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¡Estamos cansados de tantas palabras! (Nietzsche).

El advenimiento de la democracia se ha traducido en una continua destrucción de las ‘jerarquías’; en un debilitamiento y en un cuestionamiento colectivo del argumento de autoridad, en un relajamiento y en una lenta descomposición de los vínculos comunitarios, ha escrito R. Legros. La igualdad de condiciones, la autonomía y la independencia individual fueron reconocidas como principios fundamentales de la convivencia e inscritos en las constituciones surgidas de las revoluciones americana y francesa.  Tal verdad funda la democracia, está detrás el evento del Capitolio, y es lo que permitió a Trump amenazar con un I shall return.

La tumba de la democracia es haberla reducido al momento electoral. Al tener su máxima expresión y punto de verificación en la política, la democracia ha experimentado un reduccionismo lamentable, se ha olvidado del hombre concreto y ha degenerado en lo mismo: sórdida lucha por el poder. 

Entender la política significa ante todo reconocer lo que es ‘importante’: las cosas que más influyen sobre el resultado de los acontecimientos. Significa conocer lo ‘valioso’: la influencia de cada resultado político sobre nuestros valores y sobre las personas y cosas que apreciamos y nos interesan. Y ver lo que es ‘real y verdadero’; esto tiene que ser verificado para que la democracia lo sea. Por desgracia, la realidad es  un flagrante mentís a esta verdad. ¿A quién reclamaremos la destrucción vial de nuestras calles, con todas sus consecuencias? La gran vía que da entrada y salida a la ciudad convertida en un desastre improcedente, ante la impotencia, el silencio del pueblo. Mediante la democracia se entrega al afortunado un cheque en blanco y, así, se torna  problemática. Es grotesco descender a la realidad hiriente. No soy partidario de las visiones apocalípticas, siempre superficiales, pero la política y la ambición unidas, están llevando al mundo a un final trágico. Vacuna, política, dinero, como anillo al dedo, etc. ¿Democracia?

El Papa B. XVI afirmó la necesidad de una «re-semantización» de la democracia, es decir, de la necesidad de redefinir o aclarar la verdadera naturaleza de la democracia dadas las circunstancias de nuestro mundo y su evidente fracaso. El 17.09.10, pronunció un discurso de importancia capital para entender la cultura moderna, en el Westminster Hall ante el pleno del parlamento inglés, Reina incluida. El Papa alabó la significación histórica de Inglaterra en el desarrollo de la democracia: “Gran Bretaña ha emergido como una democracia pluralista, que atribuye un gran valor a la libertad de expresión, a la libertad de afiliación política, y respeto al estado de derecho, con un fuerte sentido de derechos y deberes de los individuos, y de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley”. Y esto tiene mucho en común, en otros términos, con la doctrina social católica, decía el papa, “si se considera la fundamental preocupación por la salvaguarda de la dignidad de cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios y a la acentuación del deber de la autoridad civil de promover el bien común”.

El papa citaba como uno de los logros importantes de la democracia inglesa la supresión de la venta de esclavos que “se basó sobre principios morales sólidos, sobre la ley moral, y es una contribución a la civilización de la cual esta nación puede sentirse justamente orgullosa”. Luego, pasa el Papa, a plantear la cuestión fundamental: “La cuestión central en juego es la siguiente: ¿dónde puede encontrarse el fundamento ético para las opciones políticas? La tradición católica sostiene que las normas objetivas que gobiernan el recto actuar son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. Según esta comprensión, el rol de la religión en el debate político no es el de dar normas, como si éstas no pudieran ser conocidas por los no creyentes, (no necesito la revelación para saber que no debo robar), y menos aún el rol de proponer soluciones políticas concretas, cosa que está completamente fuera de la competencia de la religión, más bien, su rol sería ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón en el descubrimiento de los principios morales objetivos… la religión, en otras palabras, para los legisladores, no es un problema a resolver sino un factor que contribuye de manera vital en el debate público de la nación”. El Papa está hablando sencillamente de la fuente de los presupuestos morales sobre los que debe fundarse también la política. El base fundamental es la ley natural: “Hacer el bien, nunca el mal”.

Podemos traducir a otras palabras el pensamiento del papa: haber prescindido de Dios al momento de diseñar los grandes proyectos sociales, políticos, económicos, sociales y familiares ha propiciado el desastre. Se cortó la referencia a Dios y quedamos a merced de nuestros impulsos y tendencias, de nuestros rencores y deseos de venganza y la religión se redujo, en todo caso, a una expresión privada. Heidegger lo expuso claramente al hablar de la democracia. “A partir de la época moderna, decía, la relación con los dioses se ha transformado en vivencia religiosa”. Suplir a Dios con la religión. Y añade: “Cuando se ha llegado a este punto, los dioses han huido. La desaparición de los dioses fuera del mundo, la «des-divinización» (entgötterung), o según Max Webber, el “desencantamiento del mundo” resulta ser el fenómeno natural. Detrás de esta visión filosófica del hombre y su circunstancia, está Nietzsche que denuncia al “hombre enfermo de sí mismo”. De esta enfermedad radical, de esta autonomía ante “los dioses”, decretada por el hombre mismo, brota la crisis fundamental de nuestra cultura y de la democracia por la significación que ésta tiene en nuestro quehacer político contemporáneo.

Ante la democracia desprovista de una referencia a la ley moral natural, B. XVI propone su recuperación y por consecuencia el resurgimiento de una razón práctica capaz del bien, de la verdad y de Dios, o sea, intrínsecamente inclinada al bien, que la lleva a reconocer el orden moral inscrito germinalmente en las consciencias, y que lo desarrolla de manera coherente según las varias situaciones de la vida, teniendo siempre como punto referencial “la finalidad” del hombre. En otras palabras, según B. XVI es necesario proceder a una re-semantización de la democracia superando todas aquellas éticas de cuño moderno que están ligadas a un sustancial escepticismo respecto a la conciencia objetiva y universal de la verdad, del bien y de Dios y que muchos estudiosos contemporáneos, de un modo u otro, animan en procesos legislativos. 

Según la cultura política dominante, en la conciencia no existirían referencias objetivas para determinar lo que es verdadero y bueno. Cada persona determina lo que es verdadero y bueno en sí, según sus propios parámetros, según las propias intuiciones y sensibilidad, de tal manera que cada quien poseería su propia verdad, su propia moral, incompatible con la de los demás. Estaríamos entonces en lo que B. XVI llamó “la dictadura del relativismo”.

Solo gracias a la recuperación de la ley moral natural, como norma ética para la vida política, es posible que la democracia no permanezca indiferente ante la “finalidad” humana y a la justicia social, considerada según el volumen total de sus dimensiones: institucionales, subjetivas, sustanciales, reguladas por presupuestos compartidos a cerca del bien común. Solo recuperando la unidad con la ley moral natural, aunque sea de manera germinal, que está inscrita en la conciencia, es posible el consenso moral, la vida recta de la multitud, y también la estabilidad.

Si la democracia prescinde de esta dimensión moral, “los dioses huirán” y el hombre quedará solo en esta batalla desigual contra sí mismo. Ahí, no hay democracia que valga, nada es posible, todo queda pervertido.

El domingo pasado vimos aquí un buen ejemplo democrático en la elección de candidato de un partido; ojalá que el afán continuista y revanchista no malogre el intento. 

tantas palabras!

(Nietzsche).

El advenimiento de la democracia se ha traducido en una continua destrucción de las ‘jerarquías’; en un debilitamiento y en un cuestionamiento colectivo del argumento de autoridad, en un relajamiento y en una lenta descomposición de los vínculos comunitarios, ha escrito R. Legros. La igualdad de condiciones, la autonomía y la independencia individual fueron reconocidas como principios fundamentales de la convivencia e inscritos en las constituciones surgidas de las revoluciones americana y francesa.  Tal verdad funda la democracia, está detrás el evento del Capitolio, y es lo que permitió a Trump amenazar con un I shall return.

La tumba de la democracia es haberla reducido al momento electoral. Al tener su máxima expresión y punto de verificación en la política, la democracia ha experimentado un reduccionismo lamentable, se ha olvidado del hombre concreto y ha degenerado en lo mismo: sórdida lucha por el poder. 

Entender la política significa ante todo reconocer lo que es ‘importante’: las cosas que más influyen sobre el resultado de los acontecimientos. Significa conocer lo ‘valioso’: la influencia de cada resultado político sobre nuestros valores y sobre las personas y cosas que apreciamos y nos interesan. Y ver lo que es ‘real y verdadero’; esto tiene que ser verificado para que la democracia lo sea. Por desgracia, la realidad es  un flagrante mentís a esta verdad. ¿A quién reclamaremos la destrucción vial de nuestras calles, con todas sus consecuencias? La gran vía que da entrada y salida a la ciudad convertida en un desastre improcedente, ante la impotencia, el silencio del pueblo. Mediante la democracia se entrega al afortunado un cheque en blanco y, así, se torna  problemática. Es grotesco descender a la realidad hiriente. No soy partidario de las visiones apocalípticas, siempre superficiales, pero la política y la ambición unidas, están llevando al mundo a un final trágico. Vacuna, política, dinero, como anillo al dedo, etc. ¿Democracia?

El Papa B. XVI afirmó la necesidad de una «re-semantización» de la democracia, es decir, de la necesidad de redefinir o aclarar la verdadera naturaleza de la democracia dadas las circunstancias de nuestro mundo y su evidente fracaso. El 17.09.10, pronunció un discurso de importancia capital para entender la cultura moderna, en el Westminster Hall ante el pleno del parlamento inglés, Reina incluida. El Papa alabó la significación histórica de Inglaterra en el desarrollo de la democracia: “Gran Bretaña ha emergido como una democracia pluralista, que atribuye un gran valor a la libertad de expresión, a la libertad de afiliación política, y respeto al estado de derecho, con un fuerte sentido de derechos y deberes de los individuos, y de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley”. Y esto tiene mucho en común, en otros términos, con la doctrina social católica, decía el papa, “si se considera la fundamental preocupación por la salvaguarda de la dignidad de cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios y a la acentuación del deber de la autoridad civil de promover el bien común”.

El papa citaba como uno de los logros importantes de la democracia inglesa la supresión de la venta de esclavos que “se basó sobre principios morales sólidos, sobre la ley moral, y es una contribución a la civilización de la cual esta nación puede sentirse justamente orgullosa”. Luego, pasa el Papa, a plantear la cuestión fundamental: “La cuestión central en juego es la siguiente: ¿dónde puede encontrarse el fundamento ético para las opciones políticas? La tradición católica sostiene que las normas objetivas que gobiernan el recto actuar son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. Según esta comprensión, el rol de la religión en el debate político no es el de dar normas, como si éstas no pudieran ser conocidas por los no creyentes, (no necesito la revelación para saber que no debo robar), y menos aún el rol de proponer soluciones políticas concretas, cosa que está completamente fuera de la competencia de la religión, más bien, su rol sería ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón en el descubrimiento de los principios morales objetivos… la religión, en otras palabras, para los legisladores, no es un problema a resolver sino un factor que contribuye de manera vital en el debate público de la nación”. El Papa está hablando sencillamente de la fuente de los presupuestos morales sobre los que debe fundarse también la política. El base fundamental es la ley natural: “Hacer el bien, nunca el mal”.

Podemos traducir a otras palabras el pensamiento del papa: haber prescindido de Dios al momento de diseñar los grandes proyectos sociales, políticos, económicos, sociales y familiares ha propiciado el desastre. Se cortó la referencia a Dios y quedamos a merced de nuestros impulsos y tendencias, de nuestros rencores y deseos de venganza y la religión se redujo, en todo caso, a una expresión privada. Heidegger lo expuso claramente al hablar de la democracia. “A partir de la época moderna, decía, la relación con los dioses se ha transformado en vivencia religiosa”. Suplir a Dios con la religión. Y añade: “Cuando se ha llegado a este punto, los dioses han huido. La desaparición de los dioses fuera del mundo, la «des-divinización» (entgötterung), o según Max Webber, el “desencantamiento del mundo” resulta ser el fenómeno natural. Detrás de esta visión filosófica del hombre y su circunstancia, está Nietzsche que denuncia al “hombre enfermo de sí mismo”. De esta enfermedad radical, de esta autonomía ante “los dioses”, decretada por el hombre mismo, brota la crisis fundamental de nuestra cultura y de la democracia por la significación que ésta tiene en nuestro quehacer político contemporáneo.

Ante la democracia desprovista de una referencia a la ley moral natural, B. XVI propone su recuperación y por consecuencia el resurgimiento de una razón práctica capaz del bien, de la verdad y de Dios, o sea, intrínsecamente inclinada al bien, que la lleva a reconocer el orden moral inscrito germinalmente en las consciencias, y que lo desarrolla de manera coherente según las varias situaciones de la vida, teniendo siempre como punto referencial “la finalidad” del hombre. En otras palabras, según B. XVI es necesario proceder a una re-semantización de la democracia superando todas aquellas éticas de cuño moderno que están ligadas a un sustancial escepticismo respecto a la conciencia objetiva y universal de la verdad, del bien y de Dios y que muchos estudiosos contemporáneos, de un modo u otro, animan en procesos legislativos. 

Según la cultura política dominante, en la conciencia no existirían referencias objetivas para determinar lo que es verdadero y bueno. Cada persona determina lo que es verdadero y bueno en sí, según sus propios parámetros, según las propias intuiciones y sensibilidad, de tal manera que cada quien poseería su propia verdad, su propia moral, incompatible con la de los demás. Estaríamos entonces en lo que B. XVI llamó “la dictadura del relativismo”.

Solo gracias a la recuperación de la ley moral natural, como norma ética para la vida política, es posible que la democracia no permanezca indiferente ante la “finalidad” humana y a la justicia social, considerada según el volumen total de sus dimensiones: institucionales, subjetivas, sustanciales, reguladas por presupuestos compartidos a cerca del bien común. Solo recuperando la unidad con la ley moral natural, aunque sea de manera germinal, que está inscrita en la conciencia, es posible el consenso moral, la vida recta de la multitud, y también la estabilidad.

Si la democracia prescinde de esta dimensión moral, “los dioses huirán” y el hombre quedará solo en esta batalla desigual contra sí mismo. Ahí, no hay democracia que valga, nada es posible, todo queda pervertido.

El domingo pasado vimos aquí un buen ejemplo democrático en la elección de candidato de un partido; ojalá que el afán continuista y revanchista no malogre el intento.