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Num. 6,22-27; Sal.66; Gal.4,4-7; Lc. 2,16-21

Oración Opcional.-

Padre bueno que en María, Virgen y Madre, bendita entre todas las mujeres, has puesto la morada de tu Verbo hecho hombre entre nosotros, concédenos tu espíritu, para que toda nuestra vida, con el signo de tu bendición, se haga disponible para acoger tu don.  Por N.S.J….

Num. 6,22-27.- Deseos de año nuevo.  Esta lectura reporta la bendición que los sacerdotes daban al pueblo al término de las grandes fiestas litúrgicas, particularmente en las fiestas del año nuevo. Expresar buenos deseos a alguien o bendecirlo, es siempre afirmar que la felicidad de una persona no depende sólo de ella. Pero no basta desear el bien: es necesario, sobre todo, hacerlo, y solo puede bendecir o expresar buenos deseos el que hace el bien. Éste «bien» Jesús lo realiza, porque en él se celebra el reencuentro de la libertad humana y libertad divina, prometida en un año nuevo y eterno: el año de gracia.  

 Sal.66.- El pueblo pide la bendición, la recibe y alaba a Dios por ella. Se pide la bendición. Iluminar o hacer brillar el rostro es mostrarse afable, benévolo, disponible. El rostro como expresión auténtica de la persona. La bendición de Dios sobre los campos es fecundidad: la primera bendición del Génesis, que puso en marcha la inmensa fecundidad terrestre, se repite periódicamente en nuevas bendiciones. La tierra fecunda atestigua que nuestro Dios nos bendice.

 Pablo dice: «Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que por medio de Cristo nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales». (Ef. 1,3).

«El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es participación en la sangre de Cristo?». (1Cor 10,16).

«Cuando vaya a visitarlos, iré con la plenitud de bendición del Evangelio de Cristo». (Rom. 15,29).

«La tierra, bebiendo con frecuencia la lluvia que cae sobre ella y produciendo plantas útiles para los que la cultivan, recibe de Dios bendición». (Heb. 6,7)

Gal.4,4-7.- Dios no asusta.  «He elegido la libertad: Pablo pone este grito, aún hoy, en la boca del cristiano. En el momento en que surgen nuevas formas de esclavitud, él proclama que el hombre es más que un número, una tureca más en más en la línea de producción, más que un simple consumidor. Nacido como nosotros, Cristo ha revelado el valor y el sentido de toda vida humana; se ha hecho hombre, a fin de que nosotros nos hagamos «dioses» y podamos decir con él «Padre Nuestro». ¿Experimentamos esta certeza de ser hijos, libres y amados, por Dios?  

 Lc. 2,16-21.- Jesús significa «Dios salva».- Bendita la madre que ha puesto en el mundo a este Niño. Pero igualmente felices todos aquellos que, como María, reciben en la fe y en la oración la salvación que Dios ofrece.

 Sugerencia de homilía.

En el evangelio de hoy, María ocupa un puesto aparentemente limitado, sin embargo, su papel es esencial. En torno a Ella giran los pastores y los habitantes de Belén, que hacen de fondo a su figura poniéndola de relieve a través de un juego de luces y sombras.

 Lucas se detiene con gusto a describir a los pastores listos a ponerse en camino y contar lo que han oído y visto: el mensaje de los ángeles los ha puesto en ebullición, y los ha convertido en comunicadores alegres. Su agitación y su discurso no hacen más que subrayar, en contraste, la fría indiferencia de los habitantes de Belén, que ni se mueven ni hablan.

 La actitud de María, inmóvil y silenciosa, aparece profundamente diversa tanto de la actitud de los pastores como de la gente de Belén.  También Ella está llena de asombro, pero no se agita, tampoco se encierra en sí misma: extremadamente atenta a lo que ve y oye, «conserva» todas estas cosas, es decir, registra y sobre todo interioriza, confiando con cuidado a la propia memoria lo que está sucediendo, con la íntima convicción que se trata de algo fundamental en su propia vida. «Meditaba en su corazón», escribe Lucas. El contexto bíblico de esta expresión le confiere un significado preciso: reflexionando sobre aquello que le han dicho los pastores, María se prepara para acoger el futuro (cf. Lc. 1,66), el futuro de su Niño, sin duda, pero también el suyo. ¿Cómo podrían estar separados? No puede comprender todo de forma inmediata.  Llegará a comprenderlo solo a los pies de la cruz, o mejor todavía, después de la resurrección.

 María, pues, no olvida, no pierde lo vivido; por dos veces, Lucas, nos dice que dos veces  que María “conservaba estas cosas en su corazón” (2,19.51 y usa el mismo verbo diatéreoo, que es meditar, conservar diligentemente. El hecho de demasiado grande para ser olvidado igual que para ser interpretado. María se esfuerza en esa línea). Si María nos ha ayudado a vivir el adviento, igual nos ayuda ahora a vivir la Navidad para que ésta no deje solo basura quebrantos.

 Al inicio de un nuevo año en el que Dios estará con nosotros, este tema de meditación es particularmente significativo: debemos aprender a reconocer la presencia de Dios y darle gracias. Meditemos también nosotros lo que hemos vivido esta temporada litúrgica; se trata de nuestra salvación.