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Periodismo en tiempos difíciles

Leer a Timothy Garton Ash es una delicia; se trata de uno de esos hombres dueños de un gran saber académico, escritores e investigadores de talla mundial, que pueden poner en tres páginas la situación, política en este caso, de nuestra actualidad. Su formación científica y su actitud de atento observador dan a sus escritos periodísticos un alcance que rebasa el tema tratado.

Su prestigio académico le permite, por lo demás, esa libertad airosa propia de los pensadores serios y su capacidad de investigador le hace irrebatible. Catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador titular en la Hoover Institution, Stanford University. Su nuevo libro, Free Speech: Ten Principles for a Connected World, acaba de publicarse. Una cualidad extra de estos hombres es su capacidad para usar el género periodístico, breve y acertado. Estos ejercicios de comunicación, en universidades de prestigio, les son impuestos a los jóvenes estudiantes que se especializan en el mundo científico. Y es que una cosa es saber y otra saber comunicar; y ésta no es fácil en lo absoluto. Por lo demás, en la medida en que uno se afana por comunicar, en esa medida se aprende más y mejor, los temas se repiensan, se contemplan sus aristas y se piensa en los receptores. Pero también debería ser un ejercicio que se imponga a los jóvenes que estudian periodismo. El primer paso, elemental, es conocer la gramática, herramienta fundamental, y en este punto, entre nosotros andamos bastante mal. Si se desconoce la gramática, es imposible la comunicación acertada.

En un artículo publicado estos días, Garton Ash analiza a fondo el fenómeno Trump. Y este fenómeno, las elecciones en USA, nos incumben a todos. Los adjetivos que Garton le dedica son devastadores. Comienza con una anécdota trivial. «“Para Trump, el engaño es una segunda piel”. Es lo que me decía el otro día, en Chicago, Nathan, propietario de una pequeña empresa. Yo no habría podido decirlo mejor. Según un análisis reciente, Trump dice una mentira o algo que no es cierto aproximadamente cada cinco minutos. Los medios de comunicación estadounidenses mantienen un gran debate a propósito de cómo informar sobre este demagogo narcisista, fanfarrón, mentiroso, ignorante y peligroso. Pero los medios son parte del problema».

De hecho, el “reclamo” del artículo es el siguiente: “Existe una profusión descontrolada de fuentes de noticias y opiniones, y eso produce una inmensa fragmentación. Los medios de comunicación, chillones y polarizados, están erosionando cada vez más los cimientos de la democracia”. Y es que la noticia, hace tiempo, se convirtió en negocio y como tal se rige. De tal manera que el problema no radica solo en el torbellino político, sino en su manejo y en los intereses mediáticos.

Cierto, los ciudadanos, como hacían los antiguos atenienses cuando se reunían a los pies de la Acrópolis, deben poder oír todos los argumentos y pruebas para tomar una decisión informada y, por tanto, poder decir legítimamente que se autogobiernan. Ahora, en cambio, existe una verdadera algarabía que impide ver lo importante. Además, enfrentamos una nueva situación que, aún, no sabemos manejar: las llamadas redes sociales. “Como Internet ha destruido el modelo de negocio tradicional de la prensa y, al mismo tiempo, permite una enorme abundancia de fuentes, todos compiten ferozmente por quedarse con las visitas y los clics en este terreno abarrotado día y noche: como si fuera el parqué de una Bolsa o la calle de un mercado en India. Hay que gritar. Cuanta más sangre y más rugidos, mejor. A las informaciones y los análisis matizados, equilibrados y basados en pruebas les cuesta hacerse oír. Las posibilidades tecnológicas, los imperativos comerciales y los cambios culturales se unen para convertir la democracia deliberativa en infotainment, en espectáculo”. En efecto, ya más que noticias, se trata de diversión. Y, más que un parqué de Bolsa, el tratamiento común de la cuestión política se parece a las ventanillas de apuestas en el hipódromo: conjeturas, probabilidades, posibilidades, etc.

El siguiente parágrafo de Garton es conclusivo. “La realidad televisiva vence a aquello que es auténtico. Trump, hombre de negocios y antigua estrella de un reality show, es al tiempo creador y producto de este nuevo mundo. En esta realidad alternativa, los hechos, las pruebas y las opiniones de expertos dejan paso a los mitos, las exageraciones, las mentiras y las simplificaciones (el “hagamos que América vuelva a ser grande” de Trump o el “recuperemos el control”, el Brexit de Cameron)”. Los historiadores de la propaganda, (saludos al doctor Goebbels, fundador de la mercadología), saben que las mentiras se imponen por mera repetición, a base de atontar la mente hasta expulsar la verdad. Las cámaras de eco constantes de los medios sectarios y las redes sociales que refuerzan los prejuicios causan un efecto similar.

Pero lo dicho no descalifica la función absolutamente necesaria de los medios; tal vez condena el abuso, el exceso. Cierto, los medios han de preguntarse, con honestidad, sobre el papel que han de jugar en circunstancias difíciles, el imperativo ético es esencial para que los medios conserven su valor. Su papel, su “misión”, es trascendental. El autor que venimos comentando, no obstante ser un gran académico, lo mismo que otros de sus mismas características, saben usar el mundo mediático porque esta es la única forma de hacer accesible al pueblo el debate político, las implicaciones y lograr en la medida de lo posible un pueblo “informado”.

El artículo de Opinión, la entrevista merecen ya el título de “género mayor” porque en ellos queda registrada la historia. Los académicos y filósofos europeos y americanos, los estadistas en retiro nos regalan con frecuencia artículos estupendos en donde podemos aprender el análisis, a la vez que orientar nuestro pensamiento.

El inicio, por ejemplo, del gobierno de nuestro estado y nuestro municipio, nos ha sido reportado en los medios y, debidamente filtrado, nos ponen frente a una realidad inquietante; presentan una desavenencia que nos amenaza, de nuevo, “con más de lo mismo”. No quiera Dios se haga realidad la sentencia del conde de Mirabeau: “Nos diferenciamos de las mansas reses que llevan al matadero, solo en que nosotros escogemos a nuestros verdugos”. La democracia no debe ser eso.