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El 22 de septiembre pasado, titulaba mi entrega: “Divorciados vueltos a casar”, donde hacía referencia a la efervescencia mediática mundial provocada por alusiones del papa Francisco a propósito de la problemática matrimonial, en el contexto de la JMJ en Río, y la necesidad impostergable, por parte de la iglesia,  de enfrentarla. Todo lo publicado en dicha entrega, conserva su valor.

Pocos días después, (no creo que haya leído mi artículo), el papa anunció su deseo de realizar un Sínodo extraordinario, o sea, convocar a toda la iglesia, en la persona de sus obispos, para analizar todas las aristas de este problema. Se trata de un Sínodo extraordinario que responda a la gravedad del problema. Venimos a enterarnos ahora que esta Asamblea General Extraordinaria programada para octubre del 2014 es, en realidad, una preparación para la Asamblea General Ordinaria del 2015. Esto nos revela la importancia que la iglesia da al ente familiar. Como en otras ocasiones, ningún tema revista la importancia mayor que el tema familia. Inolvidable el sound bite de JP II: «El futuro de la humanidad pasa por la familia». Si nuestra sociedad, nuestra cultura, no cuida la institución familiar, no está cuidando su futuro y, éste, quedará hipotecado. A veces parece que queremos hacer descansar todo en la economía, incluso, desproveyéndola de un rostro humano.

El papa Francisco ha marcado la pauta de estos Sínodos, el extraordinario del 2014 y el ordinario del 2015, poniéndolos bajo el  programa: «Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización». No somos conscientes que nuestro desafía más decisivo y radical es la familia. No han faltado quienes, ante la iniciativa papal, abrigan la esperanza de un cambio de las normas esenciales de matrimonio cristiano. No; no se trata de eso. En el Documento Preparatorio, (= DP), una parte central, se refiere a la «preparación de nuestros jóvenes al matrimonio». Nuestra cultura, no solo no los prepara para para esa misión, sino que los incapacita. Este solo apartado nos pone ante un reto inmenso que no sé si la iglesia esté en grado, dada la  cultura agresiva y disolvente imperante, de afrontarlo. Otro punto esencial del documento de trabajo descansa sobre la asistencia pastoral a todos aquellos que viven una situación matrimonial especial. Y a los que están en “situación normal”, también. Todo, pues, tiene un carácter pastoral, se trata de desplegar un trabajo cercano que refleje la misericordia de Dios, que haga sentir la necesidad que tenemos de su ayuda para poder realizar la misión, el proyecto que Dios tuvo en su mente, cuando
creó al hombre, hombre y mujer.  En el contexto del Año de la Fe, el gran compromiso que aguarda la iglesia es el de la evangelización. Evangelizar la cultura, evangelizar los ambientes, las familias, cada corazón y cada alma, he ahí la meta. ¿Está, la iglesia, en condición de realizar una tarea que antoja gigantesca?

En efecto, en el DP asienta: “La misión de predicar el Evangelio a toda la humanidad ha sido confiada directamente por el Señor a sus discípulos y es la Iglesia quien lleva adelante tal misión en la historia. En el tiempo que estamos viviendo, la evidente crisis social y espiritual llega a ser un desafío pastoral, que interpela la misión evangelizadora de la Iglesia para la familia, núcleo vital de la sociedad y de la comunidad eclesial. La propuesta del Evangelio sobre la familia en este contexto resulta particularmente urgente y necesaria. La importancia del tema surge del hecho que el Santo Padre ha decidido establecer para el Sínodo de los Obispos un itinerario de trabajo en dos etapas: la primera, la Asamblea General Extraordinaria del 2014, ordenada a delinear el “status quaestionis” (la problemática), y a recoger testimonios y propuestas de los Obispos para anunciar y vivir de manera creíble el Evangelio de la familia; la segunda, la Asamblea General Ordinaria del 2015, para buscar líneas operativas para la pastoral de la persona humana y de la familia”.

En mi artículo citado al principio, dejaba sentada la doctrina de la iglesia al respecto. Toda ella conserva su valor, sin embargo, en 1981, cuando JP II  firmó el documento sobre la Familia en los Tiempos Modernos, (Carta Magna sobre el tema), estábamos lejos de la problemática novedosa que vivimos hoy. La base última, sin embargo, es la misma: el hombre que ha querido, desde Adán y Eva hasta nuestros días, enmendarle la plana a Dios, “ser como dioses”, y determinar por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo sin ninguna referencia ulterior y actuar en consecuencia. Muchos males,  desde 1981, se han agudizado; el trabajo evangelizador de la iglesia tal vez no ha logrado todos sus propósitos; pero también hay realidades nuevas, y quizá la más novedosa sea la equiparación de la unión de personas del mismo sexo al matrimonio propiamente tal.  Incluso, el que a éstas uniones, algunas legislaciones les permitan adoptar niños. Ante esta realidad, antes que descalificaciones o enfrentamientos estériles, lo que la iglesia pretende es presentar la pureza del evangelio, la doctrina de Jesús.  La iglesia ha de comprender, al hacerlo, dos cosas: primera, que no es una doctrina suya, un capricho suyo, sino la voluntad de Dios, su proyecto sobre el hombre y la mujer y, que por lo tanto, no está en sus manos cabiarlo; segundo, que en todo tiene que reflejarse el rostro misericordioso del Padre. El tema pues, no da para falsas expectativas, para cambios que simplemente no pueden darse porque no dependen de las instancias humanas, incluida la iglesia.

Así, por ejemplo, llama poderosamente la atención que en el segundo apartado del cuestionario del DP, se titule expresamente: «Sobre el matrimonio según la ley natural» que contiene cuatro incisos:

“a) ¿Qué lugar ocupa el concepto de ley natural en la cultura civil, tanto a nivel institucional, educativo y académico, como a nivel popular? ¿Qué visiones antropológicas se dan por sobrentendidas en el debate sobre el fundamento natural de la familia?

b) ¿Es comúnmente aceptado, en cuanto tal, el concepto de ley natural en relación a la unión entre el hombre y la mujer, de parte de los bautizados en general?

c) ¿Cómo es contestada, en la práctica y en la teoría, la ley natural en lo que respecta a la unión entre el hombre y la mujer en vista de la formación de una familia? ¿Cómo es propuesta y profundizada en los organismos civiles y eclesiales?

d) ¿Cómo se deberían afrontar los desafíos pastorales que surgen cuando bautizados, no practicantes o que se declaran no creyentes, piden la celebración del matrimonio?” Esto solo, como dicen los cholos, no nos lo acabamos.

Anda por ahí un artículo, publicado en este espacio, sobre la Ley Natural. BXVI se ocupó en muchas ocasiones de este tema fundamental para la existencia humana. Pero desde mi experiencia pastoral, el problema número uno, aquél con el que me enfrento a diario, es el inciso d). A mi juicio, éste es el punto neurálgico en nuestro ambiente, es nuestro punto débil y nuestra fortaleza, a la vez. El nuestro, no es un ambiente  cultural como podría ser en Alemania, por ejemplo, donde se discuta filosóficamente el problema de la ley natural y todo lo referente a ella; aquí hay un sustrato religioso vigente, a la manera de las brasas que se mantienen encendidas bajo de las cenizas, que permite, no obstante la ausencia de una verdadera practica libre y consciente de la religión, buscar sin embargo para determinados momentos, el acto religioso; se trata de un sentido vago, si se quiere, pero valioso, de lo Divino en nuestra vida. El grave problema de semejante práctica, si no tenemos cuidado, es que podemos estar desvinculando el evangelio de la práctica religiosa. En este caso, estamos favoreciendo el ritualismo, haciendo solo ritos: bautismos, 1ª comunión, confirmamos, casamos,  exequias, ¿sacerdocio ministerial?, pero todo desvinculado de una evangelización profunda. En otras palabras, nosotros no enfrentamos  una problemática filosófica, sino una praxis que es, igual, insuficiente. Tenemos la ventaja todavía de que ese sustrato religioso, que pervive a pesar de todo, nos permite entrar en contacto con muchísima gente brindándonos  la oportunidad de evangelizar. Ese es el propósito que bulle en la mente del papa Francisco.

En el número 5 del cuestionario del DP, también cuatro incisos, nos plantea un problema  mucho menor en extensión, aunque mediáticamente sea muy llamativo Sobre las uniones de personas del mismo sexo:

“a) ¿Existe en el país una ley civil de reconocimiento de las uniones de personas del mismo sexo equiparadas, de algún modo, al matrimonio?

b) ¿Qué actitud asumen las Iglesias particulares y locales ante el Estado civil, promotor de uniones civiles entre personas del mismo sexo, y también ante las mismas personas implicadas en este tipo de uniones?

c) ¿Qué atención pastoral es posible desarrollar en relación a las personas que han elegido vivir según este tipo de uniones?

d) ¿Cómo habría que comportarse pastoralmente, en el caso de uniones de personas del mismo sexo que hayan adoptado niños, en vista de la transmisión de la fe?”. (El inciso b) da para mucho y denuncia una actitud tibia por parte de las iglesias locales).

Preguntas inquietantes, pero que revelan, como diría Nietzsche, que el hielo sobre el que vamos caminando es cada vez más delgado y comienza a crujir bajo nuestros pies. Todo el futuro nos lo jugamos en las respuestas que demos a tales preguntas. En nuestro contexto enfrentamos un nihilismo práctico, no filosófico. El verdadero reto es la evangelización, la cercanía, el amor, el trato, la disponibilidad, el servicio. La gran ventaja entre nosotros es que, hasta los ateos, llevan a sus hijos a bautizar, a la primera comunión e incluso, sus hijas se casan por la iglesia. Es la idiosincrasia del mexicano: ateo por la gracia de Dios. E, igual, no un ateísmo teórico, sino práctico. Y ésta empatía debería ser aprovechada de la mejor manera posible, es decir, convirtiéndola en oportunidad evangelizadora;  no es cuestión de proselitismos ni de un simple yo estoy bien, tu estas mal, al cabo de lo mismo; como gustaba decir el viejo obispo Talamás, “no hay rebajas de evangelio”, sino de poner en contacto con la gracia curativa de Cristo a cada alma y a cada corazón en su situación,  para que de esta forma, el hombre, la mujer y  la pareja en su momento, realice la misión matrimonial conforme a su verdad íntima. De esta manera evitaremos inútiles y amargas controversias.

BXVI, en una alocución memorable y desafiante, al Supremo Tribunal de la Iglesia, (01.26.2013),  afirmaba: “La cultura contemporánea, marcada por un acentuado subjetivismo y relativismo ético y religioso, pone a la persona y a la familia frente a urgentes desafíos. En primer lugar, ante la cuestión sobre la capacidad misma del ser humano de vincularse, y si un vínculo que dure para toda la vida es verdaderamente posible y corresponde a la naturaleza del hombre, o, más bien, si no se trata de algo  contrario a su libertad y autorrealización. Forma parte de una mentalidad difundida, en efecto, pensar que la persona llega a ser tal permaneciendo «autónoma» y entrando en contacto con el otro sólo mediante relaciones que se pueden interrumpir en cualquier momento”. Una antropología deformada a tal grado, necesita la gracia curativa del Cristo para ser sanada: tal es la evangelización.

De esta alocución me he ocupado ya en este mismo espacio. (Diario de Juárez. 10.02.13)  En ella, BXVI llega a afirmar que «en caso de que no se advierta ninguna huella de la fe en cuanto tal (en el sentido del término “creencia”, disposición a creer) ni deseo alguno de la gracia y de la salvación, se plantea el problema de saber, en realidad, si la intención general y verdaderamente sacramental…..está presente o no y si el matrimonio que se contrae es válido o no». Texto, en verdad, retador.  Sencillamente el texto alude a que si los contrayentes no tienen una verdadera vida  de práctica religiosa, es decir, una vida de fe, y no hay el menor interés en ello, al menos como causa concomitante, esto puede plantear una causal de nulidad.  A esa profundidad estamos hablando. Entonces, la respuesta que ha de dar la iglesia en esta situación, no es otra que la de un trabajo realmente evangelizador. Es la mente del papa Francisco.

“El rechazo de la propuesta divina, en efecto, conduce a un desequilibrio profundo en todas las relaciones humanas, incluida la matrimonial, y facilita una comprensión errada de la libertad y de la autorrealización, que, unida a la fuga ante la paciente tolerancia del sufrimiento, condena al hombre a encerrarse en su egoísmo y egocentrismo. Al contrario, la acogida de la fe hace al hombre capaz del don de sí, y sólo «abriéndose al otro, a los otros, a los hijos, a la familia; sólo dejándose plasmar en el sufrimiento, descubre la amplitud de ser persona humana»”. (ibid BXVI)

Es este denso texto de BXVI está la gran verdad: el hombre solo se realiza plenamente, conforme a su verdad más íntima, abriendo su libertad a Dios, reconociendo que, para tener vida, el sarmiento ha de estar unido a la vid. Solo existe un humanismo, el cristiano, decía J. Maritain. Otro tanto ha de decirse del matrimonio y la familia. La más grande vocación del hombre es hacer en su vida concreta la voluntad de Dios. Casarse por la iglesia es realizar con la ayuda de Dios el proyecto divino sobre el matrimonio y la familia, tal como Dios lo pensó y realizó “desde el principio”.