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El que le exige demasiado a la vida, termina suicidándose. JV.

Es difícil vivir siempre bajo un cielo gris. Por eso nuestra cultura es rica en ofertas de evasión en cualquier dirección; la angustia siempre nos amenaza. Además, nos aguijonea el anhelo de otro lugar, donde el alma pueda encontrar la paz. Así nos evadimos, por ejemplo, en el sueño, para conquistar una brizna de la “verdadera realidad” que nos oculta la vigilia o para vivir en libertad, al margen de todo condicionamiento y volar en alas del pensamiento. ¿No nos advierte acaso Baudelaire, inspirado por Pascal, que “la verdadera realidad se busca en los sueños”? El protagonista del cuento “El otro sueño” se refugia precisamente en el sueño para huir de la tristeza cotidiana y vivir plenamente su historia de amor. Los médicos hablan de alucinaciones, pero podría ser también la necesidad vital de encontrar otro lugar que dé un significado distinto a la existencia. Fabien Especel, protagonista de “Si yo fuera tú”, busca una forma de evasión más radical. Para evadirse de sí mismo, hace un pacto con el demonio en virtud del cual se puede encarnar en otras personas. El recurso no da resultado: en cada encarnación se encuentra con la misma miseria esencial que lo lleva al aburrimiento y al cansancio. Y vuelve al antiguo yo. Nuestra verdadera necesidad – sugiere el autor J. Green – no es de otros, sino de Otro, de Otro Lugar.

La evasión más radical se da en la muerte. En el cuento “El viajero sobre la tierra”, D. O’Donovan se entrega en forma lenta pero inexorable a la muerte, inexorable porque habiendo conocido las diversas etapas del viaje que es la vida, las encuentra insoportables y elige morir. ¿Cómo interpretar su elección? ¿Es una reacción neurótica? ¿O es más bien la impaciencia de un viajero por llegar a la “fuente de agua viva”? El cura del lugar piensa esto último y afirma que a Daniel “lo ha alcanzado la gracia”. Evasiones: en el sueño, en la locura, en el delito, en la muerte, todas son testimonios de un malestar existencial que hace la vida insoportable. “¡Cuán insondable es el corazón del hombre y cuán lleno de inmundicias!”, nos recuerda Pascal.

La narrativa de Green es la demostración de este pensamiento. El autor quiere poner al descubierto el corazón de sus personajes para mostrar el suyo propio: el misterio del hombre habitado por dos yo que se encuentran y luchan entre sí; de una libertad movida por fuerzas opuestas; de un abismo de perdición que anhela una redención; de una voluntad que procura suprimir una Presencia asentada en nuestro ser. Infierno y abismo adquieren tonalidades vertiginosas, sobre todo en “Cada hombre en su noche”, una de las obras más logradas de Green. Es la transposición narrativa de un descenso al infierno y la presencia de la Gracia: obsesión de la carne, llamados satánicos que trastornan el espíritu, superposición de  luces y sombras, deseo de arrastrar a Dios a los bajos fondos del pecado. W. Ingram, protagonista de la novela, encontrará la muerte en uno de estos bajos fondos, pero también a ese Dios cuyo rostro no ha dejado de ensuciar. Es la novela psicológica que hurgonea en los sótanos podridos del alma. Los griegos ya habían adivinado el absurdo en el que la vida del se resuelve y lo trataron de forma más genial y profunda. Buscaron la respuesta al destino, a lo fatal, al dolor, a la muerte. No eran existencialistas de café. Las tragedias muestran su tristeza dolorida. La literatura sapiencial bíblica alcanzará la cumbre más alta sobre el tema. los existencialistas son niños de kínder comparados con los griegos o los sabios de Israel.

Bajo la forma de mito, los griegos expresan el mismo absurdo, la eterna condena del hombre no redimido. Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil, rutinario y sin esperanza. ¿Por qué este personaje de la mitología fue condenado al absurdo?, no lo sabemos exactamente. Ciertamente entró en conflicto con los dioses que acabaron condenándole al peor de los castigos: el absurdo de una vida sin sentido, sin esperanza, animada por un ideal, una ilusión, todo fallido e inútil. Quiso llevar agua a Corinto y traicionó a Júpiter pare ello.

Por ello le castigaron enviándole al infierno. Sísifo no quería que los hombres murieran. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio de muerte, desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de manos de su vencedor, Sísifo.

Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por querer ayudar a los hombres, le valieron ese suplicio indecible en el que el hombre se dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. Los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso empujando la enorme piedra hacia arriba siempre y fallida siempre; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra rueda al fondo, hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volver a sacarla, y baja de nuevo a la llanura. Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra. Es el rostro del obrero cansado, aburrido, que retorna al hogar sin ilusión. El obrero de bajo rango de la maquila. Mañana comenzará de nuevo y así cada día. Pero Sísifo es consciente de su destino fatal. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia.

¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito? El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero tampoco hay esperanza. Sísifos proletarios de los dioses. Pero no hay destino que no se venza con el desprecio. A veces no queda más recurso que el desdén perfecto.

Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Sísifo y el eterno retorno. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poder sobrellevarla. Son nuestras noches de Getsemaní.

Termino en el lado opuesto con un bello pasaje de S. Pablo VI, a propósito de la fiesta mariana del 15 de agosto, La Asunción: “Al hombre contemporáneo, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones sin límite, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de náusea y hastío, la Virgen, contemplada en su vicisitud evangélica y en la realidad ya conseguida de la vida gloriosa junto a Dios, ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte”. 

Dostoievski hacía una peregrinación anual a Dresden y pasaba todo un el día en el museo sentado frente a la imagen de la Virgen y el Niño, obra de Rafael. En cierta ocasión su esposa le preguntó: ¿Por qué haces eso? Y el escritor le contestó: “Veo a la Virgen para reconciliarme con la humanidad”.

*Tengo días sin teléfono ni internet debido a un incendio absurdo. Por ello saqué esta entrega de la bodega de Word, la ajusté y pulí un poco, pero no tengo las referencias bibliográficas respectivas por lo cual no la considero mía sino en mínima parte. Eso me “angustia”. ¡Y ahora la escuela por internet! La CFE sí nos atendió rápido y bien.