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Tenemos que votar sencillamente porque la política afecta la totalidad de nuestra vida. Quizá no hemos pensado en el papel que la política juega en nuestro día a día. De una u otra forma todos hemos sentido la presencia envolvente de la política; detrás del alza los precios de los energéticos, de la falta de agua, de la escasez de medicamentos, los niños cancerosos sin medicamentos, las estancias infantiles desaparecidas, todo es una decisión política; la aplicación de las vacunas es en una decisión política estratégica. El horror y la fealdad de nuestra ciudad, la destrucción de sus calles, todo es consecuencia de las decisiones políticas. El derrumbe de la Línea Dorada es debido a la política; responsabilidad o impunidad del desplome es cuestión política. El error se cubre con dinero. La escolaridad de nuestros niños es cuestión política igual que el color de los semáforos.  

Es indiscutible que vivimos una creciente politización. Y no hay que entenderlo en el sentido de que estamos más interesados en la política ni que “seamos más políticos”, ni en el sentido de que participemos más en política, sino en el sentido de que muchos asuntos que en el pasado no incluían la política, o que no la implicaban directamente, se ven ahora como problemas estrictamente políticos. Sepámoslo o no, nuestra vida toda se desarrolla dentro de una compleja red política. La solución a nuestros problemas cotidianos, sencillos o trascendentes, la buscamos por la vía política.  La salud y la educación públicas dependen de una decisión que se toma en el palacio de gobierno.

La política es en cierto sentido la toma de decisiones por medios políticos, en contraste con la toma de decisiones de los individuos en forma privada, y a la toma de decisiones económicas en respuesta a fuerzas impersonales como el dinero, el mercado, el mercado bursátil, y la escasez de recursos. El conjunto de las decisiones tomadas por medios públicos constituye el “el sector público” de un país o sociedad. En nuestros tiempos, los sectores públicos han venido creciendo en todos los países. Piense usted qué sector de su vida, que actividad suya, no está regida por las decisiones de orden político; bueno, hasta el número de hijos tiene implicaciones políticas, igual que el matrimonio o el divorcio o la cuestión de género. Que Tenochtitlan fue fundada en tal año, es decisión política; otro hubo que, por decreto, decidió que unos huesos encontrados eran los de Cuauhtémoc. Política.

El desastre del campo mexicano, la completa destrucción de los bosques, el cambio climático, y el hacinamiento humano en las ciudades con sus desastrosas consecuencias, es resultado de decisiones políticas. El nuevo in crescendo de la migración de mexicanos a E.U., igual. Por los años 70s, alguien afirmaba que “si destruye la civilización y se da muerte a la mayor parte de la humanidad dentro de los próximos treinta años, ello no ocurrirá por las plagas o por la peste: nos matará la política. La política se ha convertido literalmente en asunto de vida o muerte”.  Ya se ha comenzado a poner bajo la lupa el despeño de la OMS en el asunto de la pandemia; se habla de que naciones han ocultado datos, etc., hasta allá llega la política. El horror de la guerra de Israel con Gaza es apocalíptico; y política. La babosada de Colombia es política. 

En todas partes la gente siente diariamente los efectos las decisiones políticas de los diferentes niveles. Tales decisiones llegan a determinar el almuerzo que los niños comen en la escuela y fuera de  ella, – incluso, si hay almuerzo o no dentro o fuera de la escuela -,  el nivel de los salarios, los precios de bienes y servicios, (luz, agua, electricidad, gas, gasolina y todo lo que con ellos se relacionan:  producción y transporte), el costo del crédito, el valor del dinero, el que dinero se acumule o haya una mejor distribución de la renta, la suerte y el número de nuestros pobres y las oportunidades de que nuestros jóvenes pueden seguir una carrera en la Universidad. Es obvio que las decisiones políticas influyen, también, en la calidad de vida – en su seguridad e inseguridad, en su belleza o su fealdad; vea nuestras calles –, y otras decisiones políticas determinan las relaciones de los países entre sí – piense usted en nuestros cruces internacionales cerrados, “su situación real y tiempo aproximado” para cruzarlos. Me parece entonces claro el por qué tenemos que votar. 

La cosa se nos complica cuando, ante esta responsabilidad cívica, se levanta el fantasma del abstencionismo; Este fenómeno tan extendido, a decir de los analistas, se debe la decepción que, con respecto a los políticos, se ha apoderado de los ciudadanos; cifras reportadas por la ONU revelan que en todos los países los ciudadanos no se sienten representados por los políticos ni están contentos con el manejo de la cosa pública y “votan más en contra de lo que temen que  a favor de lo que esperan”. (Y a veces parece que ni eso). Este desencanto acaba en el abstencionismo que es el peor enemigo de lo político. La abstención equivale a abandonar el campo de batalla, es como una deserción, como una traición que se hace a la Ciudad. El que se abstiene de la obligación de elegir, debería sentirse desposeído de sus derechos ciudadanos.

No pocas veces es el abstencionismo el que decide la forma de gobierno. Y esto es gravísimo porque significa que los que van a decidir cómo van a gobernarnos, son aquellos a quienes no les importa cómo habrá de ser conducida la cosa pública. El abstencionismo solo puede ser derrotado cuando se percibe una amenaza grave. Ciertamente nuestros políticos son de bajo impacto, no bajan el juego, no los detecta el radar, son maestros de camuflaje, artífices del mimetismo. Familiarizados don la mentira. Tengo ante mis ojos, encuadernados, todos los discursos de Luis Echeverría, – incluido el que pronunció en Matachí -, de pie, en la estribo el vagón de ferrocarril que lo trasladaba, – desde que fue destapado hasta el último informe y no coincide el candidato con el presidente: sí, la teoría política se hace con los hechos y la historia. Y no pocas veces esa constatación provoca confusión y desaliento. Pero también debería descubrirnos su importancia y nuestra responsabilidad en el desarrollo de la Nación. Todos son iguales, se concluye; y no debe ser así. Es trabajo serio no fácil, que debe ser asumido con toda responsabilidad por el ciudadano, ha de pensar bien la elección, darse cuenta de su importancia y emitir su voto para influir en la marcha de la Ciudad.  

Así pues, las personas que van a ejercer el control de ese creciente dominio de nuestras vidas serán las que elijamos; entonces, votar es de extrema importancia, es un asunto vital. Por otro lado, la tan traída y llevada democracia se ha convertido en un camino sin retorno porque parece que termina el día de las elecciones. No hay posibilidad de corregir una posible equivocación. Por ello, la elección ha de hacerse con sumo cuidado. Votar es, entonces, un asunto en el que nos va eso que llamamos vida, si ésta ha de vivirse en común y de manera más o menos civilizada.

Enfrentamos ahora una situación inédita: el desdibujamiento de los partidos; al no haber partidos, no hay plataforma ideológica, queda la persona sola, sin partido. Por ello, ahora, ha de ponerse mayor atención a la catadura moral, en todos los aspectos, de un posible candidato, su vida, sus valores. No olvidemos que la elección se convierte en un asunto en el que la equivocación trae consecuencias funestas y no hay retorno.  Aquí no podemos poner a la venta la conciencia, la conciencia no tiene precio, sería un precio que no se puede pedir y no se debe pagar, aunque lluevan tarjetas de todos colores. Es el “vaciamiento de la política”, o su vulgarización. La Patria es primero.

“La Historia se ha renovado y la política ha descubierto en ella orientaciones definidas. Política no es encumbrar a un hombre o grupo a las ventajas del poder. Política es capacidad para poner en práctica una doctrina social. Por lo mismo la política, arte secundario puesto que solo es instrumental, se haya condenada al fracaso más innoble si no se asienta en una doctrina generosa, verdadera y sinceramente llevada adelante” (J.V. En el ocaso de mi vida, 1957. D. R. ante la SEP). Pero aquí la política va en retroceso, una lucha que, a cierto nivel,  no es ni siquiera por el poder, sino por el sueldazo y las prebendas.