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Hech.6,1-7; Sal. 32; IPe. 2,4-9; Jn.14,1-12.

No necesitamos una carta topográfica o un guía de turistas para saber dónde habita el Padre y encontrar el camino que conduce a él; Jesús es el camino, es a él a quien debemos seguir. “Desde que me tomó en sus hombros supe que él es mi camino”. (S. Agustín)

Hech.6,1-7.- Todos somos sacerdotes. Lucas nos da en esta lectura un cuadro ideal de la comunidad primitiva. Nosotros, sin embargo, podemos leer entre líneas la existencia de un conflicto entre los cristianos judíos residentes en Palestina y los judíos de la Diáspora. Los cristianos se envidian mutuamente y sus guías tienen la tendencia a liberarse del «servicio de la mesa», es decir, del servicio de la caridad ejercitado también por Jesús, por ejemplo, en la multiplicación de los panes y en la última cena, para refugiarse en un servicio especializado de la «palabra y de la oración». Dado que la comunidad cristiana tiene necesidad de ambas cosas, es necesario dividir las obligaciones y encontrar otros cristianos dispuestos a ponerse al servicio completo de sus hermanos.  

 Salmo 32.  Himno con estructura típica: introducción motivos y conclusión.

Invitación a la alabanza con acompañamiento musical. Los “buenos” o “justos” son la comunidad litúrgica del pueblo elegido, – en el N.T. será la asamblea de los redimidos -. Alabanza y acción de gracias se encuentran con frecuencia unidas.

 El plan de Dios es un plan de salvación que no pueden frustrar los planes humanos adversos; que incorpora en su realización las acciones de los hombres, conocidas por Dios. La confianza, como enlace del hombre con el plan de Dios, se convierte en factor histórico activo, para encarnarse en la historia de la salvación. Como el plan de salvación de Dios no tiene límites de espacio o de tiempo, así este salmo queda abierto hacia el desarrollo  futuro y pleno de dicha salvación, queda disponible para expresar la confianza de cuantos esperan en la misericordia de Dios.

 San Pablo nos habla del maravilloso plan de Dios, que desea salvar a todos los hombres por Cristo: «A mí, el más insignificante de todo el pueblo santo, se me ha dado esta gracia; anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo, e iluminar la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo… Según el designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro». (Ef. 3,8.9.11). Esta transposición embona perfectamente con la lectura que hicimos de Hechos.

 IPe. 2,4-9. Piedras vivas. Pedro define la iglesia según la concepción que tenían los primeros cristianos: la iglesia es el templo nuevo; ya no un edificio donde reside la gloria de Dios, sino una comunidad de creyentes que testimonia la presencia del Señor en la vida de cada día y en todo lugar. Esta nueva comunidad es “el lugar de Dios con los hombres”. Los cristianos son piedras vivas de este edificio, pero el fundamento es Cristo.  

 En este edificio (la iglesia), entran todos los bautizados como piedras vivas, ellos constituyen el nuevo pueblo de Dios que sustituye al antiguo. Y luego toca el tema del sacerdocio común que tiene su origen en el bautismo y ahí la hermosa expresión “Ustedes son: estirpe elegida sacerdocio real, nación Santa, Pueblo que Dios ha adquirido para que proclame las obras maravillosas de aquel que los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable”. Como vemos, atrás de un texto especialmente denso, rico en sugerencias, propio para una reflexión más a fondo a partir del mensaje de  IPe., está la necesidad de afianzar la unidad con Cristo.  

Jn.14,1-12.- Quien me ve a mí ve al Padre. Jesús anuncia su partida y todo hace prever un aspecto dramático. La cruz se perfila netamente. Aún en el creyente hay turbación; el Padre se esconde siempre, el camino es el camino del calvario, la vida encuentra la muerte, la verdad parece fallar. A Dios, nadie lo ha visto. Esta ausencia, advertida ya en el A.T. no será desmentida por el N.T.  El único rostro que nos ha concedido ver es el de Jesús. Pero el que ve a Jesús ve al Padre. De esta forma, Dios no es ya invisible. Es un hombre que camina a nuestro lado.

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Paulatinamente la liturgia va girando hacia Pentecostés, y la liturgia de la Palabra toma nuevos tonos. A mitad de la cuarta semana. Hech. y Jn., apuntan en esa dirección: Hech., mostrando la acción del Espíritu en la comunidad primitiva, sobre todo en lo que toca a la misión, y Juan, introduciéndonos, mediante los discursos de adiós, en el tema del Paráclito, del Abogado Defensor que Jesús enviará desde el seno del Padre.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

Camino, verdad y vida.

Jn.14,1-14, es un discurso de revelación. Cuatro pequeñas unidades lo forman y constituyen una unidad mayor. El v.1 es una invitación clara a la confianza, más que a la paz: No se turbe vuestro corazón, porque la fe en Dios es un apoyarse del hombre en el fundamento vital divino, que le confiere vida y existencia; un entregarse sin reservas y confiado en la promesa, bondad y lealtad de Dios, es decir, al amor fundante y absoluto del Dios revelado en Cristo. No podemos hablar de fe donde no existe la confianza; la fe en movimiento, aplicada, vivida, se llama confianza. Podemos decir que el justo vive porque confía en Dios. Y lo que hace esto posible es la certeza de un amor que se ha hecho cargo de nosotros, no en sentido infantil de dependencia, sino en el sentido que nos perdona y nos hace vivir.

Los vvs.2-4, con la imagen literaria de una mansión donde hay muchas habitaciones se nos habla del Dios donde encontrará cada uno y todos la plena posibilidad de amor, de felicidad eterna acomodada a la propia capacidad; nadie tiene, pues, que ocuparse de que no haya para él ninguna posibilidad, ninguna consumación de su anhelo “de estar con Dios”. Esa gran mansión nunca va a poner el letrero de «no hay lugar», lleno total; no, siempre habrá un lugar para todos. Nosotros ahora habitamos una mansión que va desmoronándose, paulatina e inexorablemente; pero al mismo tiempo, se nos prepara al cielo “otra mansión”, no hecha por mano de hombre y que está aguardándonos en el cielo. Hoy habitamos un cuerpo corruptible, después habitaremos un cuerpo incorruptible como el del Señor Resucitado. Para llegar a esa mansión hay un camino. 

De esta manera Juan introduce un tema sustancial. Se trata de un dato pedagógico. Se introduce el tema del camino, un camino, que por lo demás, los discípulos ya deben conocer. Tomás da pie para el desarrollo del tema: Señor, si no sabemos dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino? B.XVI comentó estas palabras como una de las expresiones más hondas con lo que Jesús expresa lo que Dios, lo que Jesús mismo es para nosotros. Es extremadamente importante notar que, con la metáfora del camino, la verdad y la vida, Jesús revela no lo que Dios es en sí mismo, sino lo que es para nosotros. Mucha atención con este matiz de la interpretación: Lo que Jesús es para nosotros: es camino, es verdad y es vida en cuanto es él quien nos lleva al Padre, verdad y vida en plenitud.  Y del hombre que no necesita nada más para vivir; el camino, la verdad, la vida, ¿no es éste el gran déficit de la humanidad?, ¿no hablamos de cultura de la muerte? De Nietzsche para acá, ¿no se ha acuñado hasta el abuso, la expresión falta de sentido? La falta de sentido es la nueva forma o expresión del nihilismo. Pérdida del camino, ausencia de verdad, cultura de la muerte, ¿no es ésta la mejor descripción que tenemos de nuestra sociedad y su cultura?

El camino. La metáfora del camino incluye la idea de que el hombre busca una orientación, en lo que la vida pueda designarse como camino, y justamente como camino de la vida. A esto se suma la cuestión del camino recto, porque se puede ciertamente errar por caminos y perderse. No preguntamos por un camino de la muerte.

También las religiones preguntan por el camino, por el sendero recto, que conduce a la redención y salvación. «Camino» no debe entenderse aquí como mera imagen literaria pues, si bien lo es, también es cierto que designa algo humanamente obvio. Cuando el hombre pregunta por el camino, está preguntando por el sentido y meta de la existencia. Para nosotros, Jesús y la revelación que Jesús aporta constituyen el camino.

Y también la verdad. No de cualquier tipo de verdad, físico- matemática o filosófica, meramente conceptual. El tema de la verdad en San Juan ha sido merecedor de ensayos e investigaciones importantísimas. Aquí, lo contrario a verdad no es una simple equivocación, sino la mentira. “Quien miente tiene la intención de engañar” (S. Agustín). El diablo es el padre de la mentira. Jesús es la verdad. ¡Cuánta mentira puede haber en nuestra vida y en nuestro entorno!  Y no es solo que digamos tal o cual mentira, es nuestra vida toda que puede llegar a ser mentira, una vida no auténtica. Aquí, por verdad entendemos la radical búsqueda humana de la verdad como experiencia de sentido y certeza que solamente se alcanza cuando aceptamos el amor incondicional de Dios, tal como se nos ha manifestado en Cristo. En esa dirección fundamental podría apuntar esta frase de San Juan.

En fin, la vida.  Vida es el password para entrar y comprender el evangelio de Juan. Podemos decir que todo el evangelio de Juan gira en esta idea. Lo veíamos el domingo pasado cuando Jesús resume el sentido de su presencia y su misión con estas palabras: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.  Al final de su evangelio nos dice que él escribió esas cosas para que creamos en Jesús el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo tengamos vida por medio de él.  En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres

La lejanía de Dios es la muerte. Justamente eso es lo que preocupa a Juan: la lejanía de Dios, como ausencia de sentido, felicidad y alegría, es lo que constituye el problema más grave y la auténtica enajenación de nuestra vida; mientras que la vida verdadera, como la que ofrece Jesús, consiste en que por Jesús se nos brinda la comunión divina. Jesús, el Hijo del hombre, es el que da la vida escatológica, por él ha sido dada esa posibilidad de vida que supera cualquier simple calidad de vida.    

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Un minuto con el Evangelio

Marko I. Rupnik, SJ

La vía es el camino y el camino conduce a una meta. Cristo se declara como camino porque lleva al Padre: para eso ha venido. Quien reconoce al Padre se reconoce Hijo. La vida en Cristo es el paso de esclavo a hijo. La verdad es firme, no decepciona. No hay que buscarla en las cosas, y menos en los conceptos. La única cosa segura y sólida, más que el cielo y la tierra, es la Palabra del Señor porque en ella el Señor es fiel. La fidelidad de Dios es la verdad. La comunión divina es la única que no se hunde, por eso el amor de Dios es verdad. Y precisamente esta comunión es la vida que permanece. Tener al Padre, ser generados y nunca abandonados, esa es la vida. «Quien me ve a mí, ve al Padre». También en el Hijo muerto se ve el amor del Padre que resucita y lo resucita. Nada puede destruir el amor del Padre. Y al final del camino de cada persona que ama se encuentra la vida.   

Excursus.

Conflictos en la iglesia.

Existe un libro del  biblista italiano, Benigno Papa, (Tensione e unita della Chiesa. Ricerca-histórica-critica negli Atti degli Apostoli.1974), donde se analizan los problemas de las comunidades primitivas. La iglesia primitiva tuvo tensiones y las tuvo verdaderamente grandes.  Hech., demuestra, no solamente la existencia de tales tensiones y problemas que, humanamente aparecían como insuperables, sino cómo en los momentos en que todo parecía entrar por un callejón sin salida, el avance de la Palabra seguía adelante. Ni siquiera las tensiones, sino que, incluso, valiéndose de las tensiones existentes en las comunidades, Dios iba realizando su proyecto.  Como podemos ver con facilidad: es la unidad lo que está en juego. Con esta pista de lectura podríamos leer todo el libro de los Hechos y comprobaríamos cómo, a pesar de las resistencias humanas, de las visiones estrechas y limitadas, de las envidias y los celos, de los pleitos y disensiones, y de las persecuciones, la Palabra de Dios iba extendiéndose cada vez más.  (6,7); La palabra de Dios crecía (12,24).

Este es un buen tema eclesiológico para nosotros que vivimos indiscutiblemente un momento difícil en la iglesia. Esto nos lleva a un primer convencimiento, a saber, que Dios a través de la fuerza del Espíritu escribe derecho en nuestros muy chuecos renglones. Esto no debe entenderse nunca como un llamado al cinismo, a la desvergüenza, a la irresponsabilidad. En Hech. no falta tampoco el líder, encadenado por el Espíritu, que lleva adelante la misión, y que sabe proponer y defender sus puntos de vista.

Tal es el fragmento que leemos hoy; se encuentra dentro de la sección 6,1- 8,3.  La iglesia de Jerusalén tiene graves problemas, tanto con las autoridades del templo como aparece en 4,1-3. En esta sección encontramos, también, el ciclo de Esteban y termina presentándonos a Saulo que, por su parte, se ensañaba con la iglesia, penetraba en las casas y arrastraba a la cárcel a hombres y mujeres.  (8,3)

Se desata un problema a interno de la iglesia; hay una queja, debido al crecimiento del número de los discípulos de lengua griega. De esta forma el narrador nos habla de una iglesia que comienza a expandirse fuera del judaísmo estricto. Es un avance de los problemas por venir, es más, se trata del problema fundamental. El problema es muy concreto. Los de habla griega se quejan de que sus pobres no son atendidos debidamente. Esto revela un problema que afecta el corazón de la primitiva comunidad. En 4,32.34, nosotros habíamos escuchado que en la iglesia todos tenían un solo corazón y una sola alma, y también, que nadie entre ellos pasaba necesidad, porque los que tenían propiedades voluntariamente vendían sus bienes y los compartían. Ahora, precisamente en este punto, hay problemas. Ya antes está el pasaje muy ilustrador de Ananías y Zafira que mintieron para quedarse con el dinero que habían prometido dar a la comunidad. ¡El dinero! ¡Siempre el dinero! Y eso de meter mano.

Se trata de un problema serio por lo que implica, por lo que tiene de fondo: el rompimiento de la comunidad, la falta de la caridad en la comunidad, la falta de solidaridad y compasión. Ese puede ser un camino muy peligroso y constituye la negación misma de la buena nueva. De ninguna forma es un problema menor.

Los apóstoles convocaron el pleno de los discípulos…. He aquí una actitud inteligente. Se reúne el pleno, el consejo, para discernir, para escuchar, para analizar el problema y tomar una decisión conjunta, aunque no se dice, seguramente en un ambiente de oración, y define las actividades. Por una parte, se dividen las funciones: los apóstoles no pueden dejar de anunciar el mensaje de Dios, para dedicarse a servir a la mesa, a la asistencia, al ministerio de caridad. Hay que delegar funciones, es una sabiduría elemental, y un acto de confianza; se tiene la valentía de delegar: elijan ustedes 7 hombres de buena fama dotados de Espíritu y habilidad, y los consagraremos a esa tarea. Los apóstoles se reservan otra función: nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra.  Tenemos, pues, un problema y una solución. Los problemas no deben asustarnos, siempre han existido y existirán, son realidades anejas a nuestra triste condición, “por aquello del pecado original”. Lo que sí debe preocuparnos, y mucho, es la forma cómo abordamos los problemas. El problema es la forma de abordar los problemas. Cuando los abordamos con actitudes equivocadas, o los dejamos correr, el resultado es necesariamente fatal. Un texto como éste, tiene mucho que decirnos, hoy, en nuestra iglesia.

Fueron propuestos 7 hombres de origen griego, se dan sus nombres, se los presentaron a los apóstoles y ellos, imponiéndoles las manos, oraron.

Cuando, desde esta perspectiva se enfrenta un problema, el resultado no puede ser más que positivo; el asunto fundamental es que la misión no ha de detenerse. Por eso este pequeño fragmento cierra, igual que los finales de todos los conflictos en Hechos, con esta frase: El mensaje de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso gran cantidad de sacerdotes, (¿!?), abrazaban la fe.