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El ‘sí’ de María es el 
más importante de la historia.
(A. Breton)

Último domingo de adviento, días antes de Navidad; y la mujer aparece indispensable en el plan salvador de Dios. Ni la creación ni la redención quedan concluidas hasta que la mujer aparece. La presencia de la mujer se hace densa en la liturgia de estos días. A veces se nos escapan datos obvios per se. La salvación de Dios se hace concreta en el seno de la mujer; clanes, tribus, familias y una serie de nacimientos fuera de lo común como los eslabones de una cadena, preparan la “plenitud del tiempo”, cuando Dios nos envió a su Hijo, “nacido de una mujer”, para hacernos hijos suyos y, como garantía de esa adopción, darnos el Espíritu de su Hijo que grita en nuestro interior: ¡Abbá! ¡Padre! María está en el cruce de los Testamentos.

 La salvación de Dios llega a nosotros mediante el ministerio materno de una mujer, de María. Todos hemos nacido de una mujer; igual, cuando el Verbo se hizo carne, sucedió por la fe y el consentimiento de una Mujer.  “La aceptación más grande de la historia es el Fíat (hágase …) de María; por ella, María es la Madre del Dios encarnado”. (André Breton). El “sí” más importante de la historia; sin ese ‘sí’, ¿cómo hubieran sido las cosas? Jamás lo sabremos en este mundo. Pablo VI dice que «el “sí” de María es para todos los creyentes lección y ejemplo para hacer de la obediencia a la voluntad del Padre el nuestro camino».

En una carta pastoral los obispos suizos exponían un bello mensaje: «La redención…es el don del Hijo al mundo, mediante la encarnación y la muerte de cruz. Pero no es suficiente, para que exista un verdadero don que alguien tenga la bondad de hacerlo; es necesario también que alguien tenga la confianza de aceptarlo. Sin duda el Padre que da al Hijo, el Hijo que obedece, el Espíritu que derrama este don, los tres son infinitos, y la pobre Virgen que lo recibe es una humilde criatura, como una nada ante la Divinidad. Pero sin esta pobre nada, sin la fe de María, el amor de Dios hacia los hombres no se habría convertido en el don que se manifestó en Cristo Jesús.  He ahí la razón de por la cual la Virgen con su «sí» se desposa realmente con el amor que Dios quiere manifestar a los hombres y permite que este amor se manifieste. Así ella es, para nosotros, la Madre de todo humano consentimiento.  Su función en la historia de la salvación es única e indispensable». (16.09.1973). Así, María el modelo activo y eficaz para todo cristiano.

Pablo VI hacía otro tanto en una joya de su magisterio. Cristo es el único salvador del hombre; no tenemos otro a quien invocar para ser salvados, lo sabemos (ver Hech.4,12); pero cabe preguntarnos, «¿Y cómo ha venido Cristo entre nosotros? ¿Ha venido por sí? ¿Ha venido sin alguna relación, sin cooperación alguna por parte de la humanidad? ¿Puede ser conocido, comprendido, considerado, prescindiendo de las relaciones reales, históricas, existenciales, que necesariamente implica su aparición en el mundo? Está claro que no. El misterio de Cristo está marcado por un designio divino, de participación humana. Él ha venido entre nosotros siguiendo el camino de la generación humana. Ha querido tener una madre; ha querido encarnarse mediante el misterio vital de una mujer, de la mujer bendita entre todas….Así, pues, ésta no es una circunstancia ocasional, secundaria, insignificante; ella forma parte esencial, y para nosotros, hombres, importantísima, bellísima, dulcísima, del misterio de la salvación: Cristo para nosotros ha venido de María; lo hemos recibido de ella; lo encontramos como la flor de la humanidad abierta sobre el tallo inmaculado  y virginal que es María: “así ha germinado esta flor” (Dante, Paradiso, 33,9)»

Si Dios envió a su Hijo «nacido de una mujer» (Gal. 4,4), se deduce que el don de sí mismo al mundo pasa a través del seno de una mujer. Un seno de mujer, el de María, se convierte en el lugar de la bendición más alta concedida por Dios al mundo. Por ello, Isabel, inspirada, exclama: «Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre». No podemos separar al Hijo de la Madre; por desgracia, muchas denominaciones emergentes llamadas cristianas, lo hacen. Concluía Pablo VI: “También el mundo de hoy, como los pastores y los magos, según se refleja en la imagen bendita de nuestra Señora de Bonaria, y en toda la iconografía, ha de recibir a Cristo de los brazos de María. Si queremos ser cristianos, tenemos que ser Marianos”. (Cagliari. 04.03.1970). ¿Cómo celebrar un Nacimiento sin una Mujer?

María, tierra virgen. Hay una obra monumental con este título: Maria Terra Vergine, del Emmanuele Testa, ofm., (Jerusalén 1984. 2 vol); no es un título más, sino una vena subterránea que alimenta la mariología toda. Bella metáfora bíblica que nos dice qué es la navidad, qué celebramos, que ha sucedido realmente. 

La metáfora habla de María como la tierra virgen, tierra húmeda, fértil, preparada, que se abre, pronta para recibir la semilla. “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”.  (Is.55,10-11). María es esa tierra que recibe la humedad bienhechora del cielo en donde la Palabra de Dios habrá de tomar forma y tornarse en principio vital para el hombre.

La maternidad de María significa que aporta su propia sustancia, su cuerpo y su alma, a la semilla para que pueda formarse nueva vida. María se entrega completamente como tierra en manos de Dios, se deja usar y consumir para convertirse en aquél que ha necesitado de nosotros para ser fruto de la tierra.

Isaías, profeta y poeta, dice: “Cielos destilad el rocío; nubes derramad al justo; ábrase la tierra y brote el salvador y con él germine la justicia” (45,8). Sí, María se entrega completamente como tierra en manos de Dios, como barro en manos del alfarero, imagen privilegiada de los profetas. Todos sabemos lo que es una tierra regada por las lluvias de invierno, lista, pronta para ser roturada y recibir la simiente. María es tierra, es descendiente de Adán y esa tierra recibe la semilla divina, al Verbo, para que, sin dejar de ser Dios, tome nuestra tierra, se hace tierra como nosotros. Se trata de la Encarnación.

Otro filón de imponente factura es el salmo 85: “Señor, has sido bueno con tu tierra … Restáuranos, Dios salvador nuestro … ¿No vas a devolvernos la vida? … Muéstranos tu misericordia y danos tu salvación”. Y la estrofa siguiente es hermosa: “La salvación está ya/ cerca de sus fieles/ la gloria habitará en la tierra:/ la misericordia y la fidelidad se encuentra/ la justicia y la paz se besan;/ la fidelidad brota de la tierra/ y la justicia mira desde el cielo”. Como personajes que escoltan la gloria divina, son convocados desde puntos distintos la misericordia, la fidelidad, la paz, la justicia. La fidelidad y la justicia (de Dios), enlazan el cielo y la tierra virgen en perfecta harmonía. María es la tierra virgen donde “la justicia y la paz se besan”, donde se hacer realidad para todos la misericordia y la fidelidad de Dios. La tierra donde brota el Salvador. Por ello, la Noche en que esto tiene lugar, los Ángeles cantan: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que él tanto ama”. Eso es Navidad.  Pero no podemos celebrarla sin la Mujer bendita entre todas, sin esa tierra virgen. No se puede decir nada más grande de la mujer.

La Cuestión Femenina. Nuestra comunidad ha vivido el horror de los asesinatos de muchas mujeres; se trata de algo incalificable y que ofende gravemente a Dios y a María que, «es mujer», (Doc.Puebla). Contemplar el misterio de María en este Navidad nos permite pensar cristianamente en la mujer. La piedad mariana no puede tomar tonos demagógicos, pero no puede tampoco estar ausente frente a una cuestión que la Iglesia y el magisterio papal ha puesto de relieve.

Ante todo, la piedad mariana está llamada a favorecer la recuperación, donde haya sido ofuscada, de la visión cristiana de la mujer y de su misión, a saber: ilustrar el significado, la belleza, la fecundidad de la virginidad consagrada por el Reino; a restituir a la mujer el sentido de su dignidad, de su «diferenciación funcional, de su originalidad fascinante y su capacidad de afirmación; a devolverle la memoria histórica que le ayude a sacudirse la sensación de inferioridad. En fin, la piedad mariana puede favorecer el reconocimiento pleno de los derechos civiles de la mujer en paridad con el hombre, así como el ejercicio práctico de ellos en la vida profesional, social y política. Y, por sobre todas las cosas, la mujer de hoy, contemplando a María, quedará al abrigo de “teorías liberacionistas” que, más, bien, comprometen su verdadera dignidad y le impiden realizarse conforme a su verdad íntima; entonces, poseedora de la “Verdad que nos hace libres”, cumplirá la misión histórica que la Providencia le ha confiado. Celebremos, pues, el Navidad con María.  ¡Feliz Navidad!