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Cuando los tiempos son tan turbios nos urge un periodismo de altura moral e intelectual.  En el contexto de la Nación caracterizado desafortunadamente por la desinformación no obstante la sobreabundancia de medios, por guerras sucias, por la presencia de imágenes construidas o destruidas; cuando la propuesta clara, concisa y realista es sustituida por promesas inviables, cuando se instrumentan cambios innecesarios y contraproducentes, cuando privan el infundio y la difamación, un periodismo de altura está llamado a ejercer una importante labor de clarificación orientadora. El tuit no es periodismo. Se darán 30 millones de tuits y solo serán 30 millones de opiniones sin mayor fundamento.

Por ello me ha venido a la mente el recuerdo de uno que en la historia del periodismo nacional es ejemplo de coherencia intelectual, de claridad de pensamiento y de intuición genial, me refiero a D. Francisco Zarco (1829-1869).  Mas que en tiempos de D. Francisco Zarco, el periodismo actual goza de mayor penetración en la sociedad y por lo mismo está llamado a su más alta responsabilidad ética; más allá de gustos y ventajas personales está el compromiso con la verdad y con la historia.

En un artículo publicado el 5 de julio de 1850 en El Demócrata, se expresa así: “…..la prensa hoy no se ocupa en ningún país un poco adelantado en civilización, puramente de cuestiones especulativas, de materias abstractas ni de sueños o quimeras muy bellas pero irrealizables, sino que reclama constantemente mejoras materiales, procura ventajas para todas las clases sociales, defiende la propiedad, contribuye al orden, promueve adelantos morales y sociales, difunde conocimientos, reprime los abusos, pone en contacto los hijos de un mismo país y a veces, es un vínculo entre naciones extrañas”, así concebía el periodismo D. F. Zarco.

Zarco periodista y liberal.   Bajo la dirección de José Woldenberg se publicó una antología de la inmensa obra escrita de F. Zarco. En la dedicatoria dice Woldengerg: “En espera que algún día Zarco sea tan interesante como los Simpsons”; tal vez lo que Woldenberg quiso decir es que estamos en espera de que nuestra cultura, la de nuestros niños y jóvenes, rebase la estatura de los Simpsons. Y lean. Ahora sí que lo que sea pero que lean.

Zarco es un adelantado a su época.  Traza las líneas de lo que entonces como ahora ha de ser el periodismo en su mejor expresión, compromiso con la verdad y con la historia.  Zarco es un testigo de la historia que le tocó vivir; su corta vida coincide con los momentos más calamitosos de la historia nacional:  el Santaannismo y las luchas por el poder, la guerra de Texas y luego contra EE.UU., la pérdida de la mitad de nuestro territorio, la guerra fratricida entre liberales y conservadores y la guerra de Reforma; miembro del Congreso Constituyente  1856-1857, vivió la intervención francesa y la comentó en artículos inolvidables, vivió el segundo imperio y la restauración de la República.  Todo ese período intenso y terrible quedó plasmado en su obra periodística y es ahora fuente e inspiración no sólo del quehacer periodístico sino del quehacer de la historia.  ¿Será el periodismo actual igualmente testigo de la historia que nos ha tocado vivir y modelo de honestidad intelectual? Zarco muere en 1869 “conservando el optimismo en el futuro de México”.

En el campo de la literatura, y el periodismo lo es, se ha privilegiado generalmente los llamados géneros literarios mayores tales como el teatro y la novela, la poesía épica, la epopeya, etc.; ciertamente en la obra escrita de este género encontramos grandes testimonios históricos. Sabemos más de la Rusia de la segunda mitad del s.XIX por la obra Ingente que nos legaron Tolstoi y Dostoievski; en la obra de estos titanes palpita el sufrimiento, la miseria, la opresión del pueblo ruso de esa época y la estulticia embrutecida del zarismo que no supo ver en ese dolor reprimido el material inflamable que hace  explosión  en la revolución rusa.

Pero en la prisa que nos impone nuestro mundo no es fácil darse a la lectura de los géneros mayores, aunque estos sean de Tolstoi o Víctor Hugo; en esta circunstancia el artículo constituye una muy apropiada forma de expresión y merece también un lugar en el ámbito de la literatura y nos urge rescatar su valor.  “En el artículo encuentra el escritor un instrumento ágil y claro, corto y penetrante, capaz de remover las conciencias.  El artículo ha sido visto como género menor; pero ya es tiempo que ascienda de categoría cuando se ocupa de asuntos sustanciales.  El artículo, la entrevista, obra de perduración pasajera suele contener momentos de síntesis de valor natural que están reclamando el acceso al libro, que ofrece mayor perduración”. (J.V.). Y me parece incontrovertible.  En efecto, las generaciones futuras van a saber mucho más de nuestro México mediante las escenas captadas en el artículo periodístico, en la página editorial, en la entrevista, en los ensayos, donde quedan reflejados el pensamiento, la apreciación instantánea, fresca de los sucesos que a la postre configuran la historia y el género historiográfico.  Y en esto tenemos antecedentes recientes por no hablar de los actuales; así, por ejemplo, “la mejor historia de la Revolución Mexicana que pueda escribirse” pertenece a D. Alfonso Taracena, a quien no sabe uno si admirarlo más por periodista o por historiador ya que su inmensa obra está basada en los ‘periódicos’. El resultado es una obra genial.

En esta línea se sitúa Zarco; político, periodista, liberal de hueso muy colorado, de salud precaria y amplia cultura, preciosista del lenguaje y atento observador de los acontecimientos que iban tejiendo la historia patria de ese tiempo.

A guisa de ejemplo quiero transcribir unas palabras de Zarco escritas en 1869, el año de su muerte, pero completamente válidas hoy:  “Los partidos que entran en la lucha electoral midiendo todas sus fuerzas, poniendo en juego todos sus medios de acción y de influencia, deben velar por la libertad electoral; pero también deben aceptar el resultado de la contienda, sea cual fuere. Vencedores, suya será la situación y tendrán que realizar sus promesas; vencidos, deben resignarse a su suerte, inclinarse ante la mayoría y sin prescindir de sus principios esperar otra ocasión para hacerlos triunfar si logran inculcarlos en la opinión pública.

Sólo así se comprenden las elecciones en un país libre, sólo así pueden afirmar la paz, consolidar el orden, asegurar la libertad y renovar y vigorizar de una manera conveniente los poderes públicos.

Entrar en la lucha con la reserva mental de aceptar la victoria como expresión de la voluntad del pueblo, pero de no conformarse con la derrota y clamar entonces contra el cohecho, contra el soborno, contra la violencia, contra la intimidación, y pretender entonces desconocer el resultado del sufragio, es descender al rango del fullero, que merece el desprecio de los mismos tahúres”. En este texto Zarco refleja su autoridad moral capaz de moderar, de llamar a la cordura y de atemperar las pasiones políticas encendidas.

Hay otro texto de increíble actualidad: “La agitación electoral no nos alarma. La vehemencia de las discusiones de la prensa no nos sorprende. Esta excitación de los ánimos, este calor de los debates, son preferibles a la Guerra Civil. Aun suponiendo que se revuelvan malos elementos, que abunden las aspiraciones innobles, que se pongan en juego los intereses personales y que no sea el bien público la mira de los que pretenden ser elevados por el sufragio popular, todo esto es preferible a los antiguos pronunciamientos, a los motines y a las asonadas, y también es preferible al que entienden por orden los partidos reaccionarios.

En las elecciones al fin decide la opinión pública y falla el voto de la mayoría.  Ante esta decisión y este fallo todos deben inclinarse con respeto, pero muy particularmente los que entran en la lucha electoral”. Esto lo escribía Zarco en un artículo publicado el 5 de junio de 1869 en el “Siglo Diez y nueve”.

El efecto de las mutuas descalificaciones, de las guerras sucias; el recurso a la truculencia y al escándalo, puede ser el abstencionismo y éste sería un gravísimo mal social; la sociedad quedaría fuera de la decisión del destino. Votar, pues, constituye una grave obligación moral; con su voto los ciudadanos fallaremos sobre los candidatos, sus métodos y propuestas. El voto es nuestra respuesta. El periodismo puede desempeñar un papel decisivo en este punto.

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El populismo y la dignidad humana, titula un artículo Arthur Brooks. 09.08. 2017, y dice: “La ayuda asistencial que emprendió Johnson para acabar con la pobreza fracasó porque no creó empleo. Y Trump ganó porque los blancos de clase trabajadora sintieron el abandono de Obama. Es necesaria una política que genere trabajo”. Esto es periodismo.