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Sácame, Señor, de la angustia. (Sal.143,11)

¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe? Y es que la fe en movimiento es confianza. La tormenta amenaza con hundir la barca en la que van los discípulos; y Jesús dormido sobre un cojín en la popa. Ellos, llenos de miedo, lo despiertan: “Maestro, ¿no te importa que naufraguemos?”, él se despierta e increpa al viento y ordena al mar: ‘cállate, enmudece’; fórmula de exorcismo. “El viento amainó y sobrevino una gran calma”. El mar es el lugar de todas las fuerzas hostiles que perturban al hombre, de las profundidades temibles, de las aguas formidables. Jesús mantiene una clama serena cuando lo demoníaco se desata. Lo conoce. Y el viento y el mar le obedecen. Ahora Jesús reclama a los suyos su cobardía y su poca fe. No han comprendido el mensaje: siguen presas del miedo. Vencer el miedo no es fácil, cierto. El relato tiene un valor simbólico que hace posible su lectura siempre y a todos porque nos parece siempre que el Señor duerme y no le importa que la barca se hunda con nosotros a bordo. En la larga historia interpretativa de este relato, la barca ha sido vista como una imagen de la Iglesia, de la comunidad de los discípulos que no pocas veces, ante la tormenta, la adversidad se ven dominados por el miedo y la desesperanza. ¿Quién es éste que hasta el viento y el mar lo obedecen?, es la pregunta calve.

Si bien el mensaje va dirigido a su comunidad, vale para todos, creyentes o no, dado que el miedo y la angustia son globales, multiformes, obsesivos. El errático y fementido mundo de la política ha puesto la cereza del pastel. El discurso político se construye sobre millones de muertos; en México más de medio millón. A. Baricco ha escrito sobre el tema. A la pregunta: “El mundo se vuelve cada vez más difícil de entender para los no especialistas. Se creía que la pandemia iba a suponer el regreso de los expertos y nos iba a librar de los populismos”, responde: “El populismo no sabemos cómo acabará. Pero esta pandemia ha sido la última función solemne y gloriosa del especialista. El saber médico sale de esta pandemia muy redimensionado; hemos entendido que los números cuentan relativamente. Con la vacuna, la ciencia ha dado indicaciones durante toda la pandemia que nos parecerán delirantes en unos años. Números que se revelarán falsos. Hay sitios del mundo donde no se pueden contar los muertos. Así que colectivamente se saldrá pensando que la ciencia puede ser útil, pero que no basta para superar los límites y los sufrimientos”.

Tiempo de obsesiones. Los sicólogos clínicos nos advierten del peligro de las obsesiones. Nunca habías tenido tantos escrúpulos, te preocupa la cantidad de veces que te lavas las manos últimamente, y te sientes un extraño cuando evitas un asiento libre en el autobús solo porque le ves mala cara a la persona que lo ocupaba. Es comprensible después de un año de confinamiento, de pandemia y una espiral informativa confusa y contradictoria que no cesa, escribe E. G. Huete, en referencia a pacientes obsesivos. “En consulta se ve que han vuelto a sus obsesiones hasta el punto de lavarse las manos durante 10 minutos, dañándose la piel”. Nos quedan el miedo y la angustia como esquema de vida. Y eso no es vida. Los niños están dañados severamente, viven en un mundo que no es el suyo. El relato de la barca en peligro nos marca un rumbo a seguir: la confianza, la esperanza en Alguien que es el más fuerte y va en la misma barca.

Y de angustia. La angustia es un miedo general ante una realidad imprecisa y envolvente, que hace imposible la esperanza, tal es la situación social que vivimos. Apenas nos juntamos algunos amigos, algunas familias, y el tema que aflora es la incertidumbre, el miedo, la sensación de horizontes cerrados, de amenaza, de muerte. Esto hace de nosotros seres angustiados, aislados, paralizados. Ante las dificultades de la vida somos atrapados por un miedo profundo que nos paraliza. Somos como una barca que azota el viento, que golpean las olas, que amenaza con hundirse. Muchas veces las dificultades que nos rodean son más grandes que nosotros, al grado tal que resulta inútil un llamado a la esperanza. Somos presa de fuerzas que no dependen de nosotros. Por lo tanto, tememos por nosotros y por los que amamos. No solo es la pandemia, es la confusa, movediza e inquietante realidad política. Nos asusta la sequía apocalíptica. Nunca, nadie había visto la cascada de Basaseachi seca; se ve la herida universal de la madre tierra, seca, vacía, negra, muerta, sin agua. Pero las minas ganan y los políticos discursean. 

El yo también cae. No solamente las realidades externas son las que nos amenazan sino también nuestras limitaciones, la enfermedad, la vejez, la muerte. Un agotamiento nervioso, un derrumbe psicológico, un problema económico, la falta de trabajo, realidades todas que hacen de nosotros seres presos de la inseguridad y el miedo.

Y también nos preguntamos sobre la Iglesia y, según una expresión del entonces cardenal Ratzinger, se nos figura “una barca que hace agua”. Y tenemos miedo también de su futuro porque nos parece que en la sociedad y en la cultura actuales no hay lugar para ella. Tememos también por la suerte de la sociedad, de la que formamos parte, por los escándalos en cadena, por la corrupción y el aniquilamiento de los genuinos recursos populares y de la naturaleza.

En una ocasión le preguntaron a Bernard Haering, viejo y santo sacerdote, especialista en teología moral: «¿Dónde está el diablo?» y él respondió: «el diablo es el pesimismo. Abandonarse a la angustia que disminuye las energías, creer que el mal saldrá vencedor, esperar siempre lo peor: he aquí cómo el diablo hoy tienta a los débiles y se identifica con las fuerzas negativas de la historia. Y desgraciadamente tiene muchos aliados. Son aquellos que solo saben lamentarse y que no hacen nada para descubrir las fuerzas positivas, para comprender la lucha que en el mundo contemporáneo se realiza contra los espíritus malignos personificados en la violencia y en los abusos de autoridad, en la mentira».

Los discípulos, en medio de la tempestad, mientras Jesús duerme, somos nosotros en medio de las dificultades, de las cuales saldremos victoriosos por la intervención de Jesús, que manda al viento y al mar y calma todas las tempestades, de forma que la barca pueda llegar a buen puerto. En las dificultades tenemos la confiada certeza que todos los acontecimientos de la historia son dirigidos por Dios para el bien de los que lo aman. Entonces, ¿Por qué tenemos miedo? Porque no tenemos confianza en Jesús que va en la barca ni contamos con su poder. Tampoco sabemos ver los elementos positivos y los signos de esperanza, – aunque sean pequeños -, que hay en torno nuestro aún en un mundo que parece andar a la deriva. El verdadero motivo está en el hecho de que no sabemos leer tales signos y no tenemos el coraje de comprometernos. El verdadero creyente sabe descubrir los signos positivos de la presencia de Jesús en la propia vida, en nuestro tiempo, no obstante, su aparente silencio. No obstante que Jesús “vaya dormido”. Ser creyentes es saber que él está siempre con nosotros, en nuestra vida, en nuestra barca, en los revueltos acontecimientos de nuestra historia. 

Jesús duerme. El silencio de Dios es el hecho más trágico y real de nuestro tiempo. Dios ha liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto y ha resucitado a su Hijo Jesús de entre los muertos; Ahora, ¿Por qué calla? Su presencia es perceptible sólo en la experiencia que uno hace en la propia vida y en la historia de la liberación realizada por Dios. Pero ¿Dónde está hoy esta posibilidad de amar, de esperar y de cambiar las situaciones? En este silencio está el “no obstante” de la fe; creemos, esperamos, no obstante… esperamos contra toda esperanza. Poseemos la esperanza que no defrauda. En la general inconsistencia y provisoriedad de las cosas que pasan, cuando nos encontramos frente a la nada y el vacío, permanece para nosotros sólo un punto fijo y estable, en el cual apoyarnos y en el cual confiar. Sólo Dios es nuestro sostén, el que da seguridad a nuestra inseguridad, en la movilidad del todo, en la inestabilidad del acontecer. Jesús está allí, en nuestra barca, aunque duerma. En realidad, es nuestra fe la que duerme, así es de que, ¡despertemos!

«Hasta el viento y el mar lo obedecen»: Es la exclamación asombrada de los discípulos que han visto a Jesús increpar a las aguas tumultuosas del lago, y manifestarse así Señor de la naturaleza y de las fuerzas hostiles. La escena hace que los discípulos se pregunten: ¿Quién es éste? Para ellos el momento es por lo tanto un momento de descubrimiento y de fe. ¿Quién es éste?, es la clave con la que podemos leer el pasaje de la barca en peligro; y todo el evangelio.