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André Malraux (1901), político y escritor francés, en cierto momento de su vida dijo: “no sé si habrá un siglo XXI, pero de haberlo, será el siglo de las religiones”.  Y he aquí que los señores Bin Laden y Bush hicieron realidad la predicción de Malraux sacando a flote el tema de Dios y de la religión en forma no solo dramática, sino también pervertida; y el mundo del pensamiento se ocupó de Dios y de la religión.  

Juan Pablo II, viejo y agotado, pronunció en el último de sus viajes, ante los intelectuales y científicos de Kazajastán, en las fronteras mismas del conflicto islam-EE.UU: “Todos los creyentes deben unir sus fuerzas para que Dios no se convierta jamás en rehén de las ambiciones de los hombres. El odio, el fanatismo, el terrorismo profanan el nombre de Dios y deforman la imagen del hombre”. No creo que Malraux pensase en ello al hablar del siglo de las religiones.  

B.XVI lo ha dicho en forma pura y dura. “Hemos aprendió a vivir sin ilusión, sin esperanza, sin Dios. Vivimos como si Dios no existiera”. Ahí reside el problema. (ver Salvados en la esperanza).  

Existe una pequeña obra llamada “La Respuesta de los Teólogos” (1970); a seis de los más connotados teólogos del siglo XX se les pidió identificar cinco grandes retos de la Iglesia en el mundo moderno. Comparto la opinión de dos de ellos: Jean Daniélou y Karl Rahner, ambos jesuitas. De entrada, diremos que de 1970 a nuestros días ha corrido mucha agua bajo el puente; hoy podemos decir otras cosas, señalar otras prioridades, por una parte, por otra, son teólogos europeos y reflejan su situación. Con una visión mas universal y a la vez mas concreta, BXI ha definido mejor la situación de la iglesia y del hombre de hoy. 

Para Daniélou el tema más importante, y que parece además tener una importancia decisiva especialmente en EE.UU, es la crisis de la religión, lo que se conoce con el nombre de “secularismo”.  Cree que ésta es la cuestión principal, ya que se refiere no sólo a la Iglesia en cuanto tal, sino de una manera más general al lugar de la religión en la trama de una civilización técnica, problema que, según Daniélou, es innegablemente muy grave.   

Según este autor nos enfrentamos aquí con una especie de crisis de vida religiosa en la sociedad de hoy en su totalidad.  Nos encontramos con el espíritu científico que tiende a sustituir las explicaciones de carácter sobrenatural por otras racionales y, al mismo tiempo, nos encontramos con una sociedad urbana que rompe las barreras tradicionales dentro de las cuales la vida religiosa se había expresado tradicionalmente. Algunos pensadores consideran esta situación no como expresión de una crisis pasajera, sino como un movimiento irreversible; en otros términos, que hemos llegado al momento «del fin de la religión»; que el problema que enfrenta el cristiano es el de saber qué sucederá con el cristianismo en un mundo en el que toda vida religiosa ha dejado de existir. Tal situación es percibida por el téologo francés como un reto para el cristianismo. Lo dicho no significa que el comparta esa visión pesimista sobre el futuro de la religión; se trata de un diagnóstico muy atinado, al menos en apariencia; y cita con gusto a un alcalde de Florencia que solía decir: «la verdadera ciudad es aquella en la que los hombres tienen su casa y Dios tiene su casa», para indicar con ello que la expresión visible de la dimensión de la adoración dentro de la ciudad es constitutiva de una ciudad verdaderamente humana.  

De tal manera, que uno de los mayores peligros que afronta el cristianismo y la humanidad según Daniélou – peligro que la Iglesia debe enfrentar – es precisamente esta disminución de sensibilidad para con Dios y el lugar de Dios en la experiencia humana.  

K. Rahnner por su parte decía: “creo que las cuestiones decisivas para hoy y para el futuro son: primero: el problema de Dios, el Dios vivo, su existencia, frente a un ateísmo que puede ser militante y hasta formalmente institucionalizado como organización, o  – cosa más grave aún- frente a un ateísmo que no se cuestiona más a sí mismo, que pasa sin inmutarse por encima del problema de Dios, como algo que naturalmente se sobreentiende. Un ateísmo perfecto. Este es, creo yo, el primero y más importante problema que debe preocupar hoy a la Iglesia.”.  Así se expresaba el genial teólogo alemán. Decía en un tono menor, que comparto absolutamente: “Si Dios es borrado del mundo a grado tal que su imagen sea cancelada de la mente humana, dejaremos de ser humanos y nos convertiríamos en animales muy astutos, muy hábiles; y nuestro destino sería demasiado horrible para contemplarlo”. 

En la expresión de estos dos teólogos, fallecidos ambos, encontramos una diagnosis del mundo contemporáneo desde el punto de vista religioso.  Sólo que hoy nos damos cuenta de que no es exactamente así. El conflicto que hoy atenaza al mundo ha sido planteado en términos religiosos; términos como el Gran Satán, Dios, el Bien y el Mal llevan el planteamiento a su expresión fundamental; no existe el término medio; el presidente Bush lo expresó en categorías fundamentales: “o están con nosotros, o están con el terrorismo”. En tal situación la idea de Dios queda seriamente comprometida; Bush ha dicho: “Que Dios siga bendiciendo América”; Bin Laden afirmaba: “El Dios todopoderoso ha golpeado América”.  Esto se debe a que el conflicto y el desastre son de tal magnitud y profundidad y las perspectivas de futuro tan inciertas, que las palabras humanas (categorías) son desbordadas por los hechos, son insuficientes para explicarlos y ha de echarse mano del “algo más” que el lenguaje religioso comporta. A veces el mal es tan grande que ha de recurrirse a entidades sobrenaturales.     

No veo, pues, cercano el fin de la religión. El hombre no puede prescindir de la dimensión religiosa en su vida. Esto no es fácil explicarlo. Lo que en todo caso me parece imposible es imaginar cómo podría funcionar el espíritu humano sin la convicción de que exite algo irreductiblemente real en el mundo. Es imposible imaginar cómo podría aparecer la conciencia sin conferir una significación a los impulsos y a las experiencias del hombre.  Mediante la experiencia de lo sagrdo, el espíritu ha captado la diferencia entre lo que se revela como real, potente y significativo y lo que carece de estas cualidades, es decir, el flujo caótico y peligroso de las cosas, sus apariciones y desapariciones fortuitas y carentes de sentido.  La experiencia de lo religioso, lo sagrado es inherente al modo de ser del hombre en el mundo.  

Sin embargo, lo peor que puede pasar con una religión y máxime en sus expresiones más evolucionadas como es el monoteísmo, es su absolutización, es decir, cuando la religión sustituye a Dios.  Cuando la religión nos presenta a Dios como objeto de pasiones humanas, de tendencias y exclusivismos, no lejanas a las concepciones mitológicas greco-latinas; deidades dominadas por las pasiones humanas y por el favoritismo, se convierte en la más grande perversión.   De esta manera lo mejor se transmuta en lo peor, y la gran fuerza del perfeccionamiento del hombre se rebaja para fines profanos.  El hombre intenta poner a Dios a su servicio mediante la religión-magia. Este peligro será superado cuando aprendamos a distinguir bien fe y religión; la religión es natural, la fe es don sobrenatural, lo que salva es la fe, no la religión. Es obvio que la fe para que no atomizarse ha de expresarse en un sistema religioso; pero la religión es auténtica cuando es expresión y vivencia de la fe. Y esto es exclusivo del cristianismo. La religión judeocristiana  introdujo en la simple religión una categoría nueva: la fe.  

De aquí nace la necesidad de una purificación siempre renovada de la religión, y a esto ayuda no poco la reflexión del ateo, y los más ateos, no son siempre los que se creen y se dicen sin Dios.  Pero es efecto de una clarividencia todavía ciega el rechazar a Dios a causa de sus deformaciones humanas o a la religión por el abuso que de ella hacen los hombres.  Como toda religion ha comenzado por sí misma, debe incesantemente, purificarse a sí misma.  

De tal manera, pues, que el hombre seguirá siendo siempre el “homo religiosus” y, perpetuamente necesitará purificar esta dimensión para no oscurecer con ideas personales, nada objetivas, la idea de Dios en provecho de sus ambiciones.