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El llamado de la Virgen de Guadalupe

“Hay conciencias ciegas para lo sobrenatural; pretender convencerlas es tan estéril como hablarle del color a un ciego de nacimiento. Para el que tiene el sentido de lo divino, es obvio que existen sus manifestaciones. Y lo que en cada caso interesa es averiguar la categoría, el significado de cada particular revelado.

Pocos sucesos hay en la historia tan notoriamente cargados de predestinación, como la conquista que trajo a la América, con la civilización, una fe, la más alta fe que conoce el hombre. No hay hazañas – entre las miles que se consumaron del Cabo de Hornos a California – que no revele una intención consciente de llevar adelante una empresa extraordinaria. Dentro de este proceso dramático, la aparición guadalupana es una culminación; a la vez, una consagración de toda la epopeya inaudita de la conquista. Sin la aparición no hubiera sido completa esa conquista. Nos aparecería como una de tantas peleas que no merecen la atención de la historia”.  (En el Ocaso de mi Vida.1957).

En efecto, el hecho guadalupano, está cargado de un significado profético que sigue interpelando sucesivamente a las generaciones “de estas tierras”, llamándolas a asumir con responsabilidad su destino y su vocación en el concierto general de las naciones. Nos interpela desde nuestros abismos sociales. Como ella misma lo dice, ha venido y desea vivamente «que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a ti y a todos vosotros juntos, los moradores de esta tierra… oír allí todos sus lamentos y remediar sus miserias, penas y dolores» (NM. 22-25); tal solidaridad forma parte de la evangelización guadalupana; sin ello, la devoción se evapora como nube mañanera. Su intención no pierde actualidad dado que los habitantes de ‘esta tierra’ siguen viviendo por abajo de la línea de la pobreza, millones están sumidos en la ignorancia y en la marginación, sin acceso a la educación ni a los servicios elementales del bienestar, atrapados en las redes del crimen y la violencia, y gran parte de su política está marcada por una descomunal corrupción inaceptable y sometida a liderazgos turbios.

A condición de leer «hoy» el hecho guadalupano, éste puede constituir un decidido impulso para superar esas fallas lamentables que hacen de nuestros pueblos entidades desesperadas ante las que parece cerrarse el futuro. Guadalupe expresa la solidaridad, el compromiso sobre todo con el desposeído; constituye una invitación a la unidad. “La ciencia necesaria para vencer la heterogeneidad racial de un pueblo, el secreto de la paz y la dicha en un destino nacional, todo esto se haya contenido en el mensaje de Tepeyac, que es un mensaje de amor, no simple humanismo, sino sobrenatural amor en Cristo”. (J. V. ibid).

La homilía de papa Francisco en la Basílica sigue esa línea. «En aquel amanecer de diciembre de 1531 se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de un Pueblo. En ese amanecer Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos».

Al momento del encuentro tremendo de la conquista, nos dicen los especialistas, la religión azteca esperaba ya un desastre, pero también el nacimiento misterioso de una nueva era.  El choque brutal que destruyó todo lo suyo significó un cataclismo, que nosotros no estamos en grado de comprender: sus esperanzas, sus creencias, su cultura, su religión, sus monumentos, -¡sus dioses derrotados! –  todo rodó, deshecho, por el suelo. ¿Cómo podría resurgir de las cenizas algo radicalmente nuevo; y no sólo eso sino más grande aún? Contenidos de la religión náhuatl revelaban su esperanza en el nacimiento de una nueva era que los nativos supieron ver en la Imagen; en ella, como en un códice, descubrieron el inicio del resurgimiento luego de la hecatombe y la humillación. Esto explica el por qué, tras el acontecimiento guadalupano, las conversiones nativas al cristianismo rebasaban las expectativas y la misma capacidad física de los misioneros.

J.L. Guerrero lo expresa de la siguiente manera: “El evento guadalupano es un ejemplo magistral de cómo esto es posible aún en las peores circunstancias, como fue este caso de los pueblos, españoles e indios, enfrentados por una total desconfianza mutua y separados por un abismo de incomprensión humanamente insuperable, que pudieron llegar a unirse tan efectivamente, con una unión no sólo genética, sino mental y axiológica, que dieron origen a otro pueblo nuevo, mestizo, que somos los actuales mexicanos, y que esto haya sucedido sin alterar sus limitaciones humanas sino potenciando lo poco que los unía y desenfatizando –sin negarlo- lo muchísimo que los separaba”.

El hecho guadalupano, pues, sigue siendo interpelación y urgencia. Sabemos perfectamente que nuestro País, no obstante signos positivos, dista mucho de estar en su mejor momento. Se levantan en el horizonte signos ominosos que exigirán claridad de objetivos, honestidad en la acción y unidad de sus hijos. Son demasiadas las cosas que nos faltan por hacer en el ámbito de la justicia social, de la seguridad y de la paz de los ciudadanos. Sabemos que nuestro País se enfrenta a dificultades muy serias agravadas por la forma como se está manejando la cosa pública; el sadismo del crimen organizado revela, sin más, una patología social gravísima. Los asesinatos, las ejecuciones, el narcotráfico, la violencia en contra de la mujer y los niños, la pobreza de las etnias y el abandono de los campesinos y obreros, son situaciones que contradicen el hecho guadalupano al mismo tiempo que nos revelan su actualidad y urgencia.

En tales circunstancias, la lectura de papa Francisco, es puntual. “Al venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas y decirle: Madre, «¿Qué puedo aportar yo si no soy un letrado?». Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación”.

El papa nos propone “mirar a la Imagen”. «Por eso creo que hoy nos va a servir un poco de silencio. Mirarla a ella, mirarla mucho y calmadamente…», Mirarla para descubrir, a la luz de su mensaje, lo que conviene hacer en nuestro ‘hoy’. No se ha meditado suficientemente en el significado, altamente simbólico, de Juan Diego. Él se sabe indigno e incompetente, sabe que no es la persona indicada para tal misión e, incluso, trata de evadir el encuentro con la Virgen. Pero ella insiste, como diciéndole: «No te dejes vencer por tus dolores, tristezas, tus miedos. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; como a Juanito, hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios». (cf. ibid).

El hecho guadalupano, pues, es netamente evangelizador, es decir, es el anuncio de la alegre noticia de la solidaridad de Dios con nosotros manifestada en su Hijo; y es lo que María anuncia en estas tierras al momento de nuestro nacimiento. Y es lo que quiere de nosotros. «Así logra despertar algo que Juan Diego no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o por no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas. El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro, expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse. El Santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos». Tal es el santuario que la Virgen quiere.

Así pues, la verdadera devoción a la Guadalupana significa imitar su opción fundamental de inquebrantable fe y generosa entrega, y vivir, individual y socialmente, las virtudes que las circunstancias actuales reclaman de nosotros como cristianos……María, ante todo, no vive aislada en sus dones ni lleva una piedad individualista; es una mujer de su pueblo, vive con la comunidad y participa de sus alegrías y problemas; se entrega, igualmente, a la obra de su Hijo, y favorece el crecimiento de la iglesia en la fe y en el espíritu. Ella conoce las injusticias que padece el pobre, Ella misma es pobre, conoce la persecución y el destierro; sin embargo, su reacción no es la pasividad ni el fatalismo, ni el odio ni la violencia; proclama la fidelidad de Dios que derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes. Ella es el modelo del discípulo: artífice de la ciudad terrena, pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero, sobre todo, testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones.