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En la vida de un huérfano la madre termina siéndolo todo. Excelsa vocación divina, la maternidad. ¡Feliz día de la madre! Hoy, domingo, en nuestra eucaristía, las recordaremos con amor filial.

Dios ha previsto nuestro descanso; ¿quién lo dijera?, el descanso es mandato de Dios. Nadie nos conoce como él y vio que un día seríamos “la sociedad del cansancio”; por ello, cada domingo la iglesia convierte en oración la esperanza del descanso: “Mientras aguardamos el domingo sin ocaso cuando entraremos por fin en tu descanso”. Profecía de la libertad plena que aguardamos: vernos libres de tantas esclavitudes como padecemos.

El mandato de observar el día de descanso tiene este escueto fundamento bíblico: «este día es santo». ¡Recuerda el día del descanso para santificarlo! El hombre, a ejemplo de Dios, está llamado a descansar un día: “durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas; pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios… porque en seis días el Señor hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, pero el séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día sábado y lo declaró santo” (Ex 20,9-11). Para Israel, el sábado, para nosotros, el domingo, día de la resurrección, de la nueva creación, del don del Espíritu

Puesto que Dios descansó tras realizar su obra, también nosotros debemos distanciarnos del trabajo y participar del descanso divino; Dios ha pensado en nosotros. Es curioso que el mandato de Dios no hable del deber de celebrar oficios religiosos. Nosotros reducimos el significado del domingo, en todo caso, a una Misa, más o menos rutinaria, sin embargo, originalmente, Dios quiere otra cosa. K. Rahner lo expresa así: “Dios no cuida en este mandamiento, si se puede expresar así, de que lo honren y le den culto, sino de los seres humanos y su libertad y liberación, Dios quiere crear para las personas un tiempo regular de descanso”. Se trata de nuestro descanso. Dios quiere crear un espacio de ocio para la gente, quiere que nos demos un respiro. Es bueno que nos distanciemos de nuestras obras, de lo contrario, nos aplastan. Necesitamos el descanso para regenerar nuestras fuerzas internas, para recuperar nuestra energía interior, para revitalizar nuestro espíritu. Para, evitar el burn out.

Dios bendijo el sábado. Bendición significa separación, consagración, fertilidad. Cuando Dios bendice el descanso desea que nuestra vida dé fruto. Si descansamos de nuestro trabajo, el trabajo también se beneficia, se hace más fructífero. Pero parece que hemos perdido también la capacidad de descansar, y continuamos el trabajo durante el domingo, nos lo llevamos a casa e invertimos el domingo trabajando. La convivencia con los nuestros se dificulta. Incluso la alternancia del día y la noche, en la Biblia, es la alternancia del trabajo y el descanso; los tres turnos de trabajo, es invención nuestra. Un himno litúrgico dice: «Creador sempiterno de las cosas/ que gobiernas las noches y los días/ y alternando la luz y las tinieblas,/ alivias el cansancio de la vida». Nosotros hemos roto el ritmo divino y hemos enloquecido.

Libertad en juego. El descanso semanal es, pues, una referencia al acto liberador de Dios. No solo en el descanso de Dios, luego de la creación, también se fundamenta en la gesta liberadora que Dios realiza de su pueblo de la esclavitud de Egipto. «El Señor te hizo salir de ahí con el poder de su brazo. Por eso el Señor tu Dios te manda celebrar el día del sábado». El descanso dominical tiende a ser la expresión de nuestra libertad, quiere evitar que nos dejemos dominar por unos señores y que se decida sobre nosotros. Y es un día que poco a poco elimina todas las diferencias entre señores y esclavos. Dios quiere que el domingo se ponga fin a las diferencias denigrantes dentro de la sociedad humana, todos deben participar de la festividad del domingo. Con el mandamiento del descanso semanal, escribe G. Lohfink, «Dios deshace la base de una sociedad de esclavos, incluso de toda sociedad de clases. La celebración dominical comunitaria de la fiesta de la liberación por Dios también conducirá a otra convivencia semanal».

Así pues, la celebración del día del Señor tiene una dimensión profundamente humana; Dios nos quiere libres. ¡Qué ironía!, en tiempos de Jesús el sábado, se había convertido en una de las peores fuentes de opresión. Las religiones, por lo general, provocan angustia. Estaba reglamentado en una forma tal que hasta los pasos que se podían caminar estaban contados. No se podía llevar a los enfermos al médico.  El sábado constituyó una de las polémicas más intensas de Jesús contra la deformación religiosa de su tiempo y de todos los tiempos, precisamente porque representaba una opresión, una esclavitud; se había traicionado el proyecto original de Dios, el descanso y la libertad del hombre.

En cierta ocasión curó en sábado a una mujer enferma por lo cual fue duramente criticado y acusado ante las autoridades religiosas de impiedad. Los oficiales de la religión estaban escandalizados de su libertad frente al sábado y Jesús les reprocha: si su buey o su asno  caen en un pozo, ¿no los sacan, aunque sea en sábado? ¡Hipócritas! Y a esta mujer a quien satanás tenía oprimida (enferma) desde hace muchos años, ¿No podemos liberarla, aunque sea en sábado? ¡Vayan y aprendan lo que significa: misericordia quiero y no actos religiosos! Las multitudes que lo seguían para que curar a sus enfermos, si era sábado, esperaban que se pusiera el sol para llevar a los enfermos ante Jesús. Por eso Jesús establece la norma máxima de toda ley: “el sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado”.

Con sus curaciones, Jesús nos hizo ver el verdadero significado del sábado. El domingo, las personas han de percatarse de su libertad originaria. Este día el pueblo también debe recordar la felicidad y la belleza de su propio origen, la creación y el paraíso. ¡Y recuperar la alegría! El recuerdo de los orígenes se convertirá en esperanza de lo que será el Reino de los Cielos. Todas las fatigas de la vida habrán terminado allí, nadie será ya presa de nadie y se manifestará la realización de todos. El domingo se convierte entonces en esa profecía, en esa esperanza: libres en el país de la libertad. El domingo proclamamos la esperanza de participar un día “en el domingo que no tiene ocaso”. Cuando Dios sea todo en todos.

El domingo nos protege, también, del Estado y de los intereses de la economía que quieren tener un poder absoluto sobre nosotros. El domingo nos protege de los noticieros y de su carga violenta. Hoy existen muchas presiones en nuestra sociedad que pretenden poner el domingo bajo el control de la economía. El fundador de la Teoría Crítica, Max Horkheimer, lo ha denunciado. Considera este autor que las religiones, justamente por abarcar más con su mirada, mantendrán vivo dentro de la sociedad el deseo del “totalmente otro” (Dios), el deseo de una realidad diferente a la realidad que nos asfixia. Y sin este deseo, que vislumbra que el más acá no es todo y algo dentro de nosotros escapa del dominio de la economía, sin este deseo digo, la sociedad se convertiría en algo brutal y frío.

El domingo es la protesta visible de la religión contra el poder absoluto del Estado y de la economía, del trabajo por el trabajo, de la obsesión productiva. El domingo es la opción por el hombre. Las obligaciones económicas no deben disponer de nosotros, sino Dios, que nos arranca de estas obligaciones y nos reserva un día santo, curativo y beneficioso.

Los católicos tenemos un medio inefable para esta celebración. Para mí personalmente, la Eucaristía dominical es un asunto vital. En ella hacemos referencia al hecho fundante de nuestra libertad. No de una libertad sociopolítica, ni siquiera una libertad frente a los poderes económicos o estatales, sino la libertad más profunda y total, cuando celebramos el triunfo de la vida, cuando se resuelve el misterio más profundo de la vida.

Toda eucaristía se refiere al mismo hecho fundante, la muerte y la resurrección de Cristo, pero la eucaristía dominical tiene un plus de significado, “es el día en que Cristo venció la muerte, y nos hizo partícipes de su vida inmortal”. En la eucaristía, celebramos, volvemos a hacer presente y participamos de esa victoria. Sin esta liberación radical no existe ninguna libertad posible. De aquí brotan todas las posibilidades; la posibilidad para amar, para servir, para la esperanza. Para la alegría serena, aun en medio de las dificultades. Celebremos el domingo hasta que el Señor vuelva y “Dios sea todo en todos”.