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“Hay conciencias ciegas para lo sobrenatural; pretender convencerlas es tan estéril como hablarle del color a un ciego de nacimiento. Para el que tiene el sentido de lo divino, es obvio que existen sus manifestaciones. Y lo que en cada caso interesa es averiguar la categoría, el significado de cada particular revelado”. Así introducía don J.V. un ensayo sobre la V. de Guadalupe.

El hecho guadalupano, – apariciones, imagen e historia -, está cargado de un contenido de significado que hace de él un evento profético, un hecho que sigue interpelando sucesivamente a los mexicanos llamándolos a asumir con responsabilidad su destino y su vocación en el concierto general de las naciones. Pero también revela lo que nos falta por hacer. Es por ello que “interesa averiguar su significado”. Nos toca vivir un momento difícil, de zozobra, de confusión; pareciera que las instituciones, cuya función es garantizar la paz y la seguridad, se ha postrado, y no ante la Guadalupana, sino ante presiones e intereses que tienen nombre y apellido. Mientras que Guadalupe es llamada a la unidad, a la concordia, a la superación de las injusticias, al amor, a la vida, el México actual exhibe una realidad opuesta.

En una  FIL, 2014, alguien dijo algo que conserva una validez ratificada: “Ante la negra noche de la que parece amanecer México desde hace dos meses, muchos escritores hemos decidido iniciar nuestras intervenciones en la FIL de Guadalajara contando hasta 43, la cifra que en realidad suma miles de muertos y desaparecidos en este enrevesado otoño que parece primavera: contra quienes son soberbios, corruptos, mentirosos y asesinos, estamos siendo pensantes, propositivos y sí, pacíficamente provocadores, pues ante quien decide mantenerse dormido en un letargo imbécil de fantasías y mentiras habrá que despertarlo con gerundios: leyendo los libros que no ha leído, escribiendo las ideas que es incapaz de pensar y hablando en voz alta las propuestas que es incapaz de imaginar. Cuarenta y tres segundos para exigir justicia y para honrar la memoria de todo desaparecido, todo muerto y todo agredido en las negras páginas de un capítulo de nuestra memoria que preferimos dar por cerrado y pasar a las siguientes páginas, intactas, que están ya escribiendo nuestros hijos en las aulas, en las calles y en sus aspiraciones que no merecen represión absolutista ni la absurda imbecilidad de los pretextos”. (J.F. Hndz.). Hoy, otro dijo que no le gustaría encontrarse con López Obrador en dicha feria.

Los especialistas hablan de un ambiente de pesimismo que comienza a apoderarse de los mexicanos. “El espanto por la barbarie que se multiplica ha catalizado una inesperada crisis emocional. La idea de que la impunidad y la corrupción siguen imperando ha abonado en este país de 120 millones de habitantes la sensación de que, al final de la travesía, espera el mismo punto de partida. Hay un clima de pesimismo que puede afectar a la economía. El papel presidencial se ha desdibujado y el aparato mediático lucha por convencernos de que todo va bien; eso tiene efectos en cadena. Se aprecia una pérdida de confianza”.

Un documento los Obispos mexicanos (La presencia de Sta. María de Guadalupe y el compromiso evangelizador de nuestra fe. 1978), lo mejor que ha escrito sobre el tema, nos invitan a analizar, desde este hecho, una serie de «virtudes personales» que debemos reactivar en nuestra vida. Estas virtudes no se reducen a simples acciones externas, a ciertas obligaciones sociales o a tácticas políticas, sino que deben ser fruto espontáneo y manifestación del Espíritu que habita en nosotros; sólo esta unión o valor sobrenatural, puede producir frutos de salvación.

1. Ponen en primer lugar la honestidad. La honradez mira a la rectitud en el obrar, al proceder como se exige y conviene, y los demás tienen derecho de esperar. La honradez excluye todo lo que llamamos “corrupción”, como el aprovecharse de la posición para el medro personal, el abuso de confianza, el apego enfermizo al poder, tráfico de influencias, sobornos y amenazas, el exigir dádivas por lo que hay obligación de hacer. Honestidad es proceder con verdad de persona a persona, condición indispensable en las relaciones humanas. Honestidad es ser decente en las costumbres, en una época en que pareciera que nada es pecado y todo nos está permitido; es vivir la fidelidad al hogar y la atención a los hijos. Honestidad es probidad, que el Señor alaba cuando gratifica al “siervo” que sabe ser fiel “en lo poco”.

2. La Responsabilidad. Esta es otra virtud que nos exige el hecho guadalupano. La madurez cristiana está llena de responsabilidades. Somos responsables cuando nos entregamos a la vocación y al deber, y cumplimos a conciencia nuestras obligaciones, y no buscamos sólo salvar las apariencias. El hombre que cumple con sus compromisos, a pesar de los sacrificios y renuncias que ello implica, es responsable. Cristo nos enseñó a ser responsables cuando asumió y fue fiel a su misión hasta la muerte. En todo el espectro social es una exigencia esta virtud, pero es especialmente sentida en ámbito político.

3. La autenticidad. En nuestro tiempo se habla demasiado de autenticidad, y la palabra se ha convertido en un término verdaderamente equívoco. Llegamos a confundirla con la verdad. Ser auténticos, según el evangelio, es ser transparentes y verdaderos en nuestro ser y conducta, cuando eliminamos la duplicidad entre lo que somos y lo que aparentamos, entre lo que creemos y lo que vivimos, entre lo que decimos y lo que hacemos. Virtud importantísima, si queremos evitar toda hipocresía y escándalo.

3. Laboriosidad.  Es laborioso el que toma el trabajo como medio legítimo para obtener lo necesario para la vida. Laborioso es el que quiere el éxito, y pone el esfuerzo necesario; el que exige su justa remuneración, pero cumple con su compromiso; el que no sueña con el dinero fácil, con el dinero sucio, manchado con la sangre o la miseria del hermano, o como resultado de influencias  y compadrazgos; el que no despilfarra el salario sino que piensa en las necesidades de su familia.

4. Y entre las virtudes sociales que destaca este documento es la conciencia social. Y es que no somos individuos que accidentalmente se encontraron juntos y resultó la comunidad humana; tampoco somos células cuya única razón de ser sea la existencia y bienestar de ese impersonal llamado ESTADO. Somos personas con derechos y obligaciones fundamentales, pero somos “personas sociables” cuya realización y bienestar se obtienen en la sociedad por la armónica interrelación de los derechos y obligaciones de todos, y por la cooperación al bien de los demás.  Esta relación intrínseca y vital entre la sociedad y la persona es lo que ha sido destruido por la violencia en nuestra Ciudad; por la incertidumbre y el miedo hemos llegado a ser células dispersas.

La conciencia social debe llevarnos a reconocer en la práctica la trascendencia del individuo, y hacer rendir para la comunidad los talentos, dones y habilidades. A todos se nos han dado manifestaciones especiales del Espíritu para el bien común, según Pablo. Y Jesús condena al siervo malo y perezoso que no ha hecho fructificar sus talentos. “Nuestra fe, por su parte, nos enseña que es Cristo a quien aliviamos o perseguimos, cuantas veces lo hacemos con nuestros hermanos los hombres. Pablo VI nos exhortaba a “dar a nuestra vida cristiana un marcado sentido social. Nadie puede estar tranquilo mientras haya un hombre que sufra, que sea tratado injustamente, que no tenga lo necesario para vivir”. (Mensaje radiofónico en vivo, 10.12. 1970; fue el primer mensaje papal en vivo que permitió el Gobierno mexicano).

En fin, concluyen los obispos, hacemos un llamado a los medios de comunicación, a las escuelas, a la comunidad familiar, para que se preocupen por impartir información verídica, instrucción seria, valores culturales recios y sanos. Pero, sobre todo, que impartan educación de la persona, que forme en los principios morales de la conducta privada y social, que enseñen los valores y virtudes que forman al hombre en la comunidad. Con este espíritu, con esta disposición, nuestras celebraciones y devoción guadalupanas serán auténticas y darán frutos. De lo contrario, serán una más, con sabor a folclore, a pachanga, a enajenación. A un sentimiento pasajero. Y el 13, todo igual. O peor. Mucha basura. Ojalá lleguemos comprender el mensaje de La Morenita.

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Cierta tristeza esperanzada y una serena alegría por la muerte del padre Celso, amigo, compañero de viaje y hermano en la misión. Ha ido a recibir la corona reservada a los buenos pastores.