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La ceremonia terminaba con la plantación, en los jardines vaticanos,  de un olivo traído de Tierra Santa. Shimón Peres, Mahmoud Abbas y el papa Francisco, cubrían con tierra las raíces del  olivo que habrá de florecer. La tarde de un domingo esplendoroso y la realización de un gesto profético. Cuando el arca  navegaba incierta sobre las aguas formidables del diluvio universal, Noé soltó, primero un cuervo el cual no regresó, luego una paloma que tampoco regresó; soltó una segunda paloma que a la manera de una exploradora recorriera la tierra. La paloma regresó trayendo un ramo de oliva señal de que el diluvio había terminado y la tierra era habitable. (Gen. 8). Después de todo, el diluvio fue el resultado del pecado del hombre; “Al ver el Señor que en la tierra crecía la maldad del hombre  y que toda su actitud era siempre perversa, se arrepintió  de haber creado al hombre en la tierra y le pesó de corazón”. (Gen. 6). Y se dispuso a exterminar la creación recién estrenada. Cosa muy grave ha de ser el pecado, el hacer lo que a Dios le desagrada, que provoca semejante reacción. La teología pide prestado el andamiaje mitológico para expresar su mensaje.  El pecado hace inhabitable la tierra, la hace estéril, maldita. “Por tu culpa la tierra será maldita y producirá solo cardos”.  Luego, las soluciones ya no son meramente políticas. O nos abrimos a otras instancias, o los caminos quedarán cerrados para siempre.

Ese domingo, 8 de junio, la Iglesia  celebraba el clímax de su ciclo litúrgico: Pentecostés. Pentecostés  es la antípoda de Babel. Babel encarna la actitud del hombre que, seguro de sus recursos, quiere alcanzar y superar a Dios. Todos hablaban la misma lengua sobre la tierra; parecía que los hombres se entendían a la perfección. A parte, habían descubierto algo maravilloso: los ladrillos cocidos son mucha más resistentes que los ladrillos crudos. La tecnología. “Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance  al cielo para hacernos famosos…” El Señor castigó su soberbia “confundiéndoles la lengua de modo que uno no entienda la lengua de otro”. Se trata de relatos que los especialistas llaman etiológicos, es decir, que buscan en los orígenes la causa de una situación actual. ¿Por qué no nos entendemos?  ¿Por qué, el mundo, la religión o la política, se ha vuelto un diálogo entre sordos? ¿Por qué todos hablamos y nadie escucha? En el campo que usted escoja vamos a encontrar la enorme, la casi imposibilidad de entendernos. Quedan, entonces, los caminos solitarios, las decisiones unilaterales y el propio yo como único referente. Es la soledad que parece sentirse más en esta sociedad “conectada” y atrapada en la red.

 

En Pentecostés, en cambio, Dios unió la diversidad de las lenguas en la proclamación de una misma fe. “Cada quién oía en su propia lengua las maravillas de Dios”.  ¿Cómo es posible esto?, se preguntaban aquel domingo; ¿estamos aquí gentes venidas de todas partes del mundo y cada quien los oímos hablar en nuestra propia lengua? Es el Espíritu divino, prometido por los profetas, que ha sido derramado sobre toda carne; esto es lo que está sucediendo.

 

Ante un mundo inhabitable, ante la nueva amenaza de guerra fría, ante un infinito diálogo de sordos, ante la inmensidad del pecado del hombre, ante los nuevos intentos del hombre de autosalvarse, la respuesta de Dios sigue siendo el evangelio del Espíritu divino. Este denso trasfondo religioso estuvo presente el domingo pasado, cuando, a iniciativa del papa Francisco, Simón Peres, Mahmoud Abbas y sus respectivas comitivas se reunieron para “hacer oración”. Y podemos estar seguros que estos personajes sí conocían a la perfección el momento. Domingo de Pentecostés.  También estuvo el patriarca  ortodoxo, Bartolomé I, que preside las iglesias cristianas de Oriente; y el papa le agradeció que lo acompañara en la recepción de los presidentes. No podemos hacernos ilusiones, pero estos gestos, a la manera de una brújula, marcan el camino a seguir.

 

Decía más arriba que la solución de los problemas de nuestro momento ya no es solo política. La política ha mostrada muy  a las claras sus graves limitaciones. Analistas de talla internacional nos hablan, incluido  México, de la creciente desafección por la política. El coste es hiriente y los resultados pobres. Política no es encumbrar a un hombre o a un grupo a las ventajas del poder. Política es la capacidad de poner en práctica una doctrina social. Por lo mismo, la política, arte secundario puesto que es instrumental, se halla condenada al fracaso más innoble si no se asienta en una doctrina generosa, verdadera y sinceramente llevada adelante. No, no soñamos con un estado confesional, pero, ¿por qué no abrir las estructuras humanas al hálito divino que inspire y mueva los corazones para que busquen la verdad y el bien, para que piensen verdaderamente en el bien común? Sin esa inspiración nada podemos y la ambición, el orgullo, la soberbia acaban dominándolo todo.

El orden de aparición se determinó por la antigüedad de las religiones ahí presentes. Oigamos a Shimon Peres. “”He venido de la Ciudad Santa de Jerusalén para daros las gracias por esta invitación excepcional. La ciudad Santa de Jerusalén es el corazón palpitante del pueblo judío. En hebreo, nuestra lengua antigua, la palabra Jerusalén y la palabra paz tienen la misma raíz. Y de hecho paz es la visión misma de Jerusalén”. Añadió: “Durante su histórica visita a Tierra Santa, usted nos ha tocado con el calor de su corazón, la sinceridad de sus intenciones, su modestia, su gentileza. Usted ha tocado los corazones de la gente, independientemente de la fe y nacionalidad. Usted se ha presentado como un constructor de puentes de hermandad y de paz. Todos nosotros necesitamos la inspiración que acompaña su carácter y su camino. Gracias”.

 

“Las lágrimas de las madres sobre sus hijos están aún grabadas en nuestros corazones. Debemos poner fin a los gritos, a la violencia, al conflicto. Todos necesitamos paz. Paz entre iguales”, afirmó. Asimismo añadió que la invitación del Santo Padre a esta ceremonia para pedir la paz “refleja maravillosamente su visión de la aspiración que todos compartimos: paz”. Luego añadió: “en esta ocasión conmovedora, llena de esperanza y llena de fe, levantamos con usted, Santo Padre, una oración por la paz entre las religiones, naciones, comunidades, entre hombres y mujeres. Que la verdadera paz se convierta en nuestra herencia pronto y rápidamente”.  Citando Proverbios, dijo: «Sus caminos son caminos de gracia, y todos sus camino son paz».  “Así deben ser nuestros caminos. Caminos de gracia y de paz”. “Todos somos iguales delante del Señor. Somos parte de la familia humana. Por eso, sin paz no estamos completos y debemos aún cumplir la misión humana”.

 

A continuación, el presidente israelí recordó que “la paz no llega fácilmente. Debemos esforzarnos con todas nuestras fuerzas para alcanzarla. Para alcanzarla pronto. También si son necesarios sacrificios y compromisos”. Luego dijo: “debemos perseguir la paz. Cada año. Cada día. Nos saludamos con esta bendición: Shalom, Salam. Debemos ser dignos del significado profundo y exigente de esta bendición. También cuando la paz parece lejana, debemos perseguirla para hacerla más cercana”. Y agregó: “si perseguimos la paz con perseverancia, con fe, la alcanzaremos”.

 

Y esta paz “durará gracias a nosotros, a todos nosotros, de todas las creencias, de todas las naciones”, observó el mandatario.

 

Concluyendo su intervención, Peres afirmó que “podemos -juntos y ahora, israelíes y palestinos- transformar nuestra noble visión en una realidad de bienestar y prosperidad. Está en nuestro poder llevar la paz a nuestros hijos. Este es nuestro deber, la misión santa de los padres”.

El presidente finalizó con una oración: “Aquel que hace la paz en los cielos haga paz sobre nosotros y sobre todo Israel y el mundo entero”.

Tocó el turno a Mahmoud Abbas: “Realmente un gran honor para nosotros encontrarnos de nuevo con Su Santidad el papa Francisco para cumplir su gentil invitación a disfrutar su presencia espiritual y noble y escuchar su pensamiento y su sabiduría cristalina, que emana de un corazón sano, de una conciencia vibrante, así como de un alto sentido de la ética y la religión. Doy las gracias a Su Santidad desde el fondo de mi corazón por haber preparado esta importante reunión aquí en el Vaticano”.

 

Agradeció el viaje del Papa a Palestina: “la visita es una expresión sincera de Vuestra fe en la paz y en el intento creíble para alcanzar la paz entre los palestinos y los israelíes”. Luego pronunció su oración: “acepta mi oración para la realización de la verdad, de la paz y de la justicia en mi patria, Palestina, en la región y en el mundo entero. Te suplico, oh Señor, en nombre de mi pueblo, el pueblo de Palestina -musulmanes, cristianos y samaritanos- que desea ardientemente un paz justa, una vida digna y la libertad; te suplico, Oh Señor, de hacer el futuro de nuestro pueblo próspero y prometedor, con libertad en un estado soberano e independiente. Concede, oh Señor, a nuestra región y a su pueblo seguridad, salvación y estabilidad”. Asimismo afirmó “reconciliación y paz, oh Señor, son nuestra meta”. Citó a Mahoma:  “difundid la paz entre vosotros”. Pero también unas palabras de Jesús, que llora sobre Jerusalén: ¡si tú también conocieras en este día el don de Dios y  lo que puede traerte la paz!”. Se trata de una cita fuerte porque Jesús la pronuncia desolado por el rechazo de que es objeto.

Prosiguió Abbas, “te pedimos Señor, la paz en Tierra Santa, Palestina y Jerusalén junto con su pueblo. Te pedimos hacer de Palestina y Jerusalén en particular una tierra segura para todos los creyentes, y un lugar de oración y de culto para seguidores de las tres religiones monoteístas -judaísmo, cristianismo, Islam- y para todos aquellos que desean visitarla como está establecido en el sagrado Corán”.

Luego, conmovido, dijo: “oh Dios de Gloria y de Majestad, dónanos seguridad y salvación, y alivia el sufrimiento de mi pueblo en la patria y en la diáspora”. Y añadió: “trae una paz comprensiva y justa a nuestro país y a la región para que nuestro pueblo y los pueblos de Oriente Medio y el mundo entero puedan gozar el fruto de la paz, de la estabilidad y de la coexistencia”.

 

Finalizó diciendo: “deseamos la paz para nosotros y nuestros vecinos. Buscamos la prosperidad y pensamiento de paz para nosotros y para los otros. Oh Señor, responde a nuestras oraciones y da éxito a nuestras iniciativas porque Tú eres el más justo, el más misericordioso, Señor de mundos”.

 

En su turno, papa Francisco pronunció su discurso y su oración; me quedo con los siguientes fragmentos. Luego del saludo agradecido por la visita, dijo: “Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo”.

 

“La historia nos enseña que nuestras fuerzas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos.

 

“Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas… Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz.

 

Descubrimos un elemento común: nuestra incapacidad para lograr la paz. Desde el punto de vista cristiano la paz es un don de Dios que debemos acoger y cultivar, promover y defender.  La paz es el saludo del Resucitado y es el don que Jesús ha dejado a los suyos. Una paz que es posible únicamente porque Jesús, con su muerte y resurrección ha derribado el muro que separa los pueblos, es decir, el odio; «y ha hecho de los dos un solo pueblo». Ahora el hombre necesita actuar en consecuencia. En 1945 Camus escribía: «La única batalla razonable es el compromiso por la paz. Ya no se trata de una mera petición, sino de una voz de mando de los pueblos a los gobernantes: la orden de elegir definitivamente entre el infierno y la razón».

 

Ha sido pues, un encuentro inédito e impensable desde el punto de vista político.