel que da la vida. El Espíritu de Dios, que ha hecho nacer del barro al hombre, se da a un pueblo escarnecido por el dolor del exilio y la opresión, para hacerlo vivir, libremente, en la alegría. «He aquí que Yo abriré vuestros sepulcros». Es el signo de otra liberación más importante y universal con la cual Dios intervendrá en favor de la humanidad: la victoria definitiva sobre la muerte que se realiza en Cristo y es anunciada a todo hombre.

Sal.129; Suplica individual, con invitación a la asamblea. Siete veces se invoca el nombre del Señor en este breve salmo. Es uno de los salmos hermosos, profundos, intensos que brotan de lo más ‘profundo del hombre’. Este hermoso salmo penitencial nos revela que la verdadera desgracia, la que ocasiona el desastre y la muerte, es el pecado. «La paga del pecado es la muerte», dice Pablo; también dice «Por el hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte». Debemos de abandonar el pecado, dejar de hacer el mal y volver al Señor.  Desde lo hondo de mis pecados, de nuestros pecados, del pecado que se hace forma de convivencia y relación, desde ahí gritamos al Señor.

vv.1-2. Lo hondo es para los Israelitas temible, incomprensible, emparentado con la muerte y el abismo. Desde su hondura humana el hombre grita, y su grito sube al cielo. vv.3-4. La hondura radical es el pecado que aleja al hombre de Dios, lo envuelve en la oscuridad. Solo de Dios puede venir el perdón, por eso el hombre ha de respetar a Dios con temor sagrado (el temor de Dios). vv.5-6. En su ignorancia y oscuridad el hombre puede atravesar la oscuridad con su grito; después aguarda y espera. Como la aurora devuelve la luz, así Dios enviará a la luz. vv. 6-8. Como el individuo, todo el pueblo ha de asumir la actitud de humilde expectación: amanecerá la misericordia, el Señor redimirá del pecado.

La liturgia cristiana ama este salmo penitencial. Aunque la iglesia y cada uno de los cristianos han sido tocados por la luz de Cristo, sin embargo, viven en lo hondo del mundo y pecan. La redención copiosa de Cristo se va realizando continuamente en una expectación continua de la redención definitiva.

Rom. 8,8-11. La vida tendrá su triunfo. La «carne y obras de la carne» son el símbolo de nuestro egoísmo, contra el cual San Pablo nos advierte. «La carne de nada sirve; el Espíritu es el que da vida». (cf. Jn.6,63; 6,40) Las obras de la carne dan muerte, las obras del Espíritu dan vida. Somos deudores, no de la carne, sino del espíritu. Pero en esta lucha, tal vez el cansancio nos gana; ¿Para qué luchar hasta el infinito, sin descanso? El apóstol nos recuerda la razón de esta lucha de cada día: la fuerza de Jesús resucitado, el Espíritu, está con nosotros, él, venciendo la muerte, nos ayuda a afrontar el cansancio y el pesimismo y nos dará la victoria final.

Jn. 11,1-45. Cara a cara con la muerte. después de los relatos de la samaritana y del ciego de nacimiento, he aquí la tercera narración, construida sobre el mismo esquema: un diálogo de doble sentido: sueño y despertar que significan la muerte y la resurrección. Cada uno de estos relatos pone en evidencia el hecho que Jesús, en el bautismo, se presenta como la fuente del agua viva, la luz y la vida. Al lado de este significado, el relato de Lázaro desarrolla, más claramente que los otros, el tema pascual. La pasión se perfila en el horizonte («vayamos a morir con Él»); la muerte viene al encuentro de Jesús en la persona del amigo, y él se turba; las lágrimas de Marta ante la tumba y, al fin, el retorno del amigo a la vida, anuncio del triunfo de la vida en Cristo, resucitado. Todos estos detalles, anunciaban, claramente, la inminencia de la muerte y la resurrección de Cristo.   

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“Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida… ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.

 

El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos”.

 

“El V Domingo, finalmente, nos presenta la resurrección de Lázaro (cfr Jn 11,1-45). En el Bautismo hemos pasado de la muerte a la vida y somos hechos capaces de gustar a Dios, de hacer morir el hombre viejo para vivir del Espíritu del Resucitado. Para los catecúmenos, se celebra el tercer escrutinio y durante la semana se les entrega la oración del Señor, el Padrenuestro”. (Audiencia. 09-03.11).

 

Un minuto con el Evangelio

Marko I. Rupnik, SJ

 

Incluso los amigos de Cristo enferman y mueren. Marta y María, pese a todo su cariño, no ha logrado retener al hermano Lázaro en  vida, como si su amor no hubiera bastado. Por eso, confiesan ante Cristo que solo su presencia hubiera salvado al hermano. Cristo responde a la hermanas que él es la resurrección y la vida. La fe en Cristo implica esa relación fuerte mediante la cual se es siempre contemporáneo a Cristo, se está siempre en su presencia. Y esa presencia no mengua ni siquiera a la hora de nuestra muerte, porque, también ahí, nos espera él, pero vivo. Marta admite con alegría que es precisamente él quien debía venir a este mundo, el mundo de las tinieblas y de la muerte, del destrozado y del herido, para afirmar que los amigos de Cristo, incluso aunque mueran, viven. Marta y María demuestran que es el amor de Cristo el que les devolverá al hermano Lázaro. En Jesucristo, nuestro amor se hace taumatúrgico, vence la muerte.

 

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La unidad temática de este domingo es evidente y compacta: Jesús es la Vida. Ya desde el prólogo Juan afirma que «en la Palabra existía la vida, y la vida era la luz de los hombres» (1,4); y en el capítulo 10, el tema de El Buen Pastor, Jesús afirma con toda claridad: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». (10,10). La conclusión del IV evangelio reza de la siguiente manera: “Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están consignadas en este libro.  Estas quedaron escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo «tengan vida por medio de El»” (20,30-31). En el cuerpo del IV evangelio con mucha frecuencia Jesús nos va a hablar del tema de la vida: el pan de la vida, el agua de la vida, la luz de la vida, el pastor que da la vida, etc., etc.; de tal manera, pues, que el tema de la vida se convierte en la clave interpretativa de la persona y de la misión de Jesús a favor del hombre.  Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna. (3,16) Y al final de este capítulo Juan concluye de la siguiente manera: «Quien crea en el Hijo tiene vida eterna. Quien no cree al Hijo, no sabrá qué es la vida, pues lleva encima la ira de Dios». (3,36)

 

Josef Blank introduce el relato de la resurrección de Lázaro con estas acertadas y felices palabras: Con el relato de la resurrección de Lázaro (11,1-44) empieza el preludio de la historia de la Pasión, porque esa «señal», en la historia joanica de Jesús, es el motivo directo de la condena a muerte de Jesús, decretada por el Sanedrín o gran consejo (11,45-53). En efecto, muy a su estilo Juan maneja genialmente la ironía, y una ironía cruel en este caso: mientras que Jesús se revela como el dador de vida, como la vida misma, los judíos, empecinados en su ceguera, deciden dar muerte “al autor de la vida”. El contraste no puede ser más fuerte. Una señal de que Jesús es el Señor de la Vida, es lo que desata el intento homicida que se consumará en la cruz.

 

Continúa Blank: Este es un punto que Bultmann ha destacado atinadamente «se da el giro; se acerca la hora de la pasión. El motivo extremo del cambio fatídico es la resurrección de Lázaro, y el evangelista ha puesto bien en claro esa su importancia». Por ello hemos intentado de hacernos una idea lo más clara posible de la óptica de Juan. En el evangelio según Juan, la resurrección de Lázaro constituya, a no dudarlo, la más alta e insuperable de las «señales». Aquí no se trata de la curación de un enfermo, ¡sino de la resurrección de un muerto que lleva cuatro días en la tumba! A ello se suma la especial significación teológica de la señal, que se deja sentir, una y otra vez, en diferentes planos y que en un punto culminante apunta al propio Jesús como la resurrección y la vida. (11,18-27) La resurrección de Lázaro es, pues, el verdadero preludio de la resurrección de Cristo, y el lector debe saber, ya desde ahora, que el camino de Jesús no es en definitiva un camino hacia la muerte, sino un camino que, a través de la muerte, conduce la glorificación, a la resurrección y la vida. Así, en la visión jóanica, la visión de la pascua brilla ya desde el comienzo sobre el camino de Jesús, que en su realidad histórica pasa ciertamente, el primero, por la oscuridad incomprensible del sufrimiento humano. Así, en la visión joánica, la luz de la Pascua brilla ya desde el comienzo sobre el camino de Jesús, que en su realidad histórica pasa ciertamente, el primero, por la oscuridad incomprensible del sufrimiento humano.  Y de la muerte.  La teología de los padres lo expresó en el Símbolo de los Apóstoles: «descendió a los infiernos».

 

Refiriéndose este autor a la problematicidad histórica del relato concluye: por ello resulta también aquí tanto más importante el contenido predicacional de la historia, expresado en forma clara e inequívoca: Jesús es en persona la resurrección y la vida. Lo cual significa que en el relato de la resurrección de Lázaro laten la primitiva fe pascual de los cristianos, la confesión de fe en el resucitado y en su permanente presencia en la iglesia, así como la confesión en Cristo resucitado constituye ya una participación de la vida de la resurrección. La tarea del exégesis es la de analizar, sobre todo, el propósito de tales afirmaciones.

 

La primera lectura constituye el último fragmento de la “visión de los huesos secos”, símbolo del pueblo desilusionado, y el Espíritu de Dios que es capaz de hacer que esos huesos secos se conviertan en seres vivos. Los vv. 12-14 son la aplicación de la imagen de la muerte y el sepulcro, nueva metáfora de la situación desesperada en el destierro. Dios tiene el poder de sacar a su pueblo de la muerte, del sepulcro-destierro en que yace.  No se habla de resurrección sino de liberación. “Esto dice el Señor: Pueblo mío, yo mismo abriré vuestros sepulcros, os haré salir de vuestros sepulcros y los conduciré de nuevo a la tierra de Israel. Cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, ustedes sabrán que yo soy el Señor. Entonces os infundiré mi espíritu y vivirán…..”. Sin embargo, con esta imagen el profeta Ezequiel da forma a la esperanza más profunda que reside en el ser humano: superar la muerte. Puede ser leída como profecía de la resurrección de Cristo

 

El fragmento de Rom. que leemos hoy, tomado de cap. 8, es central en dicho capítulo que, a su vez, es central en Rom. En última instancia, la colación de la vida es obra del Espíritu Santo que Jesús nos ha ganado con su Misterio Pascual. Vivir en el desenfreno, en el egoísmo es desagradar a Dios; llevar una vida conforme al Espíritu es agradar a Dios. Quien no tiene el Espíritu de Cristo, ese no es de Cristo. En cambio, si Cristo vive en ustedes, aunque su cuerpo siga sujeto a la muerte a causa del pecado, su Espíritu vive a causa de la acción salvadora de Dios. La vida del cristiano es una vida en el Espíritu. Si el Espíritu del Padre habita en ustedes…que resucitó a Jesús de entre los muertos, también dará vida a sus cuerpos mortales. Tal es la centralidad del Espíritu en la vida cristiana, y no sólo en el orden del hacer, sino en la dimensión ontológica del cristiano.

 

Tips.

En medio de la cultura de la muerte, este relato tiene mucho que decirnos. Hoy, incluso oficialmente y con mucho éxito, se ha erigido el culto a la muerte. ¿Cuántos signos de muerte encontramos en nuestra propia vida y en nuestra propia cultura?

 

Otra idea que podemos desarrollar es la obstinación en el mal. El relato que nos ocupa ilustra con elocuencia hasta que punto el hombre puede cerrar los ojos a la verdad y obstinarse en el mal. A mi no deja de sorprenderme la “actualidad de la Palabra”; la Palabra de Dios es mas actual que los noticieros de pasado mañana. Los líderes de los judíos odian a Jesús y el odio los ciega. Ellos no quieren abrirse a la luz ni aceptan la prueba de los hechos. Ni siquiera el signo extraordinario de la resurrección de Lázaro los mueve de su actitud hostil y de la obstinación en el odio.  Al contrario, fariseos y sumos sacerdotes aprovechan el milagro en el que brilla la vida para consumar su odio, su rechazo, decretando la muerte del Maestro. Incluso, quieren dar muerte a Lázaro porque a causa de èl muchos habían creído en Jesús. Triste ironía.

 

Se puede también meditar en el ídolo del poder. Los intereses creados, puestos bajo la idea de la religión, nublan la mirada y no dejan ver la verdadera voluntad de Dios; entonces se reduce a Dios y se la hace decir lo que uno dice. En fin, este ciclo, si hemos logrado meternos en su dinámica litúrgica, nos ha brindado una estupenda oportunidad de reflexión, meditación, contemplación y catequesis. No es necesario gastar y quemar el cacumen tratando de  descubrir del hilo negro o del agua caliente, es un trabajo que ya ha sido hecho. La liturgia nos brinda la estupenda e inmejorable oportunidad de contemplar y celebrar el misterio central de nuestra fe: Cristo camino, verdad y vida. La liturgia es, a la vez, pedagogía.

 

 

Meditación.

 Acercándonos ya al final de la Cuaresma, vemos que el evangelio de hoy contiene una llamada a la esperanza. La pascua de Cristo tiene el poder para devolver la vida a todo hombre. Lázaro ya lleva cuatro días enterrado y Jesús lo resucita. Es una imagen de la resurrección gloriosa que Dios reserva a sus elegidos, pero también de que verdaderamente somos liberados ya en esta vida del peso de nuestros pecados.

 

Jesús se conmueve y llora ante la muerte de su amigo hasta tal punto que quienes estaban allí comentan: ¡Cómo le quería! También Jesús se acerca a la tumba sollozando de nuevo. Esas lágrimas muestran el afecto humano del Señor por un amigo, pero también tienen el doble significado del dolor de Cristo por nuestros pecados y de anticipación por el sufrimiento de su pasión. Como dice Newman, «Cristo dio la vida al muerto a costa de su propia muerte». Llega a la tumba de Lázaro, que prefigura la que será suya, para sacarlo de ella. También por su resurrección nos librará a todos de las garras de la muerte.

 

Lázaro no resucita para siempre. Pero en su retorno a la vida vemos cómo también nosotros podemos recuperar la vida de la gracia aunque hayamos pecado. Cada uno de nosotros es un amigo del Señor, objeto de un amor singular y causa de dolor en su corazón cuando lo ofendemos co n nuestras culpas.

 

El diálogo de Jesús con María nos coloca ante un doble horizonte: la resurrección para la vida eterna y la nueva vida que se nos ofrecer continuamente para que, el pecado y la sombra de la muerte el pecado, no oscurezcan nuestra existencia. A ello se refiere también el apóstol en la segunda lectura. Cristo vivificará nuestros cuerpos mortales con la resurrección, y la prueba es que ya ahora experimentamos la acción de su espíritu en nosotros que nos saca del pecado y nos permite vivir alejados de él. Para eso el Señor nos recomienda a la ayuda de la Iglesia, simbolizada en el mandato de que desaten a Lázaro para que pueda caminar.