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La tristeza ha matado
a muchos. (Samuel).

Alegría, felicidad y buenos deseos, es el tema recurrente de la temporada; la mercadotecnia nos saturará con ello orientándonos al consumo.. Pero no olvidemos lo dicho por Sócrates: “la felicidad la hace solamente uno mismo con la buena conducta”. Diantre de Sócrates.

Solo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego, esto dicho por Aristóteles. No se trata, pues, de pasarla bien o de la ausencia de problemas, sino de esfuerzo, de virtud y disciplina. Y la Sabiduría que nos enseña lo que la vida es en sí. El que le exige demasiado a la vida, termina suicidándose, (J.V.). Jesús nos dice que no tengamos miedo, que él ha vencido las potencias oscuras que nos amenazan, al Diablo que valiéndose del temor a la muerte nos mantenía cautivos. (Heb.2,15).

También la comunidad de Jesús ha de poner mejor cara. Papa Francisco, hombre porteño, dueño del buen caló de las ramblas, de Corrientes y Almagro, ha advertido a los cristianos que no tengan “esa cara avinagrada”, que no tengan “cara de funeral”. Y, es que es difícil fingir alegría con un corazón triste: “La Iglesia ha de ser siempre alegre como Jesús. La Iglesia está llamada a transmitir la alegría del Señor a sus hijos, una alegría que da la verdadera paz”. Pero ¿dónde está   esa iglesia? Demuéstrenme con sus rostros que están salvados y yo creo en su Salvador. (F.N.)

¿Cómo no ver, igual, que la alegría es siempre imperfecta, frágil, quebradiza? Por una extraña paradoja, la misma conciencia de lo que constituye, más allá de todos los placeres transitorios, la verdadera felicidad, incluye también la certeza de que no hay dicha perfecta. La experiencia de la finitud, que cada generación vive por su cuenta, igual que cada historia personal, obliga a constatar y a sondear la distancia inmensa que separa la realidad del deseo infinito. Las ingratitudes, las traiciones, los derrumbes psicológicos, el tiempo que pasa y pesa, el dolor en sus mil formas, todo, todo nos dice que la felicidad aquí en la tierra nunca es plena. Que algún hijo ya no estará en la cena.

La felicidad, sin embargo, es posible también en el dolor y en la adversidad. Debemos contar con el dolor en todas sus formas. J. B. Freire, (La felicidad inadvertida), ha escrito al respecto, analizando el testimonio de los sobrevivientes de los campos de concentración nazis, (y no consideró los rusos): “Ellos nos enseñan, – también los que no regresaron -, a enfrentarnos audazmente con el dolor, sin miedo al descalabro interior o a la infelicidad (…) Una enseñanza que se concreta en no tenerle miedo al dolor, porque ese miedo encoge y paraliza, y ahuyentamos la felicidad. Por lo tanto, resulta algo ligeramente insensato imaginar una felicidad al margen del sufrimiento, de las dificultades, de los problemas, de los errores, los cansancios, las tristezas”.  Pablo, desde la prisión anima a los fieles de Tesalónica: “Estén felices, se los repito: estén felices en el Señor”. Solo en él.

Comprendo, sí, a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta, pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lam. 3,17.21-23.26).

Pablo VI, con visión profética, vio que, eso que llaman falta de sentido, habría de concretarse en la tristeza; vio que, como una pesada capa de efecto invernadero, la tristeza se acumula sobre el mundo. Y redactó una pequeña joya de su magisterio invitando al optimismo cristiano.  “Sin embargo, escribe, esta situación no debería impedirnos hablar de la alegría, esperar la alegría. Es precisamente en medio de sus dificultades cuando nuestros contemporáneos tienen necesidad de conocer la alegría, de escuchar su canto. Yo comparto profundamente la pena de aquellos sobre quienes la miseria y los sufrimientos de toda clase arrojan un velo de tristeza. Pienso de modo especial en aquellos que se encuentran sin recursos, sin ayuda, sin amistad, que ven sus esperanzas humanas desvanecidas. Ellos están presentes más que nunca en nuestras oraciones y en nuestro afecto”.

Pera hay, también, una “felicidad inadvertida”. La búsqueda obsesiva y atormentada de la felicidad absoluta, con frecuencia, nos distrae para disfrutar apaciblemente los buenos momentos de una ajetreada jornada habitual. Y, sin embargo, con la suma acumulativa de esos posibles plácidos instantes, lograríamos tonificar el ánimo hasta convertirlo en la tierra propicia para sembrar, siempre en clave de felicidad, las ilusiones y los desencantos, los esfuerzos y las venturas, los bríos y los desalientos, las grandezas y las miserias….., y el estrés, inherentes a la existencia actual.  Y es que, al final, la vida es….. ¡así! Tal cual es y no de otra manera.

Sería también necesario un esfuerzo paciente para aprender a gustar simplemente las múltiples alegrías humanas que el Creador pone en nuestro camino: la alegría exultante de la existencia y de la vida; la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio. El cristiano podrá purificarlas, completarlas, sublimarlas: no puede despreciarlas. La alegría cristiana supone un hombre capaz de alegrías naturales.

¿Podrán los discípulos de Jesús ser todavía testigos de la alegría cristiana? “Anunciar la Buena Nueva sea la mayor alegría de nuestras vidas entregadas, porque sería compartir la alegría. Y ojalá que el mundo – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza, (y, a veces, francamente decepcionado) -, pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido en sí mismos la alegría de Cristo”. (Pablo VI). ¡Vaya reto! Bueno sería que, hoy que contemplamos a la Santa Familia de Nazaret, pensemos en nuestras familias como en el lugar donde se tuviese la primera experiencia de la santa alegría. La alegría se aprende.

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Nota.1 El 26 de dic. de 1996 comencé a colaborar en El Diario de Juárez. ¡Muchos años ya! Ante la llegada del 3er milenio y el dinamismo que JP.II había impreso al acontecimiento, pensé que desde una antropología cristiana debía decirse algo sobre los acontecimientos. El señor Talamás había dejado de publicar en el mismo Diario y dejó un vacío. Fui a la dirección y me entrevisté con el entonces director de la página editorial y le gustó la idea. Y aquí ando todavía. ¿De qué no he escrito en estos años? Fue y sigue siendo un esfuerzo de disciplina y aprendizaje. Pensaba, salvada la distancia infinita, que, desde Dostoievski a Vargas Llosa o el Gabo, por mencionar algunos, todos  escribieron en los diarios. Todavía Vargas Llosa nos deleita con sus editoriales. Tengo, creo que 7 vols. con los artículos periodísticos del Gabo. Y se aprecian sus fallas, como la defensa a ultranza de Fidel. Gracias a mis pacientes y sufridos lectores.

Nota.2 Termina el año. De su consideración teológica me ocuparé luego. Ahora me quedo con eso de que el 2020 no habrá sorpresas. Frase equívoca, a más no poder. No habrá sorpresas, es decir, seguiremos igual: crecimiento cero, ¿en el nuevo SAT tampoco habrá sorpresas?, la violencia seguirá igual, el desempleo, la pobreza, la guerra contra los organismos autónomos, la política exterior errática, la ley bonilla, la imposición de gente adicta al régimen, todo igual, no habrá sorpresas, igual que antes, muy antes.

 Terminamos el año con un distractor narrativo: el pleito de papel con Bolivia. Como dijo el Divo, ¿pero qué necesidad? Evo fue una vergüenza de la política exterior, más el embajador que se robó un libro. Claudia se apresuró a dar las llaves de la C.de Mex a Evo para quedar bien con el jefe máximo. Esa manía que tiene la Gran Tenochtitlán de andar dándolas:  el primero en recibirlas fue don Hernando de Cortés, con todo y Marina, y Evo, el más reciente. Y luego hubo de ser sacado por la puerta de atrás sin los calurosos abrazaos del Canciller. No sé si devolvió las llaves o se las llevó. Bueno, ahora hay que extender el ridículo hasta La Paz. Tampoco habrá sorpresas.  Solalinde debería venir y pasar algunas noches en el Chamizal con los desplazados y migrantes y de ‘perdis’ celebrarles una misa el domingo, como el P. Istíbal. No, no habrá sorpresas. Solo irá increscendo.