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Si la visión distorsionada sobre el hombre, si la mentira es cada vez más grande y extendida, si el mal es cada vez más hiriente, entonces la verdad ha de ser propuesta con mayor claridad; con sencillez y humildad, pero, al mismo tiempo, con convicción y fuerza, escribía yo en este espacio el 26.07.09. 12 años después, ¿dónde estamos? ¿Cuántas iniciativas habidas? ¿Cuáles son los resultados? Transcribo aquella entrega con intención de reflexión. Reducida, obvio. 

Riva Palacio titula su entrega “La generación Z” Ello me anima a escribir sobre el tema. Describe un fenómeno evidente, no reflexionamos a profundidad. Podemos hablar de una generación perdida; de ésta y de las que vienen. El trabajo de recuperación será lento, dfícil y a muy largo plazo, porque lo que tiene que ser recompuesto necesitará de una cirugía mayor ya que son las estructuras básicas de la sociedad, la familia, sobre todo, las que han de recuperarse.

También he dicho que hemos perdido la capacidad para ver la relación causa–efecto; nada es de generación espontánea. Así que ni el crimen, organizado o desorganizado, ni el hecho de que sean jóvenes los que están matando y muriendo, se ha dado nomás porque sí. Existe una causa que, si no nos preocupamos de conocer, estudiar y enfrentar, el fenómeno seguirá adelante. Deberíamos, pues, avocarnos a encontrar la raíz de los fenómenos sociales que tienen a la sociedad  en jaque. 

Riva Palacio pinta el caldo de cultivo de donde está brotando el mal que nos atosiga. Solo constata el fenómeno, pero constituye un verdadero estudio de sociología. Afirma: «el esquema de los zetas y otros cárteles se aplica en los sectores de la población más marginados, provenientes de núcleos familiares rotos, de la violencia intrafamiliar, sin educación, ni ingresos y, sobre todo sin ninguna esperanza o expectativa de mejora. Son parte de la generación de la crisis, en el fondo de la cadena productiva; vienen del lumpen, o de los linderos de la vida más miserable. En esos segmentos sociales, el reclutamiento es mucho más sencillo como lo experimentan los zetas». 

A fortiori, si no atacamos la causa, no suprimimos los efectos. Y el hecho es que la pobreza, los círculos de miseria, ese lumpen humano, ciénega de miseria y desesperación, de hacinamientos, donde no pueden brotar ni subsistir siquiera las relaciones humanas más fundamentales como es la familia, ahí donde los horizontes simplemente no existen, esa realidad, digo, no sólo sigue intacta, sino que se amplía y ahonda. Por lo tanto, esa situación de millones de seres humanos sigue siendo la cantera donde se abastecen las filas del crimen. 

Al lado de esa miseria social, está el abandono espiritual, la orfandad religiosa de las nuevas generaciones. Dom Chautard, monje francés, escribía hace algunos años: “Para salvar la sociedad, hay que comenzar por los jóvenes y especialmente por los niños que serán los hombres del mañana. Estos capullitos de hombres y mujeres harán o no harán más fraterno el mundo del futuro. Los niños tienen un derecho estricto e inalienable de conocer a Cristo y de vivir su vida. Tienen pleno derecho a alimentarse del Evangelio y de la Eucaristía”. La verdadera pobreza radica en el alma. ¡Tantos niños y jóvenes dejados huérfanos religiosamente! Las fotos mediáticas de los que delinque muestran jóvenes.

La Iglesia por su presencia capilar en la sociedad tiene la gran oportunidad de ayudar en este campo sabiendo que los padres son insustituibles. Hay un doble elemento a manejar: el mundo de la noticia en una mano, y en la otra, la Palabra; ni pura sociología ni fundamentalismo religioso. Hoy nuestro camino se ha tornado oscuro, no sabemos que rumbo tomar, y parece que no tenemos herramientas para enfrentar una situación de miedo e incertidumbre, cuando el mal, en todas sus manifestaciones y formas, toma caracteres apocalípticos; ¿no habremos errado camino? 

Recién iniciado el Operativo Conjunto en nuestra Entidad, hacía notar que éste, no obstante, su necesidad, no sería suficiente; a dicho Operativo hay que añadir la voluntad de cambio de mentalidad de todos y cada uno de nosotros y la voluntad política de atacar la marginación. 

Se va uno haciendo uno viejo, y recuerda los dichos de la abuela. Éramos muchos hermanos, y algo más que inquietos, y desesperada la abuela nos gritaba “estos no tienen temor de Dios”. La frase es densamente bíblica, porque la ausencia del temor de Dios significa la pérdida del sentido de su presencia en nuestra vida; la falta de temor de Dios es la extinción práctica de Dios mismo en nuestra existencia, en nuestra historia, en nuestra cultura. Y como afirmaba Dostoievsky, “cuando quitamos a Dios, suprimimos el problema del bien y del mal”. ¿No estará aquí la causa del desastre? El “temor de Dios”, es uno de los dones del Espíritu.

Anselm Grün, monje benedictino alemán, titula un librito suyo: “Los diez mandamientos”, (= DM.) de fácil lectura, escrito con afán de diálogo cultural. Leer los DM. desde nuestra circunstancia. Nuestro mundo se torna cada día más complicado e incomprensible, dice el autor. En efecto, no hay reunión, familiar o de amigos, de albañiles o de empresarios, de creyentes o no, en que no aflore el tema de la complejidad e incomprensibilidad de lo que estamos viviendo. Todo mundo nos habla de la situación difícil y compleja; el tema llena redes y medios, pero nadie nos hemos hecho la pregunta, a fondo y seriamente, ¿por qué hemos llegado a este punto? ¿Dónde perdimos el camino? En Diálogos en la Catedral, Vargas Llosa hace decir a uno de sus personajes: “¿en qué momento se jodió el Perú?”. Igual de perplejos estamos los mexicanos, los juarenses. Ya viejo Vasconcelos, le preguntaron unos periodistas españoles el por qué las juventudes americanas andaban desorientadas, doctrinalmente; respondió: “¿Andan perdidos?; ¿desde cuándo se les perdió el Evangelio?”. Por ahí va mi tesis. En un determinado momento de nuestra historia perdimos contacto con las vigorosas tradiciones que habíamos heredado, perdimos nuestro capital humano, y fuimos barridos por un modernismo desvinculante que rompió todos los muros de contención de la conducta humana, destrozando el primero y más importante, la familia. ¿No sería ese el momento en se “jodió” todo?

Dice Grün: “Por esta circunstancia mucha gente busca una clara orientación e indicaciones certeras para alcanzar una vida plena. Los DM. pretenden ser estas indicaciones que orientan nuestra vida y la vuelven al buen camino. En la medida en que nos indican por donde ir, también nos suministran la fuerza para emprender el camino. Pues quien conoce el camino, descubre dentro de sí más fuerza y motivación que el que marcha sin rumbo. El desorientado malgasta mucha energía al probar varias direcciones, dar la vuelta una y otra vez para volver a hacer siempre el mismo tramo del camino. Quien conoce el camino, también conoce las fuentes de la que puede sacar fuerza para alcanzar su destino”. La “falta de sentido”; define la situación de desorientación, de pérdida del camino. El no saber a dónde ir, de dónde venimos, qué estamos haciendo aquí, ni por qué un día tenemos que marcharnos, convierte la vida en un absurdo, y en esas circunstancias pueden hacerse las opciones más devastadoras. Este psicólogo afirma que sólo en una sociedad que ha perdido el sentido, pueden prender tan fácilmente todas esas formas de degradación. Riva Palacio afirma: “los zetas abrevan de los hijos de las generaciones de crisis. Para muchos es mejor apostar en vida y vivir mejor mientras se pueda, que morir inevitablemente, (de hambre), si insisten en vivir dentro de la legalidad”. ¡Qué terrible!

Termino con esta cita de B.XVI.: “Queridos amigos, no os desaniméis. La Providencia ayuda siempre al que obra el bien y se compromete por la justicia; ayuda a quienes no piensan sólo en sí mismos, sino también a quien está peor que ellos. Los valores fundamentales de la familia y del respeto a la vida humana, la sensibilidad por la justicia social, la capacidad de afrontar la fatiga y el sacrificio, el fuerte lazo de unión con la fe cristiana a través de la vida parroquial y especialmente la participación en la Santa Misa, han sido vuestra verdadera fuerza a través de los siglos. Serán estos mismos valores los que permitirán a las generaciones de hoy construir con esperanza su propio futuro, dando vida a una sociedad verdaderamente solidaria y fraterna, donde todos los ámbitos, las instituciones y la economía estén permeados de espíritu evangélico”. Escrito el 26.07.09. ¿Estamos mejor ahora? ¿Qué ha cambiado? Lo cierto es que ese “lumpen humano” ha crecido”.