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V Domingo de Pascua B.

Hech. 9,26-31; Sal 21; IJn. 3,18-24; Jn. 15,1-8.

 

Oración opcional. Oh Dios, que nos haz injertado en Cristo como sarmientos en la vida verdadera, concédenos tu Espíritu, para que, amándonos unos a otros con un amor sincero, seamos primicias de una humanidad nueva y demos frutos de santidad y de paz. Por NSJ…

 

Hech. 9,26-31. El Precio de la Paz – La vocación apostólica de Pablo no depende ni de los 12 apóstoles ni de la comunidad de Jerusalén, sino que tiene su origen únicamente en Dios. No obstante permanecer atento para no separase de la Iglesia Madre, el Apóstol, conserva su propia originalidad. EL evangelista Lucas, preocupado sobretodo de mostrar la unidad orgánica de la misión de la Iglesia atenúa las discusiones, con una descripción entusiasta de la unidad y de progreso de la evangelización. La unidad jamás es perfecta, y sin embargo el evangelio no puede difundirse si sus portavoces no están profundamente unidos entre ellos en la Iglesia; ésta, sin embargo, debe reconocer la acción del Espíritu en cada uno de sus miembros.

 

Sal 21. Leemos este domingo un fragmento del Salmo 21, vv. 26-32. Es un salmo muy conocido porque Jesús en la cruz pronuncia el inicio de este salmo: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?, a pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza”.

 

Súplica a Dios en un momento de sufrimiento y abandono. Salmo de gran intensidad, expresada en vigorosas imágenes, en insistentes peticiones, y también en una esperanza triunfante. Esta parte es la que leemos este domingo.

 

Transposición cristiana. Siendo este salmo una de las plegarias más intensas del justo afligido, no es extraño que lo tomara en sus labios Cristo en el momento extremo de sufrimiento corporal, de abandono, del triunfo de los enemigos, de la cercanía de la muerte. La paradoja es que el Padre no salvó aquella única vida de la muerte, sino que por la muerte la condujo a la suprema victoria: y en esa victoria estableció el reino universal de su Hijo, reveló la salvación a todos los pueblos. En los Evangelios leemos datos que responden exactamente a algunos versos de este salmo; pero todo el salmo, por sus imágenes acumuladas, por la intensidad tensa entre dos extremos, invita a una lectura simbólica. Al escucharlo de labios de Cristo, el cristiano perseguido aprende la paradoja del sufrimiento y la gloria y redobla su confianza rezando este salmo.

 

IJn. 3,18-24. Fidelidad al Amor – El «corazón», para Juan, es nuestra conciencia, este centinela que controla nuestras acciones pero, aunque la conciencia nos acusa, debemos creer siempre en el amor misericordioso de Dios que está por encima de cualquier ley, tanto interna como externa. La verdadera medida de nuestras acciones no es la conformidad con un reglamento, sino nuestra capacidad de amor, de abrirnos realmente a la presencia y a las exigencias de los demás.

 

Jn. 15,1-8. La vid y los sarmientos – Al término de la Cena Pascual, ante una copa de vino, se daba gracias a Dios por el fruto de la vid, que representaba al pueblo hebreo trasplantado de Egipto a la tierra de Israel (Sal. 80); después se rogaba por la restauración y crecimiento de esta “viña”. De la Pascua de Jesús nacerá una nueva viña, la verdadera, que dará fuerza y alegría a todos los hombres. Para que podamos dar buenos frutos, nosotros que somos los sarmientos de la viña del Señor, debemos permanecer íntimamente unidos a él que es el tronco a través del cual llega la savia hasta nosotros. Si no hay una unión perfecta no debemos maravillarnos que nuestra uva sea áspera y seca, incapaz de proporcionar el vino nuevo para nuestro mundo.

 

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Primer Lectura. Hech. 9 narra la vocación de Pablo; hoy leemos un fragmento de este capítulo que en forma rápida, intensa y dramática nos habla de la aparición del Pablo cristiano en Jerusalén.

 

Pablo no pierde tiempo, Bautizado y lleno del espíritu Santo, ahora puede ver con claridad, “se le cayeron de los ojos unas como escamas, recobró la vista, se alzó y se bautizó, comió y recobró las fuerzas”. El paso se ha dado; ahora Pablo, recuperado, se dedica inmediatamente a la labor para la que el Señor lo ha llamado. (9,20-21). El Señor no llama a nadie para que sea un simple espectador de los acontecimientos. Como a Pablo, a los apóstoles de todos los tiempos, Jesús los llama para que se impliquen en la obra de anunciar el evangelio de la vida. Esto tiene mucho que decirnos en nuestro tiempo, cuando estamos tentados a reducir nuestra pertenencia a la iglesia, nuestra vocación a simples espectadores, cómodos “oyentes” pasivos de una Misa dominical.

 

Pablo en Damasco.

Pablo se inicia en Damasco anunciando que Jesús es el Hijo de Dios y causando admiración. “Muy pronto se puso a proclamar en las Sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. Todos los oyentes comentaban asombrados: ¿No es éste el que se ensañaba en Jerusalén contra los que invocan dicho nombre? ¿Y acá ha venido para llevárselos presos a los Sumos Sacerdotes? Pero Saulo iba ganando fuerza y confundía a los judíos en Damasco, afirmando que Jesús era el Mesías”. (9,20,22). Por esta razón los judíos de Damasco deciden eliminarlo y ponen cerco a la ciudad para que Pablo no se les escape; enterados de estos proyectos, los discípulos tomaron a Pablo durante la noche y le descolgaron por la muralla dentro de un cesto. De esta forma, desde los primeros momentos, Lucas nos presenta el destino de Pablo; en estas pocas letras, que siguen inmediatamente al relato de su vocación, está trazado ya el futuro del Apóstol. “Yo le mostraré cuánto tiene que sufrir por mi causa”.

 

Pablo en Jerusalén.

Así llega a Jerusalén junto con Bernabé. El papel de Bernabé en la vocación de Pablo es decisivo. No hay espacio para comentarlo detalladamente. Pero podemos decir que Bernabé fue el que salvó la naciente vocación de Pablo, lo salvó del desaliento que Pablo experimenta al sentir el recelo de los otros Apóstoles. 9,26 es todo un tratado de la desconfianza. Hch. 9,26 es un fragmento muy importante y revelador: Cuando Pablo regresó a Jerusalén, trató de unirse a los discípulos pero todos le tenían miedo, porque no creían que se hubiera convertido. Despierta el mismo recelo que en Damasco. Pablo ha retornado a Jerusalén, el lugar donde había partido para Damasco; salió Saulo, y volvió Pablo. Intenta acercarse a los “discípulos”, pero, ante su conversión imprevista la primera reacción de ellos es de miedo, incredulidad y desconfianza. Tal actitud tiene su lógica: el recuerdo de su ferocidad debía estar todavía vivo en la experiencia de los discípulos. Interviene entonces Bernabé, (nombre que significa el hombre que infunde ánimo) para defender la causa de Pablo ante los apóstoles. Les contó cómo en el camino había visto al Señor y que éste le había hablado, y les dijo cómo en Damasco se había expresado abiertamente sobre el nombre de Jesús. Relatar para animar, poniendo a la luz la obra maravillosa del Espíritu Santo: la intervención de Bernabé refleja perfectamente el objetivo para el cual Lucas escribe el Libro de los Hechos, un relato que quiere exhortar a los lectores y animarlos en su fe. Llama a los apóstoles de todos los tiempos a superar sus prejuicios, sus dudas, sus celos, sus dogmatismos, sus desconfianzas, y confiar más en el plan de Dios, en la acción del Espíritu Santo.

 

En Jerusalén Saulo se movía con toda libertad y, “Anunciaba valientemente el nombre de Jesús, conversaba y discutía con los judíos de lengua griega, los cuales intentaban eliminarlo”; de nuevo aparece el esquema que dominará el libro de los Hechos: las dificultades, que a veces parecen insuperables, en el anuncio del evangelio, pero que siempre salen adelante por caminos imprevistos que el Señor va mostrando. En este episodio aparece lo que será en adelante el camino de Pablo. Esa es la razón de su vocación. Hombre excepcional, fronterizo, judío de nacimiento, griego por su formación, y romano por su ciudadanía, Pablo es el mejor expositor de la universalidad del cristianismo. Esto, dicho sea en forma breve, nos sugiere el texto de este domingo, y de él brotan muchas reflexiones para nosotros llamados, antes que por nadie, por el mismo Señor Jesús, para ser enviados a predicar el evangelio, no obstante todas las inmensas dificultades que encontremos para realizar esta misión.        

 

Evangelio. El capítulo 15 reporta el inicio del segundo discurso de despedida en la última cena. En el fragmento que hoy leemos, el Maestro quiere inculcar la necesidad de la unión profunda y vital con su persona divina y la ilustra con eficacia mediante la imagen de la vid y los sarmientos. Como los sarmientos viven y dan fruto sólo si corre por ellos la linfa del tronco, así los discípulos podrán dar frutos de vida y de salvación solamente si permanecen vitalmente unidos a Cristo. La expresión temática dominante en esta primera sección del discurso de adiós, está constituida por la expresión “Permanecer en”. Debemos tomar en cuenta que esta expresión es característica de este fragmento, porque aquí aparece 16 veces, mientras que en los restantes fragmentos del cuarto evangelio es usada en sentido espiritual únicamente (Jn 5,38; 6,56; 8,31; 12,46; 14,10).

 

Jesús está por dejar a sus amigos; la última cena, según Juan, es una cena de despedida, una cena para decirse adiós. Él está por iniciar el retorno al Padre. Él les ha enseñado que no los abandonará, que volverá a ellos con el Padre y el Espíritu de la Verdad para permanecer en su corazón. Los discípulos pueden vivir siempre cerca de su maestro, aunque no lo vean con los ojos del cuerpo; es más, ellos deberán permanecer íntimamente unidos a su Señor, si quieren dar fruto. Y es muy importante notar que, aquí, dar fruto no se refiere a ningún trabajo misionero, sino al crecimiento personal en el amor, en la confianza, en la entrega, en la fe en Jesús. El concepto «dar fruto» se desprende directamente de la imagen sin que el contexto proporcione ninguna aclaración complementaria. Se trata de «toda la cosecha» de una vida en comunión con Jesús y no sólo ni preferentemente del fruto misional. (J. Blank) En Jn 15,1,11 Jesús, con imágenes sugestivas y exhortaciones apropiadas quiere suscitar en sus discípulos el deseo de vivir profunda y existencialmente unidos a su persona divina. El discurso aunque no lo parezca a simple vista, es profundamente eclesiológico, Jesús es el fundamento de toda unidad y existencia de la comunidad. Él es la vid verdadera. Él toma el lugar del pueblo de Israel, una viña que no dio frutos (Cf. Is 5,1,7); pero la Iglesia, la nueva comunidad, no puede tomar simplemente el lugar de Israel, sino a través de su unión íntima y vital con quien es la Vid Verdadera. La homilía puede girar entorno a la necesidad de permanecer también nosotros íntimamente unidos a Cristo mediante nuestra fe y nuestro amor, mediante nuestra confianza y la seguridad que brota de su amor.

 

UN MINUTO CON EL EVANGELIO.

Marko I. Rupnik.

 

En nuestra fe Dios no queda reducido a una idea, por muy bella y alta que sea. Dios es una persona viva y creer no significa pensar o querer a Dios. Nuestra fe revela que entre Dios y el hombre hay una auténtica y verdadera relación. Esta relación no depende de la sola atención humana y no se agota en el esfuerzo humano por mantenerla. El hombre vive porque Dios se relaciona con él. La existencia humana se cimenta en Dios, savia vital que hace que el hombre viva, nos une a Dios porque proviene de él, igual que el sarmiento y la vid están unidos. Si el sarmiento se separa de la vid, se marchita, no da fruto, más aún, se seca. Por eso es prioritario el compromiso del hombre por cuidar la relación con Dios, de la que depende nuestro obrar. No basta prestar atención a los frutos que queremos dar, cómo deben ser, cómo cuidarlos, si no estamos preocupados por estar adheridos a la vid.